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Europa, Europa :: 15/03/2020

Max von Sydow, jaque mate

David Torres
Muere el gran maestro sueco

Imposible no acordarse de él arrodillado en una playa frente a un tablero de ajedrez, enfundado en una cota de malla, alto y rubio como un replicante medieval, intrigado ante la aparición de una figura aterradora envuelta en un sudario negro. Lo que sigue es uno de los diálogos más perfectos e inolvidables del séptimo arte:

-¿Quién eres tú?

-La Muerte.

-¿Es que vienes por mí?

-Hace ya tiempo que camino a tu lado.

-Ya lo sé -dice el Caballero, y en ese momento sonríe, una mueca deslumbrante en medio del atardecer que cae sobre la costa, las nubes y el mundo, la sonrisa con la que intenta encubrir su miedo antes de retar a la Muerte a una partida de ajedrez.

En 1957 Max von Sydow protagonizó cuatro películas, tres de ellas de Ingmar Bergman, dos de ellas rotundas obras maestras, Fresas salvajes y El séptimo sello, una de ellas una alegoría metafísica descaradamente simbólica y a pesar de eso hermosa y conmovedora como un icono, como una endecha, una Danza de la Muerte escrita y rodada en estado de gracia en la que los actores se movían como si caminasen a través de una pintura.

Ese atormentado Caballero perseguido por la Muerte a través de escaques y celadas, le prestó a Max von Sydow la presencia imponente y solemne que luce en buena parte de su filmografía, desde otras grandes películas de Bergman (El rostroLa hora del lobo, Los comulgantes) hasta el padre Lankester Merrin de El exorcista, de William Friedkin, en cuya alucinante secuencia de inicio el viejo sacerdote desafía al demonio encarnado en una estatua espantosa desenterrada en unas excavaciones. La oración le seguía a todas partes, desde el murmullo hipnótico con que acompañaba el tranco del tren en la hipnótica apertura de Europa, de Lars von Trier, al rezo sosegado antes de vengar la violación y el asesinato de su hija en otra de las oscuras fantasías medievales de Bergman, La muerte y la doncella.

Fue por la admiración al gran maestro sueco y por la gravedad de esas interpretaciones que Woody Allen le dio el papel de Frederick en Hannah y sus hermanas, un pintor pesimista y pelmazo que está obsesionado con el Holocausto y que se niega a vender sus cuadros para que hagan juego con la decoración del salón. Pero Max von Sydow guardaba más ases en la manga y disfrutaba a lo grande con roles de más de andar por casa, y así hizo de asesino en Los tres días del cóndor o del malvado emperador Ming en Flash Gordon, y hasta se atrevió en sus últimos años a participar en Juego de tronos y en la interminable franquicia de La guerra de las galaxias.

De todos esos divertimentos, guardo un cariño muy especial por el mayor Karl von Steiner en Evasión o victoria, de John Huston, una película en la que nunca olvidaremos su perfil rapaz al contemplar el gol de chilena de Pelé y levantarse a aplaudir entusiasmado en medio de la bancada nazi, aunque bien sabía que el aplauso le iba a costar un viaje al frente ruso.

La larga partida de ajedrez con la que tantos años atrás enfrentó a la Muerte ha terminado al fin, pero la batalla ha valido la pena: al igual que el Caballero de El séptimo sello lograba en una de las escaramuzas sobre el tablero que la familia de saltimbanquis escapara a su destino, Max von Sydow ha cruzado por la fábrica de sueños del cine a través de más un centenar de películas, las blancas y las negras, para enseñarnos que la vida es un milagro irrepetible. Así sea.

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