Cortemos todo lazo con Israel


Los días 15 y 16 de julio, delegados de treinta países de todo el mundo se reunieron en Bogotá, Colombia, para celebrar una conferencia convocada con el propósito de poner fin al genocidio perpetrado por Israel contra los palestinos en Gaza, que ya dura veintiún meses. En su discurso ante la conferencia, el día 15 de julio, Francesca Albanese, Relatora Especial de las Naciones Unidas para los territorios palestinos ocupados --a quien, la semana pasada, el gobierno de Trump sancionara en represalia por sus firmes posturas en favor de Palestina-- explicó por qué los Estados debían suspender todas sus relaciones con Israel. A continuación reproducimos íntegramente sus declaraciones. Se ha editado la transcripción para mayor claridad.
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El Territorio Palestino ocupado es hoy un infierno. En Gaza, Israel ha desmantelado la infraestructura que hacía posible desempeñar hasta la última función de las Naciones Unidas --la prestación de ayuda humanitaria--, con el fin de matar de hambre, desplazar una y otra vez o asesinar deliberadamente a una población a la que ha marcado para su eliminación. En la Ribera Occidental, comprendida Jerusalén Oriental, prosigue la depuración étnica por medio del asedio ilícito, desplazamientos en masa, ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y la generalización de la tortura.
En todas las zonas bajo control israelí, los palestinos viven bajo amenaza de aniquilación, la cual se retransmite en tiempo real a un mundo que observa. Los pocos israelíes que se oponen al genocidio, la ocupación y el apartheid --mientras que la mayoría lo aplaude abiertamente y hasta pide más-- nos recuerdan que la liberación de Israel también es inseparable de la libertad de Palestina. Las atrocidades cometidas en los últimos veintiún meses no son una repentina aberración, sino la culminación de décadas de políticas dirigidas a desplazar y sustituir al pueblo palestino.
En ese contexto, es inconcebible que en foros políticos, desde Bruselas hasta Nueva York, se siga debatiendo el reconocimiento del Estado de Palestina, no porque ello no sea importante, sino porque durante treinta y cinco años los Estados han paralizado y rechazado ese reconocimiento, fingiendo «invertir en la Autoridad Palestina» mientras abandonaban al pueblo palestino a las implacables y rapaces ambiciones territoriales y a los atroces crímenes de Israel.
Entretanto, el discurso político ha sumido a Palestina en una crisis humanitaria que hay que gestionar de forma perpetua, en lugar de lograrse avances respecto de una cuestión política que exige una resolución firme y basada en principios: poner fin a la ocupación permanente, al apartheid y, hoy en día, al genocidio. Y no es que haya fracasado o vacilado el derecho: es la voluntad política la que ha abdicado.
Sin embargo, hoy también estamos asistiendo a una ruptura. El inmenso sufrimiento de Palestina ha abierto la posibilidad de una transformación. Aunque ello todavía no se refleje plenamente en las agendas políticas, se está produciendo un cambio revolucionario que, de mantenerse, será recordado como un momento en el que la historia cambió de rumbo. Por eso he acudido a esta reunión con la sensación de que estamos en un histórico punto de inflexión, tanto en el plano discursivo como en el político.
En primer lugar, está cambiando el discurso: se aleja del «derecho a la legítima defensa» que Israel invoca sin cesar y se acerca al derecho a la libre determinación del pueblo palestino, derecho que se le ha negado durante décadas y que se ha visto sistemáticamente invisibilizado, reprimido y deslegitimado. La instrumentalización del antisemitismo aplicada a las palabras y el discurso de los palestinos, y el uso deshumanizador del concepto de terrorismo para calificar las acciones palestinas (desde la resistencia armada hasta la labor de organizaciones no gubernamentales que buscan hacer justicia en la arena internacional), han llevado a una deliberada parálisis política global. Debe ser corregida. Ha llegado el momento.
En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, estamos asistiendo al auge de un nuevo multilateralismo: basado en principios, valiente y liderado cada vez más por una mayoría de =países del mundo. Me duele que ese multilateralismo todavía no se haya extendido de forma sólida a los países europeos. Como europea, temo que la región y sus instituciones hayan llegado a simbolizar para muchos una hermandad de Estados que predican el derecho internacional pero que se guían más por una mentalidad colonial que por principios y que actúan como vasallos del imperio estadounidense, aun cuando este nos arrastre de guerra en guerra, de miseria en miseria y, en lo que respecta a Palestina, del silencio a la complicidad.
Sin embargo, la presencia de los países europeos en esta reunión demuestra que es posible marchar por otro camino. A ellos les digo: el Grupo de La Haya tiene el potencial de apuntar no solo a una coalición, sino a un nuevo centro moral en la política mundial. Por favor, únanse a esos países. Millones de personas tienen la vista y la esperanza fijadas en un liderazgo que pueda dar lugar a un nuevo orden mundial basado en la justicia, la humanidad y la liberación colectiva. No se trata solo de Palestina. Se trata de todos nosotros.
Los Estados cuya actuación está guiada por principios deben estar a la altura de este momento. No es necesario tener una afiliación política, un color, banderas de partidos políticos o ideologías: hay que defender los valores humanos básicos. Esos mismos que Israel lleva veintiún meses pisoteando despiadadamente.
Entretanto, aplaudo la convocatoria de esta conferencia extraordinaria en Bogotá para abordar la implacable devastación de Gaza. Es en ello, por tanto, en lo que debemos centrarnos. Las medidas adoptadas en enero por el Grupo de La Haya fueron simbólicamente poderosas. Fueron la señal del cambio discursivo y político que se necesitaba.
Ahora bien, esas medidas son lo mínimo imprescindible. Les imploro que amplíen su compromiso y lo conviertan en acciones concretas, legislativas y judiciales en cada una de sus jurisdicciones y que consideren ante todo lo que debemos hacer para detener la ofensiva genocida. Para los palestinos, especialmente los de Gaza, se trata de una cuestión es de vida o muerte. Cabe decir lo mismo de la humanidad de todos nosotros.
En ese contexto, mi responsabilidad ante ustedes es recomendarles, sin concesiones y con imparcialidad, como extirpar de raíz el problema. Hace tiempo que dejamos atrás el tratamiento de los síntomas, la zona de comodidad de muchos hoy en día. Y mis palabras demostrarán que lo que el Grupo de La Haya se ha comprometido a hacer y está considerando ampliar es un pequeño compromiso con lo que es justo y debido en virtud de las obligaciones emanadas del derecho internacional: obligaciones, no simpatía, no caridad.
Cada Estado debe reconsiderar y suspender inmediatamente todos sus vínculos con Israel: sus relaciones militares, estratégicas, políticas y diplomáticas, tanto en materia de importaciones como de exportaciones, y asegurarse de que hagan lo mismo su sector privado, sus aseguradoras, sus bancos, sus fondos de pensiones, sus universidades y otros proveedores de bienes y servicios de las cadenas de suministro. Tratar a la ocupación como si fuera algo normal se traduce en apoyo, ayuda o asistencia a la presencia ilícita de Israel en los territorios palestinos ocupados. Esos vínculos deben romperse con carácter urgente.
Seamos claros: me refiero a la ruptura de todo vínculo con Israel. Romper solo los vínculos con los «componentes» de Israel en los territorios palestinos ocupados no ha de figurar entre nuestras opciones.
Ello está en consonancia con la obligación de todos los Estados derivada de la Opinión Consultiva de julio de 2024 de la Corte Internacional de Justicia, por la que se confirmó el carácter ilícito de la prolongada ocupación israelí, la cual declaró equivalente a la segregación racial y al apartheid. La Asamblea General de las Naciones Unidas hizo suya esa opinión. Estas conclusiones son más que suficientes para pasar a la acción.
Además, es el Estado de Israel el acusado de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio, por lo que es ese Estado el que debe asumir la responsabilidad de sus actos ilícitos. Como sostuve en mi más reciente informe al Consejo de Derechos Humanos, la economía israelí está estructurada para sostener la ocupación y se ha convertido ahora en genocida. Es imposible separar las políticas y la economía del Estado de Israel de sus políticas y su economía de ocupación de larga data.
Estas han sido inseparables durante décadas. Cuanto más tiempo permanezcan comprometidos con ellas los Estados y otras entidades, tanto más se legitimará su carácter esencialmente ilícito. Es en ello que radica la complicidad. Ahora que la economía se ha vuelto genocida, no hay un Israel «bueno» y un Israel «malo».
Los exhorto a que consideren este momento como si estuviéramos sentados en esta sala en la década de los noventa, debatiendo el caso del apartheid en Sudáfrica. ¿Habrían propuesto sanciones selectivas contra Sudáfrica por su conducta en bantustanes particulares? ¿O habrían reconocido el sistema criminal del Estado en su conjunto? En el caso que nos ocupa, lo que está haciendo Israel es incluso peor. Esta comparación es una evaluación jurídica y factual respaldada por procedimientos jurídicos internacionales en los que participan muchos de los presentes en esta sala.
Es eso lo que significa adoptar medidas concretas. Negociar con Israel sobre cómo gestionar lo que queda de Gaza y la Ribera occidental, en Bruselas o en cualquier otro lugar, es una total deshonra para el derecho internacional.
Y a los palestinos y a quienes los apoyan desde todos los rincones del mundo, a menudo con grandes costos y sacrificios, les digo que, pase lo que pase, Palestina habrá escrito este tumultuoso capítulo, no como una nota al pie en las crónicas de los aspirantes a conquistadores, sino como el último verso de una saga centenaria de pueblos que se han levantado contra la injusticia, el colonialismo y, hoy más que nunca, la tiranía neoliberal.
Jacobinlat