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Venezuela :: 07/10/2017

La pesada carga del antichavismo

Reinaldo Iturriza
Más allá del rechazo del antichavismo a su clase política, ¿cuándo se decidirá a combatir al antichavismo violento, proto-fascista?

Hemos tardado mucho en exigirle al antichavismo que salde cuentas con sus propios demonios. Cuando no nos hemos hecho los distraídos, hemos optado entre la burla y la condescendencia, bien porque creyéramos que es lo que merece una fuerza que hace política desde la soberbia, bien por considerarla incapaz de lidiar con el problema. Pero el antichavismo debe aprender a llevar sus propias cargas.

A propósito de la derrota política que ha encajado el 30J, con la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, y luego con las reacciones que ha provocado la decisión de los partidos opositores de participar en las elecciones para gobernaciones, incluso le hemos dedicado algún tiempo a dejar constancia del profundo descontento de la base social del antichavismo, y en particular de los que apuestan por salidas de fuerza, con su clase política.

El antichavismo violento cuestiona al liderazgo político opositor no por su falta de talante democrático, sino por su absoluta incapacidad para derrocar a Nicolás Maduro. Es decir, porque no es lo suficientemente antidemocrático. La virulencia de los ataques contra el liderazgo antichavista, que durante mucho tiempo creíamos reservada al chavismo, es índice de este desencuentro: ahora resulta que puede existir algo peor que el chavismo.

Dicho esto, queda todavía pendiente el asunto principal, que es el siguiente: más allá del rechazo del antichavismo a su clase política, ¿cuándo se decidirá a combatir al antichavismo violento, proto-fascista, orgulloso de su clasismo y racismo, del odio que profesa, y que habla de asesinar seres humanos como si de un deporte se tratara? Antichavismo minoritario que, por demás, fue el gran derrotado el 30J, circunstancia que seguramente habrá sido festejada tímidamente o en silencio por el antichavismo que acudió a votar o que hubiera deseado hacerlo.

Ese antichavismo que no estuvo de acuerdo con el festín de muerte y destrucción que mantuvo en vilo al país entre abril y julio, le debe a la sociedad venezolana toda asumir con coraje, y de una vez por todas, la tarea de aislar a los violentos. Más aún, nos debe oponerse firmemente a las agresiones de todo tipo contra el pueblo venezolano, comenzando por las económicas.

Acaso el contraste entre la naturalidad con la que asumimos que debemos seguir insistiendo en el diálogo con una clase política antichavista de la que cabe esperar nada o casi nada, y lo extraño que nos resulta interpelar a su base social, nos convenza de que en el chavismo no siempre hemos elegido bien los caminos, o hemos dejado de andar caminos que nos hubieran llevado al encuentro con hombres y mujeres que no son nuestros enemigos, o al menos no tienen por qué serlo.

Precisamente porque nuestra aspiración es construir una sociedad radicalmente democrática, la interlocución con la base social del antichavismo debe ser fluida, permanente. Tal vez valga la pena probar, en espera de resultados: la mitad del tiempo que perdemos en polémicas estériles con el liderazgo opositor, invirtámoslo dialogando creativamente con su base social.

Por supuesto, en el chavismo los desafíos son muchos: algunas de las tensiones que le caracterizaron desde el principio se han agudizado con el transcurrir de los años, y sobre todo durante el último lustro: la de su base social con la burocracia política y con el estamento funcionarial, por ejemplo, al punto de que en algunos casos cabe hablar de una crisis de mediaciones sin precedentes. Además, está el desafío que supone gobernar el mercado o hacerle frente a las sanciones del Gobierno estadounidense y demás agresiones internas y externas. Pues bien, aun en circunstancias tan adversas, hay un intenso debate a lo interno del chavismo sobre estos asuntos, una parte del cual discurre públicamente. ¿Qué es lo que impide que ocurra algo similar en el campo antichavista?

Tal vez haya que hacer una genealogía de esa facción de la actual clase política opositora que intenta en vano prevalecer sobre los herederos directos del Pacto de Punto Fijo. Tal vez sea necesario volver, por ejemplo, a los tiempos en que la meritocracia petrolera decidió no entregar más divisas a una clase política corrompida y despilfarradora, y aceleró sus planes de desnacionalización de la industria petrolera. Volver e interrogarnos: ¿qué tipo de subjetividad política fue incubándose desde entonces? Trazar la línea de continuidad, si es que la hubiere, entre la meritocracia y los partidos dirigidos por hijos de la oligarquía. Más reciente, trazar la línea de continuidad entre estos partidos y la clase de 2007, varios de cuyos líderes pasaron de engrosar las filas del “movimiento estudiantil” para encabezar la “resistencia”.

Diez años después, parece claro que la materia política ha resultado demasiado para la generación de 2007, y que por tal razón ha sido reprobada. También es verdad que la ventaja que ha sabido sacar Acción Democrática de la situación difícilmente puede ser considerada por la base social del antichavismo como una victoria. Imaginemos por un momento al chavismo sin la vitalidad que le imprimen, por ejemplo, muchos de sus consejos comunales y Comunas. Así de desolador debe ser el panorama para el grueso de la base social antichavista: sin referentes de política genuinamente democrática.

Pero estos referentes no caen del cielo: al antichavismo le corresponde deslastrarse de su clase política, crear nuevos referentes. No hacerlo es precisamente lo que les ha conducido a ese callejón sin salida de la política que es guardar silencio, por ejemplo, ante los abominables crímenes de odio que, por demás, fueron aumentando progresivamente en recurrencia, hasta el punto de prácticamente hacerse algo natural. Y cuando tal cosa sucede, es porque hemos alcanzado niveles muy peligrosos de degradación.

Al antichavismo que, aún en silencio, está en completo desacuerdo con tales actos, nadie le pide que se haga chavista. No tiene por qué. Y seguramente tendrá muchas razones para no identificarse políticamente con el chavismo. Pero lo que no puede permitirse es seguir cediendo al chantaje de su clase política, en el sentido de que todas las culpas son atribuibles al chavismo, que es lo que siempre procura hacer, por cierto, lo más atrasado de la clase política chavista: librarse de toda responsabilidad.

La única política que vale la pena ejercer, practicar, es aquella en la que asumimos la responsabilidad de nuestros propios actos, de nuestras prácticas, de nuestras ideas; la política en la que nos asumimos como actores, protagonistas. Ejercer la política de esta forma no es algo que “beneficia” a los chavistas. Es algo que nos hace mejores seres humanos a todos y todas: chavistas y antichavistas.

Tal vez sea una trampa de la memoria, tan insoportable nos resulta, tanta es la necesidad de hacer como que no ocurrió: pero de aquellos crímenes horrendos, de aquel ambiente de crispación, de aquel miedo que circulaba a corrientazos, no hacen ni dos meses. Y otras violencias le sucedieron a aquellas y las padecemos hoy, y nos amenazan con nuevas violencias. Derrotar la violencia en todas sus formas es algo que también nos convoca a todos y todas, sin distingo de identidad política.

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