Benedicto XVI se fue con el año viejo

El papa Benedicto XVI, se hizo muy conocido en el Vaticano como el Cardenal Ratzinger, mano derecha de Juan Pablo II y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio.

Ratizinger tenía la vocación de un cruzado para revivir la antigua institución de la Inquisición, y un pasado en las juventudes hitleristas que certificaba su orientación ideológica. Pero en los nuevos tiempos no se trataba de mandar a la hoguera a las brujas, judíos y moros, sino de hacer limpieza en la iglesia de los restos de la teología de la liberación y a desempoderar a otras corrientes progresistas que habían crecido al amparo del impulso renovador de la prédica del papa Juan XXIII y el Concilio Ecuménico II.

Si Juan Pablo II, que sucedió al asesinado Juan Pablo I, protagonizó el giro hacia la restauración conservadora, le toco al papa Benedicto ocuparse de la limpieza ideológica hacia el interior de la iglesia. Benedicto XVI asumió como papa convencido de que tenía fuerzas suficientes para devolver a la iglesia su poder, su misión de guía moral de las élites mundiales, pero se encontró con un mundo más complejo.

El Vaticano era parte de negocios sucios, y de relaciones oscuras, que incluían a la mafia y no quedó al margen de los escándalos financieros. Estando la iglesia inserta en un mundo en que se caían algunas máscaras, no tardaron en golpear a las puertas de su papado miles de denuncias por abusos sexuales cometidos por curas pederastas. Y para completar los males, su mayordomo Paolo Gabriele filtró documentos ocultos y el mundo conoció, gracias al Vatileaks, secretos del Vaticano que nunca debían ser revelados.

Benedicto, a diferencia de su antecesor, siempre estuvo más preocupado por la teología que por la política internacional. Sin embargo, tuvo algunas intervenciones poco felices. En tiempos en que el poder militar de EEUU y la Unión Europea se descargó contra Libia e Irak, reivindicó al emperador bizantino Manuel II, que descalificaba a las enseñanzas de Mahoma y proponía “la difusión de la fe con la espada”.

La identificación de las aventuras belicistas de las potencias occidentales con las Cruzadas no cayó bien en los pueblos del sur, sin embargo, tuvo alto impacto en los grupos neonazis que han resurgido en todo el mundo y han rescatado su simbología. Benedicto XVI se quedó sin fuerzas y renunció en febrero de 2013, lo que fue un hecho inusual, que no se producía desde los tiempos de Gregorio XII, hace seis siglos. Fue sucedido por Jorge Bergoglio, el papa Francisco I.

La convivencia entre un papa abdicante pero vivo y un papa vigente, no debe haber sido fácil, pero sus conflictos no salieron nunca a la luz pública. Los dos pertenecen a sectores conservadores de la iglesia católica. No olvidar que el cardenal Bergoglio se preocupó particularmente en la Argentina por identificar y perseguir a sacerdotes y monjas que se seguían identificando con la teología de la liberación.

Sin embargo Benedicto XVI siempre fue un elitista y Bergoglio un populista, que se identifica como hincha de San Lorenzo, toma mate, y piensa que hay que dale batalla al crecimiento de los evangelistas en los barrios populares. Seguramente el último encargo de la rosca vaticana a Benedicto fue controlar los arranques populistas de Francisco I. Con los resultados a la vista, puede considerarse que cumplió su última misión.

A pocos días de la Navidad, y cuando en los territorios en que vivió y predicó Jesús de Nazareth el Estado de Israel sigue matando niños sin que el Vaticano se de por enterado, se confirma que a pesar de todos sus esfuerzos por alcanzar la pureza teológica, Benedicto no pudo evitar el castigo que Dios y la vida reservan a sus malos hijos. Morirse viejos y solos, sin pena, ni gloria.

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