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Medio Oriente :: 01/05/2009

¿Tortura? Es probable que haya matado a más estadounidenses que el 11-S

Patrick Cockburn
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Los combatientes extranjeros se unieron a al-Qaeda en Iraq por los maltratos en Guantánamo y Abu Graib

La tortura hace el juego a al-Qaeda

“Los motivos por los que combatientes extranjeros se unieron a al-Qaeda en Iraq fueron, de forma abrumadora, los maltratos en Guantánamo y Abu Graib y no la ideología islámica”, afirma el mayor Matthew Alexander, quien personalmente dirigió en Iraq 300 interrogatorios de presos. Fue el equipo dirigido por el mayor Alexander [pseudónimo elegido por razones de seguridad] el que consiguió la información que hizo posible a los militares estadounidenses localizar a Abu Musab al-Zarqawi, jefe de al-Qaeda en Iraq. El 7 de junio de 2006, Zarqawi resultó muerto al bombardear dos aviones estadounidenses la granja donde se ocultaba a las afueras de Bagdad. El mayor Alexander afirmó que supo donde se encontraba Zarqawi durante un interrogatorio de seis horas a un preso con quien había establecido una relación de confianza.

La actitud del mayor Alexander frente a las torturas estadounidenses es una mezcla de indignación moral y desprecio profesional. “ Hace el juego a al-Qaeda en Iraq porque nos hace aparecer como hipócritas cuando hablamos de derechos humanos”. Hombre muy inteligente y experimentado como investigador criminal en el ejército de Estados Unidos, afirma que la tortura es ineficaz y contraproducente. “La gente sólo confiesa lo mínimo para que se acabe el sufrimiento”. “Le pueden decir la situación de una casa utilizada por la resistencia pero no que es una trampa”.

En su apasionante libro, How to Break a Terrorist [Cómo romper la resistencia de un terrorista], el mayor Alexander explica que los presos sometidos a maltratos normalmente se mantienen en silencio, no contestan o facilitan información equivocada. En la entrevista fue muy despectivo respecto al argumento de las bombas de relojería, utilizado con frecuencia para justificar la tortura. En él se parte de la hipótesis de que existe una bomba programada para explotar en un autobús o en la calle y que va a matar a muchos civiles. Las autoridades tienen un preso que sabe dónde se encuentra la bomba. ¿No deberían torturarle para encontrarla antes de que explote?

El mayor Alexander afirma que en Iraq todos los días se enfrentaba a las “bombas de relojería” porque “teníamos a gente que sabía de la existencia de futuros camicaces”. Dejando de lado los argumentos morales, dice que la tortura no sirve. “Reafirma su decisión y callan”. Señala que el FBI utiliza métodos normales en sus interrogatorios, incluso cuando investigan un secuestro y el tiempo es esencial. Él haría lo mismo, “incluso aunque mi madre estuviera en un autobús” en cuyo interior hubiera una hipotética bomba de relojería. Es un error pensar que la tortura es el medio más rápido para obtener información, afirma.

Oficial de carrera, el mayor Alexander estuvo 14 años en las fuerzas aéreas estadounidenses, al principio en helicóptero para operaciones especiales. Fue testigo de los combates en Bosnia y Kosovo, agente del contraespionaje de las fuerzas aéreas e investigador criminal, y permaneció en Arabia Saudí, desempeñando funciones antiterroristas, durante la invasión estadounidense de Iraq en 2003. Años después, el ejército tenía necesidad de interrogadores, y él se ofreció voluntario porque quería ayudar en los acontecimientos que se desarrollaban en Iraq.

Al llegar a Iraq a principios de 2006, se encontró que el equipo con el que tenía que trabajar estaba formado por jóvenes, hombres entre 18 y 24 años, muy trabajadores, pero “que en su mayoría nunca habían estado fuera de EE.UU.”, subraya. “Cuando se sentaban para interrogar a alguien era por lo general la primera vez que conocían a un musulmán”. Además de estos oficiales sin experiencia, el mayor Alexander dice que había “una vieja guardia” de interrogadores que utilizaban los métodos empleados en Guantánamo. No puede por razones legales decir con exactitud lo que hacían, aunque en el resto de la entrevista deja pocas dudas sobre que se torturaba y maltrataba a los presos. Los métodos de la “vieja guardia”, dice, se basaban en infundir “miedo y sensación de desamparo” en el preso.

Él se negó a servirse de la tortura y de los malos tratos, y prohibió a su equipo que utilizase esos métodos. Afirma, por el contrario que aplicó las técnicas normales de la policía estadounidense en los interrogatorios, basadas “en establecer buenas relaciones y en ciertas mentiras”. Añade que el engaño con frecuencia consistía en algo tan simple como decir que otro preso ya lo había confesado todo.

El mayor Alexander dice que antes de empezar el interrogatorio de presos de la resistencia en Iraq, se le dijo que eran gentes muy fanáticas y comprometidas con la idea de establecer un califato islámico en Iraq. A lo largo de los centenares de interrogatorios efectuados personalmente, y en los más de 1.000 que supervisó, llegó a la conclusión de que las razones de los extranjeros que se habían unido al Qaeda en Iraq y las de los iraquíes eran muy distintas del estereotipo oficial.

En el caso de los combatientes de fuera- reclutados mayoritariamente en Arabia Saudí, Egipto, Siria, Yemen y el Magreb- el motivo esgrimido era lo que habían oído sobre las torturas en Guantánamo y Abu Graib. Aquellos abusos, y no el fundamentalismo islámico, eran lo que había impulsado a muchos de los combatientes extranjeros a convertirse voluntariamente en camicaces.

Para los sunníes iraquíes que se integraron en al-Qaeda, los maltratos tuvieron su importancia pero la razón más generalizada para su reclutamiento fue política y no religiosa. Habían tomado las armas porque los árabes chiíes estaban haciéndose con el poder; la persecución contra el Ba’az dejó fuera de juego a los sunníes y les privó de trabajo; temían que los iraníes se hicieran con el poder. Por encima de todo, al-Qaeda podía proporcionarles dinero y armas. En una ocasión, el mayor Alexander recordó que el comandante en jefe estadounidense en Iraq, general George Casey, fue a visitar la cárcel donde él trabajaba. Al preguntar sobre las motivaciones de los presos sospechosos de pertenecer a al-Qaeda, al principio se le proporcionó la versión oficial de que eran jihadistas movidos por el fervor religioso. El mayor Alexander intervino para afirmar que aquello no era cierto, y que existían otra serie de razones más complejas en el asunto. El general Casey se mantuvo en silencio..

El objetivo del equipo de Alexander era encontrar a Zarqawi, el líder jordano de al-Qaeda que la transformó en una organización terrible. Desde hacía tres años las tentativas del servicio de espionaje militar estadounidense para localizarle habían fracasado. El mayor Alexander finalmente consiguió convencer a uno de los colaboradores de Zarqawi, que había llegado a rechazar sus matanzas de civiles, para que les confesara donde se encontraba.

Lo que descubrió el mayor fue que la mayoría de los combatientes sunníes eran miembros o aliados de al-Qaeda debido a la necesidad. No compartían sus fanáticas creencias sunníes ni el odio hacia la mayoría chií. Afirma que el general Casey despreció sus conclusiones y que se sintió satisfecho cuando el general David Petraeus asumió el mando en Iraq y empezó a tener en consideración los motivos reales de los combatientes sunníes. “ Separó de al-Qaeda a aquellos sunníes”.

Tras su experiencia en Iraq, de donde se fue a finales de 2006, Alexander creyó que la batalla contra la tortura de la que se servía Estados Unidos era más importante que la guerra en Iraq. Considera la declaración del presidente Obama contra la tortura como “una victoria histórica”, aunque está preocupado por los resquicios legales en vigor y por la falta de exigencia de responsabilidad a los altos funcionarios. Al reflexionar sobre sus propios interrogatorios, dice que siempre controlaba sus actuaciones preguntándose: “Si el enemigo hiciera esto a uno de mis soldados ¿lo consideraría tortura?” Su mensaje general es que el pueblo estadounidense no tiene que elegir entre tortura y terrorismo.

Patrick Cockburn es autor de “The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq', finalista del Premio de la Crítica al mejor libro de no-ficción en 2006. Su nuevo libro 'Muqtada! Muqtada al-Sadr, the Shia revival and the struggle for Iraq, lo publica Scribner.

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