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Europa :: 08/11/2006

25 años después: La infructuosa cacería de submarinos «rusos»

Cándido
Un 28 de octubre de hace 25 años una noticia del informativo del mediodía de Radio Suecia, hizo atragantar el bocadillo de la pausa a millones de suecos: un submarino «ruso» había encallado en el archipiélago de Karlskrona, en el extremo sur del país, en las inmediaciones de una zona militar.

La información causó la imaginable conmoción nacional porque parecía ser que la anunciada invasión que algunos círculos político-militares habían pronosticado durante más de medio siglo, al fin se había confirmado. Se trataba del U 137, de la armada soviética, que según el primer ministro Thorbjörn Fälldin del gobierno burgués, de entonces, estaba, presumiblemente, equipado con armas atómicas.

Posteriormente se comprobó la existencia en la nave de dos torpedos con cargas nucleares. Abordado el submarino por oficiales suecos, el capitán ruso Anatolij Gusjtjin, explicó que todo el sistema de navegación se había averiado, que necesitaban ayuda para salir del encierro y presentó excusas, que luego fueron reiteradas por su gobierno, por el incidente.

Todo el proceso, en plena guerra fría, estuvo cargado de tensiones, exacerbación mediática y política del visceral anticomunismo de importantes y poderosos sectores suecos, y rápidamente adquirió dimensión internacional. Un enjambre de corresponsales extranjeros merodeaba entre las brumas del otoño (que en aquellas épocas llegaban en tiempo y forma) en los alrededores de Karlskrona.

El incidente se solucionó sin que corriera sangre, pero fue el punto de partida de una feroz, manipulada campaña y consiguiente cacería de submarinos «rusos» que «aparecían» hasta en las mismas aguas cercanas al Palacio del Rey en Estocolmo. La armada lanzaba todas las «baterías» de que disponía sobre los «invasores» pero la verdad, incontrovertida hasta ahora, es que nunca pudo identificarse y menos ser capturado ninguno.

La importancia de recordar esta historia, como profusamente se ha recordado estos días la revuelta húngara reprimida por los tanques soviéticos, es que uno de los principales promotores de esa «cacería» fue Carl Bildt el mismo que ahora es responsable de la política exterior de Suecia en el gobierno burgués que acaba de estrenarse.

Bildt, que era descrito por las caricaturas de la época en su stuga de verano observando día y noche con poderosos instrumentos ópticos las aguas del Báltico en la búsqueda del anhelado periscopio, envenenó no solamente las relaciones que, aunque siempre marcadas por la suspicacia, existían entre ambos países, sino que arremetió contra la política que Olof Palme y otros estadistas de entonces como Billy Brandt y Bruno Kreisky, postulaban respecto a la Unión Soviética. Que apuntaba a la coexistencia pacífica en vez de la confrontación nuclear.

En círculos militares, especialmente de la Armada, Palme era considerado un traidor y un peligro para la seguridad sueca. (Hay formas del anticomunismo que conducen al nazismo y la de entonces era una de ellas). Todos los sábados al mediodía, grupos nazis se apostaban frente a la tienda de NK en pleno centro de Estocolmo con carteles que mostraban a Palme a los abrazos con los dirigentes soviéticos. En febrero de 1986 Olof Palme fue asesinado en una calle céntrica de la capital sin que hasta ahora se haya descubierto a los criminales. Pero inspiradores intelectuales sí que los hubo.

Una acotación más, nada desdeñable. En 1983 una comisión investigadora de los supuestos submarinos rusos, presidida por el socialdemócrata Sven Andersson e integrada entre otros por Carl Bildt, falseó los datos y señaló a naves de la exUnión Soviética como autoras de las incursiones en aguas territoriales suecas. La conferencia de prensa con las «sensacionales revelaciones» tuvo lugar en horas del mediodía. A la tarde Carl Bildt viajó a Estados Unidos con el informe en su maleta. (Menos mal que no fue Lars Werner, el líder del entonces Partido de Izquierda Comunista (VPK) quien viajó a Moscú con el informe). Palme recriminó a Bildt su actitud irresponsable y poco digna. Investigaciones posteriores se abstuvieron de señalar, por falta de pruebas, la paternidad soviética de los incursores.

 

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