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Cuba :: 08/08/2006

La gula por Cuba: Entre verdades y mentiras

Roberto Cobas Avivar
Esa gula por Cuba lleva tanto morbo político como intereses económicos y egos mancillados. Todo lo demás se pelea con la verdad. Si los cubanos permiten que el experimento alternativo fracase definitivamente, no será sólo un inconmensurable revés propio, habrá triunfado una rotunda mentira: el cacareado fin de la historia socialista

La Isla ha perdido su sugerente figura de caimán reposado. Ha bastado la repentina intervención quirúrgica de su mítico gobernante para que ante nuestros ojos se produjera la metamorfosis. Como en los montajes virtuales las patas se le han encogido, la cabeza y la cola recogido y el dorso se le ha abultado. La dura piel verde olivo ha adquirido un aspecto amerengado y todo el volumen cilíndrico y apetecible salta a la vista. Ahora yace, como a la deriva, un estupendo cake. No es el que muchos pretendían brindarle este 13 de agosto. El festín de la gula, observamos, ha estado ensayado. Cuchillos y tenedores en posición de "presenten armas" aguardan, una vez más, el grito de a picar el bolo que ha de sobrevenir al soplo de la velita.

Pero la Isla permanece inmutable y lo incómodo de la posición alrededor de la torta perturba la toma fotográfica que parecía instantánea. El suspenso se torna insoportable. Y de la virtualidad se pasa a la descarnada bulimia.

Desde la Casa Blanca y su Fundación Cubano Americana se exigen dos mandamientos: uno, la formación de un gobierno de transición cívico/militar - acaso como el de aquel "Pedro el Breve" que en Venezuela se engulló la democracia en un santiamén, y a quien, vale la pena no olvidar, lleno de emoción felicitara en carta apurada desde Cuba un individuo de apellido onomatopéyico p"llá - y dos, la no injerencia de otros estados extranjeros en el asunto. Esto es una cuestión de los EEUU. España sabe de esos rebuznos. No hace mucho, allá por 1895 cuando entre llantos y lamentos de la metrópoli, los mambises, un ejército de cubanos independentistas, terminaban a machetazos con 400 años de coloniaje, los sobrinos del Tio Sam les remataban a cañonazos las ilusiones a los peninsulares. Vaya maneras. Lo peor es que a esta gente, dicen que se comenta en las alas moderadas de los pasillos en Bruselas, no se les ha refinado el alma de pistoleros. En el ala derecha se tiene la esperanza que las municiones alcancen, después de todo no se pueden tirar ad infinitum al mismo tiempo bombas sobre Irak, Palestina, el Líbano y otros rincones.

De manzana de la discordia a pastel de manzana. La Isla sigue atravesada en tantas gargantas como comensales se le enciman. Si no fuera por lo grotesco y peligroso todo movería a risas.

Es cierto que han pasado 48 años desde entonces. Son muchas las verdades y no menos las mentiras. La verdad es que a Cuba el llamado mundo occidental, es decir, donde se acumula desde casi siempre casi todo el poder del mundo entero, nunca le ha perdonado la irreverencia de su Revolución. La terquedad de la Isla es una de las mentiras. Así como su locura una de las verdades. Pues debían haber estado locos los cubanos para, tras Fidel Castro, asumir el desafío de ser el único país de este planeta que ha nacionalizado todos los bienes norteamericanos en masa y de casi un golpe; propinarles la primera y única derrota militar en el hemisferio occidental en aquella legendaria Bahía de Cochinos (cualquier semejanza de la geografía con los protagonistas de la invasión es pura coincidencia); ponerlos sin quererlo al borde de un ataque de nervios durante aquella impensable crisis de los misiles nucleares, precisamente a ellos, los creadores de tal ingenio; desafiarles hasta hoy el mayor bloqueo económico-financiero a que jamás se haya sometido un país en la historia moderna, retorcido con constantes leyes propias extraterritoriales y la venia asustadiza de la llamada UE; sobrevivirles al colapso económico cuando se esfumó todo un pedazo de historia con el definitivo derrumbe del muro de Berlín. Quien no crea o subestime la verdad de tal acoso y tal arrojo será siempre pasto de las mejores mentiras. Que siempre las habrá peores.

Como esa que el pueblo cubano vive conforme bajo una dictadura. No hay dictadura que dure tantos años ni pueblo que la resista, acostumbraba a decir Omar Torrijos, un presidente inconforme muerto misteriosamente en un accidente de aviación cuando ya había casi forzado la soberanía nacional sobre el Canal de Panamá. La verdad es que el pueblo cubano vive conforme con lo que no pueden reconocer sus detractores, los evidentes logros sociales, culturales y humanos de un proceso político sitiado. La mentira es que los cubanos viven conformes con el estado de carencia material crónica que los agobia. La verdad es que los cubanos nunca han estado a gusto con el déficit de autonomía ciudadana, económica y política, que de muchas maneras los encierra en una realidad de por sí cercada por el mar.

Los cubanos se han debatido entre la creencia en una necesaria limitación de esas libertades y la falta de certeza sobre la necesidad de su indefinida prolongación. Porque los beneficios de la educación y la salud no son contrapeso incuestionable ni a los estados de permanente carencia material ni a los deseos truncos de no menos libertades individuales que en otros lugares. Y, puesto que no han sido aún superadas dichas contradicciones, la necesidad de avances determinantes permanece latente y en manos del pueblo cubano, es decir, en la garantía de la continuidad histórica de la revolución social emprendida, fenómeno sociológico que no acaban de entender los avispados think tanks allende los mares.

Los cubanos son amantes de la libertad, conocen de eso los invasores españoles, ingleses, o norteamericanos pero también los invadidos angoleños, etíopes o granadinos. Pero la mentira es que sean tan crédulos como para que los cubanos se crean que esa libertad les llegará cristalina y de golpe del Norte. No fue así antes, a pesar de que tuvieron sesenta años para demostrarlo. No ha sido nunca así con el Sur, por esos caprichos de la historia. Cuba, sin embargo, sí se ha desembarazado de la dependencia yanqui y la soviética, para muchos los dos imperialismos de nuestra época, en apenas cuarenta años. Una verdad insoslayable por inverosímil que sea.

Cuba ha madurado para un proceso de transformaciones vitales. La mentira es que el pueblo apuesta unívocamente por el capitalismo. Y es así aunque la verdad sea que la realidad socialista actual no satisface muchas de las expectativas de la gente de pueblo. Porque la verdad es que el pueblo tiene más interrogantes que respuestas acerca de sus propias preguntas. Y es verdad que los cubanos de hoy apuestan por emprendimientos renovadores, confiados en su capacidad para ponerlos a punto. Como es otra pura verdad que el partido instituido desconfía demasiado de los caminos no recorridos. La inercia se romperá gracias a esa contradicción interna propia y no a pesar de ella, desde adentro y no desde afuera.

La verdad y la mentira, como se habrá observado, pueden ser las caras de una misma moneda. Son pares dialécticos. Porque verdaderamente lo que está en juego para Cuba es la viabilidad de la alternativa de desarrollo que sigue con vida.

La opción que queda sobre la mesa no es nueva, eso sí es una verdad. Es una vieja conocida. Eso lo saben todos al Sur del Río Bravo, los que están abajo y los que se les encaraman arriba. Pero también lo saben muy bien los apologistas de la democracia occidental trasatlántica. Saben que es bastante mentira la democracia de las urnas y la representatividad multipartidista. Ya Churcill lo decía. Porque la única verdad está en haber hallado la fórmula para que todos estén aparentemente conformes con el papel que les toca. Los poseedores del gran capital a sus anchas. Los medianos y mayores propietarios de las cosas medianas y mayores a lo suyo, los micro empresarios dueños de las pequeñas cosas a su lucha, los rentistas de todo corte a sus asuetos, los asalariados de todas las cosas con las espaldas menos o más encorvadas o lo toman o lo dejan, que la fila es larga. Cada cierto tiempo los sufragios ponen a tono el ego de la clase política y el oficio de los periodistas. Porque la verdad es que la gente se sabe el juego de la democracia y vota o no vota, pues nada altera que las mentiras sean tan evidentes y las verdades tan escasas. Y cuesta creer que no sepan que fue Marx quien desde entonces dijo la verdad que, vistas las cosas, la libertad era directamente proporcional a la riqueza. Y que la única mentira era que las masas asalariadas, las clases medias, la burguesía pequeña o mediana, se sintieran gente libre gracias a la libertad individual de palabra y al sufragio universal.

Dígaseles toda la verdad a los cubanos. Vamos a ver. Dígaseles, por ejemplo, que ellos son los elegidos para que triunfe en Cuba lo que desde 1492 no acaba de hacerlo en toda América Latina. Dígaseles que, por supuesto, no habrá milagros, que el sacrificio de unos será el beneficio de otros. Que es otra pura verdad, por pocos que sean esos otros.

No se le mienta después con aquello de los accidentes de la historia. Puesto que la gula por Cuba es tan evidente como bochornosa. Porque el BM y sus condiscípulos prestan para que se cumplan sus recetas no para que anden buscando por el tercer mundo alternativas al capital. El que los ciudadanos del primer mundo estén a gusto con tener patronos a cambio de salarios y espejismos de libertad a falta de capital propio, no significa que los cubanos deban de tener igual docilidad. El sentido de libertad a los cubanos les puede alcanzar para mucho más.

Para hacer historia la dependencia de patronos privados o burócratas estatales. Es verdad eso de la total inconformidad de los cubanos con el salario que devengan del actual único empleador, por eso no me imagino un cubano conforme con el que le dejará de pagar la legión de patronos propietarios, criollos o foráneos. El estado centraliza la acumulación de capital y es verdad que se redistribuye, pero no lo es el que su uso general sea el más eficiente. ¿Qué dirá el cubano cuando dicha acumulación la centralicen unos pocos y la redistribuyan aún menos? Bueno, ¿y que tal si se abrogan los cubanos el derecho a la gestión común de la producción y a la auto distribución directa de los beneficios como principio empresarial? Ya verá usted los líos. A estas alturas el cubano lleva el sentido de la igualdad y la solidaridad educado. Y aunque sea mentira que eso sea una verdad absoluta no cabe duda que muy pocos aceptarán la condición de rebaño asalariado que como libertad se les proponga a cambio.

La gula por Cuba ha de ser por algo. Y es una burda mentira que sea por el bienestar de los cubanos y el triunfo definitivo de la democracia en el hemisferio occidental. Eso, suelen decir los cubanos, es un cuento chino y no están los antillanos para cuentos de camino. No se alcanza en el Sur así de sencillo la acumulación de riquezas que en el Norte se logró durante cientos de años muy a costa del mismo Sur. De eso saben bien las élites en los regímenes latinoamericanos, puesto que, mientras el palo va y viene, parecen haber pensado, exprimamos adentro todo lo necesario, que al fin y al cabo, también ellos lo hicieron con sus propios conciudadanos.

Que el apetito da para más. Cuba posee la fuerza de trabajo mejor educada y con cuidados de salud en toda América Latina. Una oportunidad ideal para el capital foráneo. Ya hoy mismo las infraestructuras energética, muchas tecnológicas y las de la industria del turismo son de primer orden. Bastante camino desbrozado, se frota las manos ese mismo capital. Y es verdad que los cubanos poseen tantas carencias materiales como expectativas de superarlas, pero en Cuba se recuerda que los españoles les cambiaban el oro a los aborígenes por espejitos de colores.

Es verdad que en Cuba no se darán milagros con el socialismo de estado, pero el caso es que tampoco con la economía de mercado. Eso si no lo saben debieran saberlo todos los cubanos. No es cuestión tampoco de mono o multipartidismo. Atrevámonos a decir todas las verdades. No hay que ir muy lejos, ahí está el vecindario. La represión política incluidos los asesinatos son consustanciales a los regímenes multipartidistas en América Latina. La desigualdad social en Chile que, según sus hacedores de marketing, ya se acerca al primer mundo, dice el BM que es la más acuciante en la región después de los mismos de siempre. Un grupo de familias optó por la democracia, se apodero del patrimonio que Allende nacionalizó - para los que no se acuerden, un presidente democráticamente electo -, después de asesinarlo junto a otros 3 mil conciudadanos (no hacen falta lupas para encontrar semejanzas en Europa). Las multinacionales europeas, sin mucho disimulo detrás de las norteamericanas, extraen en dividendos, repatriación de capital y deuda externa todo lo que le falta a los pueblos de América Latina para alcanzar la prosperidad y la democracia. Eso aunque lo mal disimulen los políticos y los denuedos etnocentristas que pululan en los medios lo saben todos en Europa. En los EEUU la verdad es que no importa mucho saber de dónde ni saber por qué. La democracia cada vez que se necesita se relativiza o sencillamente se pisotea. Sobrarían ejemplos y faltaría tiempo.

Entonces, si Cuba ha de deshacerse de todo lo que la estanca, tal como ha de ser, ha de hacerlo sin medias tintas, ésa es la única verdad. El relevo de generación puede en principio continuar el emprendimiento. Las condiciones están dadas y no han caído del cielo, se han construido con la Revolución, contra las imperfecciones propias y las inclemencias de afuera. Hay un legado de justicia social que defender y otro de insuficiencia democrática e ineficiencia económica que superar con creces. Hay una gran gula que detener.

Esa gula por Cuba lleva tanto morbo político como intereses económicos y egos mancillados. Todo lo demás se pelea con la verdad. Si los cubanos permiten que el experimento alternativo fracase definitivamente, no será sólo un inconmensurable revés propio, habrá triunfado una rotunda mentira: el cacareado fin de la historia socialista.

España, agosto del 2006

 

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