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Europa, Asia :: 11/06/2020

Iglesias ortodoxas y conflictos políticos

Txente Rekondo
Elementos claves que han caracterizado la movilización política de determinadas iglesias ortodoxas han sido el nacionalismo, el conservadurismo y la intolerancia

El papel de las diferentes religiones, y de sus respectivas iglesias, en el ámbito político ha sido una característica desde su formación. Estas instituciones religiosas siempre han pretendido ir más allá del ámbito espiritual, y sus posicionamientos han buscado en más de una ocasión cimentar su poder también en el ámbito político y terrenal.

La desaparición de la Unión Soviética, y la posterior destrucción de Yugoslavia, ha traído consigo la aparición, en la escena pública y política de esas zonas, de diferentes iglesias.

A partir de 1989, las comunidades religiosas en Europa central, del este y del sudeste se han visto inmersas en un proceso de reconstrucción, y su peso y visualización social ha ido incrementándose. Algunos autores definen este desarrollo como desecularización.

Ese proceso se va a manifestar de diferentes maneras: como una reafirmación y una revitalización de la iglesia, como una vuelta a los valores tradicionales auspiciados por la iglesia, como un renacimiento de la religión y la iglesia y el regreso de lo sagrado, e incluso como una reconquista y un renacimiento religioso. 

Esas iglesias ortodoxas se han ido conectando en ocasiones con la nueva ideología dominante en sus respectivos países, involucrándose activamente en la política de los mismos. El mundo ortodoxo va a ser testigo de una exacerbación de los símbolos religiosos y políticos en el dominio público.

Una de las claves en la articulación de este carácter político-religioso es la organización estructural de las iglesias ortodoxas. Sin una estructura centralizada dentro de la ortodoxia, las iglesias organizadas a través de líneas nacionales tienen una autonomía significativa y, ello les permite también desarrollar características nacionales distintas. Al hacerlo, a menudo se convierten en un símbolo y una referencia para sus comunidades del ser nacional, inextricablemente vinculado con la identidad nacional y, por lo tanto, politizado.

Otros elementos claves que han caracterizado la movilización política de determinadas iglesias ortodoxas han sido el nacionalismo, el conservadurismo y la intolerancia. Las jerarquías eclesiásticas no han dudado en involucrarse con actores sociales y políticos, acentuándose las relaciones cada vez más estrechas entre las autoridades políticas y religiosas.

Ya en el siglo XIX, los procesos de construcción del Estado-nación en esas regiones de Europa acercaron la colaboración entre las iglesias ortodoxas y las autoridades gubernamentales y políticas. A partir de la última década del siglo XX, estos movimientos volverán a reproducirse.

El caso de Ucrania

La crisis de los últimos años entre Rusia y Ucrania, también ha tenido un importante foco en el entramado religiosos de las iglesias ortodoxas ucranianas. La declaración de independencia de Ucrania en 1991 estuvo acompañada de intentos, por parte de sectores ortodoxos ucranianos, para crear una Iglesia ortodoxa ucraniana independiente del Patriarcado de Moscú. Tanto éste, como el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla rechazaron esas pretensiones.

No obstante, al amparo de la situación creada tras el enfrentamiento entre Moscú y Kiev, el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla decide en 2018 otorgar la autocefalia a la Iglesia ucraniana. Esta medida, apoyada por importantes sectores políticos y ortodoxos de Estados Unidos, fue presentada por los dirigentes ucranianos como una victoria contra Moscú. La decisión escenificó también el pulso religioso y político que mantienen las autoridades religiosas de Moscú y Constantinopla, así como de las diferentes iglesias ortodoxas alineadas con unos u otros.

La estrategia político-religiosa de los sectores ortodoxos ucranianos partidarios de una Iglesia independiente de Moscú estuvo sustentada en tres puntos: las presiones sobre el Patriarca de Constantinopla, presionar también al gobierno ucraniano para lograr su apoyo incondicional, y la ayuda de los grupos de extrema derecha ucranianos que le permiten adueñarse por la fuerza de los centros religiosos que hasta ahora estaban bajo la tutela de Moscú.

La restitución canónica en su cargo jerárquico a Filaret (Denysenko) como el Patriarca de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kiev, convirtiéndolo para algunos en el Patriarca legítimo de toda Ucrania, el apoyo partidario de los más altos cargos del estado ucraniano, y el acceso a las movilizaciones promovidas por los grupos ultraderechistas, le han permitido materializar su estrategia.

La reciente crisis en Montenegro

 A finales del año pasado, el parlamento de Montenegro aprobó la ley sobre la libertad de religión o creencia y el estatuto jurídico de las comunidades religiosas, que sirvió como detonante para el enfrentamiento y las protestas de diferentes sectores de la sociedad. En este escenario también emerge el enfrentamiento intraortodoxo entre la Iglesia ortodoxa serbia y la montenegrina.

Si bien, una de las claves de ese enfrentamiento gira en torno a la autocefalia, también hay cuestiones históricas, y sobre todo encontramos un conflicto políco sobre la identidad montenegrina. “Oculto tras una terminología religiosa, encontramos un conflicto de poder principalmente sobre identidad: un enfrentamiento entre quienes se definen a sí mismos como montenegrinos y son defensores de la independencia de Montenegro y quienes se definen a sí mismos como serbios (aunque de Montenegro) y Montenegro como «segundo estado serbio»”.

Durante décadas, la Iglesia Ortodoxa Serbia en Montenegro ha jugado un papel fundamental en la consolidación de la identidad serbia de la población montenegrina, presentándolos como los descendientes de los serbios que emigraron al interior de Montenegros tras la batalla de Kosovo, y que mantuvieron viva la llama de la ortodoxia y la identidad serbia.

Por su parte, los partidarios de la independencia apoyaron el restablecimiento de la iglesia montenegrina como parte de una estrategia más amplia que los ayudaría a alcanzar su objetivo declarado de restablecer un estado montenegrino soberano e independiente. 

Ya en enero de 1991, se llevó a cabo un «Sínodo Nacional Montenegrino», durante el cual se declaró su compromiso de restaurar la Iglesia Ortodoxa de Montenegro autocéfala, “una iglesia que sirviera para unir a los montenegrinos a través del culto a santos específicamente montenegrinos y, por extensión, ayudar en su objetivo más amplio de establecer un estado independiente, con la iglesia actuando como el pilar central de una identidad nacional montenegrina distinta”.

Si en el caso de Ucrania, Occidente maniobró para alejarla de Moscú, en Montenegro también se han dado maniobras para tensionar la situación y hacer ver que, como en el pasado, la coexistencia unida, religiosa o política, entre Serbia y Montenegro es inviable.

Como señalan algunos autores, “la religión estuvo presente en la disolución de Yugoslavia, y continúa presente en los pasillos del poder de las actuales instituciones políticas, en las movilizaciones de las masas en nombre de los valores tradicionales, y en los propios procesos electorales”.

El aumento de la identificación religiosa y nacional en el mundo ortodoxo de Europa oriental no ha propiciado únicamente una transformación social, sino también una mayor politización de la religión, y en como consecuencia directa un mayor peso de la religión en la política.

 Un estudio reciente apuntaba que “en conclusión, la movilización política de las Iglesias ortodoxas permanece incrustada tanto en la estructura de la ortodoxia oriental como en las formas en que las sociedades del sudeste de Europa se involucran con la religión”.

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