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Brasil, Brasil :: 18/03/2015

Tres preguntas y tres respuestas breves sobre un domingo triste

Valerio Arcary

1. ¿Cuál fue el significado de las manifestaciones del 15 de marzo?

El martillo de la historia puede ser cruel. Doce años después de la elección de Lula para la presidencia, la fatiga del lulismo abrió camino para la reorganización de una derecha con base social ampliada en la clase media. Ocurrió en este triste día 15 de marzo la mayor manifestación reaccionaria del último medio siglo. Muy grande y muy reaccionaria.

Convocada por internet, originalmente, por grupos de una nueva derecha y extrema derecha, sin trayectoria, ganó repercusión por la divulgación favorable en los medios escritos, en las radios y televisoras. Recibió apoyo del PSDB, a través de un video improvisado de Aécio Neves. El giro del PSDB, in extremis, presionado por la disputa de su base social y electoral por la nueva derecha, sugiere que la política del chantaje del principal partido de la oposición burguesa puede haber cambiado de tono.

Fue tan reaccionaria que la única comparación razonable remite a las Marchas de Familia con Dios por la Libertad que antecedieron el golpe de Estado de 1964. Desde el fin de la dictadura las mayores movilizaciones políticas de masas, aunque de diferentes proporciones, fueron progresistas: las Directas Ya en 1984, el Fuera Collor en 1992, y las Jornadas de Junio de 2013.

Aunque las encuestas divulgadas antes del día 15 indicaban que el tema de la corrupción sería la principal motivación para aquellos que pensaban ir a los actos, las consignas que tuvieron mayor eco fueron, inequívocamente, por el derrumbe del gobierno Dilma.

Un proyecto de golpe “a la paraguaya”, como fue la destitución de Fernando Lugo en 2012, sería una salida reaccionaria a la crisis política. Un impeachment (destitución) de Dilma Roussef realizado por el Congreso Nacional recién electo, en el contexto de una campaña de calles apoyada en la movilización del resentimiento de la clase media, desembocaría en el mandato de Michel Temer, y la formación de un gobierno de coalición del PMDB, probablemente, con el PSDB y DEM, que aprovecharía el mandato para iniciar una ola de ataques anti-sociales brutales, un ajuste fiscal impiadoso, con secuelas recesivas imprevisibles.

El contenido social y político de las manifestaciones fue antidemocrático, antipopular y, en algunas parcelas, directamente anticomunista, y expresaban un odio exacerbado contra el PT y, también, contra toda la izquierda. Las pancartas pidiendo “intervención militar”, los muñecos de Lula y Dilma ahorcados, carteles que se vanagloriaban de que “comunista bueno es comunista muerto”, o “queremos sólo Ministerio Público y Policía Federal”, la amenaza contra la vida de João Pedro Stédile, fueron parte de los episodios lamentables.

Pese a que el impeachment haya sido la principal consigna del 15 de marzo, las reacciones inmediatas a las manifestaciones no indican que la política de la burguesía en relación al gobierno se haya alterado. No está prevaleciendo, por ahora, una línea “venezolana”. Los pesos pesados de la clase dominante no están apostando en boicotear la gobernabilidad. Tampoco esta es la política de Obama en Washington. En la vísperas del domingo, Dilma Roussef recibió una reconfortante llamada de Joe Biden, y la confirmación de la reunión de la Cumbre de Panamá.

Por línea “venezolana”, debemos entender un proyecto de campaña en las próximas semanas con nuevos actos para cercar al Congreso Nacional exigiendo el impeachment.

Pero la nueva derecha, apoyada en los exaltados de la extrema derecha, fortalecidos por el éxito del 15 de marzo, y por la adhesión de última hora del PSDB, cediendo a la presión, insistirá en la misma táctica. Ya probaron que no deben ser subestimados. Intentarán nuevamente recoger en las calles el sentimiento de rechazo al gobierno que crece, sobre todo en la clase media.

Si la política burguesa dominante fuera a cambiar, la situación política será, evidentemente, distinta. La posibilidad de unidad de acción contra el impeachment estaría colocada, sin dudas. Si hubiera peligro inmediato o real de golpe “a la paraguaya” toda la izquierda deberá unirse contra el impeachment. Pero la política tiene sus ritmos. El pueblo de izquierda debe tener la sangre caliente, manteniendo la cabeza fría.

Mientras la situación no cambie, no debemos ceder un milímetro a la presión gubernamental. Mantenemos nuestra posición: CUT, MST, UNE, Consulta Popular, rompan con el gobierno, únanse en la defensa de las reivindicaciones de los trabajadores y de la juventud. Ninguna legitimación al gobierno.

2. ¿Quién estuvo en las calles?

Las manifestaciones del 15 de marzo fueron una protesta hegemonizada por el resentimiento de las clases medias. En Porto Alegre, donde ocurrió una de las mayores movilizaciones del país, fue publicada una encuesta sobre la composición social de las protestas: 40,5% de los entrevistados ganan más de 10 salarios mínimos; 31,9% de 6 a 10 salarios mínimos; 22,7% de 3 a 5 salarios mínimos; y apenas 5% de 1 a 2 salarios mínimos. No parece imposible que ésta composición social haya predominado en todo el país. La corrupción fue, evidentemente, el motivo principal.

Pero el malestar en las capas medias se viene acumulado desde hace años, y ya se había expresado durante las elecciones de 2014. La crónica inseguridad de la vida urbana, con aumento de robos, asaltos, y la permanencia de índices muy elevados de homicidios, alimenta un profundo descontento. El aumento de los alquileres, de los planes de salud, de las mensualidades escolares, de los estacionamientos, de todo y cualquier tipo de esparcimiento, del impuesto a los ingresos, en fin, de todos los servicios, golpea duramente a la clase media, que se resiente por no recibir casi ningún beneficio por parte del Estado.

La repercusión dramática de la operación Lavajato, un escándalo de desvío de dinero público que supera en escala a todos los anteriores, pudiendo alcanzar un billón de dólares, inflamó la furia de la clase media. Eso no debe impresionarnos demasiado. El sueño de consumo de la clase media y tener un gobierno honesto y técnico. Corresponde a su visión del mundo y a una ideológica meritocrática de que la desigualdad social no es sí misma algo malo, porque tendría fundamentos “naturales”. Por eso, la clase media es atraída por la idea de un gobierno iluminado, hasta de un déspota, si con eso logra ser competente y encontrar buenas soluciones para todos.

Ocurre que el estancamiento económico, la presión inflacionaria, la desvalorización de la moneda, los despidos en masa en la industria, tienen fuerte impacto, también entre los trabajadores. La clase media es muy heterogénea. Se puede dividir, si la clases trabajadora entra en escena con todo su potencial social. Esa es la esperanza. Una parcela de la clase media puede correrse hacia la izquierda.

3. ¿Por qué se va agravar la crisis política?

Existe una tendencia a que la crisis política del gobierno aumente. El gobierno está paralizado por la resistencia organizada del bloque liderado por Cunha y Calheiros, apoyados por la oposición burguesa en el Congreso Nacional. La apuesta de la dirección del PT y de Lula de rifar a Pepe Vargas (ex ministro de Desarrollo Agrario), convocar a los siniestros Michel Temer y Eliseu Padilha del PMDB, al espantoso Kassab para ayudar a Aloisio Mercadante no será bastante. Cambiar la composición del núcleo duro del gobierno Dilma, incluyendo a un sector más colaboracionista del PMDB, no corresponde a la gravedad de la crisis luego del 15 de marzo.

Es increíble que la única respuesta del gobierno hay sido una evaluación defensiva sobre las protestas: una movilización de masas “legítima” y “pacífica”, y una exaltación de la democracia. No tuvieron mejor idea de que anunciar un paquete de medidas contra la corrupción. O sea, están suplicando una tregua a la clase dominante. El problema es que la crisis se va agravar.

Nuevamente hablan como salida de una reforma política y un programa contra la corrupción, pero ya no hay cohesión en la coalición gubernamental en el Congreso Nacional para apoyar cualquier salida. Al mismo tiempo, la crisis económica se profundiza, y los compromisos con el ajuste fiscal van aumentando la insatisfacción popular con el gobierno. Dilma y su gobierno de colaboración de clases, menos de cien días después de asumir el mandato, tiene a la aplastante mayoría de la clase media en la oposición, y resuelve mantener los ataques contra la clase trabajadora y la juventud. Camina a estar suspendida en el aire.

La nueva derecha y la extrema derecha intentarán volver a la calles. Y saben que no pueden esperar mucho. La cuestión central es para donde irá el PSDB. ¿Se unirá a la escalada promovida por la nueva derecha y apoyará el impeachment? ¿O retrocederá?

El lugar de la oposición de izquierda deberá ser el de impulsar, con firmeza y coraje, la movilización social contra los ataques que golpean a los trabajadores y la juventud.

* El autor integra el Consejo Editorial de la revista Outubro, y es militante del PSTU (Partido Socialista dos Trabalhadores Unificado). Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa

 

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