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Medio Oriente, Medio Oriente :: 04/02/2020

Un plan diseñado a la medida del régimen de Tel Aviv

Jonathan Cook
El "acuerdo del siglo" tiene ya 70 años

El largamente anunciado “acuerdo del siglo” de Donald Trump no fue, en su mayor parte, ninguna sorpresa. A lo largo de los últimos 18 meses, algunos funcionarios israelíes habían filtrado muchos de sus detalles. La llamada “visión para la paz” revelada este martes tan sólo confirmó que el régimen de EEUU ha adoptado como propio y de manera pública lo que en Israel ya es un consenso establecido: que ese país tiene derecho a conservar de forma permanente los territorios de los que se apoderó ilegalmente durante los últimos 70 años (desde 1949) y cuya apropiación niega a los palestinos cualquier esperanza de un Estado.

La Casa Blanca ha descartado así su tradicional pose de “mediador honesto” entre Israel y los palestinos. Los líderes de estos últimos no fueron invitados a la ceremonia del martes, y de haber sido invitados no habrían ido. Este fue un acuerdo diseñado en Tel Aviv antes que en Washington y el punto era precisamente ese: asegurarse de que no habría socio palestino del otro lado de la mesa.

De qué se trata el acuerdo

“Visión para la paz” le dará a Israel el permiso de Washington para anexar la totalidad de sus asentamientos ilegales, actualmente esparcidos a lo largo y ancho de Cisjordania, así como la vasta cuenca agrícola del Valle del Jordán. Israel continuará además con su control militar sobre toda Cisjordania. El primer ministro Biniamin Netanyahu ha anunciado su intención de presentar tal plan de anexión ante su gabinete lo más pronto posible. Sin lugar a dudas, este será el pilar fundamental de su campaña de cara a la disputada elección israelí del próximo 2 de marzo.

El acuerdo de Trump también aprueba la ya existente anexión de Jerusalén Este por Israel y espera que los palestinos finjan que una aldea cisjordana en las afueras de esa ciudad es su capital Al Quds. Hay indicios incendiarios de que incluso se le permitirá a Israel dividir por la fuerza el complejo de la mezquita Al Aqsa para crear un espacio de rezo para los judíos extremistas, como ya ha ocurrido en Hebrón.

Además, la administración Trump considera, al parecer, dar luz verde a las viejas esperanzas israelíes de rediseñar las fronteras de manera tal de transferir a Cisjordania a cientos de miles de palestinos que ahora viven en Israel como ciudadanos de ese país. Tal cosa se trataría, ciertamente, de un crimen de guerra. El plan tampoco contempla el derecho al retorno de los cinco millones de refugiados palestinos. Por lo pronto, sus firmantes esperan que el mundo árabe se encargue de compensar a esos millones.

Un mapa compartido el martes por EEUU con los eventuales resultados territoriales del “acuerdo del siglo” muestra enclaves palestinos conectados por un caótico entramado de puentes y túneles, incluyendo uno que uniría Cisjordania y Gaza. El único beneficio acordado para los palestinos son las promesas estadounidenses de ayudarlos a (supuestamente) fortalecer su economía. Dado el espantoso estado de las finanzas palestinas tras décadas de robo de recursos a manos de Israel, no es una gran promesa.

El fin de la farsa de Oslo

Todo esto ha sido disfrazado como “una solución de dos Estados realista”, que le ofrece a los palestinos cerca del 70 por ciento de los territorios que ahora ocupan –los que a su vez representan apenas el 22 por ciento de su patria original. Dicho de otra manera: a los palestinos se les pide aceptar un Estado en el 15 por ciento de la Palestina histórica, luego de que Israel se ha apropiado de las mejores tierras agrícolas y de los recursos hídricos.

Como toda oferta “por única vez”, esta colcha de retazos bajo el nombre de Estado –sin ejército, y en el que Israel controla la seguridad, las fronteras, las aguas territoriales y el espacio aéreo– tiene fecha de vencimiento. Debe ser aceptado en los próximos cuatro años. De lo contrario, Israel tendrá vía libre para empezar a saquear incluso más territorio. Pero la verdad es que ni Israel ni EEUU esperan, o quieren, que los palestinos acepten.

Por eso es que se incluye, además de la anexión de los asentamientos, un conjunto de condiciones irrealizables para que Palestina –lo que quede de ella– pueda ser reconocida: los grupos políticos palestinos deben entregar sus armas y Hamás debe ser desmantelado; la Autoridad Palestina, encabezada por Mahmud Abás, debe quitarles a las familias de los presos políticos la ayuda económica; y los territorios palestinos deben reinventarse como una Suiza de Oriente Medio, con una democracia floreciente y una sociedada abierta y tolerante, todo ello bajo la bota de Israel, claro.

El plan de Trump termina con la farsa de que el proceso de Oslo, de 26 años, tenía como objetivo algo más que la capitulación palestina. Alinea completamente a EEUU con los esfuerzos israelíes, perseguidos por sus principales partidos políticos durante muchas décadas, para sentar las bases del apartheid permanente en los territorios ocupados.

Cálculos y beneficios

Trump invitó a Netanyahu, primer ministro interino de Israel, y a su principal rival político, el exgeneral Benny Gantz, para el lanzamiento del acuerdo. Ambos estaban ansiosos por expresar su apoyo irrestricto. Entre los dos representan cuatro quintos del "parlamento" del régimen israelí, y la principal batalla en las elecciones de marzo será en torno a quién de los dos puede afirmar que está en mejores condiciones para implementar el plan y, por lo tanto, asestar un golpe mortal a los sueños de un Estado palestino.

En la derecha israelí, sin embargo, también ha habido voces discordantes. Algunos grupos de colonos entienden que el plan está “lejos de ser perfecto”, una visión que seguramente Netanyahu comparte en privado. Es que en Israel la extrema derecha se opone a cualquier mención de un Estado palestino, por ilusoria que sea.

No obstante, Netanyahu y su coalición derechista se agarrarán alegremente de lo ofrecido por el régimen de Trump. Mientras tanto, el inevitable rechazo del plan por los líderes palestinos servirá en el futuro para justificar la apropiación de más tierras por Israel.

Hay además otros beneficios, más inmediatos, del “acuerdo del siglo”. Al permitir que Israel mantenga las ganancias ilícitas obtenidas tras su ampliación de la conquista de los territorios palestinos en 1967 (después del robo inicial de 1949), Washington ha dado su respaldo oficial a una de las mayores agresiones coloniales de la era moderna. De este modo, el gobierno de EEUU ha declarado una guerra abierta contra las ya débiles restricciones que impone el derecho internacional.

Trump también se beneficia en lo personal. Esto proporcionará una distracción frente a las audiencias de su 'impeachment', al tiempo que ofrecerá un potente estímulo a su base evangélica obsesionada con Israel y a los principales financistas de campañas –como el magnate de los casinos Sheldon Adelson–, en pleno período previo a las elecciones presidenciales.

Además, el presidente de EEUU le está dando una mano a un útil aliado político. Netanyahu espera que este empuje de la Casa Blanca permita a su coalición ultranacionalista hacerse con el mando en los comicios de marzo e intimide a los tribunales israelíes que evalúan los cargos penales en su contra. La forma en que planea extraer ganancias personales del plan de Trump se vio con claridad el martes: Netanyahu reprendió al fiscal general de Israel por acusarlo de corrupción y alegó que el funcionario ponía en peligro un “momento histórico” para el Estado de Israel.

Mientras tanto, Abás saludó el plan con unos “mil no”. Trump lo ha dejado completamente expuesto. O bien la Autoridad Palestina abandona su papel de proveedor de seguridad tercerizada al servicio de Israel y se disuelve a sí misma, o bien continúa como antes, pero no sin abandonar primero de forma explícita la ilusión de que en realidad busca convertirse en un Estado.

Abás intentará de todos modos aferrarse a su puesto, con la esperanza de que Trump sea derrotado en las elecciones de este año y de que un nuevo gobierno estadounidense vuelva a fingir apoyo al ya difunto proceso de Oslo. Pero si Trump gana, las dificultades de la Autoridad Palestina aumentarán rápidamente.
Nadie, y mucho menos la Casa Blanca, cree que este plan conducirá a la paz. Una preocupación más realista es qué tan rápido allanará el camino hacia un mayor derramamiento de sangre.

Brecha / La Haine

 

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