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Mundo :: 11/04/2021

Etiopía: Cruzar el río Tekeze

Samuel Assefa
Los demonios del pasado se han desatado en Etiopía y ningún arreglo constitucional bastará para detenerlos

Cuando el ejército de Julio César cruzó el Rubicón, marcó un punto sin retorno, desencadenando una guerra civil que finalmente condujo al establecimiento de su dictadura en Roma. La decisión del gobierno etíope de invadir Tigray es un momento similar. Ha comenzado una guerra civil y el primer ministro Abiy Ahmed ha apostado a que un resultado victorioso conducirá a la consolidación de su gobierno. Al eliminar todo rastro de oposición, espera extender su poder sobre las regiones federales de Etiopía. Aunque el resultado real puede muy bien ser el contrario, probablemente no pueda haber marcha atrás en el proceso iniciado por Abiy. Es probable que sus ramificaciones para la región se prolonguen durante generaciones, y es posible que la viabilidad de una Etiopía unida se haya visto ahora fatalmente socavada.

De los diez estados regionales de Etiopía, Tigray es el quinto más grande, ubicado en el extremo norte del país, justo debajo de Eritrea. Su población de 7 millones de habitantes consta de varios grupos étnicos, el mayor de los cuales son los tigrayanos, con su propio idioma, el tigrinya. A nivel nacional, los tigrayanos representan el 7% de la población total, mientras que las etnias predominantes, Oromo y Amhara, representan el 35% y el 28% respectivamente.

Las tensiones entre Abiy (un Oromo) y el gobierno regional de Tigray han ido en aumento desde hace varios años. Abiy fue nombrado primer ministro en 2018 cuando se convirtió en presidente del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF). En ese momento, esta organización paraguas incluía al Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF), la organización gobernante en la región de Tigray, que convirtió a Abiy en el representante oficial de los tigrayanos. Aunque el TPLF había sido antes el partido constituyente dominante en el EPRDF, Abiy comenzó a marginarlo una vez que llegó al poder: destituyó sistemáticamente a los funcionarios de ascendencia tigrayana, los arrestó acusándoles de corrupción e incluso transmitió documentales hostiles sobre tigrayanos en la televisión estatal de Etiopía.

Junto a estas medidas se produjo un cambio político que alienó aún más al TPLF: Abiy se apartó del modelo desarrollista respaldado durante mucho tiempo por el EPRDF y se dirigió hacia una economía más favorable a los inversores. Como resultado, cuando el primer ministro intentó incorporar en 2019 al EPRDF en su nuevo Partido de la Prosperidad, el TPLF optó por no participar. Intentó, por el contrario, construir una alianza con otras fuerzas federalistas para disputar las muy esperadas elecciones de agosto de 2020. Temiendo que el resultado de estas elecciones debilitara su poder, pero usando la hoja de parra de la pandemia global, Abiy pospuso indefinidamente las elecciones y encarceló a todo el abanico de dirigentes de la oposición con acusaciones falsas. Tigray siguió adelante con sus elecciones regionales de todos modos y declaró que ya no reconocía la legitimidad del gobierno central, ya que su plazo legal había expirado. Fue un acto de insubordinación que no podía quedar impune. Casi de inmediato, Abiy comenzó a agrupar tropas a lo largo de las fronteras de Tigray.

A orillas del río Tekeze, que discurre entre la región de Tigray en Etiopía, Eritrea y Sudán, se está produciendo un movimiento masivo de ejércitos y refugiados. El presidente de Eritrea, Isaias Afwerki, ha ayudado a las incursiones de Abiy, ya que los dos líderes comparten el TPLF como enemigo. Isaías desea eliminar la autonomía política de Tigray y convertirla de nuevo en el patio trasero de Eritrea, económicamente dependiente de su vecino más grande. El régimen de Eritrea puede aceptar cualquier arreglo interno en Etiopía que sirva a este propósito. Con eso en mente, Isaías y Abiy, después de terminar formalmente la guerra fronteriza de 1998-2000, han promovido un 'proceso de paz' construido alrededor de su hostilidad conjunta hacia Tigray.

Independientemente del casus belli, las tropas etíopes y eritreas, así como las milicias amharas, se habían preparado para la guerra con mucha antelación. Cuando estallaron las escaramuzas a principios de noviembre de 2020, las tropas federales de Etiopía y Eritrea cruzaron el Tekeze y comenzaron las operaciones contra las fuerzas regionales de Tigray. El asalto se repitió más al sur, cuando el ejército etíope se unió a las milicias étnicas para invadir Tigray desde el otro lado del río Angereb, un afluente de Tekeze que separa Tigray de la región de Amhara. Según los informes, fueron asistidos por drones de los Emiratos Árabes Unidos, que operaban desde una base eritrea, mientras que EEUU, aún en los últimos días de la era Trump, ofreció su apoyo diplomático. Durante meses, pareció como si todos los demonios del mundo hubieran descendido sobre Tigray para causar el caos.

A pesar de la prohibición de entrada a periodistas independientes y el cierre de comunicaciones en toda la región de Tigray, la triste noticia logró filtrarse. Casi a diario se han conocido ejecuciones masivas de civiles. Solo en la ciudad de Axum, las tropas eritreas masacraron sistemáticamente a varios cientos de civiles durante dos días de noviembre mientras las fuerzas etíopes observaban. La violación de mujeres civiles como arma de guerra se ha vuelto tan común que incluso el gobierno etíope se ha visto obligado a reconocerlo. Ahora amenaza una hambruna generalizada después de que se impidiera a las organizaciones humanitarias ofrecer su apoyo. Según Alex de Waal, de la World Peace Foundation, la situación en Tigray equivale a "una de las atrocidades masivas más graves de nuestra era".

Mientras tanto, la economía de Tigray se ha reducido a escombros. Se están produciendo saqueos organizados, y los expolios a veces aparecen en la capital de Etiopía, Addis Abeba, o en el extranjero, en Eritrea. Se han demolido fábricas completas. Se han saqueado y vaciado universidades, escuelas, hospitales y farmacias, lo que ha provocado una emergencia de salud pública. Esta violencia indiscriminada ha obligado a decenas de miles de refugiados a vadear y nadar cruzando el Tekeze hacia los campos de refugiados en el vecino Sudán, que aún se mantienen en pie tras la hambruna de 1985 y las guerras de Mengistu en la región. Los titulares internacionales sobre esta migración causaron tanta vergüenza en Addis Abeba que el gobierno decidió cerrar la frontera. Desde entonces, han estallado más enfrentamientos entre Etiopía y Sudán, que amenazan con convertirse en una guerra regional total.

Después de haber elogiado a Abiy como un reformador democrático (y haberle otorgado el Premio Nobel de la Paz), los estados occidentales que abastecieron de dinero y armas al gobierno etíope inmediatamente antes del asalto se han mostrado reacios a reducir sus pérdidas en medio de la actual ola de violencia y destrucción. Los motivos occidentales para apoyar al gobierno de Abiy varían: apartar a Etiopía de su estrecha relación con China; abrir los monopolios y sectores protegidos del país a la inversión extranjera; y recompensar a Abiy por romper con la ideología estatista de desarrollo del EPRDF y negociar con las instituciones financieras internacionales. (Estos esfuerzos han sido sostenidos por los aliados regionales de Occidente: Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudi).

La Unión Europea inicialmente dijo poco sobre la guerra en Tigray, mientras que EEUU la apoyó abiertamente. Pero en los últimos meses, el brutal nivel de violencia ha debilitado la determinación de Occidente. Los enviados de la UE comienzan a pronunciarse contra el bloqueo humanitario de Addis Abeba en términos cada vez más duros, y la administración Biden ha condenado enérgicamente su campaña militar. Tomando nota de esta nueva retórica, en enero los Emiratos Árabes Unidos comenzaron a desmantelar su base de drones en Eritrea.

Pero la narrativa del “reformador democrático” siempre ha sido una artimaña. Abiy liberó a los presos políticos del antiguo régimen cuando llegó al poder, pero pronto volvió a llenar las cárceles con sus propios oponentes. Se han producido muchos asesinatos selectivos de personalidades sin una explicación plausible de su gobierno, y las tropas han disparado repetidamente contra las manifestaciones de civiles. Aunque Abiy se presenta a sí mismo como distinto de sus predecesores, hay que recordar que fue un diligente ministro y jefe de seguridad de la anterior administración etiope. Nadie debería asombrarse por sus maniobras autoritarias. Aunque el EPRDF estableció el federalismo en Etiopía después del derrocamiento del régimen de Mengistu en 1991, Abiy quiere reconstruir un sistema centralizado. El modelo parlamentario del país y la devolución de poderes a las regiones, dos principios fundamentales de la constitución federal, obstaculizan su gran plan, ya que implican controles y un sistema de equilibrios sobre el poder ejecutivo. Las elecciones libres también crean la posibilidad de que cualquier estado regional pueda ser gobernado por un partido de oposición, lo que hace que la reforma radical de la constitución sea un imperativo para Abiy y sus aliados.

Zonas de Tigray ocupadas por milicias amharas

Sin embargo, si el cruce del Tekeze de Abiy forma parte de su toma del poder de manera predecible, también hay otros intereses en juego. Para los nacionalistas de Amhara, que han apoyado al asalto contra Tigray, el conflicto es una continuación de la guerra civil etíope. Hasta 1991, los amhara habían sido el grupo étnico dominante en Etiopía, con un poder desproporcionado en todas las ciudades y administraciones regionales. Ello cambió cuando el EPRDF llegó al poder, instituyendo un federalismo étnico que los convirtió en minoría fuera de la región de Amhara y Addis Abeba. El objetivo de los nacionalistas de Amhara es revertir este acuerdo y recuperar su posición. Y su objetivo es también incorporar territorios que ahora forman parte de Tigray - Raya, Welkaitand West Tigray - al Estado Regional Nacional de Amhara. En algunos casos, ya se ha establecido una nueva administración amhara en estas áreas, tras expulsar por la fuerza a la población de etnia tigraya. Un informe del gobierno de EEUU señala que lo que ha ocurrido en las regiones bajo el control de la milicia de Amhara constituye "una campaña sistemática de limpieza étnica".

Tanto Abiy como las fuerzas de Amhara están luchando por revertir el resultado de la guerra civil de 1975-1991 y reemplazar el orden federal por una forma de gobierno más centralizada. (Aunque, para los amhara, la estrategia actual de irredentismo estatal regional es algo contradictoria: ¿por qué anexar territorio de un estado regional a otro, si la federación en su conjunto debe ser abolida en cualquier caso?).

Los nacionalistas etíopes, que siempre se han opuesto al sistema federal por principios, lo ven como un obstáculo a la unidad etíope. El hecho de que estas fuerzas se hayan unido en una alianza con el ejército de Eritrea es una ironía histórica, ya que fue la misma coalición centralista de amharas y pan-etiopes contra la que los eritreos se vieron obligados a luchar, durante 30 años, para lograr su independencia nacional y hacer del Tekeze una frontera internacional.

Mientras tanto, el gobierno de Eritrea está luchando para revertir el resultado de la guerra fronteriza de 1998-2000, buscando venganza por su vergonzosa derrota a manos de un ejército etíope liderado por Tigray. Estamos, por lo tanto, ante varios matrimonios de conveniencia entrelazados. Los gobiernos de Etiopía y Eritrea han hecho las paces para poder hacer juntos la guerra a Tigray. El Partido de la Prosperidad se ha casado con los nacionalistas amhara y los pan-etíopes que se oponían al EPRDF. Y estas fuerzas nacionalistas, a su vez, se han aliado con sus viejos adversarios eritreos.

En cierto sentido, el objetivo central de las fuerzas centralistas pan-etíopes es remodelar las relaciones entre el centro y la periferia de una forma marcadamente vertical. Este proyecto ha sido intentado y derrotado antes; y dada la fuerza de la oposición de las regiones más pobladas de Etiopía, es incluso menos probable que tenga éxito esta vez. El federalismo le ha dado a la gente una experiencia de autoadministración limitada pero real que muchos son reacios a ceder. El proyecto de re-centralización, por el contrario, representa el deseo de una minoría. Su ejecución ya requiere una intensa represión y, en última instancia, exigirá una guerra civil.

Convencer al pueblo de Tigray de que su futuro está en una Etiopía unida también será una tarea difícil. Tigray lleva mucho tiempo soportando la peor parte del militarismo etíope. La primera rebelión de Woyanne en 1943 fue aplastada por la fuerza aérea británica que intervino del lado del ejército imperial etíope. En la guerra civil de 1975-1991 (apodada la segunda rebelión de Woyanne en Tigray), la región fue bombardeada implacablemente por la fuerza aérea de Mengistu. Ahora, menos de tres décadas después de la derrota de Mengistu, los bombardeos han regresado, y los tigrayanos no tienen otra opción que la resistencia o el sometimiento a un régimen violento y centralizado.

Las fuerzas regionales de Tigray están lejos de haber sido derrotadas, y es poco probable que lo sean, dada la impopularidad de las fuerzas invasoras. Los ejércitos ocupantes, a pesar de sus armamentos y recursos superiores, han capturado principalmente las carreteras principales y una serie de ciudades a lo largo de ellas. Más allá de eso, pueden hacer poco más que llevar a cabo incursiones ocasionales en un interior hostil. Además, la invasión ha fracasado en su propósito aparente: capturar a los líderes del gobierno regional de Tigray, que aún están en libertad y dirigen la resistencia. Las masacres de civiles, por repulsivas que sean, pueden interpretarse como un signo de debilidad, que refleja la frustración de los invasores.

Desde la década de 1990, se asumió en general que Etiopía había doblado la esquina. A pesar de todas las deficiencias en la implementación del orden federal, la impresión era que las cosas habían cambiado a mejor para siempre: las ambiciones imperiales de Addis Abeba se habían desvanecido; las relaciones entre las nacionalidades etíopes eran más equitativas y pacíficas; y el Estado estaba dispuesto a integrarse en el orden multilateral. Tales ilusiones se han disipado por el brutal ataque a Tigray.

El Rubicón ha sido cruzado y no hay camino de regreso al reconfortante mito de que las instituciones políticas o legales pueden garantizar la armonía entre las nacionalidades etíopes o la autonomía democrática de sus estados. Incluso si Tigray repele a los invasores, ¿qué puede garantizar que los futuros gobernantes en Addis Abeba no pisoteen de manera similar las aspiraciones populares, enfrenten a unas regiones contra otras o pidan a los eritreos que repriman la disidencia interna? Los demonios del pasado se han desatado en Etiopía y ningún arreglo constitucional bastará para detenerlos.

* Académico y diplomático etíope que fue embajador en EEUU de 2006 a 2009.

newleftreview.org. Traducción: Enrique García para Sinpermiso.

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