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Europa, Pensamiento :: 10/04/2019

¿Es el "populismo de izquierda" la solución?

Anton Jäger y Arthur Borriello
El populismo ha surgido porque la clase trabajadora está desorganizada y carece de una dirección revolucionaria

En 1984, el músico de rock Robert Wyatt popularizó una canción en defensa de la huelga de los mineros británicos. La canción de Wyatt eran una contundente denuncia al Thatcherismo y su evangelio del egoísmo. Además era una crítica a las nuevas tendencias que deslumbraban a la izquierda del Reino Unido. Las primeras líneas del tema musical eran estas:

“Dicen que la clase trabajadora está muerta, que ahora todos somos consumidores.
Dicen que hemos avanzado, que ahora somos personas.
Dicen que necesitamos nuevas imágenes para que el movimiento crezca”.

El objetivo de la queja de Wyatt era lo suficientemente explícito. Palabras clave como “consumidores”, “personas” e “imágenes” eran una respuesta a un Partido Laborista que estaba cambiando su política.

Cuando los Conservadores lograran su primera victoria, en 1979, teóricos como Neil Kinnock y Peter Mandelson plantearon abiertamente que el partido debía reorientar su mensaje para dirigirse a las “personas comunes” en lugar de a “la clase trabajadora”. Su objetivo era una gran base social en la “clase media”. La sensibilidad populista estaba en el aire.

El teórico cultural Stuart Hall fue un ferviente partidario del giro del Kinnock. En un artículo publicado a fines de 1970 en 'Marxism Today' (“El gran espectáculo de la derecha”) reivindicó un “populismo democrático” en oposición a la variante “autoritaria” de Thatcher.

Aunque Hall era socialista, tenía una relación incómoda con el movimiento obrero. A los ojos de Hall, la huelga que los mineros estaba condenada a la derrota, “se necesita una nueva forma de hacer política”, dijo. Él proponía construir una alianza con las feministas y los activistas pro derecho de los homosexuales. Cuando la huelga minera fue derrotada Hall atribuyó el fracaso a que “los trabajadores y sus organizaciones están cautivos de categorías y estrategias del pasado”.

En los primeros años de 1990 apareció en el horizonte un tenue esperanza para los trabajadores. En esos años, Stuart Hall escribió que el ascenso de Tony Blair le haría bien a la izquierda porque “va a enterrar la línea dura del Laborismo”.

El entusiasmo de Hall se desinfló rápidamente. Al poco tiempo calificó al Blairismo como “El gran espectáculo de la nada”. El populismo de Blair, según Hall, se había limitado a servir como un dispositivo para consolidar el neoliberalismo en Gran Bretaña. Blair había privatizado los servicios ferroviarios, impedido las funciones del Banco Central y recortado los Servicios Sociales. Según Hall, Tony Blair sólo estaba endulzando el neoliberalismo con tímidas propuestas a favor de la diversidad.

Del posmarxismo al populismo

¿Qué queda del populismo hoy en día después de veinte años y de la rápida desilusión de Hall? Mucho, nos parece.

Con cincuenta multimillonarios en posesión de la mitad de la riqueza del mundo y con políticas de austeridad que han liquidado a economías nacionales enteras, la atracción del populismo parece seguir vigente .

Como ha señalado G. Jacobson en el 'New Statesman', la “paulatina oligarquización de las sociedades de Europa occidental y la ausencia de luchas políticas de la clase obrera explican, en parte, la actual oleada populista”.

Entre quienes han teorizado respecto del populismo está Chantal Mouffe con su libro “Por un populismo de izquierda”. Mouffe no es una recién llegada a la cuestión del populismo de “izquierda”.

En los 80, junto con su fallecido compañero Ernesto Laclau, defendió con fuerza la idea de una izquierda “post-marxista” (Laclau, de origen argentino, emigró al Reino Unido a fines de 1970 y con la ayuda del historiador marxista Eric Hobsbawm obtuvo un puesto de trabajo en la Universidad de Essex).

Laclau y Mouffe se pusieron a la vanguardia de lo que ahora se conoce como el “posmarxismo”. Ambos escribieron que los socialistas deberían prescindir de su enfoque de “clase” y, en su lugar, debían organizar a los ciudadanos en torno al género, la raza, la nacionalidad. De esta manera, según estos teóricos, la izquierda podría levantar un proyecto de “democracia radical” . Habría que dejar atrás lo que llaman “ortodoxia estalinista” para coincidir con los nuevos movimientos sociales, el feminismo y los activistas pro derechos de los homosexuales.

Según Hall y Mouffe era necesario una “coalición del arco iris” para derrotar “el consenso político que ha convertido la toma de las decisiones en un asunto sólo tecnocrático”. En palabras simples, para los teóricos del populismo de izquierda, Tony Blair, Bill Clinton y Gerhard Schroeder habían convertido la política occidental en una elección entre ”la Pepsi y la Coca Cola”.

Cuando elaboraron sus tesis eran más que evidentes las señales de una gran crisis de los partidos tradicionales. En Francia el Frente Nacional había logrando su primer éxito electoral, Silvio Berlusconi monopolizaba el escenario político italiano y Pim Fortuyn ganaba influencia en los Países Bajos.

Sin embargo, el populismo que proponía Mouffe y Laclau era diferente al populismo de derecha. En su opinión, “el populismo de izquierda está cerca del socialismo del siglo XXI” , del presidente venezolano Hugo Chávez, que en esos días impugnaba el Consenso de Washington y reorientaba la economía de su país hacia el consumo popular.

Para Mouffe el populismo de Chávez, que irritaba a las sensibilidades liberales con la cuestión de la “identidad nacional “, era diferente a los nacionalismos de la extrema derecha. Las “personas” para Laclau y Mouffe tienen que ser universales e inclusivas, no excluyentes o sectarias. “Lejos de ser una perversión de la democracia”, para Mouffe, el populismo es una forma de “construcción de identidades populares”.

El populismo de izquierda de Mouffe no ha estado exento de críticas. Muchos analistas sostienen que su estrategia está centrada en un fenómeno identitario que reproduce tendencias que todavía prevalecen en el mundo contemporáneo. Según sus críticos este populismo sería más bien una forma rendición de la izquierda, en lugar de estimular un combate consistente contra el dogma neoliberal .

En un análisis del libro de Mouffe, William Davies sostiene que “el populismo de izquierda es confuso ya que según la propia Mouffe, nada en la política es real hasta que se construya una nueva identidad popular”. Básicamente, William Davies acusa a los populistas de falta de conciencia histórica. En su opinión, Mouffe desconoce los fundamentos reales que explican “el momento populista ”

Davies explica que el populismo aparece en una era de declive democrático. Y surge con cierta fuerza porque ha instrumentalizado fenómenos reales, tales como la disminución de afiliados en los partidos tradicionales, el descontento general y la corrupción de la política partidista.

El “populismo de izquierda” para Davies “se caracteriza por una manifiesta fascinación por el discurso”; una idea que complementa con una política centrada exclusivamente en los medios de comunicación modernos. En efecto, ante la ausencia de organizaciones que conecten la sociedad civil con el Estado, los políticos de todos los colores han tenido que buscar diferentes dispositivos de comunicación para conocer las aspiraciones de los ciudadanos.

El escritor húngaro Peter Csigo comparó esta situación “con las señales de humo”. Para él los políticos están aislados de la gente y tratan de comunicarse sin conocer realmente los medios que utilizan. Un ejemplo de este aislamiento fue la última gira electoral del líder laborista Milliband; su catastrófico resultado puso en evidencia la gran separación existente entre el político profesional y la base social.

Para muchos en la izquierda, la lastimosa campaña de Miliband fue un punto de inflexión. Dejó al descubierto una verdad incómoda. El 'New Statesman' escribió el año pasado, “los partidos de izquierda están tan aislados socialmente que no tienen idea de que quiere la gente”.

Al carecer de bases populares los políticos están condenados a especular sobre las aspiraciones del pueblo. El académico Joel Kennedy ha calificado a este modelo como “una política conservadora que no cree en la clase trabajadora”.

El arquetipo de esta política es el diputado laborista Owen Smith. Cuando Smith decidió postularse para líder del laborismo, en 2016, fingió no saber el nombre de un café típico italiano llamándolo “café espumoso”. También utilizó sistemáticamente Twitter con términos como “pájaros” y “muchachos”, “gente”.

Para el profesor Kennedy estos políticos son auténticos autócratas que ofrecen solo una apariencia de autenticidad. Y lo hacen en “un momento en que la autenticidad se ha convertido en un producto mediático obligado”. En la práctica los políticos se han transformado en verdaderas caricaturas de si mismos, en las competencias electorales .

El vacío de la política

Es imposible entender el populismo sin reconocer el declive de la democracia en Europa. En los últimos treinta años, los partidos europeos que alguna vez fueron potentes han experimentado una decadencia ininterrumpida: el SPD alemán pasó de un millón de miembros en 1986 a 660.000 en 2003; el Partido Laborista de 675.905 a 200.000; los socialistas holandeses de 90.000 a 57.000; los comunistas italianos pasaron de dos millones 1980 a unos escasos 44.775 en 1991, para disolverse poco después.

El politólogo irlandés Peter Mair describió acertadamente el resultado de este vaciamiento de la política partidista como “gobernar el vacío”. En lugar de escuchar a sus bases sociales los políticos están atrapados por “un ejercito de especialistas en encuestas. Estas empresas proporcionan informes periódicos sobre el estado de la opinión pública, una táctica iniciada por gurús como Peter Mandelson y Lynton Crosby, que ayudaron a David Cameron a obtener el puesto de Primer Ministro en Gran Bretaña en 2010.

También hay un aspecto institucional mucho más oscuro en esta historia. Desde la década de 1990, las sociedades occidentales han experimentado una grave ruptura con los métodos democráticos propios de la política de la posguerra. Aquellas políticas estaban en sintonía con la gente a través de la competencia entre partidos y sobretodo mediante la intervención del Estado en la economía en beneficio del “bien común”.

Desde los 90 del siglo pasado la política se ha convertido en el dominio del ”poder no elegido“. Quienes mandan realmente son organismos que no han sido elegidos, como el Eurogrupo, la UE o el Banco de Inglaterra. La política ha sido relegada a una esfera mediática adicta a una “falsa novedad”. Sin embargo la política del espectáculo y el poder en manos de las finanzas son publicitadas por el sistema como expresiones de “una sociedad civil emancipada”.

La situación desde la caída del muro ha sido deprimente. En Europa, desde los 90 no se han creado ningún espacio real de emancipación. Entre otros muchos desastres se ha destruido instituciones colectivas, se ha aplastado del movimiento sindical británico, el Partido Comunista Francés casi ha desaparecido por su colaboración con los socialistas y por del otro lado ha envejecido la membresía de los partidos conservadores.

Mientras tanto los políticos están cada vez más alejados de los ciudadanos y viven atrapados por los medios de comunicación y encapsulados en una gestión burocrática del Estado.

Del populismo al tecno-populismo

La innovación más potente ha sido lo que Chris Bickerton llama “tecno-populismo”. Esta nueva forma de hacer política la iniciaron figuras como Tony Blair, Pim Fortuyn y Nicolas Sarkozy. Sarkozy es el mejor ejemplo de cómo el populismo y la tecnocracia pueden combinarse sin complejos de ningún tipo. En el mismo momento en que lanzó un ofensiva por la ”defensa de la identidad nacional”, Sarkozy claudicaba para aplicar a rajatabla la austeridad impuesta por el Banco Central Europeo, controlado por Alemania.

Los analistas franceses han descrito el comportamiento de Sarkozy como “Sarko-Berlusconismo”. La conexión no es sorprendente. Mediante su imperio mediático Berlusconi controló la opinión pública italiana hasta la primera década del 2000. Sarkozy y Berlusconi aplicaron religiosamente “las normas y los principios del gobierno tecnocrático”. En definitiva entregaron el poder a organismos antidemocráticos que han conducido a un frágil equilibrio a la mayoría de los Estados europeos.

En Europa, mientras los poderosos se dedican salvan el sistema bancario, con oleadas de flexibilización cuantitativa, paralelamente se debilitan los lazos que articulan el Estado con los sindicatos y la sociedad civil.

Los gobiernos no tienen independencia para aplicar sus programas. Cada vez tienen más limitaciones para conducir la vida económica o redistribuir la riqueza. De hecho, están prisioneros por prohibiciones constitucionales normadas durante el auge del neoliberalismo. Para el politólogo italiano Vincent Della Sala “los Estados europeos son duros con la gente pero están vacíos de soberanía”.

Soberanía nacional y popular

El populismo ha tratado de dar una respuesta a la erosión del poder estatal con fórmulas políticas muy diferentes. Los populistas de derecha se han centrado en la soberanía nacional. La ruptura de los tratados internacionales de Donald Trump o el blindaje de las fronteras europeas que postulan Matteo Salvini, Viktor Orban y Marine Le Pen son los emblemas del populismo de derecha.

Los populistas de izquierda, han priorizado la defensa de la soberanía popular sobre la soberanía nacional, Se proponen recuperar parte de las conquistas perdidas de manos del neoliberalismo. Este es básicamente el proyecto de Mouffe y Laclau. Un proyecto que ha inspirado a movimientos como Podemos en España y a la Francia Insumisa del país galo.

Sin embargo, uno de los mayores problemas del populismo de izquierda es que no ha terminado de morir el mundo descrito por Peter Mair. En lugar de un vacío completo, solo ha habido una erosión relativa del sistema de partidos clásicos. La gente sigue votando por clase, y los sindicatos se resisten ha desaparecer. Es en parte el caso de los socialistas españoles o de los movimientos sindicales belgas. Incluso donde su declive ha sido espectacular estas organizaciones no han desaparecido.

En realidad para los populistas de izquierda el “vacío” nunca estuvo lo suficientemente vacío. Un vacío incompleto también ha significado que los logros de los populistas de izquierda sean más retóricos que reales.

Cuando los populistas tuvieron la oportunidad de obtener una mayoría electoral por lo general buscaron hacer la paz con los viejos partidos socialdemócratas. (dos ejemplos: el fallido “sorpasso ” de Podemos, o la incapacidad de Jean-Luc Mélenchon para pasar a la segunda vuelta de las elecciones francesas). Esta situación política los ha obligado a posicionarse en el tradicional eje de izquierda – derecha y ahora están forjando alianzas con partidos tradicionales.

Normalización

Sin embargo, lo más doloroso para esta generación es que los populistas de izquierda se han institucionalizado. Por otra parte han dejando de lado la aspiración de representar “el 99 por ciento de la gente” para restringirse su acción a una base social más estrecha.

Una vez que el llamado “momento populista” ha pasado, el “populismo de izquierda” tienden a tener agudas divisiones internas como todos los partidos de la vieja escuela. Esta dinámica se ha vuelto visible con Podemos. Tras su primer revés electoral en 2015, el partido entró en un período de turbulencia interna que ha terminado con la renuncia al partido de uno de sus líderes.

La “France Insoumise” ha enfrentado problemas similares desde las elecciones presidenciales de 2017. Su líder Mélenchon ha debido soportar altercados por el mal funcionamiento de la democracia partidaria.

Estas tribulaciones bien podrían ofrecer una lección importante. Los partidos populistas de izquierda tendrían que repensar su estrategia, a menos que el “momento populista” acontezca en un periodo que se produzca un completo desmantelamiento del sistema de partidos tradicional.

Los descontentos de la desorganización

Sin embargo, el declive no es una característica universal en los partidos tradicionales de la “izquierda” europea. Jeremy Corbyn encabeza el partido con la mayor membresía en Europa. Bajo su liderazgo el Partido Laborista obtuvo la mejor la votación desde 1945. Con más de medio millón de miembros el Laborismo es ahora uno de los principales actores en la política europea.

Aunque la base sindical que apoya a Corbyn todavía está limitada a trabajadores del sector público y a la antigua aristocracia obrera, hay nuevos sectores del partido que están tratando de reconstruir la vieja cultura obrera con plataformas como Novara o World Transformed.

La incongruencia es que Novara sigue siendo una plataforma existente sólo en Londres, y sus miembros recuerdan a Podemos, un ”partido dirigido por profesores universitarios“. Por otra parte Corbyn ha tenido que mantener un equilibrio frente al Brexit. Una situación de indefinición similar a la que vive el partido de Mélenchon con el pujante movimiento de los “chalecos amarillos”.

A esta altura es difícil emitir un juicio final sobre el proyecto populista de izquierda. A pesar de sus victorias relativas, los éxitos del populismo de Mouffe son mucho más un síntoma que una mejoría real para la izquierda.

El populismo de izquierda ha crecido por fenómenos característicos de nuestra época: la tecnocracia, el neoliberalismo, la antipolítica, la desconexión entre política y la gente. También es cierto es que el populismo de izquierda ha creado partidos completamente nuevos, después de treinta años de una dura embestida neoliberal.

En contraste con la vieja izquierda, el populismo de izquierda ha logrado desplegar sus alas. Surgió en un momento en que la clase trabajadora – el actor social más poderoso del siglo veinte – está desorganizada y carece de una dirección revolucionaria. Pero una cosa sigue estando clara, sin una clase obrera organizada no hay cambio posible.

En el ya lejano 1984 el cantante de rock Robert Wyatt nos advirtió:

“Me parece que si olvidamos
Nuestras raíces y nuestra tradición,
el movimiento se desintegrará
como castillos construidos sobre la arena”.

Revista Jacobin / Kritica.info. Revisado por La Haine.

 

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