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Europa, EE.UU. :: 12/09/2020

El juicio estalinista a Julian Assange

John Pilger
Los Judas del 'Guardian' que coquetearon con Julian, explotaron su valioso trabajo, hicieron su agosto y luego le traicionaron no tienen nada que temer

John Pilger ha informado durante años del largo y épico calvario de Julian Assange. El 7 de septiembre dirigió estas palabras a las personas reunidas en el exterior del Juzgado Central Penal de Londres al comienzo de la última fase del las audiencias que dictaminarán la extradición del editor de Wikileaks.

«La primera vez que me reuní con Julian Assange, hace más de diez años, le pregunté por qué había puesto en marcha Wikileaks. Él me contesto: ‘Porque la transparencia y la rendición de cuentas [de gobiernos e instituciones] son cuestiones morales esenciales de la vida pública y del periodismo’”.

Nunca había oído a un editor invocar a la moralidad de esta manera. Assange cree que los periodistas son agentes del pueblo, no del poder. Cree que nosotros, la gente, tenemos el derecho a conocer los secretos más oscuros de quienes afirman actuar en nuestro nombre.

Si los poderosos nos mienten tenemos el derecho a saberlo. Si dicen una cosa en privado y otra en público tenemos el derecho a saberlo. Si conspiran contra nosotros, como hicieron Bush, [Tony] Blair [y Aznar] sobre Irak, y luego pretenden ser demócratas, tenemos el derecho a saberlo.

Este propósito moral es una amenaza para la conspiración de los poderes que pretenden sumir en guerras a buena parte del mundo y desean enterrar vivo a Julian en los EEUU fascistas de Trump.

Un informe de alto secreto del Departamento de Estado de 2008 describía al detalle cómo Estados Unidos debería combatir esta nueva amenaza moral. Una campaña de desprestigio personal (dirigida en secreto) contra Julian Assange conseguiría “publicidad negativa y llevarle a un enjuiciamiento criminal”.

El objetivo era silenciar y criminalizar a Wikileaks y a su fundador. Página tras página, el informe mostraba la guerra que se preparaba contra un solo ser humano, y contra los mismos principios de libertad de expresión, libertad de pensamiento y democracia.

La fuerza de combate imperial serían aquellos que se dicen periodistas: las grandes figuras de los llamados grandes medios, especialmente los “liberales” que marcan y patrullan los perímetros de la disidencia.

Y eso es lo que pasó. He sido periodista más de 50 años y nunca he visto una campaña de desprestigio de tal calado: el asesinato de la personalidad de un hombre que no quiso unirse al club, que creía que el periodismo está al servicio del público, nunca al servicio de los de arriba.

Assange avergonzó a sus perseguidores. Publicó una exclusiva tras otra. Sacó a la luz la fraudulencia de las guerras promovidas por los medios de comunicación y la naturaleza homicida de las guerras de EE.UU., la corrupción de los dictadores, la vileza de Guantánamo.

Nos obligó a los occidentales a mirar al espejo. Mostró que quienes pontifican la verdad oficial en los medios de comunicación son colaboracionistas; yo los llamaría periodistas de Vichy. Ninguno de esos impostores creyó a Assange cuando este avisó de que su vida estaba en peligro, que el escándalo sexual de Suecia era un montaje y que su destino final era el infierno de Estados Unidos. Y tenía razón, tenía razón una y otra vez.

El juicio de extradición que se celebra en Londres esta semana es el acto final de una campaña angloamericana para enterrar a Julian Assange. No es un proceso reglamentario, es una venganza programada. La acusación de EE.UU. está claramente amañada, es una farsa demostrable. Hasta ahora, las vistas han sido reminiscentes de sus equivalentes estalinistas en la Guerra Fría*.

En la actualidad, el país que nos dio la Carta Magna, Gran Bretaña, se distingue por haber abandonado su propia soberanía al permitir que una potencia extranjera maligna manipule la justicia y por la tortura psicológica despiadada a Julian –una forma de tortura que, según ha señalado el experto de Naciones Unidas Nils Melzer, fue perfeccionada por los nazis porque era más efectiva para derrumbar a sus víctimas.

Cada vez que he visitado a Assange en la prisión de Belmarsh he comprobado los efectos de dicha tortura. La última vez que le vi había perdido más de diez kilos de peso; sus brazos carecían de músculo. Era increíble que no hubiera perdido su excelente sentido del humor.

En cuanto a su país de origen, Australia, ha demostrado una vergonzosa cobardía. Su gobierno ha conspirado en secreto contra uno de sus propios ciudadanos que debería ser considerado héroe nacional. No por nada el presidente George Bush hijo nombró al primer ministro australiano su “ayudante de sheriff”.

Se dice que lo que pase con Julian Assange las próximas tres semanas, debilitará o destruirá la libertad de prensa en Occidente.¿Pero de qué prensa hablamos? ¿Del Guardian? ¿De la BBC? ¿Del New York Times? ¿Del Washington Post de Jeff Bezos? [¿De El País?; añadido del traductor].

No, claro que no. Los periodistas de estos medios pueden respirar tranquilos. Los Judas del Guardian que coquetearon con Julian**, explotaron su valioso trabajo, hicieron su agosto y luego le traicionaron no tienen nada que temer. Están a salvo porque les necesitan.

La libertad de prensa ahora está en manos de unas pocas personas honestas: las excepciones, los disidentes de internet que no pertenecen a ningún club, que ni son ricos ni están cargados de premios Pulitzer, pero hacen buen periodismo, desobediente, ético; personas como Julian Assange.

Ahora nuestra responsabilidad es apoyar a un verdadero periodista cuyo auténtico coraje debería servirnos de inspiración a todos los que seguimos creyendo que la libertad de prensa es posible. Yo le aplaudo.»

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N.deT.:

* Se ha negado a Amnistía Internacional el derecho a asistir por videollamada como observadora.

** El Guardian fue uno de los diarios elegidos por Wikileaks para publicar sus documentos filtrados [como también El País, que igualmente se lucró de, y traicionó a, Assange].

counterpunch.org. Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo. Extractado por La Haine.

 

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