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Cuba :: 29/07/2019

Cuba: El mismo reto

Miguel Alejandro Hayes
La transformación de la cotidianidad, de forma tal que esta devenga en una normalidad orgánica al proyecto planteado

Las revoluciones son grandes cambios sociales. Para que no queden solo en el plano del signo político, su influencia debe llegar hasta la cotidianidad de los ciudadanos. El proceso que se inició en 1959, parece repetir las circunstancias que ameritan esa hazaña.

En el país que aparecían cadáveres en las calles, no fueron pocos los retos a enfrentar para el intento de construcción de una nueva República alejada de aquella decadente y sin solución.

La vanguardia encabezada por un grupo de guerrilleros era el conjunto social en el que se personificaban las expectativas de muchos, y sobre todo, una alternativa a todo lo que era representado por Batista. En consecuencia con lo que de ellos se esperaba, actuaron.

La incógnita sociedad –hasta que se proclamara socialista— a la que la mayoría de los cubanos se habían sumado a construir, exigía de gran heroicidad, como mínimo el ámbito de la nación. Así lo demostraron los hechos demandantes del héroe cubano.

Aquel que apoyó la Reforma Agraria contribuyendo con su dinero; aquel casi niño que alfabetizó en lugares ubicados a miles de kilómetros de su casa; el que estuvo ahí en la nacionalización; el que defendió aeropuertos; el que luchó en Girón creyendo que vencía al yanqui; el dispuesto a todo en Octubre del 62; fue un héroe. Pero sobre la base de esos momentos a pie de cañón –como un campamento— no se construye la nueva sociedad, como recordara Gómez y otros que señalaron ese punto de fuga en el socialismo real.

Si bien ya con la Crisis de Octubre se llega a la cumbre dentro de la conformación –estabilidad— del sistema de ideas sobre la que se sostuvo la Revolución, el país necesitaba además producir alimentos, ropas, zapatos, industrializarse. La Revolución también debía hacerse en el reino de la cotidianidad, como lo era el entorno y la actividad laboral. Esfera, que ya en época de Girón mostraba rasgos negativos. Desde ese entonces, se dedicaron más fuerzas a combatir la indisciplina laboral que comenzaba a normalizarse, sobre todo el ausentismo.

El problema no era solo que el pueblo heroico desafiante del imperio era el mismo que podía ser tildado de contrarrevolucionario, sino que en la cotidianidad se mezclaran la adoración por los símbolos de héroe épico y de nación, con las malas prácticas laborales que revivían la casi enterrada leyenda negra del cubano. Dicha relación –antagónica o no—, dejaba como reto el más difícil de los heroísmos: el cotidiano. Solo con este, la Revolución podía cumplir la producción necesaria para sostenerse como proyecto.

A pesar de que hoy el ausentismo no es el mayor de los males de lo que a la dimensión laboral concierne, otros igual de dañinos a la obtención de eficiencia y eficacia productiva persisten, entre ellos, los asociados a la corrupción, uso indebido de recursos y el no cumplimiento de la norma laboral a pesar de estar físicamente en el trabajo -mutación posmoderna de aquel ausentismo-.

Arrastramos varios años donde lo que logró hacerse normal fue ese conjunto de prácticas nada favorables a un proyecto de nación más justa, tanto así que su existencia son un secreto a viva voz.

Ante los llamados desde la máxima dirección del país, ahora no a eliminar el ausentismo -pero sí a una mayor responsabilidad ante el trabajo-, el reto sigue siendo el mismo de la joven Revolución de la que se afirma heredera: la transformación de la cotidianidad, de forma tal que esta devenga en una normalidad orgánica al proyecto planteado.

La Joven Cuba

 

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