El proyecto progresista del partido de AMLO se ve amenazado por Trump
Con las intervenciones neocoloniales de Trump en América Latina, el próximo año será una lucha por la supervivencia, a pesar de que Claudia Sheinbaum logró reformas progresivas en 2025
El 6 de diciembre, el movimiento MORENA mostró su fuerte apoyo popular llenando el Zócalo de la Ciudad de México, la segunda plaza pública más grande del mundo, y las calles circundantes más allá de su capacidad. Según el conteo oficial, unas 600.000 personas asistieron para celebrar el séptimo aniversario de su llegada al poder, con la elección del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en julio de 2018 y su asunción el diciembre siguiente.
En un discurso de una hora, y con ese momento histórico en mente, la sucesora de AMLO, la presidenta Claudia Sheinbaum, comenzó trazando una demarcación clara con el pasado:
Desde ese momento en adelante, quedó muy claro que así como Iglesia y Estado se separaron en 1857 [con las Leyes de Reforma], en 2019 la separación principal tenía que ser la del poder económico del poder político; y así ha sido, y así debe seguir siendo, por el bien de la República... Hoy es más claro que nunca que la corrupción y los privilegios del neoliberalismo dañaron profundamente nuestra patria y a nuestro pueblo; treinta y seis años de ese modelo económico y político dejaron como legado pobreza, desigualdad, la entrega de nuestros recursos naturales a intereses privados tanto nacionales como extranjeros, pérdida de soberanía, violencia y corrupción.
A partir de allí, pasó a enumerar una lista de logros de MORENA en el poder, incluidos programas sociales, vivienda pública, reforma sindical y el freno a la subcontratación, protecciones laborales para trabajadores digitales, las primeras elecciones judiciales del país y derechos constitucionales para pueblos indígenas y afromexicanos. Más impresionante todavía, todo se logró con una moneda estable, baja inflación y bajo desempleo.
Entre las medidas más recientes: una disminución progresiva de la semana laboral de cuarenta y ocho a cuarenta horas para 2030; una nueva ley de aguas para frenar los peores abusos de la contrarreforma de 1992 en la antesala del TLCAN; un aumento del 13 por ciento del salario mínimo para 2026, sobre la base de incrementos anuales a lo largo del período de siete años; y un aumento de 500.000 millones de pesos (27.750 millones de dólares) en la recaudación tributaria sin subir las alícuotas. En una alusión punzante al modelo de Javier Milei en Argentina, Sheinbaum señaló que este ingreso fiscal adicional «es lo que Argentina está solicitando este año a los EEUU, incluso más».
Una demostración de fuerza
Pero la movilización de MORENA tenía un objetivo más práctico: mostrar fuerza tras la marcha antigubernamental «Generación Z» o «15N» del 15 de noviembre, que transcurrió sin jóvenes y sin masividad. Pese a haber sido de un orden de magnitud muy superior, la marcha de MORENA del 6 de diciembre prácticamente no recibió atención de los medios extranjeros, que no se cansaron del espectáculo del 15N. En ese sentido, Sheinbaum declaró:
Los días recientes han mostrado que, no importa cuántas campañas sucias paguen en redes sociales, no importa cuántos bots y robots compren, no importa cuántas alianzas forjen con grupos de interés en México y en el extranjero, no importa cuántos consultores de comunicación contraten para inventar calumnias y difundir mentiras en ciertos medios, no importa cuántos intentos hagan para que el mundo crea que México no es un país libre y democrático, no importa cuántos «comentócratas» o supuestos expertos inventen relatos ficticios, no importa cuántas alianzas quieran forjar con el conservadurismo nacional y extranjero, no importa cuánto hagan todo eso: ¡No derrotarán al pueblo de México, ni a su presidenta!.
Pero una vez que el polvo se asiente y los carteles y consignas se guarden por las fiestas, México enfrenta un 2026 muy desafiante. La fuente de tensión más obvia, para sorpresa de nadie, es EEUU. Como parte de su Estrategia de Seguridad Nacional recientemente presentada, Trump anunció un «corolario» de la Doctrina Monroe, que imagina «un Hemisferio que permanezca libre de incursiones hostiles extranjeras o de la propiedad extranjera de activos clave, y que respalde cadenas de suministro críticas». Ese hemisferio debe contener gobiernos que «cooperen con nosotros contra narcoterroristas, cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales», y que además «garanticen nuestro acceso continuado a ubicaciones estratégicas clave».
Los efectos de este giro regional están a la vista de todos: acumulación militar en Puerto Rico, el Caribe convertido en un estacionamiento para barcos y portaaviones estadounidenses, bombardeos extrajudiciales de supuestas embarcaciones del narcotráfico (incluido el ya infame ataque de «doble golpe» del 2 de septiembre) y el aumento de amenazas de invasión contra Venezuela, que culminan, al momento de escribir esto, con la incautación de dos petroleros, uno con destino a Cuba y la imposición de un bloqueo naval de facto. Sumado a las amenazas intermitentes de Trump de llevar también la guerra con drones a Colombia y México, no hace falta un gran análisis para concluir que este reinicio neocolonial no augura nada bueno para América Latina.
Más preocupante ha sido la abierta interferencia de Trump en los asuntos internos de estos países, lo que ya de por sí es una vara alta, dada la historia de las relaciones entre EEUU y América Latina. En julio, Trump deploró la condena del expresidente colombiano Álvaro Uribe por cargos de soborno, un fallo luego revocado. En el caso del expresidente brasileño Jair Bolsonaro, condenado a veintisiete años por conspirar para revertir la elección presidencial de 2022, la administración llegó al extremo de imponer temporalmente sanciones al juez a cargo, Alexandre de Moraes. En una región donde los juicios a expresidentes ya son asuntos altamente cargados, estas intervenciones han tenido un efecto incendiario.
Peor aún ha sido el manoseo de Trump en las elecciones, convirtiendo la doctrina de la «guerra preventiva» de los años de George W. Bush en una de fraude preventivo. Antes de la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Argentina en octubre, Trump no solo respaldó al partido del autoproclamado 'anarcocapitalista' Javier Milei, sino que además condicionó un paquete de rescate estadounidense a que Milei ganara la elección.
Luego, en un intento grotesco de impulsar al derechista Partido Nacional en la elección presidencial del 30 de noviembre en Honduras, que en ese momento marchaba tercero en las encuestas, recurrió a indultar al exnarcopresidente Juan Orlando Hernández, abanderado del partido. En una burla cruel al supuesto deseo de que los gobiernos de la región cooperen contra «organizaciones criminales transnacionales», Hernández fue liberado después de haber sido condenado en un tribunal estadounidense a cuarenta y cinco años de prisión por introducir en EEUU unas cuatrocientas toneladas de cocaína. La elección hondureña, mientras tanto, fue arrojada a un caos previsible, con acusaciones generalizadas de fraude y sin un ganador claro.
Argentina y Honduras son ahora sombríos presagios del futuro. Con EEUU aprovechando cualquier punto de presión para coaccionar o chantajear a los votantes antes de que vayan a las urnas, ninguna elección en América Latina parece estar a salvo.
Las amenazas accesorias
Además de la amenaza directa que emana de la Casa Blanca y de un Departamento de Estado intoxicado por Rubio, la presidenta Sheinbaum va a tener que lidiar en 2026 con una serie de amenazas accesorias no menos trascendentes. En primer lugar, cualquier recesión en EEUU alimentada por aranceles podría trasladarse a México, limitando el margen fiscal de maniobra de la presidenta. Aunque su administración está ocupada intentando fortalecer la capacidad de producción interna y las cadenas de suministro a través de su Plan México, elementos clave del plan todavía no estarán listos para el año próximo. Mientras tanto, más del 80 por ciento de las exportaciones mexicanas siguen yendo a su vecino del norte.
En segundo lugar, aun sin recesión, la presión creciente de Trump en una gama de áreas, desde derechos de agua hasta el asunto del gusano barrenador del Nuevo Mundo, pasando por los abusos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) contra migrantes mexicanos, amenaza con drenar la atención de las prioridades internas de Sheinbaum. Un ejemplo: el período en curso de revisión del Tratado entre EEUU, México y Canadá (T-MEC), en el que, según se informa, EEUU está exigiendo una batería de concesiones como condición para la renovación, incluidas desregulaciones para allanar el camino a corporaciones estadounidenses y un veto efectivo a cualquier inversión extranjera no aceptable que pudiera competir con ellas, en este caso China.
En tercer lugar, un ataque estadounidense a Venezuela, junto con la inestabilidad inducida por Trump en Honduras y otros países, no solo devastaría a las poblaciones locales, sino que también enviaría oleadas de migrantes hacia el norte. Con EEUU militarizando cada vez más su frontera, el riesgo es que esas oleadas queden «atascadas» en México o conduzcan a una represión correspondiente en su propia frontera sur, en un área que ya ofrece ejemplos históricos inquietantes del trato a las personas migrantes. En ausencia, además, de un fuerte movimiento antibélico en EEUU y con la negativa general del Partido Demócrata a cuestionar el empuje hacia el cambio de régimen, la sensación de muchos en América Latina es que tendrán que enfrentar esto solos, como tantas veces en el pasado.
En cuarto lugar, la elección de más dirigentes de extrema derecha en la región, ya sea legítimamente o mediante una proliferación de fraudes preventivos, podría aislar diplomáticamente a México y obstaculizar los esfuerzos por construir la respuesta pan-latinoamericana que se necesita con tanta urgencia. Las recientes «victorias» de Trump, además, podrían envalentonar a la administración para ser aún más descarada al apoyar a la extrema derecha mexicana, incluidas nuevas tentativas de desestabilización como la marcha «15N». La idea no sería ganar de inmediato, sino desgastar a Sheinbaum con el tiempo.
En quinto lugar, y quizá lo más importante, está el riesgo de que las condiciones anteriores lleven a voces dentro de su gobierno a promover un enfoque defensivo y de «no arriesgar». Ese sería el error definitivo y solo apaciguaría al matón de la Casa Blanca. Lo que la administración Sheinbaum necesita hacer, en cambio, es acelerar, precisamente para crear las condiciones de soberanía necesarias para resistir cualquier combinación de microagresiones y macroagresiones que se le arroje. Y también para sostener el apoyo popular capaz de sacar a 600.000 personas a las calles con poca anticipación, sin el cual nada de esto, la separación entre poder económico y poder político, el Plan México, el bloqueo de cualquier maniobra de desestabilización que venga después, sería siquiera posible.
El tigre popular de México, como se conoce históricamente al poder de las masas, sigue fuerte, pero necesitará a cada una de esas personas a bordo en 2026.
Jacobinlat







