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Europa :: 28/07/2022

La guerra en Ucrania y el hundimiento de Alemania

Marco d'Eramo
La guerra ha acabado con el sueño de un espacio euroasiático común porque obliga a Alemania a debilitar sus lazos con China y Rusia. Cortesía de EEUU

Quienquiera que sea el vencedor, se vuelve cada vez menos claro lo que significaría ganar la guerra en Ucrania. Cuanto mayor es la destrucción, más difícil parece solucionar el conflicto. Con un número creciente de muertos y sanciones en aumento, los objetivos de los beligerantes resultan inescrutables.

¿Qué ganaría Rusia con la anexión de un rincón de Ucrania, en comparación con todo lo que perdería? ¿Por qué Ucrania quiere retener una región que quiere ser parte de Rusia? ¿Y con qué fines la OTAN está levantando una nueva Cortina de Hierro, consolidando así un bloque ruso-chino dotado tanto de materias primas como de tecnología avanzada?

Por supuesto, desde hace algún tiempo, EEUU y sus aliados han librado guerras en las que la victoria es imposible de imaginar para occidente. ¿Cómo hubiera sido ganar en Irak? Querer convertir al país en una réplica musulmana de Israel, nunca fue un objetivo realista. Al final Irak, fue prácticamente entregado a la esfera de influencia iraní, mientras que tras la derrota occidental, Afganistán fue abandonado a Pakistán y China. (Todo esto sin siquiera mencionar la guerra civil siria).

Por estas experiencias bélicas, si es difícil identificar un vencedor potencial en Ucrania, es más fácil reconocer a los países perdedores potenciales. Como veremos, uno de ellos probablemente sea lo que el economista australiano Joseph Halevi ha denominado el «bloque alemán»: un conjunto de naciones económicamente interconectadas que van desde Suiza hasta Hungría.

Por supuesto, más o menos todos los europeos salimos perdiendo en la coyuntura actual. Cuando comenzó la invasión, todo el mundo estaba preocupado por el suministro de gas y gasolina. Solo más tarde se hizo público que Rusia y Ucrania representan el 14 % de la producción mundial de cereales y hasta el 29 % de las exportaciones mundiales de cereales.

Posteriormente se reveló que aportan el 17% de las exportaciones de maíz y el 14% de la cebada. Mientras occidente buscaba el tesoro ruso, los analistas se dieron cuenta de que el 76% de los productos de girasol del mundo provienen de estos dos estados. Rusia también domina el mercado de fertilizantes, con una participación global de más del 50%, lo que explica por qué el bloqueo ha causado problemas agrícolas en lugares tan lejanos como Brasil.

Y habían más sorpresas. La guerra afectó no solo a los sectores del petróleo y el gas, sino también al del níquel. Rusia, sede de Nornickel, un gigante del sector, produjo 195.000 toneladas de níquel en 2021, o el 7,2 % de la producción mundial. La invasión, combinada con una mayor demanda de níquel utilizado en líneas eléctricas y vehículos eléctricos, hizo que los precios se dispararan. La industria global de superconductores, que produce calculadoras y chips de computadora, también, se vio muy afectada.

La industria siderúrgica rusa envía gas neón a Ucrania, donde se purifica para su uso en procesos litográficos como la inscripción de microcircuitos en placas de silicio. Los centros de producción más importantes son Odessa y Mariupol (de ahí la cruenta lucha por estas áreas). Ucrania proporciona el 70 % del gas neón del mundo, así como el 40 % de su criptón y el 30 % de su xenón; sus principales clientes incluyen Corea del Sur, China, EEUU y Alemania.

El suministro de varios otros metales 'críticos' también está en peligro, el Centro de Política Energética Global de Columbia informó en abril:

Otros metales de interés en la crisis de Rusia incluyen titanio, escandio y paladio. El titanio es estratégico para las aplicaciones aeroespaciales y de defensa y Rusia es el tercer mayor productor mundial de esponja de titanio, la aplicación específica que es fundamental para el titanio metálico. Utilizado ampliamente en los sectores aeroespacial y de defensa, el escandio es otro metal clave del que Rusia es uno de los tres mayores productores mundiales. El paladio es uno de los minerales críticos más notables afectados por la crisis de Ucrania porque es un insumo fundamental para las industrias automotriz y de semiconductores y Rusia suministra casi el 37 por ciento de la producción mundial. El paladio ruso ilustra una de las características geopolíticas clave de los minerales críticos: los suministros alternativos a menudo se encuentran en mercados igualmente desafiantes.

Cada día, pues, descubrimos nuevas dificultades para desvincular a Rusia de la economía mundial. Esto se debe en parte a que las sanciones han demostrado ser mucho menos efectivas de lo previsto, a pesar de los tenaces esfuerzos de EEUU y Europa. Hasta la fecha, ha habido al menos seis conjuntos de sanciones sucesivas, cada una más drástica que la anterior: la eliminación de Rusia del sistema financiero internacional operado por SWIFT; la congelación de las reservas de divisas del Banco Central de Rusia, que ascendían a unos 630.000 millones de dólares y la negativa a aceptar estos fondos como pago de la deuda externa de Rusia; la exclusión de los bancos más importantes de Rusia de la City de Londres; y la restricción de depósitos rusos en bancos británicos.

Los aeropuertos occidentales (y el espacio aéreo) ahora están cerrados a los aviones rusos, y su marina mercante tiene prohibido atracar en los puertos occidentales (incluidos Japón y Australia). Las exportaciones tecnológicas a Rusia están prohibidas, al igual que muchas importaciones.

La Unión Europea tiene sanciones vigentes contra 98 entidades y 1.158 personas, incluidos el presidente Putin y el ministro de Relaciones Exteriores Lavrov; oligarcas como Roman Abramovich; 351 representantes a la Duma; miembros del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia; oficiales de alto rango de las fuerzas armadas; empresarios y financieros; publicistas y actores. Todos los bancos occidentales y la mayoría de las empresas occidentales cerraron sus tiendas en Rusia y vendieron sus sucursales. Rusia ha respondido prohibiendo la exportación de más de 200 productos, y exigiendo pagos en rublos por las exportaciones de petróleo y gas.

Sin embargo, paradójicamente, ciertas sanciones le han hecho el juego a Moscú. El embargo sobre el petróleo y el gas ha aumentado los ingresos de Rusia debido a las subidas de precios que ha provocado, mientras que los observadores extranjeros señalan que los estantes de los supermercados rusos todavía están bien surtidos (mejor que los europeos).

En los primeros cuatro meses del año, la balanza comercial de Rusia registró su mayor superávit desde 1994, con 96.000 millones de dólares. Y, después de su colapso inicial durante los primeros días de la guerra, el rublo se recuperó gradualmente, de modo que ahora vale más que el año pasado. En 2021, se necesitaban 70 rublos para comprar un dólar. El 7 de marzo, su peor día, esa cifra casi se había duplicado; pero a partir del 18 de julio volvió a caer a 57.

La relativa ineficacia de las sanciones era predecible. Décadas de guerra económica fueron incapaces de derribar países indefensos como Cuba (bloqueado durante más de 70 años), la Venezuela bolivariana (30 años) o el Irán jomeinista (42 años de sanciones estadounidenses). Por tanto, es más que difícil imaginar que las sanciones lleguen a desencadenar un cambio de régimen en un país como Rusia, que se ha estado preparando para esta eventualidad renovando sus capacidades industriales.

Sin embargo, cuanto más ineficaces son las sanciones, más se prolonga la guerra, dando tumbos de una escalada a la siguiente y profundizando las divisiones que parecen cada vez más irremediables. A estas alturas podemos suponer que las relaciones con Rusia estarán interrumpidas al menos durante algunas décadas (una situación lamentable para cualquier occidental que no haya tenido la suerte de visitar Moscú y San Petersburgo). El nuevo Telón de Acero se ha levantado y no caerá en los años venideros.

Esto frustrará los diseños estratégicos perseguidos durante los últimos treinta años por el bloque alemán. La tesis de Halevi es que desde la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS, Alemania ha buscado construir economías mutuamente interdependientes que ahora equivalen esencialmente a un solo sistema económico.

Esta agrupación económica tiene un flanco occidental (Austria, Suiza, Bélgica y Holanda) y uno oriental (República Checa, Eslovaquia, Hungría, Polonia y Eslovenia), con diferentes roles y sectores repartidos entre ellos. Los Países Bajos actúan como plataforma global y centro de transporte; la República Checa y Eslovaquia como sedes de la industria del automóvil; Austria y Suiza como productores de tecnología avanzada, y así sucesivamente. Como Alemania es el centro hegemónico de este bloque, deberíamos revisar nuestra visión de su papel geopolítico y significado global.

En su conjunto, el bloque tiene 196 millones de habitantes frente a los 83 millones de Alemania y un PIB de 7,7 billones de dólares frente a los 3,8 billones de Alemania. Esto la convierte en la tercera potencia económica del mundo, más pequeña que EEUU y China, pero más grande que Japón.

Esta red de relaciones es especialmente visible cuando observamos el comercio. Las exportaciones alemanas a Austria y Suiza, que tienen una población combinada de 17 millones, ascienden a 132 000 millones EUR, en comparación con 122 000 millones EUR a EEUU y 102 000 millones EUR a Francia. En lo que respecta al comercio total con Alemania, Francia (con una población de 67 millones) está detrás de los Países Bajos (con solo 17 millones): 164 000 millones de euros a 206 000 millones de euros. Italia, por su parte, recibe menos que Polonia, a pesar de tener una población mayor (60 millones a 38 millones) y una renta per cápita casi el doble. Este dato tuvo giro espectacular, dado que en 2005, un año después de su adhesión a la UE, el comercio de Alemania con Polonia era solo la mitad del que tenía con Italia.

Lo que ha ocurrido, entonces, es la reorientación del aparato industrial de Alemania lejos de otros socios europeos hacia su propio bloque económico, por un lado, y al comercio con China por el otro. Pekín se ha convertido en el principal socio comercial de Alemania, con una relación valorada en 246.000 millones de euros. Los otros miembros del bloque alemán también han visto un marcado aumento del comercio con China.

'Si tomamos 2005 como referencia', escribe Halevi, es decir el año inmediatamente posterior a la entrada de los países de Europa del Este en la UE, el valor en dólares de las exportaciones mundiales de bienes de Alemania aumentó, en un 67%, hasta el 2021, mientras que su comercio con China se multiplicó por más de cuatro. En el mismo período, y aunque casi se triplicaron, las exportaciones francesas e italianas a China mostraron un ritmo de crecimiento muy inferior al del comercio alemán.

Para los estados del bloque alemán, la integración con Alemania ha generado una verdadera explosión de exportaciones a China, con Alemania no solo allanando el camino para estos estados, sino también estableciendo lazos entre sectores y empresas individuales que a su vez estimulan sus exportaciones locales.

Al oeste de Alemania, las exportaciones directas de los Países Bajos a China crecieron al menos cinco veces desde 2005, mientras que las de Suiza se multiplicaron por doce, convirtiéndolo en el segundo mayor exportador europeo de China. Estas tendencias han estado mucho más contenidas en Bélgica y Austria. En el este, las exportaciones de Polonia a China se multiplicaron por 6 para Hungría, por alrededor de 10 para la República Checa y por casi 21 para Eslovaquia.

La consecuencia natural de este proceso es la formación de una zona económica euroasiática, un objetivo real para China tanto por su necesidad de materias primas rusas como por los crecientes nodos de infraestructura ferroviaria que cruzan Rusia, Kazajstán y Ucrania. En la última década, los primeros convoyes de trenes de mercancías partieron de China con destino a Dortmund y Holanda, noticia que fue reportada por el Financial Times .

Los alemanes tenían, al menos en los círculos industriales, la intención de crear sinergias entre China, Rusia, Kazajstán, Ucrania y, por lo tanto, Europa y Alemania. En otras palabras, el objetivo era integrar estados que reunieran zonas logísticas, productivas y exportadoras de energía (Rusia, Ucrania, Kazajistán) e importadoras de bienes industriales tanto de China como de Alemania.

Este programa era el equivalente teutónico de las nuevas Rutas de la Seda, o Iniciativa de la Franja y la Ruta, lanzada por Xi Jinping en 2013. De hecho, el objetivo final del bloque alemán, según Halevi, es la creación de un frente continental euroasiático con Alemania y China como sus dos extremos y Rusia como conector indispensable. Esto explica la persistencia con la que los alemanes han empujado - en contra de los intereses de Washington y la OTAN- , por el gasoducto Nordstream 2. El primer efecto geopolítico tangible de la guerra de Ucrania fue el entierro de este proyecto.

La guerra ha acabado efectivamente con el sueño de un espacio euroasiático común porque obliga a Alemania a debilitar sus lazos con China y cierra el canal ruso de comunicación entre ellos. También impide a Alemania el uso de los ricos recursos energéticos de Rusia (o Großraum, en el sentido del término utilizado por Carl Schmitt).

Ahora, en lugar de un Gran Espacio, y por cortesía de EEUU, Rusia se ha convertido en un obstáculo geopolítico insalvable. Esto obligará a los estrategas del bloque alemán a revisar todo su plan, a repensar la relación entre su propio poder subimperial y el imperio estadounidense, al mismo tiempo que redefinen sus relaciones con otros estados europeos. Pero también el bloque alemán se ha visto afectado por los intereses en conflicto de sus diferentes países.

Un pequeño hecho, pero significativo, indica cuánto han cambiado las reglas del juego: en mayo de este año, la balanza comercial mensual de Alemania se inclinó hacia el rojo por primera vez desde 1991. No fue mucho (solo alrededor de mil millones), pero sin embargo, es un déficit comercial impensado hasta hace poco.

Está surgiendo, con el conflicto de Ucrania, una situación que no carece de precedentes históricos: la derrota de la estrategia alemana. En esta casi "Tercera Guerra Mundial", los perdedores siguen siendo los alemanes.

* Sociólogo y periodista italiano.
observatoriocrisis.com / La Haine

 

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