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Colombia :: 27/05/2015

Colombia: donde el sueño y la utopía se transforman en proyecto

Magdalena Enjolras
"Por eso, nosotros, las FARC-EP, hablamos de dejación de armas y no de entrega de armas." Un viaje al corazón de la guerrilla

Se despidió de mí con una sonrisa.

La pistola colocada entre la cintura y los pantalones, prominente, en la que formas blancas adornaban el cinto. Debe ser pesado, pensé. El saludo de manos afectuoso, las ganas de abrazarnos uno a otro, las manos un poco toscas, terminamos ambos sonriendo al deseo de un adiós sentido, y un abrazo desordenado terminó surgiendo, las manos apretando los dedos, en el rostro un beso de despedida, en mi oído las palabras susurradas: Cuídate.

Un joven guerrillero de las FARC-EP. No tendría más de 20 años. Fue él quien había ido a buscarme al pueblo X y quien había tenido la tarea de llevarme hasta el Comandante M. Fue él también quien había tenido la tarea inversa, traerme de vuelta al pueblo X, Ustedes hablaron mucho.

La organización del acercamiento al Comandante M exigió seguidas y tediosas etapas hasta el destino final, donde el encuentro finalmente se realizaría. Donde ese extraordinario, cálido y expectante encuentro se llevaría a cabo al sabor de unas Águila light.

La llegada al primer punto había sido un par de días antes. Llegué a la ciudad V donde los compañeros me recibirían en una espera que casi desespera. Normal, me dirían. Así es, así tiene que ser. Todo es clandestino. Todo se habla entre medias palabras. Debería haber salido al día siguiente de mi llegada, pero no salí. Debería haber salido dos días después de mi llegada, pero no salí. Debería haber salido tres días, cuatro días, cinco días después de mi llegada. Y cuando pensé que ya no era posible, que las condiciones para el encuentro no estaban dadas por las circunstancias mismas de esa tan exigente y heroica lucha, donde la atención requiere ser extrema, salí.

Durante el transcurso de la conversación con el Comandante M, él me dijo, La primera vez que uno viene acá, en general viene acompañado; pues a ti te toco venir sola.
No vi, pero sentí la cálida sonrisa: Pues aquí estas, y eso es lo importante.

Día 1

La salida de la ciudad V. La aprehensión de lo que sería ese tan esperado encuentro causaba una sensación en donde la expectativa y la intranquilidad imponían algún nerviosismo. Desayuné una comida que me mantendría durante una docena de horas.

A las 5:15 de la mañana estaba en el taxi que, 10 minutos más tarde, me dejaría en la terminal. A las 5:30 me fui a la ciudad de QR. Aquí, un pasaje ya estaba reservado a mi nombre hacia la ciudad Y. El viaje sería en un jeep, y tal vez por la reserva, tal vez por mera simpatía, viajaría en el asiento al lado del conductor, mientras que detrás los otros pasajeros se comprimían entre sudores. El camino era de macadán. Y mi atención se centró en el paisaje. Y en lo que no podía olvidar decir si el Ejército o la Policía Militar me paraba.

En un punto del camino, el jeep es obligado a parar. En la ventana, brutales, fríos y sospechosos ojos, acompañan las violentas palabras: De que país eres tú? Mi mirada tranquila y fija debe haberlo desorientado. Tranquilamente respondí, De Canadá. Pasaporte! Lo di. Lo revolvió, lo miró, me miró, Que haces aquí? Soy profesora e investigadora y trabajo en el tema de la agro-minería; vengo aquí para colaborar con una asociación campesina. Me devolvió el pasaporte, Que le vaya bien. Y el jeep siguió su viaje.

Llegada a Y.

Había que hacer una llamada telefónica para informar de mi llegada. Aquí dejaría la mayoría de mis (siempre excesivas e inútiles) pertenencias en una casa. Las habría de recuperar al regreso, cuando, dos días antes de la salida final, todavía tendría tiempo para visitar a un amigo con el que había compartido el pánico y el miedo durante el Paro Agrario del 2013, cuando en el refugio humanitario C, el ESMAD [Escuadrón Móvil Antidisturbios] atacó el campamento donde se encontraban más de mil campesinos y mineros. Disparos con balas reales, un compañero que casi murió de las heridas provocadas por los golpes y puñaladas sufridas, yaciendo en estado crítico en un hospital improvisado, cubierto con una lona, donde la luz eléctrica se mantenía gracias a un generador, el helicóptero amenazante, disparos, láseres entre los arbustos a nuestro alrededor, disparos, una potente luz constantemente enviada al centro del campamento por decenas de soldados que nos rodeaban, disparos, el miedo. Mi percepción, por primera vez, de la violencia militar extrema usada por un Estado terrorista. Aún tuve tiempo de compartir una conversación con aquel amigo y recordar el Paro del 2013.

En Y, el calor y el sudor corrían por mi cuerpo. Después de un viaje de más de seis horas desde la ciudad de V, tendría que continuar. Mis pertenencias aquí se quedarían y un viaje de moto de un par de horas más a continuación.

Antes, me decían, había que hacer ese mismo viaje en mula. Entonces, el viaje podría exigir prácticamente un día hasta la vereda K. La carretera que une Y a la vereda de mi llegada había sido construida por los propios aldeanos de las veredas cercanas, donde las comunidades campesinas y mineras están condenadas a su propia suerte. Sin medios de comunicación, sin señal telefónica, sin acceso a los servicios de salud y de educación. Con el fin de acortar las distancias, de poder, incluso con extrema dificultad, llegar a la ciudad más cercana, campesinos y mineros construyen con su propio sudor las vías de comunicación que el Estado les niega.

De hecho, la salida de la ciudad Y luego nos anuncia que estamos en otro territorio. En un territorio abandonado por el Estado, del que este sólo se acuerda cuando con fuertes y violentos ataques militares aquí agrede a los campesinos, a los mineros y a la insurgencia. Donde paramilitares han sembrado el miedo y la barbarie.

Peajes construidos con cuerdas en la carretera: el dinero es para el mantenimiento de las pistas. Las comunidades se organizan. Con la ayuda y la protección del Ejército del Pueblo.

La pequeña mochila con lo mínimo, habría de pesarme en la espalda. El camino es de tierra, de piedras, cercado de montañas que ahora uno sube, ahora uno baja. La moto tiene dificultades en la subida. Sentimos el cuerpo aplastado y lo que mantiene a uno respetuosamente sentado en la moto es sólo la esperanza de llegar. Horas más tarde, en aquella larga y sinuosa carretera fruto del trabajo campesino, llego a la ruta K.

La vereda K

El conductor me dejó en la casa indicada. Aquí incorporo por primera vez esta vereda, que hoy camina memoria dentro.

La comunidad se auto-organiza, la insurgencia alerta, siempre presente, motor de la historia de resistencia, defendiendo pequeños campesinos, pequeños mineros y obreros mineros. La electricidad no llega hasta aquí. Cuando se necesita, algunos generadores proporcionan la energía necesaria, el agua se busca a través de tuberías de plástico que se extienden entre los pozos, algunas casas no tienen agua corriente.

El caserío de madera está compuesto por más de un centenar de familias, la mayoría trabajadora en las minas de oro artesanales. El trabajo, aquí, extenúa incluso a aquellos que tan sólo observen a estos hombres cargando bolsas de 15 kg. de tierra, mezclada con oro, detrás de la espalda, mientras suben empinadas escaleras, construidas hasta 600 metros por debajo de la superficie.

Es aterrador bajar a una de esas minas. No te preocupes, si algo pasa yo estoy aquí, te sujeto y te llevo para fuera, Ok? Agárrate a mí, a mis manos, no te preocupes, yo estoy aquí, Cuántas veces por día subes y bajas estas escaleras?, No sé, a veces siete u ocho, Tengo miedo, No tengas, aquí estoy. Me estanco al medio. No logro bajar más. La mina, sinuosa, es un hueco excavado tierra abajo, en la vertical, sustentada por bloques de madera, las escaleras sujetas por cuerdas, con el agua, a partir de un determinado momento, encharcándonos, haciéndonos resbalar, asustándonos, Venga, estás conmigo, no tengas miedo, estoy aquí, contigo. Bajé. Hasta el final. Es aterrador.

Mi trabajo es bombear el agua, varias veces al día, Y si no la bombeas?, La mina se inunda.

Aquí, a pesar de todo, decenas de trabajadores diariamente sacan el sustento para sus familias.
Nunca hay accidentes? Algunos, No tienes miedo?, Uno sabe que todos los días arriesga su vida aquí
. Sentí una opresión. Y una admiración y respeto inmensos.

Tierra de resistencia. Resistencia no armada y resistencia armada. Por las montañas, el Ejército del Pueblo resiste heroicamente, en una pelea que, si desde siempre hizo parte de la construcción de un país cuyos hombres y mujeres no ceden, no quieren ceder, a la embestida del gran capital, su formación oficial data de 1964.

Fue aquí que, emocionada, vería, tocaría, saludaría, cambiaría palabras, escucharía al Comandante M.

En esta vereda, Te toca esperar, me dicen varias veces, No te preocupes, aquí vendrán a recogerte, pero te toca esperar, Uno nunca sabe si hay condiciones o no para que te puedas ir.

Día 3

F se acerca a la casa que me albergaba. Me llama aparte. Hoy vendrán a recogerte.
No pude evitar una larga sonrisa. F, seria, solemne, susurrando casi, no logró evitar responder a mi sonrisa con una sonrisa suya.

Prepárate para quedarte allá, uno no sabe si tiene o no que quedarse con ellos. Preparé, a toda prisa, la mochila con lo casi nada de lo que eventualmente necesitaría. No te apures, en general vuelven como en una media hora o más.

No sé cuánto tiempo transcurrió entre la información de F y la primera moto que me llevaría a PR. Una moto surge. Vengo de parte de F. Don H, exguerrillero, campesino, con una cultura histórica y política que me ataba al banco, escuchando, aprendiendo, con cicatrices de la guerra donde combatiera ocho años, sonrió, por primera vez, tan abierta y afablemente, que sentí un temblor de emoción, Ahora vas a conocerlos, camarada!, y, conmovido, se despidió. Joder, pensé, es un privilegio cambiar vidas e historias con los que nunca se dieron por vencidos luchando por la vida.

Tranquilamente me monté en la moto. Y allí estábamos. Era la hora. Esperado, imaginado, ahora en vías de ejecución. El largo camino, una vez más entre rocas, arroyos y puentes improvisados. Sólo un momento tuve que dejar la moto y caminar sobre un tronco. Que servía como un puente. Que allí estaba permitiendo conectar las dos márgenes.

En el camino, otros caseríos. Y grandes pancartas, en diferentes casas, honraban a la insurgencia. En algunos casos, ambas insurgencias: las FARC-EP y el ELN. En grandes letras, sin miedo, ahí entraría en un tercer territorio. Abandonado por el Estado, sí, sólo recordado para asesinatos y persecuciones por el dispositivo (para)militar estatal, pero donde la Palabra Mayor de libertad, resistencia, lucha y compromiso oscilaba en las calles. Emoción. Emoción sería, de hecho, de aquí en adelante, el sentimiento que mejor describiría los momentos que a partir de entonces se dibujarían. Emoción.

Llegamos a PR, un pequeño caserío con unas cuantas docenas de construcciones, al patio de una casa de madera donde los hombres comían. Es con él con quien tiene que hablar, me dijo el conductor. Sentados, los hombres no me han prestado atención. Los saludé, saludé Don G. Usted ya desayunó?, No, Come. Comí. Palabras intercambiadas con las mujeres. Poco después, los hombres se dispersaron. Don G me da una cama, en una pequeña habitación desnuda, para descansar, Ya te vendrán a recoger.
Ambos sonreímos.

Me quito las botas de goma, impermeables, y me extiendo en la cama. Sin darme cuenta me dormí.
Un sueño tranquilo.

Todos estos hombres, todas estas mujeres, me imprimían una sensación de seguridad y de tranquilidad. Nunca antes los había visto, estaba en una tierra extraña, pero me encontraba extrañamente tranquila.

Encuentro

Me despierta un joven buen mozo, botas de cuero negro desgastadas, pantalones color caqui tipo militar, camiseta roja, el rostro quieto, a la puerta. Usted como se llama?, M, Listo, vámonos?.

Volví a ponerme las pesadas botas, agarré la mochila, lo acompañé a la moto y me instalé. Fuimos a otro caserío, las mismas pancartas anunciando que, en ese territorio, el Estado es el Ejército del Pueblo. Compramos cigarrillos, con sonrisas y empatía mutuas, Veo que a usted no le incomodan los cigarrillos, me dice, Quiere uno? Una sonrisa casi infantil, grande, brillante, me inculca una seguridad creciente.

Seguimos el mismo camino sinuoso hasta un punto donde otro guerrillero nos esperaba. En el borde de la carretera, allí estaba, mirándonos. Mientras este seguía en mula, continué en la moto, selva adentro, hasta una pequeña finca. La moto apagada, mientras una familia, que nunca dijo una palabra, que tampoco prestó especial atención a nuestra llegada, descansaba. Qué tal eres en las subidas? Depende, respondí. Y, aquí, maldije a todos los cigarrillos que desde hace más de 20 años han venido consumiendo mis pulmones. Delante, él subía, paso ligero y rápido, mientras yo sufría, Discúlpame, pero tengo que parar, no logro subir, Déjame llevar tu mochila, yo la llevo, Pero así te dificulto a ti la subida, No te preocupes, me ha sonreído, Estoy acostumbrado a tener mucho más peso y a subir mucho más. Claro, pensé. Soy tonta, pensé.

En la cima del monte, un grupo de guerrilleros hacia guardia. Estaba con el Ejército del Pueblo. Lo imaginado, finalmente, se había hecho realidad.

Indescriptibles fueron los pensamientos y sentimientos que me asaltaron. Allí estaba. Con el Ejército del Pueblo.

Comandante M

Cuando el sueño se convierte en proyecto y el proyecto en realidad, es difícil manejar las sensaciones. Y aún más describirlas. El primer contacto fue con un apretón de manos. Yo estaba desmañada, jadeando, el idioma de Castilla arrastrando las palabras, emocionada, contenta, feliz, sin embargo tranquila.

La despedida, por el contrario, fue con un abrazo. Fuerte. Sentido. Lo guardo. Conmigo. Ese abrazo. Esa emoción. Lo guardo. En la memoria. Ese feliz abrazo. Poco antes, el Comandante comentaría, La luna hoy está bella.

La guerra de guerrillas móviles que había caracterizado los primeros años de las FARC-EP se había convertido, en un momento dado, en una guerra de posiciones. Dos ejércitos se enfrentaban, con cientos, o miles, de hombres combatiendo, frente a frente. Las pérdidas de vida de guerrilleros, sin embargo, eran muchas. Los avances tecnológicos y el apoyo exponencial del imperio estadounidense equipaban al Ejército del Estado con medios inalcanzables para las guerrillas. Hoy, la insurgencia volvió a la guerra de guerrillas. Hoy aquí, mañana no.

En constante movimiento, montañas caminadas andando, los guerrilleros tienen hoy un nuevo enemigo. La aviación. Siempre hubo ataques aéreos en esta guerra, pero antes uno se reía. Por ejemplo, donde estamos ahora, lo que ocurría es que el avión pasaba y no sabía dónde estábamos; entonces, la bomba caía aquí al lado, pero raras veces sobre nosotros. Ahora no. Tienen aviones que detectan el humo, que detectan el campo magnético de baterías, que detectan el calor humano, que son precisos. Ahora es mucho más difícil.

Era difícil imaginar aquí, en esta Floresta, un clima cálido y húmedo, pero tranquilo, al sonido de las aves nativas y con un magnífico atardecer, el bombardeo de aviones. Así es. Uno está aquí, tranquilo, pero de un momento a otro todo puede cambiar.

Uno de los aspectos ya acordados en La Habana se refiere a la no inclusión de los niños menores de 15 años en combate. Cuando hablamos de la incorporación de menores de edad, la respuesta llega rápidamente. Usted está viendo ese guerrillero allá? Tiene 14 años. Está con nosotros desde los 4 años. Nosotros somos su única familia. Lo que pasa es que con los asesinatos y desplazamientos constantes, muchos niños se quedaban solos, sin familia, o huérfanos. Nosotros no podíamos abandonarlos y así los traíamos con nosotros.

Así nos ha obligado la guerra. Así, ha obligado la represión, la violencia y la barbarie del Estado colombiano.

Las comunidades campesinas en las que operan las FARC-EP tienen un nivel organizativo y participativo sin precedentes. Los precios se fijan colectivamente, la organización de la vida cotidiana se discute colectivamente, las carreteras se construyen colectivamente, los conflictos se discuten colectivamente. Somos un Estado dentro del Estado. A veces tenemos que resolver conflictos entre parejas.
Y sonríe.

Desde hace más de 30 años en la lucha armada, el Comandante M no tiene dudas sobre la Colombia que quiere ver renacer. Si el objetivo final, estratégico, de las FARC-EP, organización política armada, es la construcción de una sociedad socialista, hoy, por demanda de los campesinos y mineros, de trabajadores del norte al sur, de los pueblos indígenas, de las comunidades de origen africana, de la población urbana, también por la certeza de que hoy la resolución del conflicto armado debe ser político, la paz es el objetivo inmediato. Pero no una paz cualquiera. Una paz que garantice una base democrática mínima que permita asegurar los logros de los trabajadores y de la guerrilla en las zonas que controla. Una paz que reconozca las Zonas de Reserva Campesina, consagradas por ley, pero cuya puesta en práctica el Estado colombiano rechaza constantemente. Una paz que garantice condiciones de trabajo y de vida digna, no sólo para las poblaciones campesinas e indígenas, desde siempre abandonadas por el Estado, sino para todos los colombianos. Una paz que permita desplegar la lucha, en el plano político-institucional, de los que desde siempre han defendido, desde las montañas, una Colombia libre de la explotación del Hombre por el Hombre. Una paz que permita a las comunidades campesinas e indígenas poder seguir organizándose y organizar, bajo la égida de las organizaciones representativas de su clase, el espacio donde viven y trabajan. Una paz que no entregue el suelo, el subsuelo y los recursos naturales, a la agroindustria y a la gran agro- minería. Una paz que no criminalice a los que siempre han trabajado el suelo y el subsuelo colombiano y de cuya explotación dependen, una paz que permita el desarrollo de estas áreas, con un enfoque territorial. Una paz que le permita a los campesinos que se ven obligados a recurrir a la siembra de cultivos ilícitos, las condiciones para que puedan diversificar gradualmente sus cultivos. Una paz que les permita a los colombianos el acceso a la salud, a la educación, al trabajo y al hogar. Una paz sin paramilitares, sin asesinatos, sin persecuciones políticas. Una paz que reconozca el derecho a la rebelión. Una paz que no entregue Colombia a las manos del capital financiero.

El Acuerdo General que se está negociando en La Habana incluye un preámbulo en el que están expuestos los principales criterios que llevaron a las actuales conversaciones de paz. En él se explica la necesidad de la participación de toda la sociedad en la construcción de una paz duradera y estable, así como el necesario desarrollo económico con justicia social y en armonía con el medio ambiente. Donde estamos ahora, el suelo que estamos pisando, el subsuelo, este sitio mismo donde estamos hablando, fue comprado por una multinacional, para extracción del oro. Y cuando lo compraron sabían que este es un área controlado por nosotros. La Paz tendrá así que garantizar las condiciones mínimas para que no sólo los pueblos campesinos y originarios puedan organizarse y organizar sus comunidades, sino también para que puedan soportar sin temor el avance del capital extranjero. Y exigir las tierras que desde siempre les han permitido sobrevivir.

Las FARC-EP saben que el cambio de un modo de organización socioeconómico a otro no pasa por una firma. La Colombia post-acuerdo no será una Colombia post-conflicto. El conflicto armado podrá terminar, pero el conflicto social, la lucha de clases que le subyace, continuará. Y los guerrilleros que, hoy en día, en las montañas, heroicamente luchan y resisten, seguirán la lucha y la resistencia política en una Colombia post-acuerdo. La burguesía colombiana, históricamente, siempre traicionó los compromisos que había tomado con el pueblo y con las insurgencias colombianas, Por eso, nosotros, las FARC-EP, hablamos de dejación de armas y no de entrega de armas.

Una paz que, es cierto, le interesa a una parte de la burguesía colombiana y extranjera, con ganas de explotar suelo, subsuelo y mano de obra colombiana, pero que tendrá que enfrentarse a un pueblo con una experiencia organizativa y de resistencia de más de 50 años.

Dile a los compañeros que aquí estamos, aquí seguimos, resistiendo y luchando por un mundo mejor.

Aquí lo digo, Comandante, aquí lo escribo, Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo ahí están, resistiendo y luchando por un mundo mejor, por una paz con justicia social!

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