lahaine.org
Argentina :: 17/03/2007

Cromañon, las responsabilidades políticas y la desmemoria "progresista"

Claudia Korol
Se va a cumplir un año de la destitución de Aníbal Ibarra como jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, en la que concluyó el juicio político realizado por la Legislatura porteña. La operación en marcha de restituir al destituido, es artífice de la desmemoria progresista. Es un nuevo enjuague de la impunidad.

Recordar este hecho podría resultar ocioso, si no fuera porque hoy Ibarra pretende volver al ruedo político de la mano de sectores que se dicen "progresistas" e incluso "de izquierda". Recuperar el tiempo perdido, sin asumir responsabilidades, es la modalidad posmoderna del pragmatismo del siglo XXI. Superar el "síndrome Cromañon", es la manera de poner punto final al strip tease que desnudó la cadena de corrupción que eslabona a los funcionarios y la burocracia del gobierno de la ciudad, con los mandamás policiales, y los capos del negocio del espectáculo . Todo, hasta la memoria, se desvanece en el aire, dicen que dicen los jefes de imagen de los candidatos que concursan en el próximo turno.

Lejos de hacerse cargo de las complicidades, los negocios, las coimas, la corrupción, la desidia, que condujeron a Cromañon, Ibarra es rehabilitado políticamente, en un juego que multiplica el vértigo de la ruleta rusa.

Se trata ya no sólo de las responsabilidades concretas que llevaron a su destitución como jefe de gobierno, sino también a la suma de maniobras que se urdieron para el salvataje de su puesto, desde presiones sobre los legisladores, sobre los medios de comunicación, y el chantaje y la manipulación de los movimientos sociales que dependían de los subsidios o asistencia social del gobierno de la ciudad, para acarrearlos a movilizaciones en su apoyo. Y tan grave como eso, es la responsabilidad de alterar de acuerdo a las necesidades personales el concepto de institucionalidad democrática que él mismo ayudó a fundamentar, cuando el funcionamiento de los mecanismos establecidos para el control de los gobernantes fue descalificado con el término de "golpe institucional".

Hablar de golpe, en Argentina, no es un chiste. Moviliza los temores más irracionales, que llevamos adheridos a nuestros cuerpos quienes hemos vivido y sobrevivido a otros golpes. Pero pasado un año, podríamos preguntarnos: ¿de qué golpe hablaba Ibarra? ¿Del golpe que llevó como jefe de gobierno a su vice, Jorge Telerman? ¿O no sería el auténtico golpe alterar los criterios de institucionalidad, en el momento preciso en que los intereses personales o de un grupo se ven afectados?

Personalmente no creo que sea esta institucionalidad democrática la que mejor exprese los intereses del pueblo. Es un formato en el que la representación de la sociedad civil queda mediatizada por el manejo de los presupuestos sociales, por el poder de los grandes medios de comunicación, por el apoyo o no de las corporaciones económicas, policiales, por los grupos de poder.

Sin embargo, es la "democracia que supimos conseguir", después de una gran derrota del movimiento popular, en el que no sólo fueron aniquiladas las vidas de miles de luchadores sociales y políticos, sino también fueron amortizadas por el posibilismo post dictatorial los ideales de una generación, que no aspiraba a un "capitalismo serio" (Kirchner dixit), sino a terminar con el capitalismo, acunando el sueño de "la patria socialista".

La desmemoria es un atajo para la dominación. Este sistema institucional fue creado precisamente por las fracciones políticas que hoy detentan el poder, para mejor administrar su gobernabilidad. Que uno de sus hijos haya tenido que probar el sabor amargo del jarabe que idearon para establecer mecanismos de control frente a los excesos de podredumbre que conlleva un sistema político basado en el saqueo a los pobres y la corrupción de los poderosos (que se extiende por conveniencia hacia toda la sociedad), no los habilita para impugnar esos mismos mecanismos. Mucho menos para pretender demonizar a los familiares de las víctimas de Cromañon, acusándolos de intentos de linchamiento, de actuar como golpistas, o de otras tantas calumnias, sólo comparables con las que en su momento recibieron los militantes de derechos humanos que no "entendían" los beneficios del punto final, o de la impunidad. "Desestabilizadores", en el lenguaje creado desde la retórica alfonsinista (que acuñó también la idea de los dos demonios), recreada por el ibarrismo (y de acuerdo a las necesidades también por Aníbal Fernández y sus epítetos contra la izquierda siniestra), es la manera en que se nombra en esta democracia, a quienes demandan justicia.

Lo cierto es que fue destituido Aníbal Ibarra, y no quedó en su lugar Mauricio Macri, como amenazaban los comunicadores filoprogresistas, sino que quedó su socio Telerman (tan responsable como el primero del desgobierno porteño, y con un porcentaje asegurado en el negocio del espectáculo). Visto desde las alturas, el hecho no pasaría de ser, en el peor de los casos, un golpe de palacio.

El cambio real no está sin embargo en ese lugar. El cambio que valdría la pena analizar con mayor profundidad, el que nadie intenta repensar, es el que permitió que una gran parte de los familiares de los ciento noventa y cuatro jóvenes masacrados en Cromañon, pudieran agruparse, organizarse en la diversidad, caminar juntos, reunirse para transformar colectivamente el dolor en justicia, para proponer nuevas maneras del Nunca Más . Caminar, reunirse, marchar, enjuiciar por los mecanismos institucionales a los responsables, sostener a los sobrevivientes, acompañarse cada día en el espacio creado por la ausencia, seguir viviendo .

Si hay algo que vale la pena rescatar como cambio, es la capacidad colectiva que han tenido los familiares y sobrevivientes de Cromañon, para poder, a pesar del tremendo dolor, de las enormes provocaciones sufridas, de la gran indiferencia de muchos, y más allá de sus propias diferencias, mirar políticamente y no naturalizar los hechos que resultaron en la muerte y el estigma de un grupo social golpeado de diferentes maneras por las políticas neoliberales, y marcado definitivamente por esta masacre.

Esto es lo que olvidan los políticos bienpensantes, de un progresismo que pretende ahora dar vuelta la página de las responsabilidades políticas, y volver a poner en carrera al ex jefe porteño. No se trata sólo de una respuesta corporativa, que defiende los privilegios de quienes creen que la política no es siquiera el arte de lo posible, sino el negocio posible. Se trata también de una señal a la comunidad. Se trata de un símbolo que más vale advertir a tiempo. Es la señal de la impunidad. Es la señal de un "progreso" que sigue pensándose aplastando los cuerpos y la memoria de los que la historia niega.

No es por lo tanto un golpe sólo para los familiares de Cromañon, o para los sobrevivientes Es una zancadilla a la democracia "realmente existente". Es un paraguas abierto antes de que lluevan los juicios por los tantos cromañones del país, quiero decir, por los tantos hechos de injusticia, de corrupción, de complicidad, que no encontraron el camino para expresarse. Río III, los talleres textiles ilegales, TBA

La operación en marcha de restituir al destituido, es artífice de la desmemoria progresista. Es un nuevo enjuague de la impunidad.

* Educadora popular
América Libre (especial para www.lospibesdecromagnon.org.ar)

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal