Ultimátum de 50 días


Después de los anuncios del fin de semana y la inyección de moral que había dado a Ucrania la Conferencia de Reconstrucción, en la que Kiev consiguió 11.000 millones de dólares en compromisos y en la que, sobre todo, recuperó el discurso de uso de la fuerza para conseguir los objetivos políticos, el día de ayer se definía como un punto de inflexión. Con la excitación de quien apenas puede esperar a que llegue el momento, Andriy Ermak [jefe de la oficina del presidente/dictador] publicaba el domingo por la noche en sus redes sociales un mensaje compuesto únicamente por un emoji, dos ojos, cuyo mensaje era escasamente sutil: lo bueno está al llegar y nadie puede perdérselo.
A las elevadas expectativas de la declaración política sobre el conflicto que se había anunciado que pronunciaría Trump había que añadir la esperada visita del mejor amigo de Ucrania en la administración estadounidense, el general Keith Kellogg. El recibimiento del trajeado Ermak con un fuerte abrazo y el anuncio de que Kellogg permanecerá en Ucrania una semana eran indicadores suficientes para comprender la señal que Kiev sabe que supone la visita. Al contrario que los recibimientos de líderes europeos, que acostumbran a viajar a la capital ucraniana para realizar anuncios ya preparados y promocionarse políticamente, el papel de Kellogg nunca ha sido propagandístico y cada uno de sus encuentros con los ucranianos denota el estado en el que se encuentra la relación entre Ucrania y Trump.
Suyo es el plan que ha aplicado el trumpismo desde su llegada al poder, especialmente desde el momento en el que, pasadas unas semanas de toma de control, Marco Rubio y el entonces Asesor de Seguridad Nacional Mike Waltz dieron el pistoletazo de salida al proceso con el que Trump, a base de alabar a Vladimir Putin y ofrecer a Rusia el retorno de las empresas estadounidenses, pretendía lograr fácilmente el final de una guerra que nunca se ha molestado en comprender. El planteamiento de Trump, siguiendo el plan de Kellogg y Fleitz, era pasar de la estrategia de escalada progresiva a la de incentivos y amenazas supeditando la entrega de armas a la voluntad de Kiev de negociación y castigando a Moscú con un aumento del flujo de asistencia militar a Kiev si era Rusia quien rechazaba la diplomacia.
Durante los tres primeros años desde el inicio de la guerra de la OTAN contra Rusia, EEUU y sus aliados europeos habían aumentado escalonadamente el volumen y la potencia de las armas enviadas a Ucrania para ir cruzando poco a poco cada una de las líneas rojas rusas tratando de mantener la diferencia entre la guerra proxy y el enfrentamiento directo para evitar una respuesta dura por parte de Rusia. Esa táctica descartaba completamente la posibilidad de una resolución diplomática al conflicto y daba por hecho que los países occidentales continuarían suministrando armas, munición, financiación, inteligencia e incluso mercenarios a Ucrania mientras fuera necesario, es decir, hasta que Kiev pudiera llegar a una mesa de negociación en la que imponer sus términos.
Como en ocasiones recordó Mijailo Podolyak [asesor del jefe de la Oficina del Presidente], el más dicharachero de los funcionarios ucranianos, Kiev no pretendía luchar pueblo a pueblo hasta recuperar la integridad territorial según las fronteras de 1991, sino que lo lograría por medio de su llegada a la fase diplomática en posición de fuerza. Aunque en la arrogancia de quien sabe que puede contar con los recursos de sus proveedores para presentarse en una negociación como más fuerte de lo que muestra el campo de batalla, ese discurso quedó vacío con el fracaso de la contraofensiva terrestre que debía poner a Rusia contra las cuerdas y obligar al Kremlin a aceptar el acuerdo que Occidente le presentara.
En realidad, pese a las diferencias de forma que se han manifestado entre EEUU y sus aliados europeos en los primeros cinco meses de Trump, el planteamiento europeo y de Biden es exactamente el mismo que la actual Casa Blanca, con el aplauso del Reino Unido, Francia, Alemania y la Unión Europea como colectivo, ha aplicado contra Irán. En el momento en el que quedó claro que Occidente no iba a lograr el acuerdo de rendición que esperaba conseguir de Teherán, se produjo el ataque israelí primero y estadounidense después, un ejemplo de la paz por medio de la fuerza a la que aspiraban los países europeos, aunque no necesariamente Biden, algo más moderado que sus socios europeos. Y con razón, visto el fracaso militar de Netanyahu y Trump.
Sin embargo, hasta esta misma semana, Trump se había mantenido relativamente firme en su intención de conseguir sus objetivos por medio de explotar los alicientes e incentivos que entendía que estaba ofreciendo a Rusia. Sin embargo, en una guerra que desde 2022 fue considerada existencial por el Kremlin, discurso cada vez más aceptado por una parte importante de la población rusa desde el momento en el que armas occidentales comenzaron a atacar el territorio de la Federación Rusa, la posibilidad de volver a comerciar con Washington difícilmente podría considerarse suficiente.
Pese al actual discurso, en el que se afirma que Rusia no ha cumplido sus compromisos, nunca se ha llegado a una verdadera negociación. Como ha admitido el propio Kellogg, lo que EEUU ha logrado es la hoja de términos de ambos bandos, sus verdaderas posiciones negociadoras. A partir de ahí, el general afirma haber logrado una mezcla de las dos para lograr un acuerdo viable que, coincide completamente con la propuesta europea y ucraniana, una casualidad que no ha podido ser pasada por alto por el Kremlin.
La propuesta de Kellogg, que jamás se ha negociado en las conversaciones entre Rusia y Ucrania y es cuestionable incluso que se haya debatido en las reuniones entre Rusia y EEUU, implicaba la aceptación rusa de la presencia de tropas de países de la OTAN y dejaba la puerta abierta a la adhesión futura de Ucrania a la Alianza, ya que no había un compromiso de neutralidad por parte de Ucrania ni de renuncia a la expansión por parte del bloque militar. Aunque no se trataba de la única línea roja de la propuesta de Kellogg, ese punto hacía ya absolutamente inviable que Rusia fuera a firmar un acuerdo en esos términos sin haber sido militarmente derrotada.
En las condiciones actuales, con una Ucrania cada vez con más dificultades para reponer sus filas, aguantar el asalto terrestre y repeler los certeros ataques con misiles y drones -antes derribados en algunos casos-, creer que la mera presencia de Trump o vagas promesas de comercio futuro o levantamiento de sanciones a largo plazo iban a ser suficiente aliciente para convencer al Kremlin es una muestra más de la incomprensión de la realidad por parte del equipo de política exterior del trumpismo.
En el caso de Kellogg, su actitud podría simplemente responder a una opinión de la guerra más cercana a la de Ucrania y sus aliados europeos que a la de Trump en el momento en el que asumió el cargo. Es de suponer que esa percepción fuera el motivo por el que Rusia vetó a Keith Kellogg en favor de Steve Witkoff, ahora más centrado en lograr en Gaza el acuerdo que desean Trump y Netanyahu que en la inexistente negociación entre Rusia y Ucrania, en la que la delegación ucraniana ha recibido la orden de no negociar ninguna cuestión política.
Con la rapidez con la que habitualmente cambia de opinión, Trump, el hombre cuyo equipo decía negociar con Irán de buena fe, que modificó los términos a mitad de la negociación y que apoyó un ataque militar de su proxy regional en el momento en el que comprendió que no iba a ser capaz de lograr el acuerdo que quería, volvió a quejarse ayer de lo que considera un engaño de Vladimir Putin. "Hablo mucho con él", afirmó en su rueda de prensa con Mark Rutte. "Cada vez que cuelgo pienso, ha sido una llamada muy agradable", continuó sin tener en cuenta que jamás se ha negociado un alto el fuego, para añadir que posteriormente Rusia bombardea "a todo el mundo". La escasa mortalidad de los bombardeos de larga distancia rusos (fundamentalmente dirigidos a fábricas y bases militares) no es un factor en la valoración del estado de la guerra.
"Estoy muy decepcionado con el presidente Putin. Creía que era alguien que decía lo que decía, que hablaba con tanta belleza y luego bombardeaba a la gente por la noche. Eso no nos gusta", había declarado a la prensa el día anterior, ignorando, por supuesto, los bombardeos ucranianos, el hecho de que no puede esperarse de Rusia un alto el fuego unilateral después de la Operación Tela de Araña y sin caer en la cuenta de la hipocresía que supone criticar los bombardeos rusos y suministrar las armas con las que Israel ha bombardeado Irán y ataca a diario Gaza, causando una cifra de civiles muertos muy superior a la de la guerra de Ucrania. Según el último recuento de Naciones Unidas, la guerra de Ucrania ha causado desde 2022 la muerte a 13.580 civiles, 716 de ellos menores, una cifra dramática, pero que palidece ante el destrozo causado por Israel en Gaza, donde según Save the Children han muerto más de 70.000 civiles y 18.000 menores a causa de las bombas del régimen de Netanyahu.
Las sonrisas de Richard Blumenthal y Lindsey Graham, patrocinadores de la legislación que prevé aranceles del 500% para los países que comercien con el sector energético ruso y no aporten financiación para la defensa de Ucrania -es decir, China-, anunciaban para hoy el cambio de tendencia que los halcones estadounidenses y el establishment político europeo llevaban seis meses esperando. "Espero que en los próximos días veamos un flujo de armas a un nivel récord para ayudar a Ucrania a defenderse... Espero que en los próximos días Europa apoye más sus esfuerzos para ayudar a Ucrania. Putin cometió un error de cálculo. Durante seis meses, el presidente Trump intentó convencer a Putin para que se sentara a la mesa de negociaciones", afirmó Graham en su aparición de este domingo en Face the Nation.
En su línea habitual, Graham manipula la realidad, ya que Rusia sí acudió a una mesa de negociación en la que el papel de Ucrania era, como han reconocido sus propias autoridades, mostrar que Kiev no es un obstáculo para la paz. Lástima que no negoció nada. En otras palabras, el régimen ucraniano buscaba cubrir las apariencias para evitar que la parte de amenazas y castigos del plan Kellogg-Fleitz se activara contra Ucrania y lo hiciera, como está a punto de suceder ahora, contra Rusia.
Según afirmó el secretario general de la OTAN, de visita en Washington, Trump le comunicó su cambio de opinión el pasado jueves, momento en el que comenzó a hablarse del masivo suministro de armas que Ucrania va a recibir a corto plazo. El entusiasmo por la guerra ha sido evidente a lo largo del fin de semana, con los países europeos dispuestos nuevamente a movilizar recursos para apoyar a Ucrania en la guerra común contra Rusia. En el estilo actual de alabar al papi Trump y concederle todos sus deseos, Mark Rutte mostró públicamente su felicidad por el hecho de que vayan a ser los países europeos los que carguen con el coste del futuro suministro. "Quieres que Ucrania tenga lo que necesita, pero quieres que lo paguen los europeos, algo que es totalmente lógico", declaró ante la prensa mientras el presidente de EEUU asentía.
Horas antes, Donald Trump había dejado clara la jugada: EEUU va a "enviarles varias piezas de material militar muy sofisticado y ellos", los europeos, "van a pagarnos el 100% por ello". Es "un negocio para nosotros". De esta forma, y siempre sin admitir que el uso de la fuerza es el reflejo del fracaso de su plan de conseguir la paz y de sus supuestamente legendarias habilidades para conseguir acuerdos, EEUU busca compaginar no invertir más dinero en la guerra de Ucrania con proteger a su proxy europeo y obtener beneficio económico.
Sin embargo, de la misma manera que ha hecho con Irán, donde Trump y su aliado israelí provocaron un escenario bélico que posteriormente se vio obligada a detener la Casa Blanca para salvar a su socio sionista, otorgándose solo las medallas por la paz y no por la guerra, EEUU no cambia de discurso. Frente a Mark Rutte, Donald Trump afirmó que "creo que es una oportunidad para conseguir la paz. Europa tiene un gran entusiasmo por esta guerra. Realmente creen que es una cosa muy, muy importante o no lo estarían haciendo".
Mientras Ucrania vuelve a entusiasmarse por la posibilidad de volver a lanzar ataques con misiles en el territorio profundo de la Federación Rusa, recuperando la táctica de hace un año de Biden, Trump habla ya de la importancia de la guerra emulando a su predecesor. "Tenemos esperanza en el liderazgo de EEUU, pues está claro que Moscú nunca parará si a sus ambiciones, que no son razonables, no se les pone coto a través de la fuerza", había declarado tras su reunión con Keith Kellogg horas antes Voldymyr Zelensky. Ambos presidentes coinciden en el cuestionable uso de la palabra paz como eufemismo del escenario soñado, pero que ni llega ni deja de costar vidas e infraestructuras a Ucrania.
Sin embargo, pese a la excitación existente sobre el anuncio de la pronta entrega de grandes paquetes de amas, que según Axios incluirán "misiles de largo alcance capaces de alcanzar territorio profundo de la Federación Rusa, incluyendo Moscú", aún no se ha anunciado la opción nuclear en lo que respecta a las sanciones. En su rueda de prensa con el feliz secretario general de la OTAN, Trump no confirmó sanciones secundarias a los países que comercien con Rusia, ni la incautación de los alrededor de 5.000 millones de dólares en activos rusos retenidos en EEUU como esperaban algunos analistas. Al estilo de sus aliados europeos y de su predecesor, Trump anunció un ultimátum: EEUU impondrá sanciones secundarias en forma de aranceles del 100% a los países que sigan manteniendo relaciones comerciales con la Federación Rusa si no hay acuerdo de paz en 50 días.
Con esa amenaza a Rusia y aumento del flujo militar a Ucrania -a cargo de los países europeos y con beneficio para EEUU-, Washington activa exactamente los términos marcados por el plan Kellogg-Fleitz de hace un año y busca hacer cargar a Rusia con toda la responsabilidad de conseguir un acuerdo final, imposible si no cuenta con un interlocutor dispuesto a negociar y con la orden de hacerlo.
Rusia cuenta con siete años de experiencia en el uso y abuso de las negociaciones para ganar tiempo, y Ucrania solo tiene que conseguir dilatar las negociaciones hasta principios de septiembre para garantizarse las sanciones que lleva años exigiendo y que insiste -de forma evidentemente exagerada- que harían imposible para Rusia continuar luchando.
slavyangrad.es / lahaine.org