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Mundo :: 29/11/2005

La hora de los tramposos

Txente Rekondo - La Haine
En estos dias en que se cumplen los aniversarios de las «revoluciones coloristas» de Georgia y Ucrania, todo apunta a que el intento de exportar este modelo a Azerbaiyan ha tocado fondo

Los resultados electorales de Azerbaiyán han seguido las líneas esperadas. El guión de las fuerzas opositoras también señalaba en la misma dirección, de ahí que su plan previera las posteriores protestas en la calle. Al hilo de ese virus que se extiende por algunos estados que en el pasado estuvieron en el espacio soviético, algunas voces comenzaron a hablar de la «revolución naranja» en Azerbaiyán, querían que se repitiese los escenarios de Serbia (2000), Georgia (2003), Ucrania (2004-5) y Kirguizistán (2005), probablemente como antesala de Bielorrusia.

No se han cumplido de momento esas expectativas, por la debilidad y fragmentación de la oposición azerí, a pesar de la nueva maniobra de acumular fuerzas en torno a una organización recién fundada, el Frente Democrático. La desconfianza que generan algunos líderes opositores entre la población, que todavía les recuerda su paso por el poder en momentos muy difíciles y con nefastos resultados, y la indecisión de los actores extranjeros, EEUU y la UE fundamentalmente son factores que no juegan a favor de la oposición azerí.

Azerbaiyán es un país «con dos caras». Por un lado la de sus importantes recursos energéticos, con una élite política bastante occidentalizada y con su capital, Bakú como eje central. Por otra parte, existe un alto grado de corrupción, las rivalidades clánicas también condicionan las alianzas y el devenir del Estado, se da un nivel burocrático muy ineficiente y finalmente, una tasa de pobreza que afecta casi a la mitad de la población.

La ubicación geoestratégica le convierte en eje central para muchos intereses. Es el camino elegido para que la producción y el transporte de petróleo del Caúcaso y del Mar Caspio tengan salida hacia occidente. El reciente oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, que une Georgia y Turquía es prueba de ello. De ahí que los actores de la política internacional manejen sus actuaciones en función de sus propios intereses. Rusia e Irán por un lado, y EEUU y el eje franco-alemán por otro.

La complejidad del estado azerí refleja también tensiones entre las diferentes generaciones, al mismo tiempo que se acentúan en ocasiones las rivalidades regionales y entre clanes. Conviene recordar que el papel de la religión nunca ha sido central, a pesar de que la mayoría de la población es musulmana. El control del estado de la religión, en ocasiones por medio de organismos oficiales y en otras por medio de la represión, ha mantenido al islam alejado de la vida política. No obstante, la coyuntura internacional, donde el auge del islamismo político es una realidad, puede también afectar en cierta medida al futuro del país.

La familia Aliyev en el poder, ha sabido tejer una importante red de defensa, basada en buena medida en el populismo y en los lazos con determinados clanes. Heydar Aliyev, padre del actual presidente, Ilham, fue el precursor de esa política de dos caras. Al tiempo que negociaba con las potencias occidentales para que invirtieran en el potencial energético del país y enviaba tropas a Irak, mantenía tratos con Rusia y con Irán, y también buscaba implementar relaciones más fluidas con Georgia, Turquía o Ucrania.

EEUU no ve con buenos ojos estos movimientos y teme que Azerbaiyán sea la ruta de paso de la tecnología nuclear rusa hacia Irán. También observa con nerviosismo los acuerdos bilaterales que han negociado con Teherán el pasado mes de mayo.

Las trampas

El tiempo ha mostrado el verdadero rostro de las llamadas «revoluciones de colores». Sus dirigentes, la nueva elite, repiten los mismos esquemas que sus predecesores (corrupción, despotismo, espalda a las demandas del puebloÅ ), a la vez que muestran su sumisión a los poderes occidentales, los padrinos de sus oscuras maniobras coloristas.

Los analistas locales coinciden a la hora de hacer una prospección del devenir azerí. De momento no otorgan muchas opciones a las aventuras coloristas de la oposición. Las manifestaciones han contado con poco apoyo popular, la comunidad internacional no se ha volcado, tal vez a la expectativa, y ha mantenido una actitud muy dispar con respecto a las anteriores «revoluciones».

Esta formulación que desde EEUU y sus aliados se hace de las citas electorales deja de manifiesto que la llamada «democracia con label occidental» está en entredicho. O cuando menos no refleja lo que sus defensores dicen que debiera ser. La política de doble rasero al analizar y certificar la pureza del proceso democrático y electoral de los diferentes países es algo que resquebraja las ocultas intenciones de los defensores de esos modelos. Un ejemplo lo hemos vivido en Azerbaiyán, donde la tardanza de los resultados en determinadas circunscripciones se nos presenta como un modelo claro de manipulación electoral por parte del poder actual de ese estado, mientras que ante una situación similar en Iraq o Afganistán nos dicen que es fruto del complejo sistema de recuento unido a las dificultades geográficas de esos dos países.

Pero en determinadas realidades mucho más cercanas podemos asistir a procesos que distorsionan la caracterización que se hace de ese tipo de democracia. Así, asistimos a la formación de gobiernos en coalición, por parte de partidos políticos que hasta la víspera se han estado echando los trastos a la cabeza y que teóricamente la defensa de sus postulados los situaba en las antípodas ideológicas. O por citar otro caso, la recién formada «Gran Coalición alemana», que, citando a un importante medio de comunicación español, presenta «un programa de gobierno que olvida las promesas electorales».

Si a estas alturas de la película sería pecar de ingenuos creernos las promesas que se lanzan por parte de los defensores de ese status democrático, lo cierto es que no deja de ser evidente esa tendencia a utilizar otras fórmulas para superar los reveses que los electores dan a esas mismas fuerzas. En este sentido cobran actualidad movimientos totalmente teledirigidos como los que representan las llamadas «revoluciones coloristas», rechazos de procesos electorales según sea el resultado de los mismos, e incluso la formación de coaliciones gubernamentales contra natura y a espaldas de los propios electores que han depositado su voto en busca de ver cumplido un determinado programa que luego ven cómo desaparece tras esas maniobras post electorales.

La defensa de los propios intereses de algunas elites políticas se muestra más poderosa que la propia democracia que dicen defender y representar, y como si de una partida de cartas se tratase, ante estas condiciones, no está de más señalar que es la hora de los tramposos. -

(*) Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN). Gara

 

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