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Argentina :: 13/08/2023

La violencia de arriba

Daniel Campione
La semana previa a las primarias estuvo marcada por hechos violentos. Los precandidatos compiten por quién es más partidario de criminalizar la protesta social

Los dos postulantes de Juntos por el Cambio (JxC, derecha) con mayor o menor frecuencia y énfasis, prometen terminar de una vez y para siempre con los reclamos en el espacio público.

Les caben innegables responsabilidades en cuanto a acicatear a las policías y otras fuerzas mal llamadas “de seguridad” a desplegar una brutalidad creciente.

No hay casualidades, es un método.

Sin descartar la probable finalidad electoralista del ataque del jueves contra los manifestantes nucleados en el Obelisco, quedan pocas dudas de que en términos más generales se halló animado por la preparación de escarmientos crecientes a la histórica capacidad de movilización y lucha de las clases populares argentinas. Se lo ha visto en Jujuy, se lo experimenta ahora en el centro neurálgico de la capital del país.

En esta campaña electoral particularizada porque se esgrimen más amenazas que promesas el uso de la fuerza se tiñe del propósito, enunciado por algunos precandidatos, de aislar y debilitar a todas las organizaciones populares, anulando conquistas y derechos.

Horacio Rodríguez Larreta, ante el saldo de la muerte de Facundo Molares, apresado por la policía de la ciudad que lo retuvo contra el piso hasta que quedó inconsciente y su corazón se detuvo, salió a defender la acción de la fuerza en toda la línea. Y no ahorró elogios a la hora de hacerlo. Manifestó que la policía actuó “muy bien”, y destacó su “profesionalismo conteniendo los hechos de violencia”. También llamó a dejar atrás “la violencia, las agresiones y la confrontación.”

Aún ante el crimen desplegado desde el aparato del Estado, el jefe de gobierno de la ciudad imputa la violencia a los reprimidos y trata de representar su papel de Horacio “el bueno”, sobre el que escribimos aquí.

Queda una sospecha que empeora aún más el cuadro: La de que Molares haya sido “cazado” para luego exhibirlo como un “terrorista de las FARC” que participaba de una manifestación de las organizaciones sociales, estigmatizadas de mil maneras y a diario.

Facundo Molares

Su muerte habría impedido darle todo el impulso a la maniobra. De todos modos no faltaron los comentarios maliciosos acerca de los “antecedentes” del militante. La víctima convertida en victimario, como es costumbre.

Mientras tanto, desde lo que algunes llaman “cadena nacional de medios privados” circuló desde el jueves a la tarde, en tono de certeza absoluta, que la muerte del militante no tenía nada que ver con el accionar policial. Se señalaron hasta el agotamiento los precedentes de problemas cardíacos de Facundo, como si hubiera caído presa de un infarto mientras caminaba tranquilo por la calle.

Patricia Bullrich no se privó de aducir que quien murió en medio de un arresto violento estaba muy mal de salud, y hasta se permitió culpar a las organizaciones por llevar gente enferma a sus actividades. Una vez más, los supuestos rivales, el alcalde porteño y la presidenta de Pro en uso de licencia, aparecen alineados sin vacilaciones a la hora de defender al unísono los crímenes de quienes poseen un arma y un uniforme que les daría licencia para matar.

Bullrich y Larreta en armonía.

Quizás cabe aquí una breve digresión. Al momento de denunciar la falta de justificación de la arremetida policial, se señaló con insistencia que la manifestación era muy pequeña y que no habían cortado la calle. No suscita dudas la loable intención de esas declaraciones, en cuanto a remarcar la brutalidad gratuita de los “guardianes del orden”.

Sin embargo, sí podrían marcarse reparos, porque esas observaciones parecen dejar implícito que si la protesta hubiera sido más numerosa e interrumpido el tránsito el ataque policial tendría algún asidero.

Las salvajadas de los “guardianes del orden”, encarnación armada del aparato estatal, merecen idéntica repulsa, ya sea que actúen contra unas pocas decenas de manifestantes en actitud “pacífica” o se lancen hacia una multitud de talante combativo.

Con sus actitudes durante la truncada campaña electoral, los supuestos republicanos han demostrado una voluntad de combate abierto contra los trabajadores y pobres. Las razzias alentadas por Gerardo Morales fueron un ensayo general, lo del jueves una puesta en escena más acotada y de similares intenciones. Para los sedicentes defensores de las instituciones la vida y la integridad física sólo son derechos de la “gente como uno”. Para el resto palos. Y balas, cuando se puede.

La rápida convocatoria a hacer sonar en las calles, en todo el país, un repudio por la muerte de Facundo fue el mayor destello de esperanza en el prólogo de estas elecciones. Es preciso que ese rechazo se expanda por todos lados. Si las agresiones mortales salen baratas, sin duda se repetirán.

En los colegios también

Otra actitud firme y decidida en estos días fue la de las y los estudiantes de cuatro escuelas secundarias porteñas, en las que las placas recordatorias de sus desaparecidos fueron dañadas por bandas de ultraderechistas. Habrá quien diga que es un tema “menor” frente a la enormidad de lo sucedido en Corrientes y Nueve de Julio.

No lo es, forma parte de acciones negacionistas, que procuran un influjo en el sentido común de la población. Enfilado a que las organizaciones armadas de la década de 1970 vuelvan a ser consideradas como “subversión apátrida”. La construcción de enemigos también puede proyectarse hacia el pasado

También buscan resucitar los miedos más profundos, de modo que amplios sectores de la ciudadanía se inclinen al consentimiento o al menos la pasividad frente a una ya demasiado anunciada ofensiva del poder económico, político y mediático sobre sus enemigos del abajo social. Que ataquen ámbitos escolares entraña además una manifestación de odio contra cualquier orientación crítica de la educación pública.

Por fortuna, las y los jóvenes alumnos de esos colegios, acompañados por docentes y madres y padres, rodeados de solidaridades, comprendieron la dimensión del hecho, se manifestaron públicamente y motivaron amplias adhesiones.

***

Para imponer sus objetivos, el gran capital y sus aliados locales e internacionales requieren dirigentes políticos que se le subordinen en toda la línea, los tienen en abundancia. Y más aún necesitan una derrota popular de vasto alcance, que acalle los cuestionamientos a su poder al menos por un largo tiempo.

Ante ese cuadro, habrá que prepararse para una dura lucha sostenida en el espacio público, que se oriente a que quienes se creen dueños del país no puedan imponer su poder absoluto.

Ellos muestran que no reconocen ni los derechos más elementales. Tampoco se detienen ante ningún obstáculo constitucional o legal. Uno de los pecados más graves de esta hora se cometería si se cree que las conquistas populares no son reversibles y que anidan convicciones democráticas en una derecha que se radicaliza sin pausa.

Nada es definitivo, lo que no se defienda con toda energía terminará perdiéndose. Todo indica que el futuro inmediato requerirá todo el potencial del pueblo en lucha.

tramas.ar

 

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