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Argentina :: 20/08/2021

El Frente Popular Darío Santillán, una historia que vale la pena reivindicar

Guillermo Cieza
No renegó de la idea de ocupar el poder político, pero se comprometió en la construcción de poder popular y en avanzar en la guerra de posiciones en el campo social y político

Los tiempos que corren no son los más favorables para lo que alguna vez llamamos izquierda independiente, popular, latinoamericana o nueva. Si algo caracteriza a su presente es la fragmentación y la enorme dificultad para articular propuestas y luchas.

Hay escasas iniciativas conjuntas, y salvo excepciones no superan lo meramente reivindicativo o sectorial. Estas elecciones, por el escaso nivel de acumulación de fuerzas que tiene en nuestro país un proyecto transformador, no son definitorias. Sin embargo, brindan una buena foto de la dispersión de fuerzas y de la escasa incidencia política de nuestra izquierda. Quienes apostaron al Frente de Todos ahora no figuran en sus listas, los que apostaron a una alianza con el FIT esta vez no pudieron o no quisieron concretar acuerdos, y en una elección legislativa donde hay más posibilidades de hacer algunas apuestas, no se ven presencias ni siquiera locales.

Los aportes del FPDS

La historia del FPDS es importante dentro de nuestras izquierdas, pero no la única. A esas otras historias les corresponderá contarlas a quienes fueron parte.

El Frente Popular Darío Santillán nació en 2004. Las primeras reuniones se hicieron en un local en la calle Yrigoyen en Avellaneda, que no era de ninguna de las siete organizaciones fundantes y hoy lleva el nombre del compañero que nos abría la puerta: Manuel Suárez.

Por aquellos años vivíamos impactados por la rebelión popular de 2001 y por la masacre de Avellaneda. Y con respecto a lo que se estaba formando, advierto que estaban muy presentes la conciencia sobre los hechos vividos y las tareas que nos imponían.

Lo que ocurrió en 2001 estaba en disputa y como sucedió con otros hechos históricos, los relatos que terminan imponiéndose provienen de los que no participaron. Los libros como “Genealogía de la Revuelta” del periodista uruguayo radicado en México, Raúl Zibechi, los comentarios de intelectuales europeos como John Holloway y Toni Negri, y también aportes locales como los del grupo Situaciones. Valoraron lo espontáneo y caracterizaron que lo sucedido significaba una ruptura total con el pasado.

Aun reconociendo la presencia de organizaciones, afirmaron que se trataba de organizaciones nuevas, como las piqueteras o las asambleas, sin ninguna vinculación con las anteriores tradiciones militantes de nuestras izquierdas. En esa disputa de sentidos, las corrientes autonomistas de nuestro país y de Europa, jugaron fuerte y consiguieron imponer relatos y ganar la adhesión de algunos protagonistas de peso como el MTD de Solano, un núcleo de asambleas de Capital y algunas organizaciones campesinas.

El FPDS nació a contrapelo de la corriente autonomista, proponiéndose construir organización para superar el puro asambleísmo, cuyas consecuencias habíamos padecido quienes veníamos de la experiencia de la Coordinadora Aníbal Verón. Pero también nació intentando construir una organización de nuevo tipo, diferente a la de los partidos clásicos de la izquierda.

El origen del FPDS fue diverso, pero con un punto en común que fue la reivindicación del poder popular y con una clara decisión de apostar a una síntesis política. Una síntesis que no estaba en los libros y que nadie nos iba a proporcionar desde afuera del proceso. El FPDS nace reclamando el derecho a hacer su propia síntesis. Esta actitud ya tenía antecedentes cuando se escribió el libro sobre la masacre de Avellaneda: “Darío y Maxi, Dignidad Piquetera”. Cuando se decidió escribirlo se acordó que: “seamos nosotrxs lo que contemos nuestra propia historia”.

La apuesta del FPDS, aunque no hubiera mucha conciencia de eso, se inscribía en tradiciones de un sector de la izquierda argentina y latinoamericana de los años 60 y 70, que hizo su propio camino, no adhiriendo a las orientaciones de la Internacional comunista, ni a las internacionales troskistas, ni a las disputas entre pro-rusos o pro-chinos. Y en ese recorrido se hicieron las tres únicas revoluciones del continente: la cubana, la nicaragüense y la bolivariana.

Todas estas corrientes tienen en común la diversidad de orígenes (sus militantes provienen de la teología de la liberación, del nacionalismo popular, de escisiones de partidos de la izquierda tradicional, del anarquismo, etc.), reivindican al marxismo como la herramienta de análisis y reclaman el derecho a hacer su propia síntesis política.

En la Argentina ubico dentro de estas tendencias a las organizaciones revolucionarias de la izquierda peronista, al grupo Praxis, la FAL y el PRT-ERP. En Nuestramerica al Movimiento 26 de Julio que lideró la revolución cubana, a Tupamaros de Uruguay, al MIR de Chile, al M19 y el ELN de Colombia, al Frente Sandinista de Liberación de Nicaragua, y en los años 80 y 90 al MRTA de Peru, y al chavismo de Venezuela.

La vinculación de estos grupos como parte de una corriente dentro de las izquierdas no es antojadiza. Tuvieron relaciones, construyeron articulaciones como fue la Junta de Coordinación Revolucionaria (MIR, Tupamaros, PRT-ERP), se reconocieron. En el lenguaje militante, en los años 70 y después también, era frecuente cuando se hacía referencia a una organización de otro país llamarla: “los primos”.

El FPDS representó un salto adelante en el panorama de esa izquierda que había vuelto a emerger en 2001, porque tuvo el mérito de actuar como una esponja para nutrirse de las mejores iniciativas y conclusiones de ese momento histórico. Esa apertura lo hizo muy atractivo para importantes intelectuales, artistas y experiencias militantes de todo el país. También posibilitó la continuidad del trabajo de un grupo de compañeras feministas que se habían ganado un lugar disputando dentro de la Aníbal Verón.

Me parece importante precisar algunos de los aportes que hace el FPDS.

– La valoración de la multisectorialidad. Reivindicar la multisectorialidad era hacerse cargo de toda la lucha anterior de nuestro pueblo y no encandilarse con lo que aparecía en ese momento como el sujeto más dinámico: lxs piqueterxs. Hubo un esfuerzo para despojar de todo rasgo de esencialidad a lxs piqueteroxs (lxs que están en la calle, lxs que son más masivos, lxs más radicales, lxs que no se equivocan) para construir el sector sindical, estudiantil y rural casi desde cero.

– La valoración de la diversidad como algo que nos permitía enriquecer una síntesis política, no como un valor en sí mismo. Como ejemplo, la discusión de la bandera del frente llevó su tiempo, pero finalmente se pudo expresar en colores las distintas tradiciones preexistentes junto a la imagen luchadora de Darío.

– La búsqueda de la unidad y la síntesis, no como acuerdo de dirigentes sino promoviendo los cruces por abajo: reuniones de mujeres, de jóvenes, de productivos, de áreas de trabajo, etc. En una primera etapa la negativa a promover estos cruces por abajo, fue la causa de que un grupo dejara de participar.

– La búsqueda de la construcción de una institucionalidad propia, con la creación de herramientas como escuelas de formación, editorial, medio de prensa, finanzas alternativas a los recursos del estado, relaciones internacionales, etc.

– La fragmentación del poder interno: Se prohibió expresamente que compañeras o compañeros tuvieran responsabilidad en más de una de las áreas (prensa, finanzas, gestión, relaciones políticas, formación, etc). Y en cada área se constituyeron equipos, con la idea de que lxs responsables fueran formando a otros y otras que los reemplazarían.

– La búsqueda permanente de unidad. Se impulsaron distintas actividades con los movimientos campesinos, con el MIC (movimiento intersindical) y se impulsó la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (COMPA).

– La promoción de los emprendimientos productivos para generar una base de autonomía económica propia. El desarrollo de la economía popular como trinchera, para estar en mejores condiciones para seguir peleando contra el capitalismo, no como islas para salvarse.

La construcción del FPDS se encarnó en un sujeto plural cuyas acciones exceden lo identitario. La campaña por la Justicia por Darío y Maxi fue más allá del reclamo por el asesinato de dos militantes piqueteros, para empalmar con la denuncia de los asesinatos por parte de la policía de lxs pibxs del conurbano y la represión a militantes políticos del pasado y del presente. Se convirtió en un reclamo de clase.

El FPDS apostó a una construcción política que prefigure la sociedad soñada, y en esa dirección empalmó con las mejores experiencias latinoamericanas de la época, en particular el zapatismo y el MST de Brasil. No renegó de la idea de ocupar el poder político, pero cotidianamente se comprometió en la construcción de poder popular y en avanzar en la guerra de posiciones en el campo social y político.

Finalmente estuvo siempre presente en el FPDS la idea que lo que dignifica las pequeñas acciones de todos los días y todos los esfuerzos, es el proyecto político, el camino hacia un horizonte transformador.

Lo que sucedió después con la experiencia del FPDS es conocido. A partir de 2008 no continuó su experiencia de crecimiento político y sucesivas rupturas fueron debilitando a las corrientes que sobrevivieron. Entre quienes reivindican ese origen común, algunas organizaciones han mantenido la independencia del gobierno y otra son parte del Frente de Todos. Sobre las culpas de esas crisis y rupturas, seguramente los y las militantes con más experiencia tenemos mayores responsabilidades.

La construcción del FPDS contenía debilidades que hicieron posible su fragmentación. No es mi intención ingresar en ese debate, que podremos profundizar en tiempos mejores. Lo que está a la vista es que todas las corrientes que hoy reivindican su herencia, tanto las que se suman a las políticas de gobierno, como las que se mantienen al margen, han ingresado por distintas vías a un proceso de una mayor estatización de las prácticas y del origen de los recursos. Y en distintos espacios, por razones diferentes, padecen un debilitamiento de sus proyectos estratégicos y de su incidencia social y política.

La historia de lucha de nuestro pueblo y de sus organizaciones no es lineal, está matizada por alzas y bajas, por aciertos y graves equivocaciones. Pero la posibilidad de hacer las cosas mejor en el futuro no está en dar una vuelta de página sobre el pasado y descartar los aciertos, las buenas propuestas y los aportes valiosos. Seguramente la izquierda popular, independiente, latinoamericana, o como queramos llamarla, volverá a emerger. Volverán quienes reivindiquen el derecho a hacer su propia síntesis para hacer la revolución en este país. Esa síntesis política tendrá que contemplar, entre otros elementos, el rescate de nuestras mejores experiencias.

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