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Mundo, Argentina :: 24/01/2023

Celac: la integración en disputa

Carlos Fazio
La reunión de la Celac tiene la alternativa de profundizar una integración regional consensuada, como herramienta estratégica basada en la autodeterminación

En medio de una fractura geopolítica y geoeconómica epocal, signada por la transición del modelo unipolar globalista/atlantista hegemonizado por EEUU (el llamado Occidente colectivo que tiene de brazo armado al Pentágono y la OTAN y su buró político/financiero corporativo privado en Davos, Suiza, con sus perros guardianes, el Banco Mundial y el FMI), a otro multipolar, cuyos principales centros de poder emergentes son las naciones del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), la séptima Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en Buenos Aires, será escenario de una discusión estratégica sobre modelos de integración regional.

La cumbre de la Celac, mecanismo intergubernamental que agrupa a 33 países con independencia de sus sistemas políticos y económicos (unidad en la diversidad), se da en el contexto de la guerra comercial-financiera-tecnológica de las administraciones Trump/Biden contra China, nación definida como principal amenaza a la hegemonía imperial en la Estrategia de Seguridad Nacional que orienta el accionar del Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Sin ambages, en diciembre último el secretario de Defensa, general Lloyd Austin, dijo que EEUU debe usar su poder militar para frenar la influencia de China en el orbe, y mientras arma a Taiwán, ha buscado incluir al gigante asiático como objetivo de la OTAN en la región Indo-Pacífico.

A su vez, la guerra híbrida por delegación de EEUU contra Rusia en Ucrania, que China no quería, está dirigida a impedir militarmente la integración euroasiática, eje fundamental de la estrategia de la Nueva Ruta de la Seda del presidente chino, Xi Jinping. El sabotaje anglosajón contra los gasoductos rusos Nord Stream en el Báltico, buscó romper nexos vitales de Europa comunitaria (Alemania, en particular) con Rusia y China. Ucrania forma parte y es prolegómeno de la guerra fría de Joe Biden contra China en Asia Oriental.

La Ruta de la Seda, red de infraestructura multimodal (carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos, parques agroindustriales) que abarca los cinco continentes, permitió que en la última década la inversión extranjera directa (IED) de China en América Latina creciera casi siete veces, situándose en 171 mil millones de dólares, desplazando a EEUU como principal inversor regional.

En ese marco de relaciones geopolíticas y geoeconómicas complejas se inscriben sendas guerras de Biden contra China: la de los chips y la del litio. Los chips informáticos avanzados son la columna vertebral de las capacidades económicas y militares de la era digital. La tecnología es la base del poder militar y también de la productividad económica y la posición competitiva en el mercado mundial. Y Biden, como antes Trump, intenta por todos los medios bloquear el desarrollo tecnológico chino, aislándolo de las cadenas mundiales de suministro de chips de última generación; lo que forma parte de la estrategia provocadora de EEUU contra China en Taiwán.

Paralelamente, con el telón de fondo del asimétrico y neomercantilista ­T-MEC (Tratado México, EEUU, Canadá), durante la décima Cumbre de Líderes de América del Norte a principios de enero, Biden, Justin Trudeau y Andrés Manuel López Obrador acordaron impulsar una industria de chips subregional para frenar la dependencia de semiconductores de Asia. Asimismo, como parte de la repotenciación de México como país maquilador −dada las ventajas para la relocalización de empresas asiáticas en su territorio (nearshoring)−, Biden y Trudeau consiguieron que las corporaciones privadas de EEUU y Canadá tengan preferencia en la explotación del litio mexicano (declarado con un tono épico similar al de la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas, de utilidad pública y reservado en exclusiva para México y los mexicanos según la reforma a la Ley Minera del 20 de abril de 2022).

Es decir, en la disputa por el liderazgo de la transición energética que está en el centro de la actual confrontación geopolítica −donde los países de América Latina constituyen un importante reservorio de recursos naturales críticos como las tierras raras y el litio, que junto con el níquel, el cobalto y el manganeso es un componente crítico de las baterías−, la flamante Asociación de Seguridad de Minerales, creada por EEUU con Canadá, Reino Unido, la Unión Europea, Australia, Japón y Corea del Sur (la OTAN metálica la bautizó Reuters), no tendrá que usar contra México el sambenito que el Comando Sur del Pentágono esgrime en el Triángulo del Litio (Chile, Argentina y Bolivia): que China y Rusia están allí para socavar a EEUU y a la democracia. Además de que la cooperación táctica y estratégica de las fuerzas armadas de México y EEUU busca alcanzar hacia 2030 una gran compatibilidad operativa como socios en defensa para la protección de Norteamérica y la promoción de la seguridad y el liderazgo regional.

Ante la rebelión directa de Rusia y China contra la unipolaridad globalista de EEUU, Davos y sus vasallos eu­ropeos –dirigida a imponer un gobierno mundial al margen de la ONU con los valores y las reglas extraterritoriales de Washington−, y de cara a los procesos golpistas impulsados por el complejo militar industrial y los poderes fácticos en Perú, Brasil y Bolivia en la coyuntura, la reunión de la Celac tiene la alternativa de profundizar los intentos de una integración regional consensuada, como herramienta estratégica basada en la autodeterminación, la soberanía, la cooperación, la complementariedad económica y la solidaridad; sin el neomonroísmo de la Alianza para el Progreso, la OEA y el ALCA.

Una integración regional con enfoque de multipolaridad y multilateralismo; sin medidas coercitivas unilaterales y sanciones ilegales desestabilizadoras, exenta de militarización, bases castrenses y paramilitarismo. Libre de colonialismo interno y externo y que valorice el legado multicultural y la memoria histórica de los pueblos originarios. Que coloque al hombre y la mujer de a pie como centro de sus políticas económicas y no al Dios mercado, eje de la corrupción, que significa acumulación de dinero y poder por medio del soborno, la extorsión y el asesinato. Una integración con horizontes del buen vivir/vivir bien, y por qué no, socialista.

La Jornada

 

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