Ataques iraníes a objetivos militares en Israel y la batalla contra la desinformación


En las últimas 48 horas, la mayor oleada de ataques con misiles y drones por parte de Irán contra los territorios ocupados marca un nuevo capítulo en una escalada regional que no muestra signos claros de desescalada.
Frente a esta realidad, las autoridades israelíes, con el respaldo de sus principales plataformas mediáticas, han desplegado una ofensiva informativa destinada a responsabilizar a Teherán de un ataque deliberado contra el hospital Soroka, en la ciudad de Be'er Sheva.
No obstante, la veracidad de estas acusaciones ha sido puesta en entredicho por múltiples fuentes independientes y análisis basados en evidencia geoespacial. Informaciones recogidas en medios hebreos indican que uno de los misiles iraníes impactó en las inmediaciones del hospital, pero expertos militares y mapas satelitales demuestran que el verdadero blanco del ataque fue el cuartel general de mando y comunicaciones del ejército israelí (IDF C4I), ubicado en el parque tecnológico Gav-Yam Negev, contiguo al hospital Soroka. Las imágenes evidencian la proximidad física entre el complejo militar y el centro sanitario, lo que inevitablemente genera preguntas sobre la decisión de Israel de emplazar instalaciones militares sensibles junto a infraestructuras civiles.
Teherán, aunque no ha emitido declaraciones específicas sobre el incidente en Be'er Sheva, ha reiterado en comunicados previos que sus ataques se limitan a objetivos estrictamente militares y responden a agresiones anteriores, como el bombardeo al consulado iraní en Damasco. Esta narrativa sugiere que Irán actúa dentro de un marco de autodefensa legítima, en respuesta a las constantes provocaciones y ataques israelíes.
Infraestructura militar en entornos civiles: la estrategia israelí
Cabe destacar que los centros atacados albergan miles de efectivos militares israelíes, además de sistemas de mando digital, operaciones cibernéticas y las estructuras C4ISR (comando, control, comunicaciones, computación, inteligencia, vigilancia y reconocimiento) del ejército sionista. El diario británico The Guardian también confirmó que el hospital Soroka se utiliza para atender a militares israelíes, mientras que el Ministerio de Salud israelí admitió que el hospital continúa funcionando, sufriendo solo daños menores.
Por otro lado, la organización Maguén David Adom, encargada de emergencias médicas en Israel, reconoció que el verdadero objetivo de los misiles iraníes fue el centro de investigaciones biológicas contiguo al hospital. Este centro, considerado una zona de seguridad sensible, fue estratégicamente ubicado junto al hospital para utilizarlo como escudo humano y cobertura. La pregunta fundamental que se desprende es: ¿por qué Israel decide situar instalaciones militares y de espionaje tan cerca de infraestructuras civiles vitales? Esta práctica pone en grave riesgo a la población civil y constituye una instrumentalización de espacios sanitarios con fines militares.
Distinciones legales y políticas entre ataques
Equiparar el ataque iraní --que impactó en la periferia del hospital Soroka, pero no en su interior ni con el objetivo de destruirlo-- con los ataques israelíes repetidos e intencionados contra hospitales palestinos es, además de jurídicamente incorrecto, políticamente engañoso. La operación iraní no fue una "represalia" por los bombardeos a hospitales en Gaza, sino un acto legítimo de autodefensa amparado en el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, dirigido contra un objetivo militar de alto valor: el centro de mando e inteligencia de las Fuerzas Armadas israelíes.
El Derecho Internacional Humanitario establece, bajo los principios de necesidad militar y proporcionalidad, que los ataques deben limitarse a objetivos militares legítimos y evitar daños excesivos a la población civil en relación con la ventaja militar anticipada. En este caso, Irán apuntó a un blanco militar cercano al hospital, utilizando drones en lugar de misiles de gran potencia para minimizar los daños colaterales y proteger vidas civiles.
Las evidencias visuales indican que no hubo daños estructurales significativos en el hospital, solo efectos secundarios derivados de las ondas expansivas, como ventanas rotas, lo que confirma que se respetaron los principios de proporcionalidad y precaución.
En contraste, la conducta israelí en Gaza ha implicado ataques sistemáticos y reiterados contra hospitales, incluyendo bombardeos directos, el incendio de pacientes y la muerte de bebés en incubadoras, hechos ampliamente documentados. Este uso intencionado de infraestructuras médicas como blancos constituye una práctica que muchos expertos califican como un componente del genocidio contra la población palestina.
Militarización de infraestructuras civiles y acusaciones infundadas
La ubicación deliberada de bases militares junto a hospitales es una estrategia israelí para militarizar infraestructuras civiles, permitiéndoles acusar infundadamente a las víctimas palestinas de "escudos humanos".
Paradójicamente, esta política hace que cada acusación israelí contra la población civil palestina se convierta en una confesión indirecta de su propia instrumentalización militar.
Un escenario regional que se complica para Israel
A nivel geopolítico, la escalada actual no está resultando favorable para Israel. Hace menos de una semana, el régimen israelí lanzó un ataque devastador contra Irán, logrando infligir daños considerables y mostrando una aparente confianza en la debilitada posición del Eje de Resistencia.
Sin embargo, desde entonces, la realidad sobre el terreno ha cambiado: Israel ha perdido su principal refinería de petróleo, una infraestructura crítica para su economía y capacidad bélica. Los daños económicos suman miles de millones de shekels, mientras que Irán ha mantenido sus ataques diarios con misiles y drones, incluso después de reducir su volumen inicial. Las imágenes de destrucción han comenzado a sobrepasar las fronteras de los enemigos tradicionales de Irán, evidenciando un cambio en el alcance y en la dinámica del conflicto.
Impacto en la sociedad iraní y reacciones internacionales
Estos ataques israelíes han provocado un efecto contrario al esperado dentro de Irán. Lejos de provocar divisiones, han conseguido unir a amplios sectores de la sociedad iraní bajo la bandera de la defensa nacional. Este fenómeno es especialmente relevante en un momento en el que, hace apenas unas semanas, pocos imaginaban que la movilización social alcanzaría tal nivel de consenso y determinación.
Por otra parte, la escalada ha obligado a EEUU a reactivar su presencia en la región, a pesar de ser consciente de que está entrando en un terreno peligroso y hostil. La presión sobre Washington es creciente, ya que cualquier implicación directa en el conflicto puede suponer consecuencias desastrosas para sus intereses en Oriente Medio.
Finalmente, la ofensiva israelí también ha provocado un incremento significativo en el apoyo internacional a Irán. A pesar del control que ejercen los grandes medios de comunicación, ciudadanos y movimientos sociales de todo el mundo manifiestan solidaridad con la República Islámica. Incluso grupos que semanas atrás mostraban posturas sectarias o enfrentadas, se han unido en apoyo a la causa iraní, marcando un giro significativo en la percepción global del conflicto y desmontando décadas de guerra mediática contra Teherán.
En definitiva, la reciente escalada entre Irán e Israel revela no solo la complejidad y brutalidad del conflicto regional, sino también la necesidad de analizar los hechos con rigor y perspectiva crítica, alejándose de narrativas simplistas y sesgadas. Mientras Irán actúa dentro de un marco legítimo de autodefensa, Israel continúa desplegando tácticas que ponen en riesgo a la población civil y desafían los principios fundamentales del Derecho Internacional. La verdadera comprensión de este conflicto requiere reconocer las responsabilidades y contextos de cada actor, y evitar confundir actos militares legítimos con campañas sistemáticas de agresión contra infraestructuras civiles que caracterizan un patrón de violencia genocida.
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El escudo israelí bajo presión: análisis técnico de la ofensiva iraní
Desde que Israel iniciara la ofensiva contra Irán el pasado 13 de junio, desoyendo una vez más la legalidad internacional, la dimensión militar y técnica del conflicto ha cobrado un protagonismo inusitado. Irán, lejos de limitarse a una respuesta reactiva, ha desplegado una estrategia ofensiva sofisticada, basada en un uso masivo y diversificado de misiles balísticos y drones, con el objetivo de saturar y vulnerar el entramado defensivo israelí.
Este artículo, basado en fuentes abiertas y en el análisis del 'Middle East Think Tank METT project', ofrece un examen detallado de los principales elementos técnicos y tácticos que están definiendo el curso de esta guerra.
La arquitectura del arsenal iraní: profundidad, redundancia y modernización
Irán ha desarrollado un modelo de disuasión basado en la cantidad, dispersión y modernización constante de su arsenal misilístico. La mayoría de sus misiles balísticos --incluyendo modelos como Fateh-313, Qiam-1 y los más recientes misiles hipersónicos-- se encuentran almacenados en complejos subterráneos profundamente excavados. Estos emplazamientos están formados por túneles interconectados que albergan cientos de proyectiles y ojivas.
Esta arquitectura, diseñada para resistir ataques, dificulta notablemente la detección y destrucción de los activos estratégicos iraníes. Cada sitio puede contener misiles con cargas explosivas equivalentes a una tonelada de TNT en promedio. La detonación accidental o provocada de estos depósitos podría desencadenar explosiones de hasta un kilotón, fácilmente detectables por satélites y sensores internacionales.
Sin embargo, hasta la fecha no se ha registrado ninguna explosión de esta magnitud, lo que indica que los ataques israelíes no han logrado penetrar la infraestructura crítica iraní y que la capacidad de represalia de Teherán permanece intacta.
Aunque han circulado rumores sobre posibles explosiones relacionadas con estos ataques, ninguna ha sido confirmada oficialmente. En cualquier caso, incluso de haber ocurrido, se trataría solo de un sitio de almacenamiento, sin poner en duda la capacidad misilística iraní.
Preparación para una guerra prolongada y escalada regional
Resulta poco realista pensar que Teherán no haya contemplado la posibilidad de que este conflicto escale hacia una guerra regional más amplia, que incluya la participación de EEUU.
Todo apunta a que Irán se está preparando para un conflicto de desgaste a gran escala, con una estrategia de uso calculado y reservado de sus misiles para las fases posteriores de la contienda.
La entrada de EEUU en el conflicto sería devastadora, ya que activaría la participación de las fuerzas ofensivas iraníes de corto alcance y marítimas, aumentando significativamente la presión sobre el sistema combinado de defensa antimisiles de EEUU e Israel.
Desde esta perspectiva, Teherán percibe una oportunidad para ganar una guerra de desgaste prolongada, explotando sus capacidades ofensivas a largo plazo y desgastando progresivamente las defensas combinadas de ambos países.
Misiles balísticos y drones: saturación y adaptación táctica
En el terreno operativo, Irán ha lanzado ya más de 370 misiles balísticos contra territorio israelí en menos de una semana. La estrategia iraní no consiste en ataques dispersos o esporádicos, sino en oleadas coordinadas con la intención de saturar las defensas y exponer sus puntos débiles.
Los misiles empleados incluyen modelos de corto, medio y largo alcance, cuyas trayectorias y perfiles de vuelo están diseñados para dificultar tanto la detección como la intercepción por parte de los sistemas israelíes.
El uso combinado de drones y misiles balísticos añade una complejidad adicional: los drones, por volar a baja altitud y en trayectorias impredecibles, obligan a los radares israelíes a dividir su atención y recursos, mientras que los misiles balísticos, con velocidades supersónicas y trayectorias balísticas, ponen a prueba la capacidad de reacción y discriminación de los sistemas defensivos.
Vulnerabilidades técnicas del escudo israelí: saturación y agotamiento
El sistema de defensa antimisiles israelí se articula en varias capas: la Cúpula de Hierro para amenazas de corto alcance, David's Sling para misiles de rango medio y el sistema Arrow (II y III) para interceptaciones de largo alcance y fuera de la atmósfera.
No obstante, la guerra actual ha evidenciado limitaciones técnicas y logísticas que Irán ha sabido explotar con efectividad:
Saturación del sistema: Cada misil balístico iraní requiere, en la práctica, al menos un interceptor israelí para neutralizarlo. Ante ataques masivos, la cantidad de interceptores disponibles resulta insuficiente, permitiendo impactos directos en ciudades israelíes.
Coste y reposición limitada: El precio de cada interceptor oscila entre 95.000 y 140.000 euros para sistemas de gama media, y puede alcanzar hasta un millón de dólares para los interceptores Stunner de David's Sling. El ritmo de consumo supera la capacidad de reposición y, a mediados de junio, no se han registrado entregas masivas de nuevos interceptores.
Fallas y sobrecarga: Según el análisis del METT project, tras seis días de bombardeos, las reservas de misiles Arrow-3 están cerca de agotarse. Se han reportado múltiples fallos en interceptores, abortos en mitad de trayectoria y errores en la clasificación de objetivos, lo que agrava la presión sobre el inventario y la coordinación defensiva.
Limitaciones de la Cúpula de Hierro: Este sistema, diseñado principalmente para cohetes de corto alcance, ha mostrado eficacia limitada contra misiles balísticos de alta velocidad y trayectorias fuera de la atmósfera, como los utilizados por Irán. La saturación y la incorporación de misiles de nueva generación han permitido a Teherán sortear el escudo en varias ocasiones.
Irán ha introducido en el conflicto una nueva generación de misiles hipersónicos, según anunció la Guardia Revolucionaria, capaces de maniobrar a altas velocidades y evadir los sistemas convencionales de defensa.
Estos proyectiles combinan velocidad, maniobrabilidad y trayectorias impredecibles, planteando un desafío inédito para los radares y algoritmos de interceptación israelíes.
Adicionalmente, existen indicios del uso de técnicas de guerra electrónica iraníes para interferir en los sistemas de radar y comunicación israelíes, dificultando la detección temprana y la coordinación defensiva.
El empleo de señuelos y la variabilidad en los perfiles de vuelo complican aún más la tarea de los operadores israelíes, ampliando la brecha defensiva.
Resultados y tendencias: el desgaste como objetivo
A mediados de junio, la tendencia es clara: la tasa de lanzamiento iraní --aproximadamente 65 misiles balísticos diarios-- supera los umbrales de consumo defensivo en todas las capas del sistema israelí.
El colapso parcial de las capas superior y media del escudo ya es observable, especialmente en el sector central de Israel. Si el ritmo se mantiene, las brechas sistémicas en las zonas críticas se agravarán en los próximos días, según el METT project.
Las imágenes recientes muestran lanzamientos múltiples de interceptores por cada amenaza, reflejando inestabilidad en el seguimiento radar bajo condiciones de enjambre y preocupación por la fiabilidad tras un uso prolongado.
Los informes confirman un aumento significativo de fallos, abortos y errores en la clasificación de objetivos, lo que agrava la presión sobre el inventario y la coordinación defensiva.
Conclusión: una guerra de desgaste en clave técnica
Desde la óptica militar y técnica iraní, la guerra actual representa la culminación de años de inversión en capacidades de disuasión y ataque asimétrico.
La combinación de misiles balísticos de nueva generación, drones, guerra electrónica y tácticas de saturación ha puesto en jaque la arquitectura defensiva israelí, evidenciando que ningún sistema es infalible frente a un adversario que sabe adaptarse y explotar sus debilidades.
El conflicto demuestra que la cantidad, dispersión e innovación pueden ser tan decisivas como la sofisticación tecnológica. Para Irán, el desgaste progresivo --más que la victoria rápida-- constituye el objetivo central de su estrategia.
En este pulso militar, la resistencia y capacidad de adaptación se han convertido en las armas más efectivas de Teherán frente a la presión israelí y sus aliados.
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Irán-Israel: una guerra por el futuro de Asia Occidental
El ataque israelí contra Irán del pasado 13 de junio ha supuesto no sólo el colapso definitivo de cualquier posibilidad de acuerdo nuclear, sino también la apertura de un nuevo frente militar en Asia Occidental que amenaza con tener consecuencias económicas globales.
Si las rutas energéticas clave, como el estrecho de Ormuz, se ven afectadas, las repercusiones llegarán con rapidez a Occidente.
Un ataque sin justificación verificable
El gobierno israelí ha defendido la ofensiva como una acción "preventiva" frente a una supuesta amenaza inminente de que Irán construyese una bomba nuclear. Sin embargo, no existe evidencia creíble que respalde tal afirmación. Los informes más recientes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), publicados justo un día antes del ataque, criticaban la falta de transparencia de Irán pero reiteraban que Teherán no estaba desarrollando armamento nuclear.
Incluso la inteligencia estadounidense ha confirmado que la República Islámica no se encuentra actualmente en proceso de construcción de un arma atómica. A pesar de ello, Israel ha interpretado el informe del OIEA como una situación de emergencia. Pero lo cierto es que el documento no incluía ninguna información novedosa: se limitaba a reiterar datos conocidos y sancionados por las partes implicadas.
En este contexto, el ataque israelí se presenta como una maniobra unilateral, cuyo verdadero objetivo dista mucho de ser la no proliferación nuclear. La señal más evidente de que algo se gestaba llegó apenas días antes del ataque. El miércoles anterior, se filtraron rumores sobre la evacuación de tropas estadounidenses en Bagdad y en bases del Golfo. Algunos medios estadounidenses hablaron entonces de una ofensiva israelí inminente. No obstante, Irán, ocupado en preparar la sexta ronda de conversaciones en Omán, confiaba en el proceso diplomático.
El ataque sorpresa: una estrategia conocida
La ofensiva israelí del jueves 13 se desarrolló con una violencia notable. No sólo se dirigió contra instalaciones militares y nucleares, como Natanz y Fordow, sino que golpeó zonas residenciales. Una táctica ya empleada por Israel en sus campañas contra Hezbolá en Líbano y Hamas en Gaza: aprovechar su superioridad en inteligencia para desestabilizar políticamente al adversario.
Natanz, por estar menos fortificada, fue uno de los blancos preferentes. Pero incluso expertos israelíes reconocen que un ataque convencional no puede desmantelar completamente el programa nuclear iraní. Sólo podría retrasarlo. Y para que la destrucción fuese efectiva, sería necesaria una intervención terrestre, algo que Israel no puede hacer en solitario. De ahí que el apoyo estadounidense sea esencial en cualquier estrategia de ataque prolongado.
De hecho, diversos think tanks alineados con la línea dura de Washington han propuesto una estrategia de bombardeos mensuales contra Irán, con el objetivo de crear una guerra permanente de baja intensidad. Una doctrina que se alinea con la estrategia israelí de desgaste regional.
Durante las primeras seis horas del ataque, Irán no activó sus defensas ni respondió. Pero desde la tarde del jueves, comenzó a lanzar misiles balísticos contra territorio israelí. Algunos de estos misiles, ya probados en 2024, lograron burlar los sistemas antiaéreos de Israel. Las imágenes de Tel Aviv y otras ciudades impactadas son prueba del daño infligido.
Irán posee miles de misiles almacenados en bases subterráneas, fuera del alcance de ataques convencionales. Esta capacidad disuasoria deja en evidencia la imposibilidad de destruir por completo su potencial defensivo mediante ataques aéreos.
Además, la ofensiva israelí no ha generado división interna en Irán. Por el contrario, ha unificado al país. Incluso sectores tradicionalmente críticos con la República Islámica han cerrado filas ante lo que consideran una agresión externa de carácter existencial.
Netanyahu y la "Doctrina del Pulpo"
Desde la perspectiva del gobierno israelí, la guerra en Gaza tras el 7 de octubre de 2024 no fue un episodio aislado, sino el inicio de una nueva estrategia regional. La operación se vio seguida por el asesinato de Ismail Haniyeh en un ataque selectivo en Teherán, bombardeos sistemáticos contra posiciones de Hezbolá en el sur del Líbano y objetivos de Ansarolá en Yemen. A finales de ese mismo año, la inestabilidad en Siria derivó en la caída del régimen de Bashar al Asad. Lejos de interpretarlos como fenómenos desconectados, Israel enmarca todos estos acontecimientos en una narrativa de lucha contra lo que denomina los "tentáculos del pulpo iraní".
Según esta doctrina --popularizada por altos mandos de seguridad israelíes--, Irán no solo respalda a actores armados en la región, sino que los dirige como extensiones operativas de su política exterior. En consecuencia, Israel ha pasado de una estrategia centrada en "cortar los brazos" de este eje a una que apunta directamente a la "cabeza": es decir, al Estado iraní. La contención ya no es suficiente. Ahora se impone, desde esta óptica, una política de neutralización preventiva.
Esta transición táctica refleja también un cambio en los objetivos a largo plazo. Más allá de la disuasión, Israel parece apostar por debilitar el aparato institucional y de seguridad de la República Islámica, con la expectativa --explícita o implícita-- de provocar un colapso interno. En este contexto, sectores de la oposición iraní en el exilio han intensificado sus campañas mediáticas. Entre ellos, Reza Pahlaví, hijo del último sha, ha reiterado en los últimos días su apoyo a la ofensiva israelí, adoptando en redes sociales una retórica casi idéntica a la del primer ministro Netanyahu.
Esa coincidencia discursiva ha generado malestar entre parte de la diáspora iraní, incluso entre quienes se oponen firmemente al régimen actual. En Irán, la reacción ha sido aún más negativa. La distinción que tanto Pahlaví como Tel Aviv insisten en establecer --entre el régimen islamista y "el pueblo iraní"-- ha sido percibida como una fórmula ajena a la complejidad política del país y, para muchos, como una expresión de arrogancia externa.
En realidad, el tejido nacional iraní no se articula de forma tan binaria. Numerosos sectores críticos con la República Islámica mantienen, sin embargo, un fuerte sentimiento nacionalista que rechaza cualquier forma de injerencia extranjera. Las referencias al exilio alineado con potencias hostiles evocan memorias históricas dolorosas, como la alianza del grupo Muyahidín-e Jalq (MEK) con Saddam Hussein durante la guerra entre Irán e Irak en los años ochenta. Comparaciones de este tipo han comenzado a aparecer en medios y foros políticos, erosionando aún más la legitimidad de propuestas externas de cambio de régimen.
En este sentido, una visión histórica de largo plazo permite entender por qué ni EEUU ni Israel son percibidos como agentes de mejora para la sociedad iraní, más allá del envoltorio propagandístico. La historia contemporánea de Irán pone de manifiesto la falta de sinceridad de las potencias occidentales respecto a sus promesas hacia el país. Desde el golpe de Estado de 1953 contra el primer ministro Mohammad Mosaddeq --tras su decisión de nacionalizar el petróleo iraní--, las intervenciones foráneas no han traído consigo progreso ni estabilidad. Más bien han contribuido, en distintos momentos, a consolidar formas de represión interna o a bloquear procesos de soberanía nacional.
La retórica israelí --centrada en una supuesta "guerra contra el régimen, no contra el pueblo"-- ha perdido eficacia dentro de Irán. Para amplios sectores de la sociedad, el bombardeo de infraestructuras clave, la muerte de figuras civiles y los ataques a centros industriales no se interpretan como maniobras quirúrgicas, sino como actos hostiles dirigidos al país en su conjunto. La consecuencia inmediata ha sido un cierre de filas en torno a la soberanía nacional.
EEUU: ¿estrategia o improvisación?
EEUU mantiene una postura ambigua respecto a Irán. Desde hace años participa en ejercicios militares conjuntos con Israel, orientados a una eventual intervención directa. En 2002, una simulación militar reveló que un conflicto abierto con Irán podría acabar en desastre para Washington. A pesar de ello, estos ejercicios han continuado, y el último se celebró en 2023, en aguas del Mediterráneo.
En el plano político, el discurso estadounidense ha sido consistente: demonizar al régimen iraní, deslegitimar sus aspiraciones nucleares y presentarlo como un actor irracional. Cualquier intento de promover el diálogo es inmediatamente tachado de propaganda pro régimen, lo que impide la apertura de un debate público honesto sobre la política exterior hacia Irán. Incluso Donald Trump, a pesar de su retórica incendiaria, exploró en varias ocasiones la posibilidad de llegar a un nuevo acuerdo con Teherán. En cambio, la administración actual parece atrapada en una lógica de escalada permanente.
Algunos analistas iraníes sostienen que Trump permitió las negociaciones en Omán solo para ganar tiempo mientras Israel preparaba su ofensiva. Otros consideran esa hipótesis demasiado sofisticada para una administración caracterizada por su erratismo. En cualquier caso, existe un consenso creciente sobre el hecho de que Netanyahu ha forzado la mano de Washington, buscando arrastrarlo hacia una confrontación militar directa.
Irán ante una amenaza existencial
El impacto político del ataque israelí del 13 de junio ha sido significativo en Irán. Hasta ahora, dentro del amplio espectro institucional del país, predominaban las posturas que abogaban por mantener la adhesión al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) como herramienta diplomática y de contención estratégica. La apuesta por un enfoque negociado seguía vigente en distintos círculos políticos, académicos y diplomáticos.
Sin embargo, la ofensiva israelí ha alterado ese equilibrio. Por primera vez en años, se abren debates que hasta hace poco permanecían cerrados, como la utilidad misma del TNP o la necesidad de redefinir el concepto de disuasión en un contexto regional cada vez más volátil. Propuestas que solían situarse en los márgenes del consenso comienzan a adquirir visibilidad en los medios nacionales y en discusiones parlamentarias.
El politólogo Abolfazl Bazargan, en declaraciones recientes, advirtió que "la experiencia de países como Irak, Libia o Siria demuestra que aquellos que carecen de una disuasión efectiva quedan expuestos a campañas prolongadas de desestabilización o intervención externa". Desde esta óptica, el programa nuclear iraní ya no se enmarca exclusivamente en una lógica técnica o de prestigio nacional, sino en un debate existencial sobre las garantías mínimas para la continuidad del Estado frente a amenazas externas.
Los objetivos seleccionados por Israel lo confirman: ataques a infraestructuras energéticas, instalaciones estratégicas y asesinatos selectivos de figuras clave. El objetivo de Tel Aviv es claro: neutralizar a Irán y someterlo a una desestabilización permanente, como ha ocurrido con Siria. Para Israel, el caos es preferible a un Estado funcional con capacidad militar y autonomía política.
Autonomía estratégica bajo asedio
Los recientes asesinatos selectivos de altos mandos del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) han puesto en evidencia una brecha tecnológica entre Irán y el eje EEUU-Israel en ámbitos como la vigilancia satelital. Estas operaciones, algunas de ellas ejecutadas en el propio territorio iraní, han subrayado las fortalezas del adversario, al tiempo que plantean desafíos importantes para los sistemas de contrainteligencia de Teherán. No obstante, estos hechos no deben interpretarse como señal de una estrategia iraní en retroceso, sino como parte de un conflicto asimétrico en el que Irán ha consolidado ventajas significativas en otros terrenos.
Sin embargo, en el terreno de la guerra convencional, la situación es distinta. Irán ha desarrollado un sistema de disuasión basado en misiles balísticos de bajo coste y alta capacidad de producción. Frente a ello, Israel depende de un sistema antimisiles sofisticado pero extremadamente costoso, sostenido en gran parte gracias a la asistencia militar estadounidense. Este desajuste económico --donde un misil iraní barato obliga a Israel a gastar millones en interceptores-- plantea interrogantes crecientes en el Congreso de Washington.
La guerra en Ucrania ha agudizado esta dinámica. La presión sobre los recursos militares estadounidenses ha limitado su capacidad para abastecer simultáneamente a Kiev y Tel Aviv. Esta escasez de suministros ya repercute en la eficacia del escudo antimisiles israelí.
A este cuadro se suma un factor habitualmente subestimado: la resiliencia del complejo militar-industrial iraní. Forjado a lo largo de más de cuatro décadas de sanciones, este aparato se ha desarrollado bajo criterios de autosuficiencia, adaptabilidad y eficiencia. Según estimaciones oficiales, Irán puede mantener su ritmo de producción y lanzamiento de misiles durante largos periodos. Esta capacidad no solo sustenta su estrategia de desgaste, sino que constituye un activo central de su política exterior.
Las imágenes difundidas desde Israel --a pesar de la censura militar-- muestran fallos en su sistema de defensa multinivel. Esto debilita la narrativa oficial sobre la capacidad del Estado para garantizar la seguridad ciudadana y erosiona el consenso interno basado en la promesa de protección ante un entorno hostil.
Esta percepción ha sido explotada por otros actores del eje de resistencia, especialmente Ansarolá --el movimiento con base en Yemen--, que ha compartido tácticas y estrategias con Irán. Uno de los objetivos clave de esta colaboración ha sido crear una sensación de inseguridad permanente en la población israelí. A través de ataques masivos y sostenidos, buscan forzar a la ciudadanía a permanecer en refugios antiaéreos durante largos periodos, afectando la vida cotidiana y minando la confianza en la capacidad del Estado para garantizar su protección.
En este escenario, los estrategas iraníes no descartan una eventual expansión del conflicto a otros frentes regionales. El Golfo Pérsico, en particular, representa una zona de alta sensibilidad. Irán considera que Emiratos Árabes Unidos es uno de los eslabones más vulnerables de la alianza occidental, debido a su elevada exposición económica y su limitada profundidad estratégica. No es casual que Abu Dabi se haya abstenido de alinearse claramente con Israel desde el inicio de las hostilidades. Un conflicto regional de gran escala podría golpear de forma devastadora a la economía emiratí, altamente dependiente de la estabilidad y del comercio internacional.
Arabia Saudí, por su parte, ha optado por una política de distensión con Irán en los últimos años, en parte como forma de evitar verse arrastrada a un enfrentamiento de alto coste. El acercamiento diplomático entre Riad y Teherán, materializado en 2023 con la mediación de China, ha sido interpretado por muchos analistas como un intento saudí de proteger su hoja de ruta económica --la llamada "Visión 2030"-- de la volatilidad regional.
En cuanto al programa nuclear iraní, Teherán lo ha concebido más como una herramienta de negociación que como un camino efectivo hacia la bomba. Esta visión ha sido criticada durante años por los sectores más radicales del espectro político iraní, los llamados principalistas, que consideran excesivamente ingenua la apuesta por el diálogo con Occidente. Sin embargo, incluso el exdirector de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), Mohamed ElBaradei, reconocía en sus memorias que el programa nuclear iraní buscaba, más que la confrontación, el reconocimiento internacional como potencia regional. Por ello, en el acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA, por sus siglas en inglés), Irán aceptó limitaciones significativas, aunque logró mantener intacta su infraestructura de enriquecimiento.
Durante las cinco rondas de negociación indirecta con EEUU en los últimos años, Teherán insistió en un enfoque basado en garantías verificables: levantamiento efectivo de las sanciones, respeto a su programa nuclear civil y reconocimiento de su papel regional. Para Israel, sin embargo, ese escenario constituía una amenaza estratégica mayor que cualquier arma atómica: un Irán reconocido, estable y no subordinado a la arquitectura de seguridad dominada por Washington y Tel Aviv. Por ello, Netanyahu y sus sucesivos gobiernos trabajaron activamente --y con cierto éxito-- para torpedear el acuerdo desde sus inicios.
Desde la perspectiva iraní, el conflicto actual no gira prioritariamente en torno a su programa nuclear, sino en torno a una cuestión más profunda: la voluntad política de mantenerse al margen del sistema de dominación regional articulado por Israel y respaldado por EEUU. En este marco, los dirigentes de la República Islámica no ven la confrontación como un episodio más en la larga historia de tensiones con Occidente, sino como una crisis existencial. Si Irán consigue atravesar esta etapa sin ceder a las exigencias de Washington --que incluyen el desmantelamiento de su autonomía estratégica, la paralización definitiva del enriquecimiento nuclear y el abandono de su presencia e influencia regional--, el desenlace supondría un punto de inflexión en el equilibrio geopolítico del Sur Global.
En última instancia, para Teherán el conflicto no se reduce a un desafío militar ni a una mera pugna táctica, sino que se inscribe en una lucha estructural por la soberanía estatal, el derecho a la autodeterminación y la posibilidad de resistir un orden regional diseñado desde fuera. Lo que está en juego no es únicamente el papel de Irán en Oriente Próximo (Asia Occidental), sino la afirmación de que un Estado del Sur Global puede sostener un proyecto autónomo y soberano --no alineado, resistente a la presión externa-- frente a una arquitectura internacional que continúa operando bajo la lógica de la subordinación geopolítica.
Conclusión: el futuro de Asia Occidental en juego
El conflicto entre Israel e Irán no es un episodio aislado. Es una confrontación estructural entre dos visiones de la región: una, la del dominio militar y estratégico israelí con respaldo occidental; otra, la de un Irán que reclama autonomía, influencia y reconocimiento. El desenlace de esta disputa no solo redefinirá el equilibrio de poder en la región, sino que influirá decisivamente en las posibilidades de otros países del Sur Global que aspiran a resistir la lógica de la subordinación geopolítica.
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