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Europa, EE.UU. :: 03/12/2022

Acerca del peligro de guerra nuclear

Francisco Fernández Buey
Ante la amenaza nuclear, Palmiro Togliatti presentó en 1963 en Bergamo una iniciativa para impulsar un movimiento de resistencia a la barbarie

Texto fechado en noviembre de 1984. Intervención del autor en las "Jornadas sobre el pensamiento político de Togliatti" organizadas por la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM) en el Instituto de Ciencias Jurídicas del CSIC (Madrid, 28, 29 y 39 de noviembre de 1984). Publicado en 'mientras tanto', nº 23, mayo de 1985, pp. 77-86.

Buena parte de la literatura actual sobre los antecedentes del movimiento contra las armas nucleares tiende a olvidar o sencillamente ignora las aportaciones de la tradición comunista en tal sentido. Paradójicamente, tal vez con la salvedad italiana, son autores de formación conservadora y de orientación política reaccionaria quienes -empeñados en probar la vinculación a Moscú de las organizaciones pacifistas europeo-occidentales- más atención suelen prestar hoy a las declaraciones antibelicistas hechas desde el final de la segunda guerra mundial por los partidos comunistas. Sin duda esos olvidos e ignorancias, al igual que la extensión de la capacidad manipulatoria del adversario, son síntomas del mal momento por el que pasa la cultura socialista en Europa. Como otro síntoma de lo mismo es, claro está, el escasísimo interés que ahora suscita el pensamiento político de quien, en palabras del viejo Lukács, fuera el más notable táctico del movimiento comunista desde la muerte de Lenin[1].

En tales condiciones, y tratándose de Togliatti, no estará de más dedicar unos minutos de estas Jornadas a su iniciativa de 1954 en relación con los peligros de guerra nuclear entonces existentes, ni se juzgará unilateral, según creo, reivindicar -al hilo de dicha iniciativa- la importancia de la tradición comunista como uno de los antecedentes ideales del movimiento que en estos últimos años se ha alzado en favor de la desnuclearicación. Pues es corriente, sobre todo en los sectores más jóvenes del movimiento, ver en el mismo la influencia del racionalismo autocrítico de científicos y filósofos ya preocupados por el peligro nuclear a mediados de los años cuarenta; o también, en ciertos casos, la herencia de más o menos antiguas creencias religiosas acerca de la violencia y de la guerra, de la tolerancia y de la paz; o incluso la continuación por otra vías de manifestaciones contraculturales sesentayochescas. Pero se pasa en cambio por alto que una de las primeras exhortaciones de abordar los problemas de la era nuclear bajo el punto de vista de especie, de la especie humana, procede justamente de la tradición comunista. En más de un aspecto interesante aún hoy ese llamamiento -que está en el discurso de Togliatti pronunciado en 1954- puede ser considerado como traducción política de la exigencia de Einstein a pensar de una forma nueva en la época de las armas atómicas.

La intervención de Togliatti en la sesión del comité central del PCI celebrada el 12 de abril de 1954 es conocida por el título con que casi un millón de copias la difundieron en todo el país: "Por un acuerdo entre comunistas y católicos para salvar la civilización humana". El discurso sorprendió, al parecer, a la mayoría de los entonces dirigentes del partido comunista italiano, aunque de manera favorable y seguramente no tanto por el fondo de la argumentación (ampliamente compartido) como por la radicalidad formal de la propuesta con que concluía. Un año antes fórmulas más alusivas a la exigencia de acuerdos políticos con sectores católicos habían producido malestar y protestas en varias organizaciones comunistas locales de importancia. Pero entretanto Togliatti había logrado, con el apoyo de Amendola[2], el desplazamiento de la dirección de las tareas organizativas del partido del principal punto de referencia para los grupos críticos en este sentido, Petro Secchia. Este hecho probablemente explica el tono nada diplomático de la intervención del secretario general.

En cuando al fondo del asunto, se ha discutido mucho si en esa fecha Togliatti estaba adelantando cosas que serían luego habituales a partir del XX Congreso del PCUS o si, por el contrario, se limitaba a expresar un punto de vista previamente adoptado por los inmediatos sucesores de Stalin, y en especial por Malenkov. Esto último no es nada probable, entre otras razones porque en 1954 los comunistas italianos conocían muy poco acerca de las intenciones de cada uno de los miembros de la dirección colegiada existente entones en la URSS, salvo tal vez lo que podía inducirse de la liquidación de Beria y de las primeras criticas genéricas al "culto de la personalidad". En cualquier caso, noticias tan escasas como esas, unidas -sobre todo- a la conclusión de la guerra de Corea[3] y a las constantes referencias de los dirigentes soviéticos a la coexistencia pacífica así como a la urgencia de la distensión en el plano internacional eran seguramente material más que suficiente para el olfato político de un hombre que en esas fechas llevaba ya treinta y tantos años de dedicación al movimiento comunista y había conocido a sus más influyentes y poderosos dirigentes en la URSS.

Así pues, si la estabilidad interna del PCI de la época explica la amplitud de la colaboración católico-comunista propuesta por Togliatti en aquel momento, la sospecha de que algo estaba cambiando en el núcleo dirigente del PCUS facilitaba una intervención centrada en la situación internacional a través de la cual se sugiere una profunda reconsideración del punto de vista terzointernacionalista sobre la guerra y la paz. El discurso de Togliatti empieza, en efecto, con una caracterización de la coyuntura mundial en la que destacada la denuncia de la intensificación de las posiciones agresivas del imperialismo norteamericano. Se ha dicho a posteriori que en la primera de 1954 se oteaba ya en el horizonte el final de la guerra fría y los comienzos de una nueva fase de distensión entre los EEUU de Norteamérica y la Unión Soviética. Pero sin duda no era esa la visión de las cosas que se tenía por entonces. El propio Togliatti alude, por ejemplo, a la intransigencia norteamericana en la Conferencia de Berlín y a las manifestaciones de la Administración Eisenhower contrarias a cualquier tipo de apaciguamiento. Se trata de un momento, por lo demás, en el ambas potencias trabajan frenéticamente en la fabricación y experimentación de la bomba H.

Este hecho constituye el trasfondo de toda la intervención de Togliatti. "El rasgo central de la coyuntura actual -afirma- es la constante progresión alcanzada en la producción de explosivos atómicos". No es solo la constatación de que en los años transcurridos desde Hiroshima se ha superado mucho el nivel explosivo y la capacidad destructiva de las primeras bombas atómicas lo que en tal circunstancia Togliatti pone en primer plano, sino también el que la fabricación y experimentación reciente de las bombas de hidrógeno hace prever que el nivel destructivo de las armas seguirá creciendo en el futuro. La consideración acerca del uso de la energía nuclear determina, por tanto, todo lo demás. Togliatti adopta al respecto el punto de vista mayoritario en la época incluso entre los científicos mejor situados para juzgar las consecuencias del nuevo tipo de energía: de un lado esta opone de manifiesto una vez más los progresos científico-tecnológicos de la especie humana, progresos -en palabras de Togliatti- "dignos de admiración"; de otro lado, en cambio, se indica la peligrosidad de la explotación de tales recursos en la medida en que puede conducir a la humanidad a una "catástrofe total". No hay referencias en el discurso togliattiano al programa norteamericano (expuesto pocos meses antes por el presidente Eisenhower) de utilización "pacífica" de la energía nuclear, como tampoco hay consideraciones acerca del vínculo entre ese uso y la potencial utilización militar de la misma. Esta última ausencia seguramente no se debe a ignorancia particular de Togliatti (pues años atrás el seminario fundado por él, Rinascita, había sido una de las primeras publicaciones comunistas europeas en dar cabida en sus páginas a ensayos de divulgación científica sobe la energía atómica), sino a que el proyecto de "átomos para la paz" era aún más reciente y, sobre todo, a que aquello que le preocupaba básicamente -como a la mayoría de los políticos y científicos consciente de esa época- es la forma en que el nuevo armamento tiende a cambiar la situación internacional, determinándola y agravando la tensión en las relacione entre estados.

En ese punto Togliatti hace suya la tesis de que la fabricación y posesión por ambas partes de ingenios destructores de tal naturaleza lejos de imposibilitar una nueva guerra mundial tiende, por el contrario, a acercar el uso de las armas "hacia lo inevitable". Por eso, responsabilizando a la Administración norteamericana de tal riesgo, piensa que en condiciones así es una pueril locura considerar las armas atómicas como instrumento de amenaza e intimidación (alusión directa a las declaraciones de algunos militares y políticos norteamericanos durante la guerra de Corea). Precisamente la evaluación de las consecuencias de un conflicto armado en el que se utilizaran armas nucleares y, consiguientemente, el examen de las posibilidades existentes en el sentido de impedir el curso destructivo de las cosas es lo que obliga a adoptar, en opinión de Togliatti, "un espíritu profundamente nuevo, radicalmente diferente" también desde la perspectiva comunista. Pues, aunque las estimaciones cuantitativas de los efectos de una guerra nuclear no habían alcanzado todavía la sofisticación que tienen en la actualidad, se sabía lo bastante sobre las consecuencias de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki como para juzgar plausible el sombrío horizonte de una planeta en el que "cualquier manifestación de la vida sería destruida, haciéndolo inhabitable durante decenas y decenas de años."

En su razonamiento, Togliatti añade dos notas adicionales a esta consideración: 1) que ni siquiera la potencia política y militar que se decidiera a emplear tales medios de destrucción masiva puede prever razonablemente todas las consecuencias de su acción; y 2) que las zonas más amenazadas son, en la coyuntura de 1954, las más pobladas constituyendo, por otra parte, "la sede de la civilización", hecho este que aparece como importante factor a tener en cuenta incluso desde la óptica ingenuamente optimista que especula con las posibilidades de recuperación cultural después de un desastre termonuclear. En este marco Togliatti necesita pocas palabras para rechazar de antemano la objeción que pudiera hacerse en el sentido de que un punto de vista así implica catastrofismo o fatalismo; le basta con formular la idea básica en forma condicional acentuando la crítica a los gobernantes norteamericanos: "Si se sigue el camino que proponen los actuales dirigentes de los EEUU, esa [la destrucción de la sede la civilización actual] será la desembocadura fatal e inevitable". Afirmación que exime de responsabilidad -mediante el silencio- a los dirigentes de la URSS.

La prudencia del informante es manifiesta, en cambio, al evitar los elogios entonces de rigor en los partidos comunistas a la Unión Soviética. Incluso cuando se refiere explícitamente a las diferencias de actitud en este tema entre los EEUU y la Unión Soviética, Togliatti se atiene a un punto de vista ampliamente compartido entre las personas (comunistas, socialistas, liberales o radicales) que inicialmente impulsaron el movimiento contra las armas atómicas, a saber: que el haberlas utilizado por primera vez, el ir por delante en la carrera por producir y desplegar nuevas bombas atómicas y el negarse a la declaración formal de no ser los primeros en emplearlas en caso de otro conflicto hacía recaer sobre USA la principal responsabilidad moral en este contencioso. Tal argumento había sido subrayado ya por Albert Einstein en 1947, a pesar de su opinión favorable a que los EEUU siguieran almacenando bombas como medida disuasoria y a pesar de su polémica durante aquel mismo año con académicos soviéticos acerca de la propuesta de limitación de las soberanías nacionales como forma de solucionar los más candentes problemas de la era nuclear. Una opinión similar acerca de la distinta responsabilidad de unos y otros fue defendida igualmente por las primeras asociaciones contra las armas nucleares que impulsaron en Europa central y occidental las movilizaciones masivas del final de la década de los cincuenta. Y a ese estado de ánimo parece remitirse Togliatti al afirmar a continuación que "no se trata de estar a favor o en contra de la Unión Soviética, sino de alentar los esfuerzos que en todos partes se están haciendo para alejar un peligro mortal."

También Togliatti, por lo demás, era consciente de la insuficiencia de los contactos entre gobiernos y de las iniciativas de los organismos internacionales a la hora de buscar salidas de esa encrucijada. Por ello, al examinar las vías de actuación alternativas, descarta de salida toda óptica politicista, propone detenerse a explorar "el campo de las relaciones humanas" y sugiere que debe prestarse atención preferente al sentir, a la voluntad de las grandes masas. Solo que en estas las actitudes observables no son homogéneas. El dirigente del PCI cree descubrir entre los trabajadores italianos, y señaladamente entre los obreros católicos de la época, síntomas de desesperación alimentados en parte por la falta de instituciones unitarias para hacer frente a la catástrofe y, en parte también, por la actuación de una jerarquía eclesiástica que en Italia se alineaba entonces abiertamente con el imperialismo norteamericano. Precisamente a estos síntomas de desesperación y al sentimiento de impotencia existente en ciertos sectores obreros opone lo que, en su opinión, puede ser una línea de conducta de "hombres razonable".

De ahí la iniciativa toglittiana. Una iniciativa no exclusivamente política ni meramente táctica: "Se abre la posibilidad de dar vida a algo que quisiera llamar movimiento, a una alineación de fuerzas muy diferentes por su naturaleza, carácter social y político; un movimiento para la conservación de la civilización humana, para la conservación de la humanidad misma." Cierto es que la autonomía con que Togliatti se refiere en ese contexto a un nuevo frente, a un frente aún más amplio y heterogéneo que los auspiciados en décadas anteriores, refleja todavía la formación política del dirigente terzointernacionalista. Pero ya la forma en que se subraya las diferencias no solo políticas sino también "de naturaleza" entre las potenciales componentes del movimiento, así como el carácter resistencial y conservador de culturas del mismo, y, sobre todo, la constante insistencia en reconsiderar "numerosas cuestiones de una manera nueva", con cosas que están anunciando un giro sustancial que adecúa la tradición comunista a una fase en la que armas nucleares y difusión del imperialismo amenazan la continuación misma de la especie humana sobre la tierra.

La sugerencia según la cual se hace necesario reconsiderar numerosos problemas es en el discurso de Togliatti muy genérica. Sus únicas concreciones en este sentido se refieren a una revisión de la relación entonces existente con católicos y socialistas; con estos últimos porque la orientación del laborismo inglés de esos años, al definirse abiertamente en favor de la prohibición de todo uso de las armas nucleares, permite situar en un segundo plano otras diferencias cuando lo prioritario es la situación internacional (el riesgo de catástrofe nuclear); con los católicos por su importancia numérica en Italia, por su presencia en el mismo partido comunista y por las discrepancias observables entre creyentes de base y jerarquía eclesiástica. Pero la concreción más interesante está formulada incoactivamente: lo que se busca no es un acuerdo basado en tales o cuales puntos coyunturales o acerca de aspectos inmediatos de la situación política interior, sino potenciar un encuentro ideal, un diálogo de fondo entre tradiciones distintas que facilite la articulación de un movimiento social de características insólitas hasta entonces.

Iniciativas así e incluso materializaciones de las mismas en movimientos sociales de composición muy heterogénea que priman el objetivo antinuclear o la defensa medioambiental sobre otras diferencias ideológicas o de creencias son cosas relativamente corrientes en la cultura euroamericana desde los años setenta. No lo eran, en cambio, en 1954. De ahí la originalidad de la propuesta de Togliatti; y de ahí también los numerosos obstáculos a los que habría de hacer frente. Significativa al respecto -como ha señalado Giorgio Bacca- fue la respuesta de Giovanni Spadolini en Il Corriere della Sera. Y significativa no solo por lo que hay en ella de desconfianza sectaria ante una propuesta que venía del partido comunista (actitud habitual tanto en la cultura católica oficial como en parte de la cultura laica de los años de la primera guerra fría), sino también y sobre todo por la retórica ignorancia con que el periodista italiano de mayor tirada en la época cree poder exorcizar los espíritus malignos. La oposición a las armas nucleares -escribía allí Spadolini- era cosa de espías moscovitas o de especuladores inveterados y, consiguientemente, el movimiento auspiciado por Togliatti era "la última maniobra instrumental para crear dudas y perplejidades en amplios sectores católicos que se inspiran en el pacifismo instintivo, inherente al mensaje evangélico."

Tampoco se puede decir que el razonamiento de Togliatti calara entonces muy hondo en el movimiento comunista en su conjunto. Bien fuera por falta de interlocutores, bien por el acoso al que durante esos años se sometió al movimiento obrero organizado, lo cierto es que la iniciativa togliattiana se quedó en sugerencia sin mayores repercusiones prácticas. Y cuando las cosas empezaron a cambiar, después de la crisis de los misiles en Cuba[4] y de la reorientación general de la iglesia católica durante el papado de Juan XXIII[5], se tendió en seguida a olvidar el susto mundial de 1962 y a proponer un diálogo católico-marxista en el que cosas como el peligro nuclear quedarían fuera de la consideración de los más. La política de vértice, en encuentro filosófico, el respiro ante la nueva fase de distensión y las preocupaciones sindicales del movimiento obrero (más que justificadas) dejaron poco a poco en segundo plano lo que había sido la motivación inicial de la propuesta de Togliatti. Solo excepcionalmente y en contadas ocasiones se recordó que la iniciativa del diálogo cristiano-marxista había brotado de una reflexión sobre el peligro de extinción de la especie humana en la era nuclear.

Pero el razonamiento de Togliatti tiene aún un par de prolongaciones todavía interesantes en la actualidad. En efecto, en una situación ya muy cambiada respecto de la de 1954, Togliatti volvía sobre el mismo tema en Bérgamo, el 20 de marzo de 1963[6]. Su pensamiento es ahora más definido, su afirmación de la necesidad de una revisión más contundente y sus concreciones políticas, aunque en una forma polémica, más decididas que en 1954. El punto de vista de especie queda subrayado desde el primer momento al indicar que la historia de los hombres ha adquirido una dimensión que nunca tuvo antes. Vivir con la espada de Damocles que significa el peligro nuclear constantemente amenazando a la humanidad obliga -argumenta Togliatti- a repensar nuestros conceptos acerca de la guerra y de la paz: "[Con la existencia de armas nucleares] la guerra se convierte en algo cualitativamente distinto de lo que había sido anteriormente, y la paz -en la que siempre se había pensado como un bien- se convierte en una necesidad si el nombre no quiere aniquilarse a sí mismo."

De ahí la exigencia de una "revisión global" que ahora se hace extensible no solo a las opiniones políticas sino también a la moral pública y a la moral privada. Dos ideas dominan el discurso togliattiano de Bérgamo: la reconsideración del concepto ilustrado acerca de las creencias religiosas y la condena de la política fundada en el equilibrio del terror. La primera es en realidad una ampliación del argumento de 1954 sobre el acercamiento católico-comunista y tiene dos partes: a) rechazar el diálogo o el encuentro sobre la base de alguna forma de compromiso en el campo de las creencias, lo que significa un recíproco reconocimiento de los valores de ambas tradiciones y una acentuación de la finalidad práctica de los acuerdos; b) abandonar la concepción dieciochesca según la cual la ampliación de los conocimientos científico-técnicos y el cambio de las estructuras sociales determinan por sí solos modificaciones radicales en la conciencia religiosa de los hombres.

La segunda idea básica del discurso de Bérgamo está sin duda relacionada con los esfuerzos internacionales por evitar la proliferación nuclear. Togliatti postula la negativa unilateral del estado italiano a hacerse con armamento nuclear y la neutralidad respecto de la OTAN y del Pacto de Varsovia. Es ahí donde la argumentación se hace polémica. El objeto de la crítica es también doble: el pseudorrealismo que infecta ya al partido socialista italiano y las posiciones fundamentales existentes en el interior del movimiento comunista, Al razonamiento según el cual los bloques militares opuestos sn una "realidad objetiva" por lo que no sería posible emprender una política exterior de neutralidad que prescindiera de ellos, Togliatti opone la objeción de que una vez aceptado eso toda política efectiva de paz -que no sea precisamente el equilibro del terror- se vuelva vana. La aceptación acrítica de lo que hay genera escepticismo, sumisión al mal existente y, en última instancia, fatalismo. En el límite -y por lo que hace al tema de la guerra y de la paz- tal posición acaba por coincidir con el punto de vista de quien afirma que mientras exista el imperialismo no es posible la conquista de una paz estable. Frente a unos y a otros Togliatti argumenta en Bérgamo que los hombres no tienen por qué elegir entre opciones así; los bloques militares son una realidad, pero no una necesidad, sino algo contingente, surgido en determinadas condiciones históricas, algo que la acción consciente de los hombres puede y debe eliminar.

Ya en la intervención de Bérgamo es posible encontrar los primeros ecos de la controversia abierta en el movimiento comunista inmediatamente después de la crisis de los misiles cubanos y del enfriamiento de las relaciones ruso-chinas. Por lo que hace a la cultura socialista (entendida en sentido amplio) -vino a decir allí Togliatti- los extremos se tocan: la realpolitik de los partidos socialistas resulta tan inoperante y paralizadora en el tema central de nuestra época como el tradicionalismo de los comunistas prochinos que se queda en la percepción de la causa última de las guerras contemporáneas sin advertir la novedad cualitativa que representan las armas nucleares. Esta es la segunda prolongación del discurso de 1954 que tienen interés comentar aquí. Pues vista con la distancia histórica que permiten los veintitantos años transcurridos desde el "gran susto" de 1962[7] -y liberada del fárrago retórico, de la repetición de citas rituales y de los juicios de intenciones inevitables en tales casos- la controversia Togliatti/Mao Tse-tung quedará tal vez como el primer intento serio hecho desde dentro de la tradición comunista por abordar uno de los problemas más centrales de la era nuclear, saber ¿cómo hacer compatibles los ideales emancipatorios del comunismo marxista en un mundo dominado a la vez por las armas nucleares y por la emergencia de los movimientos de liberación de pueblos acosados por el imperialismo? ¿Cómo, en tales condiciones, incorporar a la teoría y a la práctica políticas dos necesidades igualmente apremiantes y no siempre coincidentes, la que se sigue de un punto de vista de especie -que, como dice Togliatti, da un sentido nuevo a la lucha por la paz- y la que se sigue de un punto de vista de clase, obligatoriamente complicado por consideraciones geopolíticas en un mundo así, y que exige compromiso activo con las luchas emancipatorias y de liberación de trabajadores y pueblos?

Inútil hacerse la ilusión historicista de que la gran superadora de contradicciones ha logrado ya la síntesis. Lo que la historia de estos últimos veinte años tal vez ha conseguido es hacer conscientes a un mayor número de personas de la centralidad de esas preguntas, como lo prueba, entre otras cosas, el intento actual de complementación de las teologías de la paz y de la liberación. Cierto es que el recuperar aquel cabo suelto de la todavía relativamente reciente controversia entre el PCI y el PCCh en 1963-1964 hay planteamientos que por la fuerza de las cosas deben reconocerse como obsoletos. Por ejemplo, la aventurada afirmación del entonces grupo dirigente chino según el cual después de una guerra nuclear "los pueblos victoriosos crearán muy rápidamente, sobre las ruinas del imperialismo derrotado, una civilización mil veces superior a la existente bajo el capitalismo y construirán un futuro realmente maravilloso." Por ejemplo, la repetida metáfora del imperialismo como tigre de papel. O -para poner un ejemplo del punto de vista opuesto- la idea de que una democracia formal progresiva contendría a las fuerzas belicistas e iría educando a los ciudadanos en un nuevo concepto de la paz. Respecto de esto último parece seguir valiendo la simple -pero no por ello despreciable- repetición de Lenin por Mao Tse-tung: los europeos tienden a considerar que no son guerras aquellas que tienen lugar lejos de Europa.

En cualquier caso, un balance del punto de vista de Togliatti tendría que considerar como aciertos por lo menos los siguientes: la percepción temprana del carácter cualitativamente nuevo del armamento nuclear y de la determinación por dicho armamento de todo análisis de la situación internacional; la exigencia de una revisión profunda en aspectos sustanciales de la actividad política; la acentuación de la importancia de la neutralidad y de la argumentación crítica sobre la relación entre guerra e imperialismo; la previsión de la importancia creciente de las creencias (incluidas las religiosas) en un mundo dominado por el riesgo nuclear; y, sobre todo, la iniciativa de impulsar algo más que un frente amplio, un movimiento de resistencia a la barbarie y al desastre que integre ideales emancipatorios y punto de vista de especie, conservación cultural y transformación social. Junto a esos aciertos hay limitaciones de época que seguramente hoy resultarán muy obvios desde una perspectiva emancipatoria vinculada a los movimientos pacifistas europeo-occidentales. Entre ellos los siguientes: la reducción de la iniciativa a la colaboración y el acuerdo entre comunistas y católicos (lo que hace de un movimiento que se quiere mundial algo mucho más restringido); la formulación de la misma exclusivamente en el plano de los fines -la salvación de la civilización, de la humanidad-, lo cual deja fuera de la discusión un tema particularmente importante: cuáles son los medios más adecuados a la doble tarea, pacifista y emancipatoria, que se propone: el olvido eurocéntrico de la otra cara de la era nuclear, de las otras guerras.

En todo caso, el balance compensa el esfuerzo de volver a leer a Togliatti. Sobre todo en estos tiempos de despolitización.

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Notas bibliográficas

Bobbio, Il problema della guerra e la vie della pace, Milán, Il Mulino, 1979.

Bacca, G., Palmiro Togliatti, Bari, Laterza, 1973.

Einstein, Mis ideas y opiniones, Barcelona, A. Bosch, 1980.

Fernández Buey, "La oposición a la OTAN, el movimiento pacifista y las perspectivas de la izquierda en España", mientras tanto, 10, diciembre de 1981, pp. 35-51.

Kramish, The peaceful atom in foreign policy, New York: Harper, 1963.

Rotblat (ed), Los científicos, la carrera emancipatoria y el desarme, Barcelona: Serbal/Unesco, 1984.

Togliatti, Scritti scelti, Roma: Riuniti, 1964.

Togliatti/Mao Tse-tung, Una controversia sobre el movimiento comunista internacional, Barcelona: Icaria, 1978.

Spadolini, "Direttive comunista" en Il Corriere della Sera, 20 de abril de 1954.

Notas

[1] NE. Opinión no muy alejada de la de Manuel Sacristán y, probablemente, de la del propio FFB.

[2] NE. También dirigente político del PCI. Nacido en 1907, falleció en Roma en 1980.

[3] NE. Julio de 1953.

[4] NE. Octubre de 1962.

[5] NE. Entre 1958 y 1963.

[6] NE. Falleció un año después, en agosto de 1964.

[7] NE. El gran susto de la crisis de los misiles.

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