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Argentina, Argentina :: 20/06/2018

Presentación del libro "Del sueño a la vigilia. Estudios de los movimientos en torno al 68"

Daniel Omar De Lucía
Martes 26 de junio de 2018 -19:00. Centro Cultural de la Cooperación. Buenos Aires

Invitación a la presentación del libro
DEL SUEÑO A LA VIGILIA
ESTUDIOS DE LOS MOVIMIENTOS EN TORNO AL 68
de Daniel Omar De Lucía
Editorial Metrópolis

Presentación: Lucas Ricci Marchand
Exponen: Mario Hernandez (Editor), Martín Cremonte, Daniel Omar De Lucía

Martes 26 de junio de 2018 -19:00.
Centro Cultural de la Cooperación - Corrientes 1543 - CABA
Sala Giribaldi - 2º piso

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Prólogo de Martín Cremonte

Imaginación histórica y emancipación

En términos generales los movimientos sociales de 1968 han sido interpretados como un acontecimiento efímero y coyuntural. En el mejor de los casos, se les concede un valor romántico ligado a los "mejores años" de una generación o de ciertos grupos de estudiantes y/o vanguardistas. En esta versión se trataría simplemente de una exquisita magdalena de intensa evocación. La preponderancia de los estudiantes, ese incierto estatuto en el conjunto social, se suele comprender como un factor aislado y endeble de las movilizaciones del '68.
Como se ve, esta versión estándar minimiza notoriamente la seriedad del fenómeno. Cuando De Gaulle calificó a los situacionistas de ególatras esteticistas, en realidad, cristalizaba para la posteridad un sentido común historiográfico.

En las últimas décadas, Immanuel Wallerstein fue uno de los primeros en romper con esta perspectiva epidérmica al reconocer la significación estratégica del '68. En Después del liberalismo , el historiador señaló que la importancia de la "revolución mundial" del 68 no fue el cambio político directo que produjo sino la impugnación de la legitimidad del sistema-mundo. La hegemonía de los EEUU y la función complementaria de la URSS fueron impugnados por los nuevos movimientos. Pero también el legado de la izquierda y los partidos integrados al sistema capitalista experimentaron un cuestionamiento de fondo. De manera que la significación estratégica del 68 fue una crisis estructural de legitimación. Las ideologías conservadoras, liberales y socialistas, señala Wallerstein, no salieron indemnes después de la efervescencia sesentayochista. El liberalismo se reestructuró luego en la crisis del petróleo de los '70 y en la de la deuda externa de los '80. Por tanto, 1968 debe entenderse en su relación con 1989, es decir, con el derrumbe del socialismo real. Y, de nuevo, a partir de aquí comprobamos la última re-configuración del liberalismo en nuestro actual horizonte tardo-capitalista.

Del sueño a la vigilia, propone también pensar históricamente la significación del 68. El acontecimiento plural de 1968, sostiene Daniel Omar De Lucía, fue una "fecunda yuxtaposición" entre imaginarios en que la presión de la periferia jugó el rol principal: la guerra insurreccional del Tercer Mundo se conjugó con la huelga general/primaveras democráticas de las sociedades capitalistas, y con las otras primaveras de las luchas antiburocráticas del socialismo real. Uno de los ejes epocales fue la resistencia del pueblo vietnamita contra la agresión genocida del imperio americano, la cual despertó la solidaridad de los estudiantes de todo el mundo. Una primera consecuencia de la brecha: las primaveras que irrumpieron en todo el mundo mostraron la fragilidad del mundo bipolar del imperialismo yanqui y la burocracia soviética. La imaginación subversiva jaqueó al Estado de Bienestar y al socialismo real e, insiste De Lucía, el Tercer Mundo impactó por primera vez sobre los países centrales. Parecía que ahora el Angelus Novus renacía en Vietnam y "con ojos desorbitados" veía hacia atrás "una única catástrofe".

El capítulo dedicado a Yugoslavia representa, por ejemplo, un notable análisis de la singularidad de la experiencia sesentayochista. El lector podrá reconocer la rica complejidad del contexto balcánico, entre las formas de dominación de los países capitalistas y la opresión militar de los países del bloque soviético. Las huelgas estudiantiles de junio del 68 en Belgrado se oponían a la burocracia académica pero también reclamaban la construcción de una sociedad socialista antiburocrática.
Por el primer objetivo la experiencia de los estudiantes yugoslavos se asemejaban al Mayo francés pero, por el segundo, se posicionaban contra la represión militar y cultural de Moscú en el este. Claro que el grado de iconoclastia de este movimiento se detuvo en la figura de Tito, quien con "astucia maquiavélica" se ocupó de desactivarlo.
El capítulo dedicado al Zengakuren japonés va a sorprender a más de un lector. Aquí se puede apreciar bien el hecho de que la trama de los movimientos emergía de causas muy profundas. La solidaridad del movimiento juvenil hacia maginados como los Zenichi, los Burakurim y los Ainus indica que la lucha estuvo orientada por un impulso de confraternización que atendía los factores estructurales de la opresión. Los vasos comunicantes entre el arte de vanguardia y el Zengakuren ocupan un lugar importante en el análisis.

Corresponde preguntarse cuál es el aporte del presente texto a las más sofisticadas áreas de la investigación histórica, a saber, la llamada "nueva historia intelectual" y la Historia Conceptual. Respecto a la primera cabe destacar que Del sueño a la vigilia registra un cambio clave en lo que lo que podríamos llamar, con Iuri Lotman, la semiósfera . Una fuerza libertaria de mezclar y combinar penetró en todos los imaginarios sociales del planeta. La intertextualidad se impuso como práctica polifónica. La política revolucionaria y las vanguardias artísticas irrumpieron en la vida cotidiana. Los estudiantes y los jóvenes se constituyeron como sujetos aglutinadores. Según De Lucía, en fin, la toma de la palabra fue una práctica polifónica. Si consideramos que la nueva historia intelectual incorpora herramientas del "giro lingüístico" y de la semiótica, entonces este texto se incluye en ese desafío en cuanto pretende y logra comprender la transformación de la semiesfera de fines de los '60. En este sentido, especial mención merece el trabajo virtuoso con los filmes ya anticipado por nuestro historiador en una pequeña obra maestra reciente.

Respecto a la Historia Conceptual, este libro aporta algunas conjeturas fecundas que aún están abiertas. En efecto, mientras que la hipótesis de la Sattelzeit del XVIII es un postulado compartido programáticamente por los historiadores conceptuales aún está por escribirse el punto de inflexión en torno a la revolución bolchevique (¿estamos ante una segunda Sattelzeit o bien ante una radicalización de la primera?).
Resulta sencillo corroborar la hipótesis de que el "espacio de experiencia" y el "horizonte de expectativa" se reestructuraron a principios del siglo XX. En nuestra historia regional, los trabajos de Andreas Doeswijk y Roberto Pittaluga han realizado una primera aproximación a la emergencia de esta nueva temporalidad revolucionaria . Desde un marco koselleckiano, podríamos decir que si la revolución de 1917 "repite" a 1789, es preciso también inscribir dentro de este relato de emancipación el sentido festivo y serio, a la vez, de 1968. Y es en este sentido que el aporte de De Lucía cobra un valor especial. Frente a los análisis fragmentados que sólo se limitan al eje sincrónico, la perspectiva emancipadora se proyecta hacia el futuro, resignificando así los acontecimientos. Las movilizaciones estudiantiles alcanzan su efecto revolucionario cuando se articulan con las huelgas obreras y con las luchas de nuevos sujetos sociales.

De Lucía se apoya en un postulado que revalida el sentido profundo del proceso que esquemáticamente simbolizamos con 1789, 1917 y 1968, a saber: "A comienzos del tercer milenio la lucha por construir una sociedad sin explotados y donde se extingan todas las formas de opresión sigue vigente... porque se trata de un objetivo que no se alcanzó". Con este sencillo posicionamiento De Lucía corta el nudo gordiano de historiadores y cientistas sociales que se pierden en "aporías" posmodernas al rechazar todo enunciado "teleológico".

De hecho si nuestro historiador identifica perfectamente los límites de los movimientos del 68, por ejemplo, aquellas expresiones que no lograron articular con la lucha obrera y de otros oprimidos, o bien las versiones populistas, este reconocimiento se debe, precisamente, a que su perspectiva crítica permite comprender tales insuficiencias. Señalar que De Lucía es el Anti-Furet significa honrar la exactitud.
Mientras que el famoso revisionista liberal, catapultado por la coyuntura de 1989, propuso una metafísica del Terror, e inspirándose en Tocqueville, insertó a la revolución francesa en una larga duración anterior , el historiador argentino partiendo de la irrupción de 1968 no se permite una ontología de la desilusión sino que proyecta la emancipación como un telos abierto al futuro. Este posicionamiento es también una ganancia cognitiva: donde el revisionismo liberal instala una fatalidad totalitaria, De Lucía salta el "obstáculo epistemológico" simplemente historizando.
Resulta un ejercicio interesante comparar El siglo de Alain Badiou con el presente texto. Para el filósofo francés, el siglo XX fue una época prometeica y épica. En una perfecta inversión proporcional al revisionismo, aquí la aventura revolucionaria se desentiende de las catástrofes. En un registro soreliano de valoración de la violencia, Badiou lee el siglo desde cierto prisma estético-vanguardista en que maoísmo y simbolismo se confunden para denunciar el presente termidoriano. Si bien el filósofo ha presentado una alternativa valorable ante el revisionismo dominante, la visión de De Lucía no incurre en este peculiar esteticismo pos maoísta. Como ya señalamos, en su desarrollo cada acontecimiento exige no ser negado.

Un perfil mínimo de Daniel De Lucía como historiador debería incluir los siguientes puntos: la versatilidad para abordar fuentes, temas y problemas; cierta sagesse para encontrar el caso singular dentro del tipo general; la agudeza para visibilizar los procesos subyacentes; un refinada sensibilidad semiótica; la capacidad para reconstruir la totalidad concreta de lo social y el don narrativo de comprender el devenir de lo histórico-social.

Uno podría lamentar que de la mítica revista Contorno no surgiera ningún historiador, pero inmediatamente esa queja se disuelve cuando se advierte que los textos de Daniel de Lucía se incluyen perfectamente en este soplo inspirador de la nueva izquierda. Y esta última inscripción no pretende ser, en modo alguno, un elogio ocasional. Si resulta imposible incluir a De Lucía dentro de alguna tendencia del campo académico rioplatense, esto se debe a que su singularidad le aporta mucho más a la producción intelectual local de lo que ésta le puede ofrecer a un francotirador. El lector puede estar seguro de una cosa: esta obra de De Lucía va a ser sin duda una inspiración para los nuevos investigadores. En particular, como lo hemos señalado antes, si en Argentina se consolidara una corriente koselleckiana de izquierda este texto será un punto de referencia necesario.

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