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Mundo, Brasil :: 02/02/2012

La responsabilidad de la izquierda en la destrucción de Haití

José Luis Vivas
El director de "Le Monde Diplomatique", Ignacio Ramonet, el teólogo brasileño Frei Betto, el conocido sociólogo Emir Sader, se unen al coro de críticos de Aristide

Con motivo de la visita a Haití de la presidenta "progresista" de Brasil, publicamos ese artículo del 11/10/2011

El 30 de septiembre de 2010 se encontraba en Haití el entonces ministro de Relaciones Exteriores de Brasil Celso Amorim, cuando estalla un intento de golpe de estado contra el presidente de Ecuador Rafael Correa. Amorim reacciona inmediatamente a la noticia, como atestigua la nota divulgada entonces por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil informando que Amorim “tomó conocimiento con preocupación de las manifestaciones en Ecuador”, comunicándose inmediatamente por teléfono desde Puerto Príncipe con su homólogo de Ecuador, Ricardo Patiño, a fin de expresarle su “solidaridad” con el Gobierno y “la democracia” de esa nación y el “total apoyo y solidaridad de Brasil al gobierno del presidente Rafael Correa y a las instituciones democráticas” de Ecuador. Además, “mantiene informado” al entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, “sobre gestiones en curso para una respuesta firme y coordinada del Mercosur, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Organización de Estados Americanos (OEA)”, gestiones que tenían como finalidad “repudiar cualquier irrespeto al orden constitucional en ese país hermano” (1).

Esa postura fue sin duda la más apropiada, pero ¿qué estaba haciendo Celso Amorim en ese momento en Haití? Según los informativos, estaba allí entre otras cosas para dialogar “con Edmond Mulet, representante especial del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, y con el general Guilherme Paul Cruz, comandante militar de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH)”, con el fin de abordar “la evolución de la cooperación prestada por Brasil, la contribución de la MINUSTAH a la seguridad y la estabilidad del país, además de las perspectivas de las elecciones en Haití, a efectuarse el 28 de noviembre venidero” (2).

No es de creer que el mencionado diálogo con Mulet incluyera una discusión sobre el tema levantado en ese momento en una carta de la congresista estadounidense Maxine Waters a la Secretaria de Estado Hillary Clinton, en la que mostraba su “preocupación por las elecciones presidenciales y parlamentarias del 28 de noviembre en Haití”, declarando que “es imperativo que estas elecciones sean libres, justas, e inclusivas, y resulten en un gobierno que sea legítimo y entendido como legítimo… Como está ahora, el Consejo Electoral Provisional (CEP) de Haití ha decidido excluir a los candidatos de más de una docena de partidos políticos de participar en las elecciones, incluido el Fanmi Lavalas, el mayor partido político de Haití. Tal exclusión socavará tanto el derecho al voto en Haití como la capacidad del futuro gobierno para gobernar... Un CEP anterior, con muchos de los miembros de este, también excluyó al Fanmi Lavalas y a otros partidos de las elecciones al senado en abril de 2009. Los electores haitianos las boicotearon, con una participación del 3-6%... La organización de unas elecciones evidentemente injustas y excluyentes, con el apoyo de la comunidad internacional, obligará a muchos haitianos a deducir que no les quedará otra alternativa que desafiar las elecciones y el gobierno resultante con la ruptura del orden social” (3).

Tampoco es probable que Amorim hubiese tomado nota de un artículo de Ira J. Kurzban en el Miami Herald en el que condenaba las elecciones que se aproximaban como “injustas y no democráticas”, comparándolas con unas hipotéticas elecciones en Estados Unidos en las que la Comisión Electoral Federal impidiera la participación de los partidos Demócrata y Republicano, permitiendo solamente la de partidos menores. Según las reglas de participación en Haití, los candidatos presidenciales deben registrarse personalmente, lo que es imposible para Aristide puesto que este “está exiliado en Sudáfrica debido a un acuerdo tácito entre varios gobiernos” que “mantienen un código de silencio respecto a Aristide” (4). Entre esos gobiernos se incluía seguramente el de Brasil.

El contraste con la actitud mostrada en relación a Ecuador no podría ser mayor. Siete años después del golpe de estado contra Aristide, Brasil aún no ha levantado su voz exigiendo “repudiar cualquier irrespeto al orden constitucional” en ese país. Al contrario, el gobierno de Brasil sigue hasta hoy legitimando el golpe de estado de 2004 y a los haitianos se les sigue negando la posibilidad de elegir al candidato que deseen. Es irónico que Amorim hubiese pronunciado esas palabras justamente en Haití, pero al parecer pocos han sido capaces de captar esa ironía. Y es que Haití no cuenta mucho en América Latina.

Como ejemplo, en un escrito sobre el fracasado golpe contra Correa el sociólogo argentino Atilio Boron declaraba que “si se repasa la historia reciente de nuestros países se comprueba que las tentativas golpistas tuvieron lugar en Venezuela (2002), Bolivia (2008), Honduras (2009) y Ecuador (2010), es decir, en cuatro países caracterizados por ser el hogar de significativos procesos de transformación económica y social” (5). En otras palabras, o no hubo una tentativa golpista en Haití en 2004, o Haití no hace parte de “nuestros países”.

Boron enumera tres razones por las que fracasa el golpe contra Correa. La primera sería “la rápida y efectiva movilización de amplios sectores de la población ecuatoriana”. La segunda “una rápida y contundente solidaridad internacional que se comenzó a efectivizar ni bien se tuvieron las primeras noticias del golpe y que, entre otras cosas, precipitó la muy oportuna convocatoria a una reunión urgente y extraordinaria de la UNASUR en Buenos Aires”. Y la tercera, “la valentía demostrada por el presidente Correa.”

En el caso del golpe contra Aristide, también hubo una movilización popular rápida y efectiva, pero casi totalmente ignorada fuera. Tampoco se podría dudar de la valentía personal de Aristide, que sobrevivió a varios atentados durante su trayectoria política. Lo que no se dio aquí fue el segundo punto, “una rápida y contundente solidaridad internacional”. De hecho, más de 7 años después del golpe aún no se han visto muchos signos de “solidaridad internacional” en favor del retorno de Haití al orden constitucional democrático.

Apología del golpe

Mientras que los golpes contra Chávez, Zelaya y Correa han sido objetos de una condena casi universal en América Latina, el golpe contra Aristide ha gozado de una relativa comprensión, a pesar de haber sido preparado y ejecutado con los mismos métodos. De hecho, lo esencial del discurso de parte de la intelectualidad de izquierda y defensores de derechos humanos en América Latina, retórica antiimperialista aparte, ha sido muy similar al de los golpistas. Aunque adornado con proclamas más bien inocuas contra la ocupación del país, ese discurso hace responsable del golpe básicamente a las principales víctimas, Aristide y sus seguidores, ignorando la clásica campaña preliminar de desestabilización política y económica promovida por Washington y las elites haitianas desde el primer día de gobierno. Tal campaña incluía la típica demonización del jefe de gobierno, descrito sin ninguna evidencia como violento, dictatorial y totalitario. Pero en contraste con los otros países de América Latina, en el caso de Haití muchas personalidades y agrupaciones progresistas han hecho suya esa demonización. Veremos ahora varios ejemplos.

En un escrito sobre Haití, el conocido teólogo brasileño Frei Betto declara escuetamente que “en 1990 hubo elecciones democráticas en las que fue elegido el Padre Jean-Bertrand Aristide, cuyo gobierno fue decepcionante” (6). Puesto que Frei Betto no lo explica, solo nos resta aquí especular por qué el primer gobierno de Aristide, que duró escasos 7 meses, tanto decepcionó a Frei Betto. ¿Será porque, como apuntó una vez Noam Chomsky, Aristide logró en ese corto espacio de tiempo “reducir ampliamente la corrupción” y “recortar una burocracia estatal altamente abultada”, habiendo de esa forma “ganado el reconocimiento internacional por ello incluso de las instituciones financieras internacionales que le estaban ofreciendo préstamos en condiciones preferenciales porque les agradaba lo que estaba haciendo”? ¿O quizá por haber “atajado el tráfico de drogas” y logrado “acabar virtualmente” con el “flujo de emigrantes hacia los Estados Unidos”? ¿O porque además las “atrocidades se redujeron a un nivel muy por debajo de lo que había sido o llegaría a ser” y “había un grado considerable de participación popular en lo que estaba sucediendo?”(7) ¿O quizá haya sido porque en el mismo día de la inauguración de su gobierno depusiera a todos los altos mandos del odiado ejército haitiano? ¿O por anunciar al día siguiente que se negaría a recibir su sueldo de diez mil dólares mensuales, tildándolo de crimen y donándolos a causas caritativas, pidiendo al mismo tiempo a los congresistas de su partido que rebajaran los suyos de siete a dos mil dólares mensuales? Si tenemos en cuenta las palabras de Paul Farmer, que afirma que en ese momento “los desafíos que afrontaba Aristide eran quizá los más difíciles del hemisferio” (8), esos resultados obtenidos en tan poco tiempo de gobierno parecerían, más que fracasos, enormes logros. Sin embargo, Frei Betto considera que el corto gobierno de Aristide fue “decepcionante”, por motivos que no se molesta en aclarar.

A ejemplo de Frei Betto, el conocido sociólogo brasileño Emir Sader también carga contra Aristide, acusándolo de promover “un gobierno muy contradictorio – que privatizó empresas y utilizó la violencia contra los opositores. Acabó siendo acusado de corrupción y de vínculos con el narcotráfico, siendo derribado por una coalición militar entre los Estados Unidos y Francia” (9). Sader no aclara aquí si considera que tales “acusaciones” tenían algún fundamento (un hecho recurrente, como veremos abajo), y no menciona o ignora que la privatización de empresas fue una exigencia de los EE.UU. que se llevó a cabo con el apoyo de políticos como Gérard Charles-Pierre, ensalzado entusiásticamente por una buena parte de la izquierda latinoamericana como veremos más adelante. Sader usa la palabra “fracaso” al menos 3 veces en su escrito al referirse al gobierno de Aristide, sin mencionar causas. Y haciéndose eco de la visión de los golpistas, explica también que “Aristide fue perdiendo el control del país, fueron creciendo las movilizaciones populares contra él. A lo largo del segundo semestre de 2003, continuaba disponiendo de grupos populares armados por él”, afirma Sader sin presentar ninguna evidencia. De hecho, jamás existió un movimiento “popular” contra Aristide – más bien de grupos armados semejantes a la Contra nicaragüense en los años 80 – ni hay evidencia hasta el día de hoy de que Aristide hubiera armado a algún grupo o “utilizado la violencia contra opositores”.

El director del conocido semanario galo Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, también se une al coro de críticos de Aristide afirmando que “sus propios errores y la presión de Washington lo empujaron al exilio” (10). Ramonet no específica aquí cuáles serían esos “errores”, y usa el término “presión de Washington” para referirse al secuestro de Aristide en su casa por marines estadounidenses, que lo llevaron encañonado y esposado directamente al aeropuerto y a un largo exilio. Es difícil imaginar un autor como Ramonet describiendo el golpe contra Zelaya en Honduras, por ejemplo, en semejantes términos.

La Misión Internacional de Investigación y Solidaridad con Haití

Entre los días 3 y 9 de abril de 2005 Haití recibe la visita de un nutrido grupo de defensores de los derechos humanos de América Latina que componían la Misión Internacional de Investigación y Solidaridad con Haití, resultando en un informe final intitulado “Haití: Soberanía y Dignidad” (11). La Misión estaba conformada por “veinte representantes de significativas redes, movimientos e instituciones sociales, de derechos humanos, religiosos, culturales y políticos de América Latina, el Caribe, Norteamérica y África. Fue encabezada por el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, junto con Nora Cortiñas de las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Entre las organizaciones integrantes, en su mayoría de carácter regional, se encuentran Jubileo Sur, que coordinó la Misión junto con las organizaciones responsables en Haití; la Alianza de los Pueblos del Sur Acreedores de la Deuda Ecológica; la Alianza Social Continental; la Asociación Americana de Juristas; la Asociación Caribeña de Investigación y Acción Feminista; el Comité por la Abolición de la Deuda del Tercer Mundo; la Confederación Parlamentaria de las Américas; el MST/Via Campesina; el Parlamento Andino; la Plataforma Interamericana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo; el Servicio Paz y Justicia en América Latina; el Consejo Nacional de Iglesias Cristianas y la Iglesia Evangélica Luterana de Brasil; y el Movimiento de Documentalistas de Argentina” (11).

El informe explica que durante su estancia en Haití la Misión se reunió con “representantes de unos 60 movimientos y organizaciones de base, entre ellos sindicatos, partidos políticos, grupos de mujeres y de campesinos; organizaciones sociales, religiosas, de derechos humanos y de desarrollo así como otras organizaciones no-gubernamentales; autoridades del gobierno nacional interino; autoridades de la universidad estatal, profesores y estudiantes; representantes de la OEA, de la ONU y de sus distintos organismos y programas; el comandante en jefe de las fuerzas militares de la Misión de la ONU para la Estabilización de Haití (MINUSTAH); embajadores y representantes de varios países de la región y del mundo; la cárcel central; infraestructura social como escuelas, hospitales y la universidad pública; barrios populares del (sic) capital Puerto Príncipe, comunidades rurales en el Valle de l’Artibonite, la ciudad de Cabo Haitiano y la Zona Franca de Ouanaminthe”. Pero el informe no especifica si la Misión se reunió también con la fuerza política más popular del país, el movimiento Fanmi Lavalas de Aristide. De hecho, Lavalas solo es mencionado unas pocas veces en sus 44 páginas.

Lo que por otro lado queda claro es que sí hubo una estrecha colaboración con fuerzas y grupos políticos que con toda probabilidad influyeron decisivamente tanto la elección de los demás contactos de la Misión como en el contenido del informe, en el que podemos leer lo siguiente: “En particular, queremos reconocer a los y las colegas de la Plataforma de Lucha por un Desarrollo Alternativo (PAPDA), del Instituto Cultural Karl Lévèque (ICKL) y de la Plataforma de Organizaciones Haitianas de Derechos Humanos (POHDH), quienes coordinaron nuestro programa en Haití y aseguraron con su dedicación y cariño, la posibilidad de un contacto amplio y diverso con su país y las luchas y esperanzas de su pueblo. A todos ellos y ellas va también dedicado este Informe, junto con nuestro compromiso de seguimiento” (11).

Echémosle ahora un rápido vistazo a esas organizaciones. PAPDA es una organización cuyo líder, Camille Chalmers, “cabildeó por la renuncia de Aristide y escribió una carta calificando a Aristide de ‘dictador’ conjuntamente con otro funcionario del PAPDA, Yves Andres Wainwright, que luego fue nombrado ministro del medio ambiente del gobierno Latortue. Chalmers estableció posteriormente estrechos lazos con la agencia canadiense Alternatives de ‘Democracy Promotion’, que trabaja con la NED y recibe un 50% de su presupuesto de la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (CIDA)” (12). En otras palabras, PAPDA recibía fondos de gobiernos directamente involucrados en el golpe contra Aristide.

POHDH, por otro lado, es una organización que entre otras cosas había sido destacada en un informe del Departamento de Estado de EEUU como una de la “principales organizaciones defensoras de los derechos humanos” (13), y “recibió fondos de la agencia casi-gubernamental canadiense ‘Rights and Democracy’, socia de la Fundación Nacional por la Democracia (NED)” (12). POHDH está compuesta por 8 agrupaciones, 5 de la cuales recibieron fondos de la CIDA canadiense durante el gobierno de Latortue por el valor de 250 mil dólares (14). Una de ellas es justamente ICKL, la tercera de las organizaciones que según el informe coordinaron el programa de la Misión.

Canadá, como sabemos, fue unos de los países directamente involucrados en el golpe de Estado contra Aristide en 2004, junto con Estados Unidos y Francia. Por otro lado la NED, Fundación Nacional por la Democracia, fue establecida por el Presidente Reagan a principios de los años ochenta, y su función ha sido básicamente “hacer de manera abierta lo que la CIA había estado haciendo por décadas de manera encubierta”(15).

Sobre el gobierno Latortue, en el cual PAPDA participó, un estudio publicado en la prestigiosa revista médica británica The Lancet indicaba que en los 22 meses que duró “8 mil personas fueron asesinadas y 35 mil mujeres y niñas han sido violadas solamente en Puerto Príncipe”. Según el estudio, en el caso de los asesinatos “casi la mitad de los autores identificados pertenecían a las fuerzas del gobierno o actores políticos externos” como “grupos armados anti-Lavalas y sus partisanos, junto con la Policía Nacional Haitiana y otras fuerzas de seguridad del Estado” (16).

Las conclusiones finales establecidas por la Misión, acompañada en su visita con “dedicación y cariño” por organizaciones financiadas por los países golpistas, son las que cabría esperar. Aderezadas con una inocua retórica anti-imperialista para consumo de un público de izquierda, el informe acabaría por reflejar, como veremos, la visión propagandística de los golpistas.

Haciéndose eco de la doctrina oficial de los golpistas, con argumentos semejantes a los que se utilizan para exculpar al gobierno de Colombia por acciones de los paramilitares, la Misión exime al gobierno de Latortue por la represión desencadenada tras el golpe con el argumento de que “el gobierno interino es más formal que real, con su propia legitimidad cuestionada y su margen de actuación limitado,” lo que contrasta fuertemente con los datos revelados en el mencionado estudio publicado en The Lancet, así como de muchos otros como el de la Universidad de Derecho de Miami, el de la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York, el de la Comunidad Nacional de Abogados, y el de Amnistía Internacional, que “establecieron la culpabilidad del gobierno interino y de fuerzas paramilitares por violencia extra-judicial, en informes que recibieron poca cobertura en la prensa” (12).

El informe alaba a los haitianos por el “espíritu y movilización que crecieron a lo largo de los últimos años, llevando a cada vez más sectores a rebelarse frente a los errores y violaciones del gobierno de Jean Bertrand Aristide, un gobierno que se había deslegitimado a sí mismo por las acusaciones de fraude electoral, una gestión catastrófica y la traición de los objetivos de su primer mandato. Hacia fines del año 2003, la fuerza de la oposición interna llegó a poner en jaque la continuidad del gobierno, proyectando sus propias propuestas de transición.” Como ya habíamos visto anteriormente, una vez más no se nos ofrece pista alguna sobre cuáles habrían sido esos “errores” y “violaciones”, o por qué la gestión de Aristide habría sido “catastrófica”. Por lo visto, como a Josef K. en la novela de Kafka El Proceso, a Aristide le bastan con “acusaciones” para ser condenado. Acusaciones de este tipo abundan también acerca de por ejemplo Chávez en Venezuela, quien siguiendo la misma lógica debería a estas alturas haberse “deslegitimado” totalmente, y quizá incluso haber sido derrocado por algún movimiento “popular” como los que conocemos.

En el informe tampoco se aclara cuáles habrían sido esos sectores y esa oposición “interna” que proyectaba “sus propias propuestas de transición”. De hecho, la oposición a Aristide venía básicamente de la ínfima elite haitiana, financiada por organizaciones que poco tenían de “interna”. Con ese calificativo el informe parece tratar de ocultar la evidente injerencia exterior en el golpe. Quizá podamos notar aquí la mano de las organizaciones coordinadoras del programa de la Misión, ansiosas por demostrar su presunta independencia de los actores externos que las financiaban.

Esa intención de ocultar a toda costa la participación de los EE.UU. en la preparación del golpe queda patente en la observación de que “fue entonces que EE.UU. reagrupó y financió bandas armadas”, o sea después de que “hacia fines de 2003” la “fuerza de la oposición interna” llegara a “poner en jaque la continuidad del gobierno”. Así, esas bandas habrían sido financiadas solamente después de que la “continuidad del gobierno” hubiera sido puesta “en jaque” por la oposición “interna”, no por injerencia externa. Una falsedad a todas luces, ya que bandas armadas provenientes desde la vecina República Dominicana, país tutelado por los EE.UU., venían haciendo incursiones en Haití desde julio de 2001.

Según el informe, tales bandas armadas estaban “conformadas entre otros por golpistas y ex soldados del ejército que el presidente había disuelto años antes por medio de un decreto muy problemático”, afirmación que parece responsabilizar a Aristide por la formación de esas bandas y que no aclara tampoco por qué el decreto fue “muy problemático”. De hecho, lo fue para los EE.UU. y las elites de Haití, que se opusieron tenazmente a la medida puesto que el ejército haitiano era de hecho solamente un instrumento de dominación de esos sectores. Según Peter Hallward la disolución del ejército haitiano fue “una gran victoria en la larga lucha de los pobres contra los ricos – quizá el desarrollo más prometedor en toda la historia de esa lucha desde el asesinato de Dessalines en 1806” (17).

Frei Betto va más lejos aún en la apología de los golpistas, llegando incluso a sugerir veladamente que Aristide habría sido depuesto por presunta corrupción: “en 2004 fue acusado de corrupción y en connivencia con Washington emigró a Sudáfrica” (6). Frei Betto no especifica aquí quiénes lo acusaron ni si, como en El Proceso de Kafka, en este caso también la acusación en si ya sería prueba de culpabilidad. Tampoco es correcto que Aristide “emigró” a Sudáfrica o llegó allí en “connivencia” con Washington, como afirma Frei Betto, sino que recibió asilo en ese país, en contra de la voluntad de Washington, mucho tiempo después de haber sido secuestrado por fuerzas estadounidenses y trasladado a otro país, la República Centroafricana.

A ejemplo de Frei Betto, Emir Sader también lamenta el desmantelamiento del Ejército haitiano: “Aristide decidió la extinción del Ejército, sin colocar ninguna otra estructura en su lugar, manteniéndose apenas la Policía Federal como fuerza armada” (9) . Sader se equivoca de nuevo: la Policía Nacional Haitiana (erróneamente llamada por Sader de Federal cuando Haití no es una federación como Brasil) no fue “mantenida” sino creada por Aristide a raíz de la disolución de las fuerzas armadas con el fin justamente de “cubrir el vacío de seguridad dejado por la desmovilización del Ejército” (18). Y lo hizo con tanta diligencia que más tarde acabaría siendo una pieza fundamental en el golpe de 2004. Es difícil entender por qué Sader lamenta la disolución de un ejército cuya función jamás había sido la defensa del país y que fue aclamada por la inmensa mayoría de la población haitiana, para quien ese ejército nunca había sido más que un instrumento de terror y dominación en mano de las elites.

El informe de la Misión va más allá aún en su crítica de la disolución del ejército haitiano: “en el año de 1994 el entonces presidente Aristide decide desarticular y disolver el ejército haitiano, por medio de un decreto presidencial ya en ese entonces fuertemente cuestionado tanto por su forma como por su contenido… El descontento y rechazo a esta medida se proyecta a la actualidad”. Aquí vemos de nuevo más de lo mismo: no se ofrece ningún tipo de evidencia sobre lo que se afirma y se brinda información errónea: el decreto de Aristide disolviendo el ejército fue promulgado el 28 de abril de 1995, no en 1994. Una vez más se echa mano también de oraciones impersonales: nada se dice acerca de quiénes estaban cuestionando “fuertemente” el decreto, y mucho menos por qué lo hacían no solo por el “contenido” del mismo, sino incluso por su “forma”. A ejemplo de las “acusaciones” mencionadas anteriormente, parece que basta con ser “cuestionado”, no importa por quién ni por qué motivo, para deslegitimar a Aristide. Peter Hallward echa un poco de luz sobre esa cuestión, aclarando que la medida se enfrentó a “una oposición cerrada de los EE.UU y de la elite” haitiana (19). Eso son quizá los agentes que deberían figurar como sujeto en las referidas oraciones impersonales, omitidos con el probable fin de crear así la impresión, evidentemente falsa, de que se trataba de una oposición generalizada en Haití y no limitada solamente a una pequeña elite. Pero la realidad era muy distinta: la medida contaba de hecho con un amplio apoyo popular, algo totalmente ignorado en el informe.

El gobierno de EE.UU. preparó el golpe de Estado financiando a una estridente oposición llamada “democrática” pero con escaso apoyo popular o representación parlamentaria, cuya función era la de crear un clima de tensión que justificase las acciones violentas de grupos armados también financiados por Washington. El Grupo de los 184, por ejemplo, el mayor de la oposición, no logró reunir más que unos pocos cientos de personas en una manifestación contra Aristide llevada a cabo en Puerto Príncipe en noviembre de 2003, solamente tres meses antes del golpe, viéndose desbordados en ese momento por cerca de 8 mil seguidores de Aristide.

A través de un serie de demandas de negociación con el gobierno, con exigencias cada vez más extravagantes, la oposición “interna” pretendía crear una situación de de crisis e ingobernabilidad que justificase un golpe que sería llevado a cabo por grupos paramilitares. Esos grupos, algunos organizados en la vecina República Dominicana, comenzaron a sembrar el caos en todo el territorio haitiano con el fin de entrar en la capital y derrocar al gobierno sin la necesidad de una intervención directa de los EE.UU. Pero la rápida movilización de la población de la capital hizo impracticable esa tarea, por lo que el gobierno de Washington decidió invadir y derrocar al presidente haitiano directamente, sin intermediarios.

Así es como el informe de la Misión relata estos hechos: hacia fines de 2003 los EE.UU “reagrupó y financió bandas armadas… Estas entraron a Haití desde la República Dominicana en febrero de 2004… Mientras los gobiernos de la Comunidad Caribeña intentaban negociar un acuerdo entre la oposición y el gobierno, Aristide pidió la ayuda de fuerzas extranjeras y el 23 de febrero, en el año del bicentenario, llegaron nuevamente tropas de Francia y EE.UU., seguidas por las de Canadá y Chile.”

Este trecho de informe, ostensivamente manipulador, merece un análisis detallado. La afirmación de que Aristide pidió “ayuda de fuerza extranjeras” mientras “los gobiernos de la Comunidad caribeña intentaban negociar un acuerdo entre la oposición y el gobierno” parece especialmente redactada con el objetivo de sugerir inflexibilidad durante las negociaciones de parte de Aristide. Nada podía ser más falso. Los gobiernos de la Comunidad Caribeña, representados por la CARICOM, habían abandonado esas negociaciones ya en enero de 2004, y no debido a que Aristide no fuera flexible, sino todo lo contrario. Luego de reunirse con representantes de la oposición “democrática” el 21 de enero de de 2004, y más tarde con Aristide el 31 de enero, como señala Peter Hallward “el 2 de febrero Aristide anunció que aceptaba la propuesta de la CARICOM, que le exigía aceptar a un primer ministro designado por la oposición, llevar a cabo nuevas elecciones, tomar medidas adicionales para desarmar a sus simpatizantes y reformar la policía.” Pero la CARICOM abandonó la tarea de intermediación el 5 de febrero “luego de que los líderes de la oposición dijeran que se negarían a negociar con el Presidente Jean-Bertrand Aristide” (20). Como podemos observar era la oposición la que se mostraba inflexible, a pesar de sus escasas credenciales democráticas, y no Aristide, que aceptó condiciones que difícilmente otro gobierno en el mundo concedería a una oposición con tan escasa representación parlamentaria. Además, la solicitud de ayuda externa - no de fuerzas “extranjeras” exactamente sino de fuerzas internacionales de la ONU y el Consejo de Seguridad - procedían también de la CARICOM, que las solicitó el 25 de febrero de 2004 pero que fue bloqueada por Francia y Estados Unidos. Por lo tanto la realidad en este caso fue bastante distinta a lo que el informe deja entrever con veladas insinuaciones de que Aristide se habría negado a negociar, prefiriendo en su lugar apelar a la ayuda de “fuerzas extranjeras” sin especificar, incluso pudiendo llegar a sugerir que la invasión final de los EE.UU., Francia y Canadá quizá hubiese sido un resultado de esa supuesta solicitud.

En su apología del golpe, la Misión declara en el informe que “el presidente Aristide fue derrocado el 29 de de febrero cuando tropas de los EE.UU. lo sacaron del país, presentando luego la renuncia formal que él había firmado. Grandes sectores de la población se habían levantado en un proceso que ganaba fuerza e inclusividad desde hacía muchos meses, reclamando su renuncia”. La idea que se intenta dar aquí es que el derrocamiento de Aristide habría sido el resultado de un presunto movimiento popular, y que lo que las tropas de EE.UU. habrían hecho fue solamente sacarlo del país después de que firmara una “renuncia formal”. En realidad, Aristide jamás firmó una renuncia formal sino simplemente, y bajo presión de sus secuestradores, una carta escrita en creole donde, en unos términos muy vagos, hablaba de retirarse si eso pudiera impedir un baño de sangre en el país: “si hoy es mi renuncia la que impida un baño de sangre, acepto irme con la esperanza de que habrá vida y no muerte” (21). Aristide siempre ha negado consistentemente que hubiese firmado una renuncia formal.

Finalmente, el informe se hace eco también de la postura de los golpistas en relación a las elecciones del 2000, declarando que “apenas el 20% del electorado acudió a las urnas en el año 2000, retornando Aristide a la presidencia en medio de fuertes acusaciones de fraude y la constitución de un gobierno controlado en un 100% por su partido, el Fanmi Lavalas.” Dejando a un lado otra vez los ribetes kafkianos de esas “fuertes acusaciones”, contrastemos este texto con los hechos conocidos. Que el gobierno de Aristide estuviese “controlado en un 100%” por el partido de Aristide no es de extrañar. En las elecciones legislativas de mayo de 2000 el partido de Aristide ganó 72 de los 83 escaños en el parlamento y 16 de los 17 senadores. Con mucho menos, los partidos de cualquier país democrático suelen “controlar al 100%” sus gobiernos, entrando en coalición con otros partidos solamente cuando no cuentan con una mayoría absoluta. A nadie le extraña eso. Además, las elecciones legislativas de mayo habían tenido un record de participación en Haití, aproximadamente 65% de electorado compareció a las urnas, y fueron elogiadas incluso por el gobierno de EE.UU., que subrayó el elevado índice de participación en las mismas. Finalmente, en noviembre de 2004 se realizaran las elecciones para presidente, pero de esta vez la mayor parte de la oposición, ante una segura derrota, se negó a participar, y Aristide ganó con el 92% de los votos. A pesar de la segura victoria de Aristide y la falta de alternativas reales, la Coalición Internacional de Observadores Independiente, así como la mayoría de los observadores independientes, estimaron la participación en las elecciones de noviembre en un 60%. El informe da Misión no ofrece más datos o referencias sobre la afirmación de que solamente un 20% del electorado acudió a votar.

Parece evidente que las conclusiones del informe fueron las deseadas por los grupos que “coordinaron” el programa de la Misión en Haití con “dedicación y cariño”, como instrumentos que eran de los países que llevaron a cabo el golpe contra Aristide.

Gérard Pierre-Charles: De Fidel Castro a Jesse Helms

Un buen ejemplo que ilustra el comportamiento de buena parte la izquierda latinoamericana en relación a Haití nos lo ofrece la grotesca glorificación de un personaje clave en la desestabilización del gobierno de Aristide. Gérard Pierre-Charles era un político de carrera y profesor de economía, fue dirigente del Partido Unificado Comunista Haitiano y se exilió en México durante la dictadura de Duvalier. Ejerció como profesor de Ciencias Sociales y Economía en la UNAM antes de retornar a Haití en 1986. Se integró inicialmente en el movimiento Lavalas de Aristide, pero su oportunismo, como lo describe Peter Hallward, lo llevaría a un cambio progresivo en sus afinidades “desde Fidel Castro a Jean-Bertrand Aristide a Jesse Helms” (22), el conocido senador ultraderechista norteamericano que tildó a Aristide de psicópata y que fue responsable por la Ley Helms-Burton que endureció el embargo contra Cuba en 1996. Jesse Helms jugaría un papel crucial en el derrocamiento de Aristide con la colaboración de Gerard Pierre-Charles, primero a través del partido que este dirigía, la OPL, y luego a través de una coalición denominada “Convergence Démocratique” (CD), de la cual formaba parte la OPL. Con una extensa red de amistades en el mundo intelectual latinoamericano, Pierre-Charles logró convencer a sus amigos que él, que jamás consiguió ser elegido para un cargo político, era un gran demócrata, mientras que Aristide, a pesar de vencer siempre en las urnas de forma aplastante, era antidemocrático y autoritario.

Cuando Aristide fue repuesto en el poder en 1994 por los EE.UU. le habían dejado un margen de maniobra mínimo, obligándolo a cooperar con miembros de la elite política haitiana como Pierre-Charles, que apoyó entonces la implementación de programas económicos de corte neoliberal contrarios a los intereses de los partidarios de Aristide, la población más pobre de Haití. La designación de Pierre-Charles para jugar ese papel no fue arbitraria. Ya en 1992, según el periodista Kim Ives, Pierre-Charles “abogaba por la intervención de EE.UU. para restaurar a Aristide. Ayudó a organizar un evento a finales de 1992 en el Clara Barton High School en el Brooklyn. La audiencia escuchaba con asombro como Pierre-Charles sostenía que solo el imperialismo de EE.UU. podría liberar a Haití” (20). De creer en el testigo reciente del escritor y diplomático mexicano José María Pérez Gay, que fuera su amigo, su sueño parecía haber sido la incorporación de Haití a los EE.UU. en los mismos términos que Puerto Rico. Pérez Gay relata que Gerard Pierre-Charles le había comentado a principios del año 2004 que “Haití había perdido la oportunidad histórica de ser un Puerto Rico por la gran cantidad de población negra que conservaba” (21).

Tras el regreso de Aristide a la presidencia era por lo tanto lógico que Washington respaldase a políticos como Pierre-Charles. Organizados en un partido que se apoyaba, al menos simbólicamente, en la figura de Aristide, la Organización Política Lavalas (OPL), Pierre-Charles y otros como él se mostraron diligentemente partidarios de una estricta aplicación de las directrices establecidas por el Fondo Monetario Internacional para Haití, defendiendo la privatización de todas las empresas estatales. Pero con el paso del tiempo Aristide se fue mostrando cada vez más reacio a seguir esa línea de obediencia ciega hacia Washington, lo que acabaría naturalmente por provocar la hostilidad del gobierno de los Estados Unidos – y, como veremos, también de Pierre-Charles.

La OPL había tenido una influencia considerable en los dos primeros años del gobierno de Préval (1995-2000) a través de un primer ministro impuesto por Washington que pertenecía a sus filas, Rosny Smarth. Los EE.UU se habían apoyado en la OPL, a la que Aristide jamás perteneció, para impedir que este cumpliera 5 años de presidencia, como deseaba la mayoría del los haitianos. Pero Aristide decide distanciarse de la línea neoliberal defendida por Pierre-Charle, y funda en noviembre de 1996 una organización propia, Fanmi Lavalas (FL), que gana ampliamente las elecciones legislativas de 1997, provocando la ira de Pierre-Charles, que las tilda de fraudulentas y se niega a aceptarlas. El gobierno es completamente renovado en junio de 1997, alejando a Pierre-Charles y la OPL del poder y dando así un carpetazo a sus planes de privatización. Esto llevó a los partidarios de la línea dura, entre ellos Pierre-Charles, a fundar en 1997 una organización separada de Lavalas, intitulada la Organisation du Peuple en Lutte, conservando así convenientemente el acrónimo anterior, OPL.

Así describe Peter Hallward este proceso: “Los intentos del primer ministro de Préval, Rosny Smarth, de convertir en leyes el impopular programa del FMI fracturaron definitivamente la coalición Lavalas, tanto en el Parlamento como en el conjunto del país. Los políticos más favorables a las prioridades de Washington y más críticos hacia lo que condenaban como estilo dictatorial de Aristide se unieron bajo el liderazgo de su rival Gérard Pierre-Charles para constituir una facción más «moderada», que recibió finalmente el nombre de Organisation du Peuple en Lutte. En las elecciones parlamentarias de mayo de 2000 Pierre-Charles es el candidato a las elecciones apoyado por Washington, pero es prácticamente barrido del mapa político, no logrando más que 2.1% de los votos y un único escaño para la cámara de diputados” (22).

La OPL, siguiendo con toda seguridad directivas de Washington, decide denunciar inmediatamente las elecciones como fraudulentas, y exige su anulación con el apoyo del ex SubsecretariodeEstado para el Hemisferio Occidental Roger Noriega, extremista de origen cubano que ayudó a organizar la Contra nicaragüense en los años 80. A raíz de esos sucesos, los perdedores de las elecciones deciden fundar, bajo supervisión de los círculos políticos más reaccionarios de los EE.UU., la coalición Convergence Démocratique (CD), que integra a miembros de extrema-derecha y partidarios de Duvalier con ex izquierdistas como Pierre-Charles. Financiada por miembros de las elites haitianas, así como por el Partido Republicano de EE.UU. a través de la NED (National Endowment for Democracy) y del IRI (Instituto Republicano Internacional), su objetivo era la llamada Option Zéro: eliminar a Aristide del poder. Así lo describe Hallward: “Durante el verano de 2000 la mayoría de los opositores de Aristide – disidentes como la OPL de Pierre-Charles y el MPP de Jean-Baptiste, junto con evangelistas de extrema derecha, hombres de negocios y ex duvalieristas– se unió para formar la Convergence Démocratique. Desde el primer momento, el principal objetivo de la Convergence era la Option Zéro: la anulación de las elecciones de 2000 y la proscripción de Aristide como candidato para cualquier futura elección. Con el fin de que esa estrategia pareciera compatible con las apariencias democráticas, la Convergence tendría primero que redoblar sus esfuerzos por presentar a Fanmi Lavalas como impenitentemente antidemocrático, autoritario, violento y corrupto, acusaciones ya familiares en la propaganda que acompañaron el golpe de Cédras en 1991” (23).

A través de la CD, la OPL de Pierre-Charles se dedicará ahora exclusivamente a desestabilizar el gobierno de Aristide. El portavoz de la CD, Paul Denis, de la OPL, se jactaba públicamente de contar con el apoyo de Roger Noriega y Otto Reich, entre otros miembros de la administración Bush. Paul Denis declaraba tras una reunión con Otto Reich en enero de 2002 que el encuentro había sido un éxito total: “Hemos encontrado una gran receptividad por parte de los norteamericanos a los puntos de vista de la Convergence. Ellos han mostrado también su comprensión con la lucha que estamos llevando a cabo por la democracia” (24). Así, la total falta de apoyo popular dentro del país era compensada por un amplio apoyo financiero y estratégico del exterior. La CD funcionaba como la Unión Nacional Opositora de Nicaragua, y contaba con el apoyo de varios de los arquitectos de la Contra nicaragüense en los años 80 como Otto Juan Reich, Elliot Abrams, y John Negroponte.

La OPL, consciente de una segura derrota en las elecciones presidenciales de noviembre de 2000, a semejanza de la oposición venezolana en el año 2005 decide no participar en las mismas. Las declaraciones de Pierre-Charles a ese respecto rayan la histeria: “Hermanas y hermanos de Haití, vosotros que sufrís en vuestras sillas, en vuestras camas, los efectos desastrosos de la política nefasta de Lavalas, únanse a la lucha por la dignidad, por la democracia, por el Progreso, por la vida. Mujeres y hombres de negocios de este país, vosotros que trabajáis en condiciones de competencia desleal, digan no al proyecto totalitario” (25). Declara también que la abstención de las elecciones presidenciales habría sido del 98,5%. La participación efectiva, según la Comisión Electoral, había sido del 60.5%.

Impotente en las urnas, a la oposición no le queda más remedio que apelar a un golpe de estado apoyado desde el exterior. Así, Pierre-Charles anuncia que “La Convergence hace una llamada a la comunidad internacional, a la luz de los valores democráticos universalmente aceptados, a pronunciarse claramente acerca de la ilegitimidad, el desprecio y la violación sistemática por parte de Lavalas de los principios democráticos” (25). Y refiriéndose a unos incidentes violentos acaecidos en Petit Goâve el 5 de diciembre de 2001, hace un llamado al derrocamiento de Aristide: “La Convergence Démocratique dice basta. El pueblo debe levantarse y decirle no a Aristide. Los responsables de esos crímenes horrendos deben ser punidos. Debemos cerrar el grifo de sangre. Hay que que acabar con este gobierno de crimen, corrupción e impunidad” (26).

Más tarde, después del golpe, y refiriéndose a una masacre ocurrida en St. Marc a mediados de febrero de 2004 que se conoce como la masacre de La Scierie, en la que supuestamente 50 personas habrían perdido la vida y por la que se responsabilizó al entonces primer ministro Ivon Neptune, declaraba Pierre-Charles que este “habría matado a 500 personas, habría matado a 5000 personas” si no hubiese sido depuesto (27). Pero jamás se halló evidencia de que hubiese habido más que de 3 a 5 muertos; se trató aparentemente de un altercado violento entre partidarios y opositores de Aristide. Neptune y otros estuvieron detenidos por ello más de dos años, pero las acusaciones eran vistas por casi todos los observadores como disparatadas, y Neptune acabó siendo puesto en libertad por falta de pruebas tras una huelga de hambre el 27 de julio de 2006. Declaraciones delirantes como esta eran parte del arsenal de la OPL incluso durante el gobierno anterior de Préval, acusado de fascista por un colaborador de Pierre-Charles, Sauveur Pierre Etienne, que llegó a responsabilizar a Préval por “la muerte de más de 100.000 personas en el país”, muertes que por lo visto nadie más qué él había podido constatar (28).

Pero la OPL de Pierre-Charles tenía algo más que declaraciones extravagantes que ofrecer, y recurre a todo el arsenal clásico de armas desestabilizadoras para hundir la economía de Haití, como veremos.

Así, inmediatamente después la derrota en las elecciones parlamentarias de mayo de 2000, la OPL pasa enérgicamente a la acción, entre otras cosas enviando a un representante del partido, el ex senador Yrvelt Chérie, a los EE.UU. con el fin de “cortejar al senador ultrareaccionario y racista Jessie Helms” (29). No era algo nuevo: las relaciones entre Pierre-Charles y la extrema-derecha de EE.UU. venían de larga fecha. Por ejemplo, en un informe sobre sus actividades en Haití para los meses Julio-Septiembre de 1998 el IRI declaraba que “el Director de Programa Regional del IRI, radicado en Washington, visitó [Haití] entre el 22 y 24 de junio. Durante su visita trabajó en el desarrollo de programas y cuestiones de administración y se encontró con el Embajador Carney y otros representantes de la Embajada de EE.UU., de la USAID, Colin Granderson del MICIVIH (Mission Civile Internationale en Haïti), Gerard Pierre-Charles de la OPL, el senador Leblanc, el diputado Thernelan, y otros” (30). El IRI es uno de los cuatro principales receptores de la NED, la Fundación Nacional para la Democracia, brazo internacional de Partido Republicano, a través de los cuales la CIA lava su dinero, y ha participado activamente, entre otras cosas, en los golpes contra Zelaya en Honduras en 2010 y contra Chávez en Venezuela en 2002.

La aversión de Pierre-Charles hacia Aristide lo llevó incluso a oponerse a la demanda hecha por este el 7 de abril de 2003 en favor de la restitución de la suma entregada por Haití a Francia en calidad de reparación por la pérdida de propiedad y esclavos tras la revolución haitiana. También trató de sembrar el pánico entre los clientes de los bancos comerciales a través de la propagación de rumores de que el gobierno no pagaría sus deudas con esos bancos y estaría proyectando convertir todas las cuentas en dólares a cuentas en gourdes, la moneda haitiana.

Pierre-Charles también se opone firmemente al fin del embargo de la ayuda económica internacional, solicitado por CARICOM en febrero de 2002, que había sido decretado a raíz de las elecciones del año 2000 por motivos espurios y hundió la economía haitiana en una profunda depresión. Pierre-Charles declaró solemnemente que “seguiremos oponiéndonos a préstamos internacionales para Haití. Algunas acciones del gobierno haitiano nos inquietan. No creemos que el proceso político haya hecho los suficientes avances para asegurar que una ayuda suplementaria venga a ser utilizada de la forma más eficaz. Debemos adoptar en el caso del presidente de Haití Jean-Bertrand Aristide y del gobierno haitiano unos criterios muy rigurosos antes de permitir la entrada de dinero en Haití” (31).

Sería interesante examinar aquí el significado del embargo económico apoyado por Pierre-Charles y lo que representó para el pueblo haitiano. La primera medida de Clinton contra Aristide, aplicada antes que este asumiera, fue la de decretar un embargo económico de la ayuda exterior que Peter Hallward describe como “paralizante” para la economía haitiana, altamente dependiente de la ayuda internacional. Según Hallward “en abril de 2001, tras interrumpir su propia ayuda al gobierno haitiano, los Estados Unidos bloquearon la entrega de 145 millones de dólares en préstamos previamente acordados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y de otros 470 millones de dólares previstos para los años siguientes”. Junto a otras medidas exigidas por el FMI, Haití se vio obligado entonces “a realizar recortes aún más profundos en su presupuesto, y a pagar sumas aún más elevadas por la mora en la que había incurrido”. Hallward estima que “pocos gobiernos podrían haber sobrevivido a un asalto financiero semejante. El efecto combinado de esas medidas fue aplastar una economía ya agónica. El PIB de Haití cayó de 4.000 millones de dólares en 1999 a 2.900 millones en 2003” (23). Los Estados Unidos jamás habían tenido remilgos anteriormente en financiar a las dictaduras haitianas, pero ante un gobierno democrático obviamente había que aplicar criterios más “rigurosos”, como indicaba Pierre-Charles.

Los fondos bloqueados del BID estaban destinados a la sanidad, la educación, y el suministro de agua. Como aclaraba entonces Paul Farmer, médico especializado en SIDA con muchos años de experiencia en el Haití rural, el “actual embargo contra Haití patrocinado por los EE.UU. golpea a la población más vulnerable del continente, el pueblo más pobre con la economía, ecología y sociedad más frágiles... para los pobres de Haití la vida de cientos de miles cuelgan de la balanza: los préstamos son para tres cosas – agua, atendimiento sanitario, y educación – que necesitan desesperadamente” (32). Refiriéndose a la oposición en Haití, particularmente a la Convergence Démocratique de Pierre-Charles, Paul Farmer indaga: “¿Quiénes constituyen exactamente esa oposición todopoderosa, capaces de bloquear ayudas vitales para el desarrollo del país que más lo necesita (el suyo propio)?” (33). La respuesta naturalmente es que esta oposición no está compuesta por haitianos pobres, sino por miembros de las elites haitianas como Pierre-Charles, morador de barrios nobles como Pétionville, cuya salud y educación no se veían afectadas por el bloqueo de esas ayudas, y cuya economía no depende de ellas sino de los fondos para desestabilizar el gobierno de Aristide provenientes de, entre otros, la NED. Así, cuando cayó mortalmente enfermo en el año 2004, Pierre-Charles recibió tratamiento médico de primera clase en Cuba. En esas circunstancias no supone un gran sacrificio exigir la aplicación de los criterios más “rigurosos” y “avances “suficientes” que garanticen el uso “eficaz” de esas ayudas antes de “permitir” su entrada en el país.

La OPL de Pierre-Charles se une también a los esfuerzos desestabilizadores llevados a cabo en la vecina República Dominicana por el IRI, participando en una reunión celebrada en ese país el 18 de diciembre de 2002 que congregaba a la OPL y elementos notoriamente reaccionarios de las elites haitianas. A pesar de negar en ese momento que la CD estuviera financiada por el IRI, Pierre-Charles declara que la oposición haitiana tomaría parte en esa reunión para tratar de “armonizar” sus relaciones con el Partido Republicano y el Partido Demócrata de los EE.UU., y el emisario de la OPL a la reunión, Paul Denis, declara sin empacho que “nos hemos reunido con responsables del IRI en la República Dominicana, que se dispusieron a presentarnos los planes de trabajo que han proyectado para los partidos políticos” (34). Como vemos, las relaciones de Pierre-Charles y su partido con el IRI no eran entonces ningún secreto, y se remontan como hemos visto anteriormente al menos al año 1998.

Pierre-Charles defiende también la intervención de la “comunidad internacional” en Haití a través de la aplicación de la “Carta Democrática” de la OEA, instrumento injerencista de los EE.UU. en América Latina. Alaba a Roger Noriega cuando este en 2002 exige al gobierno haitiano adoptar una serie de resoluciones de la OEA: “Esta declaración nos parece de una gran importancia. Es la primera toma de posición clara del gobierno de los Estados Unidos acerca del poder de Lavalas. Hoy, después de tantos años, los Estados Unidos, según las declaraciones del embajador Noriega, son conscientes de la gravedad de la situación del país y de la responsabilidad de Aristide en la misma”, declara Pierre-Charles (35). Rechaza los intentos de intermediación de la CARICOM, la Comunidad de Naciones del Caribe, que se opone a golpes de estado en la región. Tras una visita oficial de una delegación en enero de 2002, la CARICOM redacta un informe pidiendo la liberación de fondos internacionales en apoyo al fortalecimiento de la democracia en Haití, propuesta a la que Pierre-Charles se opone ferozmente, apoyando la postura norte-americana contraria a la suspensión del embargo económico vigente. Según declara Pierre-Charles, “cuando recibimos a la delegación hace más de 10 días, quedamos atónitos al constatar su gran ignorancia sobre los asuntos haitianos… En contraste, para nosotros la postura norte-americana pone de manifiesto una actitud muy responsable” (31).

Kim Ives, periodista de Haití Liberté, describe así a la los líderes de la OPL: “La menos caritativa caracterización de los líderes de la OPL sería la de lameculos del imperialismo norteamericano, que emplazaron a Aristide a romper con las organizaciones populares de izquierda de Haití y a regresar del exilio en 1994 sobre los hombros de 23.000 soldados norteamericanos, que predican asentimiento y sumisión a cada dictado de los EE.UU., y cuyo frente, la Convergence Démocratique, recibe hoy millones de dólares canalizados a través de La Fundación National para la Democracia (NED) para provocar el caos político en Haití” (36).

El vocero de la causa de su pueblo

Con ese historial de leal servidor de los intereses más reaccionarios de los Estados Unidos podríamos quizá pensar que Pierre-Charles no fuera muy popular en los círculos de izquierda en América Latina, pero aquí nos equivocamos. Como veremos, después de su muerte en octubre de 2004 en La Habana, donde había acudido para tratamiento médico, Pierre-Charles fue prácticamente beatificado por una buena parte de la intelectualidad progresista del continente.

El dominicano Juan Bolívar Díaz, por ejemplo, escribe que “la partida del destacado catedrático y escritor es una malísima noticia para su país… Pierre-Charles ha partido sin haber visto el despegue democrático de Haití, por el que luchó durante medio siglo… Al retornar del exilio en 1986 ofreció su apoyo a Jean Bertrand Aristide pero hubo de retirárselo y convertirse en uno de sus principales opositores, cuando el sacerdote se convirtió en otro caudillo autocrático aferrado al poder… Puedo testimoniar que era un caribeño excepcional, un intelectual completo, digno de respeto. Un hombre absolutamente bueno, cariñoso, con una gran capacidad para reflexionar y avanzar. Gerard Pierre-Charles fue desperdiciado por Haití” (37). Como hemos visto, Pierre-Charles retiró su apoyo a Aristide cuando vio truncada sus aspiraciones políticas por la negativa de Aristide a seguir ciegamente las directrices de Washington, no por una repentina conversión de Aristide a “caudillo autoritario.”

El también dominicano Narciso Isa Conde, coordinador del Partido Fuerza de la Revolución, en una entrevista concedida a Rosa Miriam Elizalde y Maritza Barranco para Cubadebate pocos días antes del golpe, hizo referencia a lo que según él son “los elementos más sanos que se oponen” al gobierno de Aristide, entre los cuales incluye “organizaciones como la Organización del Pueblo en Lucha Pacífica (OPL), que dirige Gerard Pierre-Charles, una figura de mucho respeto” (38).

El escritor, periodista y diplomático cubano Lisandro Otero, Premio Nacional de Literatura de Cuba 2002 y miembro de tres academias de la lengua, escribe pocos después del golpe de 2004 que “Haití puede servir de trampolín… para un golpe contra Cuba… o contra Venezuela… de la misma manera que fue Honduras para Playa Girón. Sin embargo, en Haití hay fuerzas sanas. Gerard Pierre Charles encabeza la Plataforma Democrática que bien pudiera ser el movimiento que rectificara el rumbo de la ignominia. Pierre Charles sería un jefe de estado ideal que movería a Haití hacia un gobierno de beneficio para las grandes mayorías, defensa de la autonomía soberana y funcionamiento plenamente democrático de los derechos del pueblo. Un académico con una brillante hoja de servicios a su país, un intelectual de limpios principios, barrería con la mugre y edificaría sobre cimientos sanos, pero es imposible que los sicarios lo dejen gobernar. Es probable que su vida esté en peligro en estos tiempos inciertos de confusión y asesinatos a mansalva” (39).

Pero como vimos quienes no dejaron a Pierre-Charles gobernar no fueron sicarios sino “las grandes mayorías” del pueblo haitiano, que solo le otorgó un 2,1% de los votos en las elecciones parlamentarias de mayo de 2000, a pesar del apoyo de Washington a su candidatura (22). Otero aparentemente cree que Pierre-Charles debe gobernar a pesar de haber sido barrido en las urnas, en total desprecio hacia la voluntad del pueblo haitiano demostrada en las urnas. Sin embargo, quizá para alivio del escritor cubano, la vida del estrecho colaborador en Haití del implacable enemigo de Cuba Jesse Helms no solo no corría peligro bajo el gobierno genocida de Gerard Latortue, en el que millares de partidarios de Aristide fueron asesinados, sino que tras la muerte de Pierre-Charles en la cama de un hospital en La Habana este político notoriamente corrupto llegó a expresar “sus condolencias a la familia de Pierre-Charles” calificando el deceso como una "pérdida para la nación" (40). Curiosamente, Lisandro Otero añade en el mismo artículo: “Ahora falta por ver el desenlace que esos dos conocidos hampones Otto Reich y Roger Noriega están planificando para Haití”, ignorando que Pierre-Charles había sido justamente uno de los mayores impulsores de las políticas planificadas por Otto Reich y Roger Noriega para Haití e importante colaborador de estos “hampones”.

En un obituario plagado de incorrecciones pero muy citado e influyente en América Latina, la periodista mexicana Blanche Petrich nos ofrece otro exaltado panegírico de Pierre-Charles. Escribe que al morir este “por todas las agencias por la enorme red de amigos y compañeros de todo el continente se difundió la noticia. Pierre-Charles tenía 68 años, una familia maravillosa y una historia de lucha íntegra y ejemplar. Fue, en los momentos más críticos de la historia haitiana - una historia dramática, como pocas - el vocero de la causa de su pueblo. (41)” Aparentemente entre “las causas de su pueblo” estaba el bloqueo de dinero para hospitales, escuelas y agua. Petrich sigue informando que en el momento de su muerte la Radio Reloj de La Habana anunciaba: “Fue un luchador tenaz por el bienestar de las condiciones de vida del pueblo haitiano y se destacó por ser un defensor de las causas más justas de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Con su muerte, América Latina y el Caribe pierden a una de las figuras más relevantes de la intelectualidad y la política, y Cuba a un defensor y leal amigo”.

Petrich explica también que Pierre-Charles “funda la Convergencia Nacional y Democrática que acoge la candidatura de Jean Bertrand Aristide. Este, al frente del movimiento Lavalás, gana las primeras elecciones democráticas en 1991.” Es decir, según Blanche Petrich habría sido Pierre-Charles quien “acoge” a Aristide, no al contrario. La información que nos ofrece aquí es, por lo demás, totalmente equivocada, e ilustra bien el gran desconocimiento de Haití en América Latina. Pierre-Charles no funda la “Convergencia Nacional y Democrática” en o antes de 1991, que además fue el año de la investidura y del golpe contra Aristide, no de las “primeras elecciones democráticas” en Haití, que ocurrieron en 1990. La “Convergencia Democrática” fue en realidad, como vimos anteriormente, una coalición fundada en el año 2000 contra Aristide y financiada por la NED que integraba a la OPL de Pierre-Charles con miembros de extrema-derecha y partidarios de Duvalier. Blanche Petrich probablemente confunde aquí las siglas con las que Aristide concurrió a las elecciones de 1990, la FNCD de Front National pour le Changement et la Démocratie, con la CD de Convergence Démocratique. Pero la FNCD no fue “fundada” por Pierre-Charles, era solamente una débil coalición de 15 partidos creada en junio de 1990 para apoyar la candidatura de Aristide.

Petrich sigue con afirmaciones aún más descabelladas: “Al poco tiempo se pone en evidencia que Aristide gobierna como sus antecesores, apoyado en grupos paramilitares que intentan asesinar a Pierre-Charles”, escribe sin ofrecer fechas ni pormenores confundiendo una vez más hechos supuestamente acaecidos en la segunda legislatura de Aristide con la primera que terminó en 1995, poco tiempo después de su regreso. Es sorprendente que un texto de tan escasa calidad haya tenido al parecer tanto eco en América Latina, como veremos.

El escritor y periodista argentino José Steinsleger va aún más lejos en el enaltecimiento de Pierre-Charles, afirmando meses antes del golpe que Pierre-Charles era un “dignísimo sucesor de Boukman (legendario esclavo jefe de ceremonias Vadoux que en la noche del 14 de agosto de 1791 inició la rebelión en el bosque del Caimán)”, que “lleva 50 años de combate por el cambio social y la democracia en Haití. Si en el mundo aciago de nuestros días alguien merece ser galardonado con el premio Nobel de la Paz, la academia sueca debería saber que la esperanza de millones de latinoamericanos se encarna en este hombre como pocos, para quien la fraternidad no es compasión o asistencialismo, sino colaboración creadora en el marco de una realidad nacional y social crónicamente insostenible” (42). Quizá se podría entender por “colaboración creadora” el peculiar relacionamiento de Pierre-Charles con los personajes más siniestros de la derecha norteamericana, pero que la esperanza de “millones de latinoamericanos” - que lo desconocen totalmente, a excepción quizá de la mayoría de los haitianos que jamás le votaron - se “encarne” en este servil colaborador de Washington resulta poco menos que incomprensible.

Steinsleger describe también como “el 17 de diciembre de 2001 una turba de seguidores del presidente Jean Bertrand Aristide se presentó en su casa, lanzó piedras, saqueó los más hermosos recuerdos que Gérard y Suzy acumularon durante su peregrinación por América Latina y el mundo, y echó fuego a la biblioteca y archivos de su centro de documentación, el más copioso del país: desde cartas del Che a los patriotas haitianos que luchaban contra la dictadura de Duvalier hasta correspondencia con Juan Bosch, dominicano universal, fueron reducidas a cenizas por el gobierno de Aristide, al que respaldan Washington y la OEA”.

Como vemos, Steinsleger comienza describiendo aquí como una “turba” de seguidores de Aristide saquea la casa de Pierre-Charles, y termina afirmando, sin darse al trabajo de presentar una sola evidencia que lo apoye, que el saqueo había sido ordenado por el “gobierno de Aristide”. Steinsleger omite convenientemente hablar del contexto en que ocurrieron estos hechos, que debe haber conocido. Horas antes del mencionado saqueo, en la madrugada del 17 de diciembre de 2001, el palacio presidencial había sido objeto de un ataque armado, con varios muertos, y ocupado durante varias horas en un claro intento de golpe de Estado. Estos hechos provocarían, en palabras de Robert Maguire, “una airada respuesta de algunos partidarios gubernamentales, quienes se lanzaron a las calles para tomar furiosas represalias contra las oficinas y hogares de los enemigos más vociferantes de Aristide, incluyendo su antiguo aliado, Gerard Pierre-Charles, ahora líder prominente de la opositora coalición de minorías Convergence Démocratique (CD)” (43). Posteriormente la OEA, que no condena el intento de golpe, exige a Aristide, que accede a todas las exigencias, que indemnice a los afectados. Es decir, el gobierno haitiano acaba indemnizando a los que probablemente fueron, directa o indirectamente, instigadores de un intento de golpe de estado contra ese mismo gobierno, causando varios muertos, por daños de propiedad ocasionados por personas airadas por ese mismo intento de golpe sin que nadie haya podido ofrecer ninguna evidencia de que el gobierno, asediado en ese momento por la toma del Palacio Nacional, haya tenido responsabilidad alguna en los hechos. Steinsleger omite todo esto, dando así al lector la impresión de que el ataque a la vivienda de Pierre-Charles había sido un hecho no provocado y planificado previamente por el gobierno de Aristide.

Sobre la delirante observación de Steinsleger de que Washington y la OEA “respaldan” a Aristide, sería interesante aquí echar un rápido vistazo a la forma como lo hicieron. La justificativa para el embargo económico que hemos visto aquí anteriormente la daría nada menos que la OEA, que Paul Farmer describe como “el principal animador del bloqueo contra Haití durante la presidencia de Aristide” (44). Como lo describe Hallward, “el pretexto fueron algunas quejas de tipo técnico realizadas por observadores de la OEA, aunque ésta había descrito las elecciones de mayo de 2000 como «un gran éxito para la población haitiana, que acudió en gran número y ordenadamente a elegir a sus gobiernos locales y nacional»”. Sin embargo “la OEA denunció posteriormente las elecciones como «fraudulentas»… porque, aun aceptando la victoria de Lavalas, objetaba la metodología con la que el Consejo Electoral Provisional de Haití (CEP) contó los votos para ocho de los diecinueve escaños del Senado”. Hallward explica que “la OEA había estado profundamente implicada en el desarrollo de esa forma de cálculo, y no hay razones para creer que el equilibrio de poder en el Senado hubiera sido diferente, se utilizara el método que se utilizara”. Pero el pretexto estaba dado, y “la respuesta inmediata del gobierno de Clinton consistió en aprovechar la objeción de la OEA a los cálculos para los escaños senatoriales como justificación para un paralizante embargo de la ayuda exterior, aparentando unos escrúpulos democráticos escasamente compatibles con el apoyo de Washington a la dictadura de Duvalier y a las juntas que le sucedieron”.

El resultado fue que “en 2001 un Aristide en bancarrota aceptó prácticamente todas las condiciones exigidas por sus oponentes: obligó a los ganadores de los escaños disputados en el Senado a dimitir, aceptó la participación de varios ex duvalieristas en su nuevo gobierno, acordó constituir un CEP más favorable a la oposición y convocar nuevas elecciones legislativas varios años antes de lo previsto; pero Estados Unidos se negó a pesar de todo a levantar su embargo”. Como aclara Hallward, “entre junio de 2001 y febrero de 2004” los “demócratas” de la CD como Pierre-Charles rechazaron “todas las ofertas de nuevas elecciones hasta el intento final de una resolución pacífica del conflicto, una propuesta patrocinada por el CARICOM y aprobada por la OEA a mediados de febrero de 2004, por la que Aristide aceptaría a uno de sus opositores como primer ministro, convocaría nuevas elecciones legislativas y se mantendría hasta la conclusión de su mandato con poderes muy limitados. Aristide aceptó inmediatamente el trato, como lo hicieron Francia y Estados Unidos, pero la CD lo rechazó también de inmediato arreglándoselas para «persuadir» a sus patronos imperiales de que siguieran su ejemplo y dejando como únicas opciones a Aristide el exilio o la guerra civil” (23).

Esa es al parecer la forma como, en palabras de Steinsleger, Washington y la OEA “respaldaron” al gobierno de Aristide.

En Venezuela el Congreso Bolivariano también ensalza la figura de Pierre-Charles: “El Congreso Bolivariano de los Pueblos envió un comunicado en homenaje al recientemente fallecido Gerard Pierre-Charles”, "el gran revolucionario haitiano y latinoamericano”, “uno de los más grandes intelectuales y políticos de Nuestra América” (45).

Cuba tampoco no se quedaría atrás. Así anunciaba la muerte de Pierre-Charles el diario oficial del Partido Comunista Cubano, Granma: “En horas de la tarde del pasado domingo falleció en Cuba el destacado dirigente político e intelectual haitiano Gerard Pierre Charles… Fue fundador del Partido Unificado de los Comunistas Haitianos (PUCH), destacado dirigente sindical y en la última etapa de su vida era el Coordinador Nacional de la Organización del Pueblo en Lucha, una de las principales organizaciones políticas del país… Gerard Pierre Charles fue un luchador tenaz por el bienestar de las condiciones de vida del pueblo haitiano y se destacó por ser un defensor de las causas más justas de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Con su muerte América Latina y el Caribe pierden una de las figuras más relevantes de la intelectualidad y la política, y Cuba un defensor y leal amigo” (46). Cabe indagar aquí si la lealtad de Pierre-Charles hacia Cuba se reflejaba también en su colaboración con Roger Noriega, Otto Reich o el senador Jesse Helms, algunos de sus peores enemigos.

También el periodista cubano Pedro de la Hoz, jefe de la página cultural del diario Granma, escribe en La Jiribilla que “se pierde a uno de los intelectuales y luchadores sociales más brillantes del escenario haitiano de las últimas décadas, con una obra de dimensión continental, en momentos en que su país intervenido sufre el arreciado embate de las secuelas imperiales y neocoloniales agravadas por un cataclismo natural que ha dejado centenares de muertos y miles de ciudadanos desprotegidos” (47), probablemente sin la más leve sospecha de la responsabilidad de Pierre-Charles en ese estado de cosas.

Y en España también el periodista Pascual Serrano, conocido crítico de los medios de comunicación, escribe, reproduciendo básicamente las palabras trasmitidas por Radio Reloj de La Habana y reproducidas en el mencionado obituario de Blanche Petrich (41), que “Gerard Pierre Charles fue un luchador tenaz por el bienestar de las condiciones de vida del pueblo haitiano y se destacó por ser un defensor de las causas más justas de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Lo conocí personalmente hace dos años en ciudad de México con motivo del Encuentro en Defensa de la Humanidad, los años que estuvo exiliado en ese país le habían dejado centenares de amigos… Con su muerte América Latina y el Caribe pierden una de las figuras más relevantes de la intelectualidad y la política, y Cuba un defensor y leal amigo” (48). Probablemente desconocía que su lucha “por el bienestar de las condiciones de vida del pueblo haitiano” incluía la oposición a reparaciones de Francia por la deuda que Haití fue obligado a pagar por su liberación, el apoyo a embargos económicos que empeoraban notablemente la vida de su población – pero al parecer no la suya-, la difusión de noticias falsas para provocar crisis bancarias, la implementación de políticas neoliberales, y la privatización total de las empresas estatales.

En Argentina, en un recordatorio publicado en la Revista Electrónica de Estudios Latinoamericanos, leemos que Gérard Pierre-Charle “tenía 68 años y una historia de lucha íntegra y ejemplar. Fue, en los momentos más críticos de la historia haitiana el vocero de la causa de su pueblo” (49). El “vocero de la causa de su pueblo”, como vimos anteriormente, fue el mismo calificativo utilizado por la periodista Blanche Petrich en el referido obituario (41).

Finalmente, a raíz del terremoto de febrero de 2010, la Secretaría Ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) decide crear en su honor el Fondo Gérard Pierre-Charles “para contribuir de forma solidaria con la reconstrucción de instituciones educativas que han sufridos la devastación y la destrucción como producto del terremoto producido en Haití el 12 de enero de 2010. El Fondo lleva el nombre de Gérard Pierre-Charles (1935-2004), uno de los más destacados intelectuales haitianos y luchador incansable por los derechos humanos y por la democratización de su país” (50).

Al parecer, los “demócratas” son aquí los que rechazan elecciones y sus resultados, al paso que Aristide, que las ganaba por mayoría aplastante y a pesar de todo se disponía a compartir el poder con los perdedores, sería el “caudillo autocrático aferrado al poder”, según las palabras de Juan Bolívar Díaz.

El traje del emperador

En un artículo publicado a raíz de las revelaciones de Wikileaks sobre la política del gobierno norteamericano en Haití, Mark Weisbrot constata que el golpe de Estado de 2001 en Haití “fue muy similar al golpe fallido en Venezuela en 2002. Varias personas de Washington estaban involucradas en ambos esfuerzos. Pero el golpe en Venezuela falló, en parte porque los líderes de América Latina declararon con rotundidad que no reconocerían al Gobierno golpista” (51). Sin embargo, en palabras de Weisbrot “en el caso de Haití, Washington aprendió de sus errores en el golpe venezolano y creó de antemano apoyos para un Gobierno ilegítimo”. Tales apoyos al parecer incluían a un segmento muy amplio de la intelectualidad progresista latinoamericana, muchos de ellos miembros de una extensa red de amistades de uno de los principales aliados de Washington, Gérard Pierre-Charles, además de varias organizaciones haitianas presuntamente progresistas. Este proceso se repitió de la misma forma en Europa, Estados Unidos y Canadá, con otros actores, y permitió que muchos de los gobiernos latinoamericanos que se opusieron al golpe fallido de Venezuela, y luego al de Honduras y Ecuador, pudieran en este caso actuar de una forma que en el fondo equivalía a una legitimación del golpe, respaldados por una opinión pública impregnada de una generalizada demonización de Aristide a la que contribuyeron decisivamente esos formadores de opinión. Frei Betto, por ejemplo, fue asesor del presidente brasileño Lula da Silva. La responsabilidad de esas personas en lo que podemos describir como la destrucción de Haití puede no haber sido pequeña.

Weisbrot describe como con escasa oposición o protestas “la ONU aprobó una resolución tan sólo días después del golpe, y fuerzas de la ONU, lideradas por Brasil, entraron en el país. La misión sigue liderada por Brasil y tiene tropas de otros países latinoamericanos con gobiernos izquierdistas, incluyendo Bolivia, Argentina y Uruguay. También participan Chile, Perú y Guatemala”. Todos esos gobiernos se opusieron enérgicamente al golpe fallido contra Correa en Ecuador. Weisbrot pregunta retóricamente: “¿Acaso estos gobiernos habrían enviado tropas a ocupar Venezuela si el golpe hubiese sido exitoso? Es obvio que no habrían considerado tal medida. Y, sin embargo, la ocupación de Haití no es más justificable. Los gobiernos progresistas de Suramérica han desafiado la política exterior de EEUU en la región y en el mundo. Han creado nuevas instituciones, como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), para prevenir los abusos del norte. Bolivia expulsó al embajador de EEUU en septiembre de 2008 por interferir en sus asuntos internos. La participación de estos gobiernos en la ocupación de Haití es una grave contradicción política.”

Cabe indagar entonces a qué se debe esa diferencia de tratamiento. Quizá Weisbrot esté en la pista correcta al preguntar: “¿Será porque los haitianos son pobres y negros por lo que se les pueden pisotear sus más fundamentales derechos humanos y democráticos?” De hecho, esa es la impresión que nos queda aquí. Incluso el desconocimiento de la historia y condiciones actuales de Haití del que hemos visto aquí varios ejemplos parece reflejar una actitud de inconsciente desprecio hacia el pueblo haitiano, desprecio que se extiende a lo que la abrumadora mayoría de pueblo haitiano ha venido dejando claro durante muchos años, que la persona que desean para dirigir el país es Aristide. Ignorando totalmente los hechos reales, intelectuales y defensores de los derechos humanos han optando por oírse y copiarse unos a otros sin el mínimo afán de examinar qué fundamentos hay debajo de ese discurso dominante y falseador de la realidad de Haití.

Movimientos sociales y organizaciones de derechos humanos deben estar atentas a intentos de manipulación como los que hemos visto y seguimos viendo en el caso de Haití. La opinión de expertos y formadores de opinión del tinte político que sea deben ser siempre contrastada con hechos y evidencia para evitar que juicios sin ninguna base en la realidad pero constantemente repetidos acaben transformándose, como el nuevo traje del emperador, en verdades de farándula.


Notas

(1) Brasil expresa 'apoyo y solidaridad' a Correa, AFP, 30/09/10. http://www.terra.com.mx/articulo.aspx?articuloId=969372
(2) Canciller brasileño llega a Haití para analizar cooperación bilateral, Prensa Latina, 29/09/10. http://www.aporrea.org/internacionales/n166556.html
(3) Randall White, Haiti: US Congress members warn Clinton to include Lavalas in elections, Haiti Action Net, 30/09/10. http://www.haitiaction.net/News/HA/9_30_10/9_30_10.html
(4) Ira J. Kurzban, Haiti Elections: Unfair and undemocratic, Miami Herald, 09/08/10. http://www.miamiherald.com/2010/09/08/1813042/unfair-and-undemocratic.html
(5) Atilio A. Boron, ¿Qué pasó en Ecuador?, Página 12, 03/10/10. http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-154261-2010-10-03.html
(6) Frei Betto, ¿Existe Haití?, Brasil de Fato, 07/02/10, traducido para Rebelión, http://rebelion.org/noticia.php?id=100040
(7) Entrevista a Noam Chomsky por David Barsamian, en Secrets, lies and Democracy, Odonian Press, 1994. http://www.thirdworldtraveler.com/Chomsky/ChomskyOdonian_Haiti.html
(8) Paul Farmer, The Uses of Haiti, Common Courage Press, 3ªda edición, 2006, p. 136.
(9) Emir Sader, Diario de Haití, Carta Maior, traducido para Rebelión, 10/10/07. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=57431
(10) Ignacio Ramonet, Aprender de Haití, Le Monde Diplomatique, traducido para Rebelión, 07/02/10. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=100018
(11) Haití: Soberanía y Dignidad. Informe Final de la Misión Internacional de Investigación
Y Solidaridad con Haití, 3 al 9 de abril de 2005. http://www.gritodelosexcluidos.org/media/uploads/12_informe_final_de_la_misin.pdf
(12) Jeb Sprague y Joe Emersberger, Amenazas de muerte contra investigadora de derechos humanos de The Lancet en Haití, Counterpuch, traducido para Rebelión, 14/09/06. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=37566
(13) Haiti, Bureau of Democracy, Human Rights, and Labor 2004, 28/02/05. http://www.state.gov/g/drl/rls/hrrpt/2004/41764.htm
(14) Richard Sanders, POHDH: Another Recipient of CIDA Largesse. http://coat.ncf.ca/our_magazine/links/61/21.htm
(15) William Blum, Caballo de Troya: La Fundación Nacional para la Democracia, traducido para Rebelión, 25/05/06. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=31997
(16) Athena R Kolbe y Royce A Hutson, Human rights abuse and other criminal violations in Port-au-Prince, Haiti: a random survey of households, The Lancet, Vol. 368, No. 9538, pp. 864 - 873, 02/08/06. http://download.thelancet.com/pdfs/journals/lancet/PIIS0140673606692118.pdf
(17) Pete Hallward, Damming the Flood, Verso 2007, p. 54.
(18) Hallward, Damming the Flood, p. 65.
(19) Hallward, Damming the Flood, p. 53.
(20) Hallward, Damming the Flood, p. 223.
(21) Aristide denies 'formal resignation,' plans return, Washington Post, 04/03/04. http://www.washingtontimes.com/news/2004/mar/4/20040304-114549-5318r/
(22) Hallward Damming the Flood, p. 59.
(23)Peter Hallward, Opción Cero en Haití, New Left Review, No. 27, 2004, pp. 21-44. www.newleftreview.es/?getpdf=NLR26102&pdflang=es
(24) Des dirigeants de l’opposition reçus au Département d’Etat, Haiti Press Network, 20/02/02. http://www.unhcr.org/refworld/pdfid/3d8f11fe4.pdf
(25) L’appel au dialogue será-t-il entendu?, Haïti Progrès, 6-12 de diciembre de 2000.
(26) Violence Flares in Petit Goâve, This Week in Haiti, Haïti Progrès, Vol. 19, No. 39, 12-18 de diciembre de 2001.
(27)Caribbean Leader Still Snubbing Haiti’s Coup Government, This Week in Haiti, Haïti Progrès, Vol. 22, No. 18, 14-20 de Julio de 2004.
(28) Haitians Rise Up Against OAS “Interference”, This Week in Haiti, Haïti Progrès, 7-13 de junio de 2000.
(29) Une “Opposition” sans soutien et sans repéres, Haïti Progrès, 9-15 de agosto de 2000.
(30) International Republican Institute. Quartely Report July-September, Democracy Support Program Haiti, 1998. http://pdf.usaid.gov/pdf_docs/PDABQ899.pdf
(31)Quels “standards” pour satisfaire Colin Powell?, Haïti Progrès, 13-19 de febrero de 2002.
(32) Farmer, The Uses of Haiti, pp. 360-363.
(33) Farmer, The Uses of Haiti, p. 366.
(34) Une déstabilisation à l’enseigne de l’IRI, Haïti Progrès, Vol. 20 No. 41, 25/12/02.
(35) Les mauvaises notes de Noriega à Lavalas, Haïti Progrès, Vol.20 No. 34, 06/11/02.
(36) The Fall of the Empire’s Ushers, Haïti Progrès, Vol.20, No. 52, 12/02/02.
(37) Juan Bolívar Díaz, La muerte de Gerard Pierre-Charles, Participación Ciudadana, 16/10/2004. http://www.pciudadana.org/detalle/opinion/la_muerte_de_gerard_pierre_charles-415
(38) Entrevista a Narciso Isa Conde, Existen todas las condiciones en Haití para que se produzca una guerra de larga duración, CubaDebate, 25/02/04.
http://www.cubadebate.cu/opinion/2004/02/25/existen-todas-las-condiciones-en-haiti-para-que-se-produzca-una-guerra-de-larga-duracion/
(39) Lisandro Otero, Haití: Cambio de fantoche, Correspondencia de Prensa No. 302, Marzo de 2004. http://www.aporrea.org/actualidad/a7165.html
(40) Obituarios, Gerard Pierre Charles, ex opositor haitiano, EFE, 13/10/04.
http://www.elmundo.es/elmundo/2004/10/11/obituarios/1097502134.html
(41) Blanche Petrich, Muere a los 68 años Gerard Pierre-Charles, La Jornada, 12/10/04. http://www.jornada.unam.mx/2004/10/12/052f1con.php
(42) José Steinleger, Gerard Pierre-Charles: Muletas de Coraje, La Jornada, 11/06/04. http://mirandoalsur.blogia.com/2004/101303--h2-u-hr-ha-muerto-gerard-pierre-charles-h2-u-.php
(43) Robert Maguire, Haití. Continúan los problemas, Nueva Sociedad 177, Washington, enero de 2002. http://www.nuso.org/upload/articulos/3016_1.pdf
(44) Farmer, The Uses of Haiti, p.357.
(45) Murió el revolucionario haitiano Gerard Pierre-Charles, Venpres, 15/10/04. http://www.aporrea.org/actualidad/n51543.html
(46) Falleció Gerard Pierre Charles, destacado político e intelectual haitiano, Granma, 12/10/04. http://www.bohemia.cu/2004/10/01/sumarios/noticias/articulo21.html
(47)Pedro de la Hoz, Gerard Pierre-Charles, Entrañable Amigo, La Jiribilla No. 180, 2004. http://www.lajiribilla.cu/2004/n180_10/180_21.html.
(48) Pascual Serrano, Muere el político e intelectual haitiano Gerard Pierre-Charles, Rebelión, 12/10/04. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=5995
(49) Falleció Gérard Pierre-Charles, Intelectual y Luchador Social, e-l@tina, Vol. 3, núm. 9, p. 61, Buenos Aires, octubre-diciembre de 2004. http://www.iigg.fsoc.uba.ar/hemeroteca/elatina/elatina9.pdf
(50)http://www.clacso.net/haiti/
(51) Mark Weisbrot, Wikileaks y la suerte de Haití, Público, 04/01/11. http://blogs.publico.es/dominiopublico/2881/wikileaks-y-la-suerte-de-haiti/

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