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EE.UU. :: 25/08/2019

El militarismo en EEUU y su deber moral como nación "predestinada"

Fernando García Bielsa
EEUU continúan una carrera armamentística desbocada destinada a mentener su supuesta condición de nación predestinada a salvar al mundo

“La Guerra es la progenitora de los ejércitos; de ellos se derivan las deudas y los impuestos. Y los ejércitos, y las deudas y los impuestos son los instrumentos para ocasionar la dominación de los muchos por unos pocos… Ninguna nación puede preservar sus libertades en medio de continuados conflictos bélicos”.
(James Madison, ex presidente de EEUU, 20 de abril de 1795)

El militarismo es un cáncer que ha calado a fondo en la economía y la sociedad de EEUU. Bien sea en tiempos de vacas gordas o en malos momentos, y sin importar lo que de hecho esté aconteciendo en el mundo o qué partido ocupe la Casa Blanca, de una cosa podemos estar seguros: a corto o a largo plazo el presupuesto militar del país no dejará de crecer.

Están lejos los días en que, con el derrumbe de la Unión Soviética y fin de la “Guerra Fría”, en EEUU se especulaba acerca de beneficiarse con un dividendo que la paz traería y que permitiría asignar recursos para otros fines de gobierno y necesidades de la sociedad. Es decir, para esferas que durante décadas han sido desatendidas, sectores de población que se han sentido desprotegidos y donde se han generado situaciones críticas, tales como infraestructuras deterioradas, problemas ambientales, merma en los sistemas de atención médica y educacional, así como un aumento dramático de la desigualdad, la desaparición de las clases medias, etc.

Esa oportunidad nunca se materializó ni tampoco los beneficios esperados. Nuevas y convenientes tensiones y conflictos aparecieron en el horizonte, mientras que por años se han seguido buscando pretextos y enemigos creíbles para seguir justificando la economía de guerra, aun cuando se han escuchado crecientes alertas de que esa sobreexpansión militar estaba coadyuvando a la declinación del país.

Poderosos intereses, rasgos propios del sistema y ramificaciones a lo largo del país, dependientes de esa economía de guerra, alimentan la continuidad del militarismo y las políticas belicistas.

El Complejo Militar Industrial y su arraigo político

Esa economía tiene su centro o entramado en el llamado Complejo Militar Industrial (CMI), que incluye principalmente las industrias fabricantes de armas, medios y equipos militares, sus contratistas, subcontratistas y suministradores de componentes, todo tipo de insumos y servicios, los que le proporciona cimentar una extensa red de intereses a lo largo del país.

Tiene ramificaciones en sofisticados centros de investigación, tanques pensantes, universidades, así como con altos ejecutivos de los grandes medios de difusión y otros a lo largo del país; firmas de propaganda y relaciones públicas y toda una extensa red de ideólogos, entidades públicas y privadas. También lo integran compañías militares privadas, subcontratadas para múltiples servicios bélicos, que han proliferado mucho en las últimas décadas.

El arraigado poder de los fabricantes de armas y de sus aliados en el Pentágono y en los corredores del Congreso, tiene su asiento en la distribución estratégica de plantas de producción y bases militares a lo largo del país, en estados y distritos claves. Se ha creado un interés material y una dependencia económica estratégica tanto de comunidades enteras, donde están en juego cientos de pequeñas empresas subcontratistas y miles de puestos de trabajo que se benefician con el gasto militar, como los congresistas que los representan.

En todos los rincones de EEUU, subcontratistas y suministradores (unas 28 mil compañías, aproximadamente) son fuente no despreciable de empleos e intereses creados. La ubicación estratégica de todas esas plantas de producción bélica, de las bases y establecimientos militares en estados y distritos claves del Congreso, ha creado una dependencia económica y una base social y política respecto al gasto militar.

Las grandes empresas y los contratistas de primer nivel son solo seis: Lockheed Martin, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, BAE Systems y Boeing.

Es una enorme red de intereses creados e instituciones que rige buena parte de la política de gobierno, independientemente del presidente de turno o de qué partido cuente con la mayoría parlamentaria. Es un núcleo central y permanente del poder en EEUU, que ha devenido prácticamente intocable en el transcurso de los últimos 70 años, agitando tensiones en el marco de la Guerra Fría o de conflictos militares.

Hace más de tres decenios, George F. Kennan, autor de la Doctrina de la Contención y figura clave de la Guerra Fría escribió: “Si la Unión Soviética se hundiera mañana bajo las aguas del océano, el complejo industrial-militar estadounidense tendría que seguir existiendo, sin cambios sustanciales, hasta que inventáramos algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un choque inaceptable para la economía estadounidense”.

Predominio neoconservador en Washington

La sospechosa acción calificada de “terrorista”, e indescifrable en sus orígenes, que destruyó las Torres Gemelas en Nueva York en septiembre de 2001, vino como anillo al dedo. La “guerra contra el terrorismo” permitió escalar el armamentismo y las ganancias de las elites. Era la “gallina de los huevos de oro” para los militaristas estadounidenses: una guerra sin frentes definidos, sin límites geográficos donde desarrollarla y contra enemigos imprecisos, siempre cambiantes.

Precisamente en aquel prolongado momento de triunfalismo, es que los círculos militaristas y el CMI ganarían el incuestionable predominio que mantienen en Washington y en el curso político del país.

Vale la pena citar estas palabras del entonces vicepresidente Dick Cheney ante los cadetes en West Point en 2002: “El plan para EEUU es dominar el mundo. Se habla de unilateralismo, pero esto realmente se trata de una cuestión de dominación. Es una demanda para que los EEUU mantengan su abrumadora superioridad y para evitar que nuevos rivales surjan y se levanten a desafiarlo en el escenario mundial. Es una demanda de dominación tanto sobre amigos y enemigos por igual. No expresa que los EEUU deben ser más poderosos, o el más poderoso, sino que deben ser absoluta y abrumadoramente poderosos”.

En ese ambiente se han acumulado décadas de dominio neoconservador en la conducción de la política exterior. Sectores de la oligarquía cultivan renacidos sueños geopolíticos de dominación global. Al tratar de negar y contrarrestar su pérdida de hegemonía se tiende hacia una doctrina de guerras permanentes: conflictos bélicos interminables o recurrentes, generadores de desastres humanitarios.

Ha habido una progresiva militarización de la política exterior estadounidense. Actualmente, neoconservadores y liberales intervencionistas se han apoderado de posiciones claves en el Departamento de Estado y han generado purgas en el Pentágono. A través de esa infiltración de la rama ejecutiva, han tomado el control del aparato de diseño de políticas. La acción bélica en el exterior se ha emprendido con escaso debate público y sin el establecido escrutinio del Congreso.

Detrás del poder ejecutivo actúa una especie de “Estado de Seguridad Nacional” empoderado en todo su esplendor; una fuerza cada día más independiente en la capital de la nación que, de facto, manipula los entresijos del poder. Grupos neoconservadores, vinculados con tanques pensantes, firmas de lobby y medios de prensa, se dedican a identificar o hacer aparecer la existencia de ostensibles alarmas y desafíos de seguridad nacional, y a diseñar las respuestas a los mismo.

Tradición violenta y Destino Manifiesto

La conocida y evidente vocación bélica estadounidense, que en las últimas décadas se ha manifestado en proporciones extraordinarias, tiene nítidas raíces en la historia y en las tendencias a la violencia de un país que ha estado en paz durante sólo 16 de sus 243 años como nación. Recordemos no solo los decenios de operaciones militares libradas para el exterminio de los pueblos originarios y la expansión territorial, sino la violencia derivada de los repetidos discursos incendiarios en el marco de las pugnas políticas internas, de fanatismo religioso y anti-inmigrantes, así como la derivada de la esclavitud y el racismo.

La etapa imperialista del desarrollo capitalista estadounidense llegó aparejada con una expansión extraordinaria de las capacidades y proyección de su poder militar en el exterior, que vino acompañado de una gran agitación y efervescencia nacionalista. Hasta el presente, grandes segmentos del público estadounidense son sistemáticamente seducidos por la glorificación bipartidista de las guerras, o se muestran indiferentes ante ellas o se les oculta la magnitud de lo que realmente ocurre.

De manera natural, sectores oligárquicos empeñados en la expansión de sus negocios y su predominio en diversos confines del planeta, echaron mano a la añeja y arraigada creencia en la excepcionalidad de la nación estadounidense y de un supuesto destino manifiesto que le habría sido “asignado por la Providencia”.

Esa creencia originalmente asumida por los primeros peregrinos que tocaron tierra hace 400 años en el actual territorio de EEUU, quienes entendieron que Dios los había guiado hasta allí para la ulterior realización de una misión especial piadosa, ha sido instrumentalizada por las fuerzas políticas militaristas para justificar su agresividad detrás de una llamada responsabilidad de proteger y el “deber moral” que asumen como nación “predestinada” e indispensable.

Visto racionalmente, es una concepción pretenciosa y absurda, pero que ha sido utilizada por líderes estadounidenses para engatusar al público, desviar su atención de lo que realmente ocurre, y pasar por alto el desacato por el gobierno del derecho internacional. Como tal, es una idea que ha tenido y tiene consecuencias reales.

Sobre expansión imperial y declinación

Por otra parte, el efecto acumulado de su sobre expansión imperial ha sido factor clave en la declinación que el país experimenta. Agota sus recursos decrecientes con pretensiones que ya le resultan insostenibles. Sin embargo, pareciera que sectores de la elite están obcecados hasta el punto que les impide discernir las transformaciones que están ocurriendo. Aunque desde hace algún tiempo hay un debate al respecto en los círculos de poder, no obstante la política que se sigue ante esa situación parece conducir a hacer más de lo mismo, lo que ha estado causando el decline.

Hay un marco nacional y geopolítico internacional que condiciona particularmente ahora la política estadounidense. Por una parte, tiene que ver con la declinación de su economía y la pérdida de su peso en los indicadores internacionales, y por otro lado, aunque es en parte consecuencia de lo anterior, la pérdida de su hegemonía y predominio imperial en el contexto de una dinámica global en la que las más importantes oportunidades estratégicas de desarrollo se dan en la zona euroasiática.

Se ha generado toda una dinámica de muy serias contradicciones que se están produciendo en los círculos de poder al seno de la oligarquía yanqui respecto a cómo preservar o restablecer su predominio. El presidente Trump es meramente reflejo coyuntural de esa ecuación. Ese pulseo se expresa también en cierta incoherencia en el manejo de su política exterior y de la exagerada recurrencia del país a utilizar sus instrumentos militares.

El sobre dimensionamiento del gasto para fines militares durante varias décadas, generador de fabulosas ganancias para las corporaciones del sector y utilizado coyuntural y abusivamente para estimular la economía, ha tenido un efecto acumulativo nefasto que está en el origen de la declinación estadounidense.

El militarismo en EEUU, su arraigo y proyección global

Desde hace más de un siglo, los gobiernos de EEUU han seguido vanagloriándose de asumir “una responsabilidad global”. El informe en 2001 de su “ministerio de guerra” (engañosamente denominado Departamento de Defensa) decía que la estrategia militar estadounidense “descansa en la capacidad de sus fuerzas para proyectar su poderío a todas partes del mundo”.

La política exterior arrogante y agresiva, y la generación de tensiones bélicas no es coyuntural ni depende en lo fundamental de quien habite la Casa Blanca. En la misma se relega la diplomacia y lo multilateral para enfocarse en la intimidación y la fuerza. Se centra en una campaña de generación de terror, basada en una muy alta tecnología militar, operaciones encubiertas, aviones no tripulados, la externalización de las labores de combate con el empleo masivo de mercenarios y ejércitos subalternos, y el uso de alrededor de 800 bases e instalaciones militares en el exterior en más de 130 países, desde muchas de las cuales unidades de Fuerzas Especiales estadounidenses efectúan acciones “quirúrgicas” letales, cacerías humanas, operaciones psicológicas y de control de disturbios.

Se ha calculado que los fondos destinados por EEUU para financiar la llamada “guerra contra el terrorismo”, desde septiembre de 2001 a 2018, se acercaba entonces a la modesta cifra de seis billones (millones de millones) de dólares. Paralelamente, estimados conservadores referidos a tales acciones bélicas (en el Medio Oriente, los Balcanes y el Norte de África) señalan entre seis y ocho millones de personas la cifra de muertos, dos tercios de ellos civiles.

Recursos desproporcionados para fines militares

El total de gastos para fines militares y de seguridad estarían alcanzando cada año más de un millón y medio de millones de dólares, que representan casi un 60 por ciento del presupuesto anual del país y son, de hecho, la principal causa del déficit federal.

La parte de ese presupuesto más mencionada es la asignada al Pentágono (contratos para la producción de armas y sostenimiento de las Fuerzas Armadas, entre otros), que sobrepasa los 730 mil millones de dólares cada año, equivalentes a casi el 40 por ciento de los gastos militares del planeta. EEUU es también el mayor vendedor internacional de armas. Durante la década de 2001 a 2010, las ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron.

Por otro lado, generalmente se dejan de tomar en cuenta enormes partidas para fines militares adscritos a los presupuestos de otros ministerios y entidades. Hay gastos de naturaleza militar del Departamento de Seguridad de la Patria (Homeland Security); el Departamento de Energía paga por las armas nucleares; al Departamento de Estado se asigna buena parte del costo de los mercenarios y la asistencia militar al exterior; los gastos por las bases militares están manipulados u ocultos en los presupuestos de varios departamentos, mientras que otras dependencias asumen el pago a veteranos y jubilados, el costoso Programa Espacial, y otros.

Son reiteradas las informaciones acerca de la falta de control, el libertinaje y la corrupción respecto al manejo de los enormes presupuestos militares y al sistema de adquisiciones y contratos. Está en entredicho el rigor con que se administran tales recursos. Estudios revelan un fuerte debilitamiento en las capacidades de innovación tecnológica. Trascienden informaciones acerca de pagos varias veces sobre su valor de determinadas adquisiciones o suministros.

Existe una falta de correlato entre tales recursos respecto a una evidente pérdida de ventajas en las capacidades militares y tecnológicas estadounidenses. Parte de ello tiene que ver con el contagio especulativo existente, con Wall Street y sus presiones sobre los ejecutivos para adoptar decisiones diseñadas para impresionar (y sacar ventajas de corto plazo) en los mercados financieros.

Junto a su naturaleza e ínfulas imperiales, y el haber extendido sus negocios y bases de sustentación por todo el planeta, el Estado capitalista y los poderes dominantes en EEUU han generado -como apuntamos antes- un entramado político y socioeconómico interno que nutre y garantiza el permanente crecimiento del gasto militar como uno de los fundamentos de reciclaje del sistema, como elemento contra cíclico y fuente de inmensas ganancias para sus más poderosas corporaciones, con fuerte impacto en los bolsillos y en las mentes de millones de estadounidenses.

De ahí se deriva un importante factor para que políticos de ambos partidos apoyen las políticas agresivas, y defiendan a capa y espada los proyectos y contratos que benefician a sus distritos. Para viabilizar el contubernio, jerarcas de la industria son traídos como directivos en el Pentágono y, viceversa, militares de alto rango son integrados a los directorios de las corporaciones del sector.

Es poco probable que se produzca una disminución de las tensiones en el escenario internacional en el corto plazo. La política del gobierno estadounidense trabaja en sentido contrario. Enormes recursos destinados a esa economía de guerra se justifican precisamente a partir de esas tensiones, y de continuas y manipuladas alarmas sobre “situaciones de emergencia” y campañas mediáticas sobre supuestos enemigos malignos y “peligros a la seguridad nacional”. Ello es parte de la preparación de la opinión pública para el conflicto.

El trasfondo real es la decisión o pretensión de mantener una posición de liderazgo global basado en la fuerza militar.

La política que se despliega responde principalmente a intereses comerciales; a respaldar con su poderío militar el sistema de comercio internacional administrado por Occidente; así como la búsqueda del control de recursos energéticos; la influencia e intereses del complejo-militar-industrial y otros; y hasta razones y prioridades geopolíticas que no dejan en segundo plano la prioridad de calzar a toda costa la integridad del capitalismo como sistema global, más los intentos de intimidar y demostrar que mantienen su poderío.

Externalización y privatización de la labores de combate

Pese al respaldo cómplice de los grandes medios de difusión y del prolongado y notable reflujo de los movimientos contra la guerra, aun en el contexto de una creciente militarización y dominio neoconservador de la política exterior, se han producido modificaciones respecto a las concepciones y presencia militar en el exterior. En ello han pesado los cambios geopolíticos así como en la opinión pública, ante el evidente fracaso del despliegue de tropas y guerras permanentes en Medio Oriente y su periferia.

Durante el gobierno de Barack Obama -sin desconocer que se llevó a cabo un mayor involucramiento logístico en múltiples e interminables conflictos bélicos-, se terminó de concretar un giro de estrategia para reducir las bajas y los costos, que implicaba el llamado “estilo” de guerra del gobierno de George W. Bush, y que se concreta en un proceso de externalización y privatización de la labores de combate.

Actualmente, predomina el criterio de limitar el despliegue de grandes contingentes de tropas regulares en zonas de conflicto, y en su lugar se enfatiza subcontratar empresas privadas de tropas mercenarias, la expansión del uso de fuerzas especiales y las transferencias (ventas) masivas de armamento a aliados y estados clientes como un sustituto de la acción militar directa.

Esa transferencia creciente de funciones logísticas y militares a contratistas privados y a tropas mercenarias, les permite evadir aún más el control público acerca de los costos, las bajas y el cumplimiento de las normas en la conducción de la guerra.

Con un mayor protagonismo, las Fuerzas de Operaciones Especiales (Special Operations Forces, SOF) -los Boinas Verdes del Ejército, los SEAL’S de la Marina, Delta Force y otras unidades altamente entrenadas como los Rangers y Night Stalkers-, han duplicado el número de integrantes hasta casi 70.000, y su presupuesto se ha triplicado y actualmente supera los 17 mil millones de dólares al año. Estas fuerzas operan mayormente en secreto, y habitualmente sin supervisión e incluso sin conocimiento del Congreso.

Con un sistema de respaldo logístico y de inteligencia altamente sofisticado, la guerra mediante las fuerzas especiales le permite a EEUU proyectar pequeñas unidades letales y de asalto, diseñadas según el objetivo, hacia cualquier lugar en el planeta. En 2015, se desplegaron en 135 de las 196 naciones del mundo. Entre 2007 y 2014 triplicaron sus operaciones en América Latina.

Por su importancia y por ser menos conocido y deliberadamente ignorado por los medios, antes de concluir nos detendremos en el relativamente reciente pero amplio despliegue militar estadounidense en una veintena de países de África, con acuerdos de cooperación en seguridad en muchos países de ese continente, que les proveen inmunidad y con acceso a sus aeropuertos internacionales y al reabastecimiento de combustibles, etc.

La importancia geopolítica de ese continente se ha incrementado. La puja por el petróleo y los recursos naturales, junto a propósitos diversos, se manifiesta en la exacerbación interesada de los conflictos étnicos y religiosos y de la inestabilidad de esos países.

Desde que su comando para África (AFRICOM) comenzó sus operaciones en 2008, el personal militar de EEUU se ha triplicado, y ha crecido de manera exponencial el número de misiones, programas y ejercicios, golpes aéreos, etc., pero su efecto ha sido inefectivo o contraproducente, dado que los hechos violentos, la inestabilidad y el número de grupos armados locales se ha expandido notablemente.

Bien sea con la contratación masiva de mercenarios, el suministro y venta de armas a países satélites para suplir tareas bélicas sobre el terreno, o con el despliegue “discreto” por todo el planeta de sus tropas especiales, la llamada “guerra al terrorismo” no muestra signos de ser detenida a pesar de su espectacular fracaso.

En octubre de 2016, el ex congresista demócrata progresista Dennis Kucinich expresó: “Nuestros líderes no han aprendido nada de las experiencia en Vietnam, Afganistán, Irak y Libia. Nuestras relaciones internacionales están estructuradas sobre mentiras para promover cambio de regímenes, la fantasía de un mundo unipolar dominado por EEUU, y para proveer un cheque en blanco para el estado de seguridad nacional”.

La Tinta

 

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