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Argentina :: 06/02/2014

Desaparecidos, una práctica que no desaparece

CORREPI
Familiares de Luciano Arruga afirmaron "Ésta no es una década ganada para nosotros, es el estado represor quien mata y desaparece a nuestros hijos"

“Patricia Dell´Orto, brutalmente torturada, gritaba: ‘No me maten, no me maten, quiero criar a mi hijita. Llévenme a una cárcel pero no me maten’. Luego se escuchó, pum, pum, dos tiros en la cabeza mataban a Patricia y su compañero”. Así atestiguó Julio López con su voz entrecortada por el llanto y sus manos temblorosas en el juicio al genocida Etchecolatz. El 18 de septiembre de 2006 lo desaparecieron por segunda vez. Y volvieron a matar a Patricia y al grito de una madre desesperada de ternura.

Ahora acabamos de conmemorar los cinco años de la desaparición de Luciano Arruga en Lomas del Mirador. Su mamá habló así: “... Me dijiste vos: ‘Hoy sé, soy Luciano Nahuel Arruga, un pibito que vive en una villa’... Vos me decías que estabas orgulloso de tus raíces, de tu esencia... Cuando me caigo, cierro los ojos y te recuerdo... Los que me quisieron despedazar y destrozaron tu vida me verán de pie...”. Y el conjunto de los familiares presentes afirmaron, “Ésta no es una década ganada para nosotros, es el estado represor quien mata y desaparece a nuestros hijos”.

Los desaparecidos desde diciembre de 1983 son más de doscientos en estas “democracias”. Allanado el camino con la obediencia debida, punto final e indulto en los ’80, el estado siguió la práctica usada masivamente por la dictadura de la desaparición de personas, sea en el marco de la represión preventiva como de la selectiva, aunque con distintas formas y diferente sistematización. Luego de detenciones y torturas, arrojan sus cuerpos a basurales, zanjones o los dejan en lugares para simular un accidente, como en las vías del tren. Algunos aparecen con cierta rapidez, como sucedió con Jonathan Lezcano y Ezequiel Blanco en Villa Lugano en 2009; otros, luego de muchos años el azar ayuda a encontrarlos, como ocurrió con el niño Alejandro Flores en Río Cuarto, hallado dieciocho años después, mientras trabajaba una retroexcavadora en 2009. Otros no aparecen nunca.

Los primeros desaparecidos en democracia fueron los mendocinos Adolfo Garrido, Raúl Baigorría y Pablo Guardatti en 1990; en el mismo año, Andrés Núñez en La Plata; tres años después, Miguel Bru; y al siguiente, los entrerrianos Héctor Gómez y Martín Basualdo; en Paraná en 2002, Elías Gorosito; y, en la llamada década ganada, desaparecerían Luciano González en Corcovado; Facundo Rivera Alegre, “El Rubio del Pasaje”, en Córdoba; y no olvidamos que los desaparecidos son más de dos centenares, si bien los más visibles para la sociedad son Julio López, Luciano Arruga e Iván Torres. Siempre las mismas manos asesinas de la policía, ahora con el aporte de la gendarmería y la prefectura.

El trabajador salteño Daniel Solano, desaparecido en Choele-Choel el 5 de noviembre de 2011, es ejemplo de la aplicación de este método en la represión selectiva. Daniel fue llevado como jornalero por Agrocosecha SRL para trabajar en las plantaciones de manzana de la empresa Univeg Expofrut. Los trabajadores comenzaron a organizarse contra la sobreexplotación a la que los sometía el régimen de tercerización laboral. La empresa tentó a Daniel para que informara sobre la incipiente organización obrera. El compañero se negó, sumándose activamente a la lucha. Fue visto por última vez cuando lo detuvo la policía en la madrugada saliendo de un boliche. Se sospecha que fue asesinado en la comisaría 8ª. Este operativo es un complejo entramado compuesto por compañías sin escrúpulos, empresarios de la noche, fuerzas policiales de élite y jueces a sueldo.

Cerrando el círculo dantesco, hoy el gobierno que se proclama “defensor de los derechos humanos” nombra en la jefatura del ejército al general de inteligencia Milani, un genocida. Este señor impulsa una alianza con EEEUU contra el narcotráfico que habilitaría a las fuerzas armadas a participar dentro del territorio nacional, siendo ésta una injerencia prohibida por la constitución que estos mismos políticos elucubraron. La propuesta tiende a recuperar terreno perdido, pues los servicios de inteligencia de EEUU ya trabajan desde hace mucho tiempo con las policías de nuestro continente, a las que entrena y prepara. Y más, estos gobiernos “progresistas” de la región convocan a las instituciones policiales para formar parte en la ONU de las supuestas fuerzas de paz.

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