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Cuba :: 26/07/2007

Cuba: ¿Devoran las revoluciones a sus propios hijos?

Roberto Cobas Avivar
El pueblo es convocado a una perenne batalla de ideas que le veda el asalto a las ideas sobre la concepción y el modelo de socialismo que desea para sí

Las persistentes y generalizadas urgencias que caracterizan la vida socio-material de la sociedad cubana es el hecho que desnaturaliza su modus vivendis pos 1959. Varias generaciones de cubanos identifican la Revolución y el Socialismo (propio) con una realidad de insuficiencias sociales y materiales crónicas. La cocción a fuego cada vez menos lento de la inconformidad social con tal estado de cosas crea la masa crítica de las transformaciones necesarias. Pero la instrumentación política que ha hecho del individuo objeto y no sujeto del proceso de transformación social se alza como el dique de contención que represa las energías de los cambios imprescindibles. La errónea identificación de esta correlación política sinérgica viene abonando con indudable eficacia el terreno de la inviabilidad sistémica del proyecto socialista cubano.

El indudable proceso de inclusión social que tiene lugar con el triunfo de la Revolución nacionalista-popular cubana, puede caracterizarse según la “Paradoja de Martínez” (Ralf Dahrendorf en “The Modern Social Conflict o­n Essay of The Politics of Liberty”): el paso de un estado de riqueza exclusiva a uno de pobreza equitativa; una paradoja legitimable en términos de justicia social y significación ético-moral. El arranque de un reordenamiento de las condiciones políticas, económicas y sociales del subdesarrollo estructural pre-revolucionario exigía la recolocación del proceso de acumulación en un nuevo punto de equilibrio. La permanencia, sin embargo, de una economía de la carencia - tal como certeramente fueran definidas las economías del “real socialismo” este europeo (Janosz Kornai en “Economics of Shortage”) - no puede dejar de interpretarse como la manifestación fehaciente del agotamiento de un modo de producción y de relaciones socioeconómicas que se auto identifica igualmente como socialista.

Aunque la práctica haya venido demostrando las insuficiencias de los presupuestos rectores de la concepción política de desarrollo, la realidad no ha servido como criterio de la verdad. En el transcurso de un medio siglo de evolución la modelación socioeconómica cubana ha permanecido inmutable en sus principios sistémicos. El trabajo asalariado bajo el sistema de propiedad estatal y la centralización político-administrativa del movimiento socioeconómico así lo indican. La defensa doctrinaria de la concepción política de desarrollo ha optado por sacrificar la soberanía y el poder creativo de la sociedad antes que encarar los riesgos de las transformaciones dialécticas que las pautas del propio proceso social exigen. Ha podido ser así gracias a la hegemonía centralista del sistema sociopolítico. Asumir realista y críticamente este hecho constituye el imperativo del pensamiento y la praxis política que ha de poner el proyecto alternativo de nación a salvo de la apología de una idea de socialismo a la postre cautiva de una concepción de estado supra-societal. El hecho es de importancia trascendental puesto que, tratándose de la Revolución cubana, pone a ojos vistas una perniciosa paradoja política: el pueblo es convocado a una perenne batalla de ideas que le veda el asalto a las ideas sobre la concepción y el modelo de socialismo que desea para sí. Hablamos de “batallas” de ideas cualitativamente determinantes.

En efecto, si la transición poscapitalista que establece el advenimiento de la Revolución necesitaba la gobernabilidad que la centralización del movimiento de la sociedad le facilitaba, la capacidad de transformación del modo de producción y relaciones socioeconómicas ha quedado lastrada por la conversión de tal necesidad histórica en doctrina de lo socialista. Es incuestionable que la agresión militar y económica estadounidense contra la revolución social que se operaba en su patio trasero latinoamericano y la circunstancia de una alianza más táctica que estratégica con los países del otrora socialismo del Este constituyeron factores exógenos de significativa influencia en ello. Pero es igualmente incuestionable el acomodo de las formas de gobierno interno a dichas circunstancias por la lógica de auto-reproducción del poder burocrático de un estado omnipotente. Tal deriva de la praxis política lejos de contrarrestar los efectos del sostenido asedio estadounidense - benéficamente librado ya el país de las ataduras a un “campo socialista” europeo desaparecido - refuerza sus efectos nocivos sobre la viabilidad del proyecto sociopolítico.

En consecuencia, la modelación por el Estado de una realidad socio-política como la antítesis de la natural necesidad de autonomía del comportamiento humano hace que la Cuba cotidiana y difícil ande por un sendero distinto al de la Cuba emblemática. A las perennes necesidades de la vida del pueblo el poder central le contrapone una existencia social transformada en estado de movilización “revolucionaria” permanente que, más allá de reacción a todo acoso externo, le imposibilita a la sociedad detenerse en el análisis y el debate sobre la capacidad del sistema imperante de organización socioeconómica para proyectar el país hacia un progreso tangible y sostenible. El tratamiento estéril que la política de información y opinión de los medios de comunicación le da a los problemas que la realidad comporta refuerza acríticamente la política de Estado y enmascara la fragilidad de la cohesión social.

El eje de la contradicción lo determina la razón de Estado de un poder político que le establece a la sociedad un paradigma incoherente de “compromiso revolucionario”. Puesto que al pueblo no se le exige el compromiso del pensamiento crítico independiente sino el cumplimiento con la doctrina ideológica. Acaso el mayor atentado contra las reservas morales y la conciencia política de la sociedad, especialmente de la juventud. La consecuencia directa es el sacrificio social a que conlleva el conflicto entre la razón de la doctrina y las legítimas necesidades existenciales del individuo. La contradicción no puede producir el desencadenamiento de la dinámica superadora de la ineficiencia socioeconómica sistémica porque el ejercicio del poder se soporta sobre la doctrina política del llamado centralismo democrático. Los espacios de la participación ciudadana son delimitados y dirigidos de manera inapelable por el poder estatal y político. La omnipresencia impositiva de ambas instancias de poder en la vida socioeconómica coacciona la auto determinación del individuo, mediatiza la autenticidad de su comportamiento político y reprime su necesidad de emancipación ciudadana.

Los problemas de la realidad social, sin embargo, desbordan los límites que los dogmatismos sobre lo socialista le imponen al movimiento socioeconómico. El Estado, convertido en máximo empleador, administrador del movimiento micro-económico y suministrador monopolista (directo o indirecto) de los bienes y servicios, se debate entre el cultivo del poder central y la ineficiencia de su gestión totalizadora. Ante la realidad de tal desempeño el esfuerzo del centralismo estatal por garantizar los mínimos de la subsistencia a la población se convierte en un lógico horizonte marítimo. Alimentarse, vestirse y resguardarse bajo un techo más allá de ser necesidades inscriptas en el instinto de conservación de la especie constituyen estímulos constantes del perfeccionamiento de su calidad de vida. Obsérvese que es ésta precisamente la circunstancia sobre la que el modo de producción capitalista construye el otro paradigma de la existencia humana: el consumo. Así lo patentiza el proceso degenerativo de las funciones del mercado como espacio socioeconómico dado al insoslayable intercambio de producciones complementarias - más que de excedentes productivos - hacia espacios que reivindican ante todo el intercambio excluyente de valores capitalizables.

Las expectativas sobre la calidad de vida en la sociedad cubana hoy se corresponden con el grado de intelección que la misma hace de sus propias potencialidades para avanzar a otro ritmo y en condiciones de explotar su capacidad emprendedora. Sin embargo, la sociedad se desgasta entre el ser y no ser el sujeto de su propia existencia. Aquejado por la cronicidad de sus carencias acumuladas y reconociendo la apreciable atención pública de las necesidades básicas, el pueblo posee plena conciencia de la encrucijada política en que la centralización del funcionamiento social lo envuelve. El país de las insuficiencias ante la nación de los logros, tan verídicos uno como la otra. Donde, como no podría ser de otra manera, tales logros devienen condición necesaria pero no suficiente.

Es así porque la cobertura universal de necesidades básicas por los sistemas de salud y educación así como la atención de otra amplia red de servicios sociales (guarderías, hogares de ancianos, casas maternas, etc), lejos de constituir referentes estáticos de desarrollo socio-humano se convierten en estímulos de necesidades materiales y de servicios sin los cuales la calidad de vida de la población se empobrece de manera crítica. Acentuar el valor de lo primero como contrapartida ante la insuficiencia de lo segundo camufla las incapacidades del sistema socioeconómico y desconoce el potencial de desarrollo que anida en la contradicción. No está en la sociedad cubana la responsabilidad por el hecho y sus consecuencias.

No, puesto que el régimen de organización socioeconómica responde al protagonismo político-administrativo del Estado. Como si la creencia de la sociedad en sí misma se viera superada por los límites que le impone un descreimiento del poder económico-político fáctico (ejercido por la institucionalidad estatal-partidista) en su madurez para la autogestión y su capacidad de autonomía emancipadora. Es precisamente el reconocimiento de que no son éstos dos postulados cualesquiera, sino justamente dos prerrogativas imposibles de descalificar como atributos de lo socialista, la única forma de situar en la perspectiva política adecuada la trayectoria de renovación socialista.

La contradicción de la realidad sociopolítica cubana señalada devela importantes problemas que al permanecer atrapados en la esfera de los dogmas ideológicos neutralizan la eficiencia de todo su movimiento socioeconómico. La “batalla” de ideas, por lo tanto, tiene como objeto y escenario un problema estructural.

En efecto, un asunto medular a entender en el planteamiento del problema de la ineficiencia estructural del sistema socioeconómico cubano es el vinculado con el modo de producción e intercambio y el papel que en su articulación juega el mercado. Para ello será necesario cuestionar la falsa dicotomía que el pensamiento socialista doctrinario establece entre mercado y estado y dejar sentado a su vez, por obvio que parezca, que el fin de toda producción es el consumo de la misma. Puesto que tal obviedad ha sido desnaturalizada por el modo de producción capitalista, el consumo ha dejado de ser considerado factor del crecimiento económico por la doctrina de la economía política del socialismo en Cuba.

La interpretación sesgada del llamado consumismo de la economía de mercado capitalista sirve para devaluar la idea de C.Marx acerca de las necesidades siempre crecientes del hombre (ser social). Una afirmación como la de un joven hoy, reflejo del innegable vacío existencial que se llega a sufrir en una realidad sociopolítica y cultural capitalista como la española, a saber: “Si tienes televisor, ordenador, dvd, la play, el coche, la cocaína semanal, la fiesta, los viajes, ropa nueva, limpia y seca, las tres comidas, cafés, tabaco … Si tienes todo eso al alcance, ¿para qué moverte?, ¿por qué arriesgarte?” (Anna Caballé, “Hechos y palabras” en La Vanguardia, 30.06.2007), vendría sin más a justificar dicha devaluación aún cuando se conozca, como también refleja la misma investigación, que tal realidad es culturalmente provocada.

Si se absolutiza la cara negativa de semejante realidad - muy propia también de escenarios sociopolíticos latinoamericanos - resultará siempre sencillo vestir de legitimidad ideológica la economía de la carencia que caracteriza el sistema económico cubano. Mientras tanto, no es difícil entender que si el consumo es la razón primera y natural del mercado, no es necesariamente el mercado la razón última del modo de producción y de relaciones socioeconómicas entre los individuos. Precisamente en esto estriba la diferencia ideológica esencial entre el sistema de economía capitalista y lo que se llegase a considerar una alternativa política de economía socialista.

Sucede así porque la economía capitalista, en tanto economía justamente de mercado, es ante todo una economía empresarial. El modo de producción lo modela una clase social en función lógica de sus intereses. El protagonismo en la organización del sistema económico no lo asume la sociedad en su conjunto sino un grupo social devenido “clase empresarial”. Para lo cual no basta el poder económico que da la concentración de capital sino, fundamentalmente, el control del poder político que este primero le proporciona. Es, por lo tanto, el control del poder del Estado el que en última instancia importa y decide.

El estrato social que logra hacerse con los medios de producción y los recursos financieros determinantes subordina económicamente al individuo desde el poder empresarial. Desde el poder del Estado lo subordina como ciudadano. Existe la posibilidad formal de hacerse capitalista, pero curiosamente no todos llegan a serlo: no alcanza el capital, por lo cual hace falta capacidad personal. Si, justo como el sistema de democracia capitalista explica el problema, la inteligencia o el espíritu emprendedor no dan para ello, habrá que conformarse con “pedir permiso para vivir” y agradecer el salario que paguen los antiguos semejantes convertidos en patrones gracias al talento que le ha faltado a sus conciudadanos. La ilusión de ser dueño de sí mismo se transforma resignadamente en la de ser propiedad de otros. La fuerza de trabajo no pertenece al que la vende sino al que la compra, como sucede con toda mercancía. Desde ese momento el patrón comenzará a aplicar un castigo probablemente merecido por aquello de la falta de capacidad e inteligencia del que vende su fuerza de trabajo: el plustrabajo [i] que nunca se remunerará. ¿Problemas del destino?

La institucionalidad capitalista cuida de mantener el grado de armonía necesario entre los intereses empresariales y políticos del estrato social que modela y controla el modo de producción y las aspiraciones de la masa que lo sustenta con su trabajo. Es así por la razón del propio sistema político: el sostén del estatus quo clasista que lo alimenta. Fenómeno ilustrativamente perceptible en la evolución de la realidad capitalista europea, ahora ante el dilema crítico que plantea la construcción de una UE social o mercantilista. La ineficaz gestión de esta contradicción determina justamente la incapacidad de regeneración que marca las crisis del capitalismo criollo neocolonial en los países latinoamericanos, alarmada su institucionalidad recién hoy por el cuestionamiento social - según sus mismas reglas de juego “democrático” - de su creencia sobre la eterna invariabilidad de las relaciones de poder.

Si el proyecto de desarrollo socioeconómico cubano ha de ser una alternativa no-capitalista, es decir, aquella que niega el plustrabajo no remunerado, la democracia económica constituirá la prerrogativa primera de su modo de producción. Justo donde la dependencia salarial del propietario del capital productivo y financiero no tiene asideros posibles. La democratización del capital resulta atributo de lo socialista en la medida que ello signifique el derecho igualitario a la participación directa de los individuos (trabajadores) en los beneficios del trabajo que realizan. Condiciones bajo las cuales la propiedad no es ni económica ni jurídicamente determinante de la riqueza individual y social (Roberto Cobas A. en “En Cuba: ni propiedad ni excedente”, Kaos en la Red). Las relaciones socioeconómicas entre los individuos han de establecerse en inequívoca igualdad de derechos por la sencilla razón de que todo sistema económico produce como consecuencia del trabajo social (mancomunado) pretérito y vivo. En la economía real no existe producto alguno que sea resultado del trabajo individual.

Asumido lo anterior como conditio sine qua non de lo socialista, el factor cualitativo determinante de la cohesión social es la soberanía ciudadana, alcanzable sólo en tales circunstancias. Un sistema socioeconómico socialista no admitiría los economicismos como criterios de su eficiencia. Si el consumo es objetivo de toda producción, los procesos de producción resultan liberadores cuando propician el acercamiento a la plena autonomía de su sujeto. Autonomía para decidir la forma de asociación para producir y crear, autonomía para gestionar el proceso de producción y autonomía para establecer la distribución de los beneficios, en ello la auto remuneración de su trabajo. La autonomía ciudadana implica el máximo grado de responsabilidad social en la consecución del bienestar propio. Se trata, en consecuencia, de la pre-condición de la democracia participativa que ha de caracterizar la formación socioeconómica socialista.

Consensuadas las pautas de democracia económica y soberanía ciudadana por la sociedad, la autonomía de su movimiento se convierte en piedra angular de la organicidad estructural del modelo político. El sistema de propiedad estatal y el patrón de acumulación afín dejan de ser los fundamentos del modo de producción en aras de la libre asociación socio-productiva de los ciudadanos y de su autonomía económica. Las condiciones para que se conjuguen las funciones del mercado y el estado en ausencia de explotación del trabajo ajeno y de concentración excluyente de capital están dadas. El antagonismo de la contradicción entre trabajo y capital carece de sustento económico, social y político. Y es que un deseable modo de producción y de relaciones socioeconómicas socialistas no será en ningún caso un fin en sí mismo, sino la vía de emancipación del ser social.

Podría pensarse que las ideas expuestas postulan la devaluación prematura del Estado. Nada más equivocado. La autonomía del movimiento socioeconómico de la sociedad aboga por la eficiencia de su actuación y, congruentemente, por su co-responsabilidad con el proyecto colectivo de desarrollo. La idea de lo colectivo presupone no la homogeneidad del pensamiento y los comportamientos, sino la conciencia de que la expansión del desarrollo y la garantía de la seguridad de los intereses ciudadanos queda en medida proporcional a la fortaleza del estado-nación. Con la distinción de que hablamos de la conjugación de intereses ciudadanos e intereses nacionales y no de intereses oligárquicos y elitistas. Un estado de cosas que exige grados de solidaridad socio-humana sólo alcanzables en condiciones de igualdad ante el trabajo y el capital. Un estado-nación económica y políticamente fuerte es sólo posible cuando la cohesión social se da como consecuencia de un proyecto de país sin concesiones ante la igualdad ciudadana.

La legitimación de la estratificación social que se establece en las realidades políticas capitalistas sólo es posible por la naturaleza coercitiva de su institucionalidad burguesa. La sensación de pertenencia social de las mayorías asalariadas es inducida por la posibilidad de consumo. El mercado funciona como el factor de cohesión social – sustituido sólo en momentos de crisis económicas y morales por la exaltación a ultranza del ego nacionalista. De ahí que la economía de mercado constituya el objeto de la economía política del capitalismo. La fragilidad de sus sistemas políticos camina emparentada con la fragilidad de los mercados. Es Jeorge Soros, todo un símbolo de los mercados, quien no esconde su crítica y sus desconciertos con el problema: “Cómo debe organizarse la sociedad; cómo debe vivir la gente su vida: estas cuestiones no deberían responderse sobre la base de los valores del mercado”, y remarca: “Los fundamentalistas del mercado han transformado una teoría (la económica) axiomática y neutra en relación con los valores en una ideología, lo que ha influido de manera poderosa y peligrosa en el comportamiento político y económico” (“La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro”).

Si el óbice del modelo socioeconómico cubano ha de ser el hombre, su principio y fin, como individuo y ser social cual unidad en tiempo y espacio, todo lo que atente contra la autonomía de su desenvolvimiento estará cuestionando la viabilidad de la alternativa de desarrollo socialista. El centralismo estatista devenido filosofía de la organización socio-cultural de la sociedad cubana queda hoy en un antagonismo implosivo con la potencialidad de su preparación educacional y el sentido de justicia social que lo acompaña, fraguado con el propio proyecto político de la Revolución. En consecuencia, la demanda del pueblo por sacudir el bloqueo interno a su soberanía es no sólo legítima sino condición necesaria para el salto cualitativo al desarrollo. Es el centro rector estatal-partidista el que queda a la defensiva y pierde su capacidad de catalizar el nuevo proceso de expansión revolucionaria, de estar a la vanguardia e imprimirle sentido político a una exigencia generada por el recorrido del proyecto social.

Lo que a los descalificadores de oficio (internos y externos) del proyecto sociopolítico de la Revolución cubana no les asienta es que las contradicciones de dicho proyecto constituyan sus factores de desarrollo y no de su desintegración. Toda gestión equivocada de tales contradicciones potencia los antagonismos corrosivos y en el fondo ésa es la lógica apuesta de sus detractores ideológicos. Es por ello natural que para los representantes de dichos intereses las contradicciones no sean problemas a resolver en aras de la renovación y el perfeccionamiento del proyecto socialista sino oportunidades para combatirlo. Es la beligerancia para que el fetichismo de la auto profecía se realice y la Revolución se devore a sí misma. La incapacidad (o el cinismo) intelectual les impide reconocer que la invalidez del sistema capitalista constituye justamente el reto de una formación socioeconómica alternativa como intenta serlo la cubana: alcanzar un alto desarrollo tecnológico y cultural de las fuerzas productivas (la sociedad) en ausencia de explotación y extorsión del trabajo entre congéneres.

Lo hasta aquí analizado no es la proposición de un modelo de socialismo pre-enlatado, sino la llamada de atención sobre la importancia de que cuestiones como las expuestas constituyan aspectos en la batalla de ideas del pueblo cubano acerca de la renovación de su proyecto socialista. No un proyecto en sí sino para sí. El trasfondo cultural de la renovación exige considerar que si los intereses sociales no son una suma aritmética de los intereses individuales, la máxima manifestación de la diversidad de lo individual bajo sistemas de valores humanistas está en la base del progreso socio-humano.

El cubano ha sabido ganarse el derecho a su autodeterminación como nación en duras e inverosímiles batallas contra colonialismos europeos y anglosajones. Puesto que al desarrollo económico está demostrado que puede llegarse con eficiencia a través del modo de producción capitalista, la razón de ser del proyecto socialista cubano puede tener éxito sólo si la emancipación ciudadana se establece como condición y criterio de su imprescindible eficiencia socioeconómica.

Se trata, en consecuencia, de un progreso que, en ausencia del castigo del trabajo ajeno, esté en condiciones de devaluar la carrera por el lucro y el fetiche consumista y suprimirles a ambos su valor como determinantes del estatus quo social. Un progreso que implique el cuestionamiento de la inmovilidad o la degeneración social que produce el bienestar vacío de contenidos éticos y auto exigencias morales. Que haciendo del conocimiento y la riqueza espiritual el epicentro de las relaciones socioeconómicas, ponga de relieve el prosaísmo del consumo material y reduzca así la percepción social del mercado a la pobreza de su dimensión utilitaria. Hablo, obviamente, del reto individual y social que implica la idea de un progreso cultural liberador.

Kaosenlared


[i] Para los menos informados: no confundir plustrabajo con horario extra laboral, aunque éste último sea con frecuencia no retribuido. El plustrabajo produce lo que conocemos como plusvalía o excedente. Es decir, aquella parte del trabajo, cuyo resultado da para garantizar la reproducción ampliada (no simple) de la fuerza de trabajo. La lucha por la apropiación de ese llamado excedente define el carácter del modo de producción capitalista desde su nacimiento hasta nuestros días. De dicha apropiación depende la acumulación y concentración de capital, excluyente por definición. Así de sencillo. A los incrédulos no puede más que invitárseles a estudiar el fenómeno.

 

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