lahaine.org
Argentina :: 16/07/2008

La falta que hace la ?mística?: el desafío de la identidad piquetera

Marco Fernandes
La facilidad que el Estado encontró para desmovilizar una enorme parcela de las ?bases? de los movimientos piqueteros es tal vez el mayor cuestionamiento que se hace hoy a estas organizaciones. Es preciso volver a la vieja pregunta gramsciana: ?¿por qué perdemos??

Hace pocos meses conversé con un dirigente de uno de los movimientos piqueteros más masivos en el país, y él me contó con detalles sórdidos cómo Kirchner, personalmente, flirteó con el movimiento en cuanto asumió la presidencia, a comienzos de 2004. Los llamó a una reunión en la Casa Rosada, y ofreció miles de “planes” (especie de “bolsa familia” pagada por el gobierno, la principal reivindicación de los piqueteros), toneladas de canastas básicas, decenas de cargos en un Ministerio y, claro, el vice-ministerio para el dirigente. Después de largas discusiones internas, el movimiento decidió no adherir al gobierno. “Sería un suicidio político”, sentenció el piquetero.

Kirchner no titubeó en demostrar las “razones de Estado”, y tal organización pasó de 70 mil planes a 30 mil, en algunos meses. O sea, más de la mitad de las familias que seguían al movimiento, se fueron. Muchos quedaron sin “plan”, mientras que algunas fueron a recibir su “plan” en otro movimiento, probablemente uno que hubiera adherido al gobierno. Esa fue más o menos la regla de tratamiento que el gobierno de Kirchner usó para lidiar con las organizaciones populares más masivas que surgieran en la historia reciente argentina. Sobre todo con los “piqueteros de izquierda”.

La facilidad que el Estado encontró para desmovilizar una enorme parcela de las “bases” de los movimientos piqueteros es tal vez el mayor cuestionamiento que se hace hoy a estas organizaciones. Es preciso volver a la vieja pregunta gramsciana: “¿por qué perdemos?”.

No son pocas las explicaciones para el reflujo de los movimientos populares argentinos: fuerte represión estatal en los últimos años (con decenas de muertes y miles de procesos penales contra manifestantes), intensa campaña mediática difundiendo una pésima imagen de los movimientos, recuperación temporal del crecimiento económico, consecuente pérdida de apoyo de una parcela considerable de la clase media, cooptación de gran parte de los movimientos que adhirieron al gobierno, excesiva fragmentación de las organizaciones, entre otras.

Pero sería interesante atender a una de las, tal vez, menos discutidas en el interior de la izquierda argentina hoy: la fragilidad del “poder simbólico” creado por los movimientos piqueteros. En otras palabras, la falta de una sólida política de construcción de símbolos identitarios de la lucha, de vínculos entre los integrantes de las organizaciones y, sobre todo, de identificación de las personas con el movimiento. Resumiendo, en una palabra que conocemos muy bien, se trata de la “mística”. Sin esa fuerza, sin ese “sentimiento de pertenencia” que une a las personas en torno de un colectivo, de un movimiento, no hay cómo resistir a un contexto de ofensiva de la clase dominante.

No es que los piqueteros no tengan su “mística”. Por ejemplo, el bloqueo de calles con campamentos de semanas, las grandes ollas de los “guisos” hechos en los campamentos, las enormes y coloridas banderas utilizadas en marchas, barricadas hechas de gomas quemándose, los palos y los trapos cubriendo el rostro contra la represión. Todas las acciones y símbolos que representaron la revuelta organizada del pueblo pobre de la periferia de Buenos Aires, y que sirvieron para generar vínculos entre las personas y fortalecer a las organizaciones, forjando para muchos una “identidad piquetera”, principalmente en el período de ascenso de los movimientos, en el que también las conquistas económicas aumentaban al calor de las luchas. Pero parece que eso no bastó para generar, en la mayoría de las personas, una identificación que hiciera que el movimiento fuera más que un lugar donde conseguir “planes” y “canastas básicas”, además de trabajar 4 horas por día.

Algo de eso puede vislumbrarse en un reciente estudio de la antropóloga argentina, Julieta Quirós (Cruzando la Sarmiento. Editorial Antropofagia, 2006). Julieta puede percibir, acompañando a un importante movimiento, que las narrativas de la mayor parte de las personas implicadas con la organización, en algún momento, deslizaban un “estoy con los piqueteros”, refiriéndose a los piqueteros como: “los otros”, y no como “nosotros”. En parte, eso se explica por las intensas campañas mediáticas que bombardeaban todo tipo de estereotipo negativo a los que ya estamos acostumbrados cuando se trata de pobres organizados. Pero, por otro lado, eso también se debe a una gran dificultad de las organizaciones en responder a otras necesidades, y no solamente a las “materiales”.

Pensemos, por un momento, en las condiciones de vida de los millones de habitantes de la periferia de Buenos Aires (o de cualquier metrópoli latinoamericana). Es cada vez más difícil sobrevivir. La precarización total de las relaciones de trabajo, que vuelve a la mayoría de las personas dependientes de “changas”, no permite tener un mínimo de perspectiva de futuro. Eso, por sí solo, ya es un tremendo generador de angustia. Súmense a eso las humillaciones cotidianas que llegan por la TV, por la policía o por los patrones, más la falta de acceso a la salud, a la educación, al ocio, etc.

Precisamos de válvulas de escape muy fuertes para sobrevivir a tales condiciones de vida: puede ser el alcoholismo, u otros tipos de dependencia química, la agresividad sin control, la depresión y una serie de otras reacciones defensivas. No es de admirarse la expansión de las iglesias pentecostales y de todo tipo de sectas por América Latina, tal vez el fenómeno social más importante de los últimos años. Estas instituciones han sabido responder a las ansias profundas de las clases populares. Ellas dan “sentido a la vida”, hacen que las personas se sientan parte de un colectivo que las fortalece, crean rituales con altas cargas de emoción y dan la esperanza de una vida mejor en el futuro, sea aquí, sea en el cielo.

Claro, casi siempre con formas regresivas, con soluciones individualistas y de adaptación al sistema. Pero ¿y nosotros? ¿Cuál es la respuesta revolucionaria, o emancipadora, que tenemos, en los movimientos populares urbanos, para las angustias concretas que el capitalismo impone a los millones de pobres de las periferias urbanas de nuestro continente?

En el caso argentino, parece tratarse de una pregunta que comienza a ser formulada por algunas organizaciones piqueteras, aunque de forma tímida. Una de ellas es el Frente Popular Darío Santillán (FPDS), creada hace 4 años, para reunir más de una decena de organizaciones (no solamente “piqueteras”) que se encontraban aisladas después de innúmeras escisiones, y que viene desarrollando un importante trabajo a partir de su “sector de cultura” (de hecho, dígase de paso, en textos y conversaciones con militantes del movimiento, el MST [Movimiento Sin Tierra, Brasil] es siempre la inspiración para los compañeros de allá, algunos inclusive ya estuvieron en encuentros y espacios de formación organizados por los sintierra).

Acciones como la “guerrilla simbólica” que cambió el nombre de la estación de tren donde fueron asesinados los compañeros Darío Santillán y Maximiliano Kostecki, a “Estación Darío y Maxi” (ex-Avellaneda), que hoy posee una exposición permanente con obras que recuerda la masacre, además de reunir centenas de personas en actos en los días 26 de cada mes (ambos fueron asesinados el 26/06/2002), conformando un espacio de elaboración colectiva del “trabajo de luto”. Vale decir que gracias a esa movilización, dos acusados de la masacre recibieron prisión perpetua y otros tantos están presos.

El FPDS también creó un grupo de música, “Contraviento” (que reúne alrededor de 15 militantes y acompaña el movimiento en fiestas, encuentros y marchas), una “murga” (nuestro “bloco de carnaval”), llamada “Muertos de Hambre”; vienen realizando “campamentos de formación” inspirados en las prácticas del MST, además de innúmeras otras actividades culturales permanentes, que suman a la militancia, producen un amplio “arsenal identitario” y atraen simpatía de otros sectores de la sociedad. En suma, apuestan a la producción artístico-cultural colectiva como instrumento organizativo y como forma de expresión de sentimientos y deseos de una comunidad en lucha.

La verdad es que aún gateamos en este aspecto tan importante para la construcción de movimientos populares de masa, sean los piqueteros, sean los movimientos urbanos brasileños. Tal vez nos falte tomar más en serio una reflexión, ya casi olvidada, que León Trotsky hizo hace más de 80 años en un conjunto de ensayos titulado Problemas de la vida cotidiana: “la necesidad de una manifestación exterior de las emociones es fuerte y legítima. Si lo ‘espectacular’ estuvo estrictamente vinculado con la Iglesia en el pasado, no hay motivo alguno por el cual no pueda ahora ser separado”.

* Militante del MTST

arío Vive

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal