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:: 01/06/2008

Tupamaros, de las armas a las urnas

Hugo Montero
¿Cuál es la opinión mayoritaria de las bases ahora, ante una dirección absolutamente devorada por la vorágine electoralista?

Intentar definir el rumbo del gobierno del Frente Amplio hoy en Uruguay (¿progresista?, ¿socialdemócrata?, ¿continuista?) es un desafío que no le va en zaga a otro mayor: explicar el tránsito del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) de guerrilla revolucionaria a fuerza electoral reformista. ¿Cuál es el presente de la principal fuerza política del FA en el gobierno? Opinan Jorge Zabalza (ex dirigente histórico del MLN-T), Adolfo Garcé (politólogo) y Samuel Blixen (periodista).

1. El nórdico departamento de Artigas oculta en sus entrañas una leyenda. Allí, en el rincón más pobre de la geografía uruguaya, donde los límites de la pobreza y la indiferencia se confunden en líneas invisibles con las fronteras de Argentina y Brasil; una historia de cuatro décadas de rebeldía no se resigna y emerge como brote perpetuo entre la caña de azúcar.

Un fantasma recorre Bella Unión. Es el fantasma de Raúl Sendic. “Por la tierra y con Sendic”, dicen las banderas hoy, cuarenta años después. La sostienen manos curtidas, manos de hombres que trabajan encorvados sobre el surco, manos que se llenan de melaza durante el corte de caña. Manos de “peludos” de Bella Unión.

El 15 de enero de 2006, un puñado de “peludos”, trabajadores rurales, azucareros y pequeños productores se cansaron de no ser escuchados y decidieron volver a escribir viejas consignas para reclamos también cruzados por el tiempo. Y salieron a tomar lo que es suyo. Ocuparon 36 hectáreas en Colonia España, a 9 kilómetros de Bella Unión; tierras improductivas y abandonadas durante once años.

Esas tierras ocuparon los “peludos”, los hijos de aquellos que protagonizaron, en los 60, la gesta de la Unión de Trabajadores Agrícolas de Artigas (UTAA), las marchas que le abrieron los ojos a un ciego Montevideo, entonces (como ahora) miope a la hora de registrar los problemas del campo: el 30 por ciento de las tierras productivas está en manos de extranjeros, de 9 mil hectáreas de caña plantadas en Bella Unión hoy quedan, apenas, 3 mil; los siete meses de zafra de antaño ahora se han reducido a dos; de 450 productores apenas subsisten 124...

La decisión de ese puñado de hombres de Bella Unión desató un vendaval en la interna del gobierno en sus primeros pasos: se trataba, nada menos que de un símbolo bastante pesado como para conmover los cimientos de la fuerza mayoritaria del Frente Amplio: el Movimiento de Participación Popular (MPP), la coalición creada por el MLN-T para el desafío electoral que en 2004 cosechó nada menos que 320 mil votos (el 30 por ciento del total del FA); la misma cantidad que todo el Partido Colorado.

Bella Unión es leyenda tupamara. Allí comenzó su trabajo político Raúl Sendic, de allí surgió un pilar ideológico que después concentraría fuerzas dispersas con la creación del MLN. De allí, cuarenta años después, a poco menos de un año del primer gobierno frenteamplista de la historia uruguaya, irrumpían como herida lascerante, mal curada, los viejos fantasmas. Se trataba, también, del primer desafío para los hombres del MLN insertos en la maquinaria estatal después de décadas de lucha, prisión y derrota. Pero algo había cambiado a los largo de esas cuatro décadas.

Quienes primero se hicieron oír fueron sus compañeros frentistas. “La arrogancia y la intolerancia con que se ha fundamentado la ocupación sientan el peligroso antecedente de una situación de caos, donde el Estado podría volverse rehén de un grupo extremista”, afirmaron los integrantes del FA de la zona, quienes además no se privaron de alertar ante una medida “inspirada en trasnochadas actitudes agitadoras, mala copia de realidades muy distintas a la nuestra”.

José Mujica, tal vez el político más popular del presente oriental, voz cantante del MPP y factor decisivo para la gobernabilidad de Vázquez, también se refirió al tema con palabras extrañas para un hombre con su historia militante: “En un Estado de derecho hay cosas que no se pueden hacer y recuerden que nosotros llegamos al gobierno, pero no al poder”, dijo. “Esta ocupación es contra nosotros, es políticamente contra los que estamos gobernando porque es un palo en la rueda”, agregó después.

Los reflejos de la derecha no dilataron la reacción. Habían osado, en el ignoto paraje de Bella Unión, en el perdido y enterrado norte de Artigas, violar la sacrosanta propiedad privada. Fernando Mattos, presidente de la Asociación Rural de Uruguay (ARU), deslizó en sus dichos de septiembre de 2006 un inocultable mensaje revestido de ultimátum para el gobierno: “No aceptamos como temas de debate el derecho a la propiedad privada y la ocupación de los lugares de trabajo como extensión al derecho de huelga... Para la ARU las ocupaciones constituyen lisa y llanamente un delito”. Entre los muy interesados espectadores de la arenga del caudillo rural se encontraban, en primera fila, Pepe Mujica, ministro de Ganadería, y Eduardo Bonomi, ministro de Trabajo... los dos miembros de la dirección del MLN-T.

Una vez finalizada la exposición de Mattos, era el turno de Mujica frente al micrófono. ¿Cuál podía ser la reacción de aquel veterano guerrillero, prisionero político y rehén de la dictadura militar durante casi una década, protagonista clave en la reconstrucción del MLN-T como fuerza protagónica y líder indiscutible del MPP; ante las injundiosas advertencias del presidente de la ARU (organización rural que rechaza la aplicación de jornada de ocho horas para sus trabajadores por insuficiente y por romper “con la tradición”), de frente a toda la prensa nacional?...

Mujica balbuceó, entonces, su réplica contemporizadora: “No soy un enemigo, ni represento enemigos. Estamos en el mismo barco; y en alguna medida algunos peleamos contra el tiento de la historia que nos quiere ahorcar, lástima que no se den cuenta...”

2. El interrogante que viene ganando espacios en el debate cotidiano uruguayo es simple y lascerante: ¿qué pasó? O, mejor dicho, ¿cómo pasó? ¿Cómo es posible comprender con razones lógicas la transformación del MLN-T, una de las organizaciones revolucionarias más singulares de América Latina, con una influencia a nivel popular inédita en la historia y con un pasado de lucha que no pudo borrar del mapa ni la más sanguinaria dictadura; devenida en un presente que ubica a la misma fuerza política en el gobierno como mayoría, con sus cuadros ocupando dos ministerios, seis bancas en el Senado y 18 en Diputados (y presidiendo ambas cámaras), con 52 ediles en todo el país y la alcaldía de Montevideo en sus manos?

¿Quién puede dejar de sorprenderse por la mutación de un MLN-T que modificó su estructura ideológica para prepararse para el desafío electoral y obtener así 320 mil sufragios, pero atado de pies y manos a una política económica que reconocen como ajena (“No estamos conformes con la política económica, pero como no presentamos una alternativa, mala suerte, será una pastilla y habrá que tragársela. Tenemos un gobierno de clase media”, afirmó sin ruborizarse Julio Marenales); comprometidos en todas y cada una de las concesiones que Tabaré Vázquez y su equipo realizaron para favorecer intereses rechazados por el ADN tupamaro?

¿Cuál es la opinión mayoritaria de las bases ahora, ante una dirección absolutamente devorada por la vorágine electoralista que exige, como una droga destructiva, cada vez un menor grado de definición para cualquier intento de ensanchar alianzas que permitan ratificar la influencia, aun cuando haya que “abrazarse con culebras” para juntar algún voto más...? (...)

Sudestada

 

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