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EE.UU. :: 29/08/2007

La lección de historia del presidente Bush

Barry Grey
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Bush dejó fuera de su relato otras operaciones estadounidenses en Asia, como el derrocamiento de Suharto en Indonesia en 1965, con el apoyo militar de Estados Unidos, que tuvo como consecuencia el asesinato de un millón de obreros, estudiantes e intelectuales.

El miércoles [22 de agosto], el presidente Bush pronunció lo que la Casa Blanca calificó de “importante discurso sobre política exterior” ante la convención nacional de excombatientes de las guerras en el exterior, que tuvo lugar en Kansas City, Missouri.

El propósito del discurso, pronunciado ( como acostumbran el presidente y vicepresidente) ante una audiencia militar, fue el de marcar la pauta para el informe sobre la “intensificación” militar en Iraq que tienen que presentar ante el Congreso el próximo mes el general David Petraeus y el embajador estadounidense en Iraq, Ryan Crocker.

La alocución puso de relieve la letanía de mentiras y banalidades habituales en Bush, al presentar la devastación de Iraq como la “vanguardia” de una “lucha ideológica” para defender la civilización frente al terrorismo islámico y al extremismo, garantizar la seguridad del pueblo estadounidense y propagar las bendiciones de la democracia en todo Oriente Próximo.

Fue un discurso dirigido contra todos aquellos que exigen un fin rápido de la guerra, a quienes Bush acusó de sucumbir al “encanto de la retirada” y empleó la habitual estratagema de invocar el 11-S para meter miedo y afirmar que si las tropas estadounidenses se van de Iraq, los terroristas podrían “seguirles hasta casa” y asesinar a miles de estadounidenses más.

La parte central del discurso, no obstante, fue una historia condensada de las implicaciones de EEUU en Asia. Sobre la base de una presentación desgraciadamente distorsionada e ignorante del conflicto con Japón en la segunda guerra mundial, y de las guerras de Corea y Vietnam, Bush intentó dar algo de legitimidad histórica a la carnicería que se está produciendo en Iraq.

En algo más parecido a un cuento de hadas tergiversado que a un resumen histórico, Bush alegó que las intervenciones militares de EEUU en Asia, motivadas por las más nobles y benéficas intenciones, habían producido un florecimiento de la democracia y de la prosperidad en toda la región, y la instauración de gobiernos muy amigos en Japón y Corea del Sur- un precedente para el brillante futuro del que disfrutarán el pueblo de Iraq y el conjunto de Oriente Próximo sólo si Estados Unidos se mantiene firme y continúa con la “guerra contra el terrorismo” del siglo XXI.

“Voy a tratar de darles una perspectiva histórica”, dijo, “para demostrarles que existen precedentes del duro y necesario trabajo que estamos haciendo, y de por qué tengo tanta confianza en que lo conseguiremos...”

La forma en que Bush empezó su seudo-historia se basó en el método de la analogía no histórica y en la vulgar amalgama de la que se sirvió en todo el discurso. “Quiero empezar el discurso de hoy con un relato que se inicia en una soleada mañana, cuando miles de estadounidenses fueron asesinados en un ataque sorpresa, lo que obligó a nuestro país a entrar en un conflicto que habría de llevarnos a cualquier rincón del planeta...

“Si la historia resulta familiar, lo es salvo por una cosa. El enemigo del que acabo de hablar no es al Qaeda, y el ataque no es el de 11-S, y el imperio no es el califato radical al que aspira Osama Bin Laden. Lo que he descrito es la maquinaria de guerra del Japón imperial en los años 1940, su ataque por sorpresa a Pearl Harbor y sus intentos de imponer su imperio en todo el este asiático”.

¡Así que se trataba de eso! Pearl Harbor al mismo nivel que el 11-S, y el Imperio japonés comparado a Al Qaeda. Por supuesto, Bush se vio obligado a hacer un juego de manos verbal para equiparar el califato “anhelado” por Bin Laden y sus células terroristas dispersas con el Estado imperialista más poderoso económica y militarmente del siglo XX en Asia.

No es posible aquí contestar a todas las falsedades y absurdos históricos expresados por Bush. Pero es preciso abordar los más importantes de ellos.

Resulta conveniente despachar la guerra entre EEUU y Japón como un conflicto entre el bien y el mal. Pero la realidad es que fue un enfrentamiento entre dos potencias imperiales compitiendo por su influencia en el Pacífico, y sobre todo, en China. Todas las guerras emprendidas por Estados Unidos en los siglos XX y XXI tienen su origen en la emergencia de EEUU como una potencia imperialista en la guerra hispano-estadounidense de 1898, cuando Estados Unidos se hizo con el control de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

La descripción que hizo Bush del enfrentamiento con Japón, como un ejercicio humanitario y democrático, omitió convenientemente la incineración nuclear de Hiroshima y Nagasaki, que asesinó entre 200.000 y 350.000 civiles. En su discurso, elogió la decisión estadounidense de dejar intacto el trono imperial japonés, una medida que contradice las pretensiones democráticas de Washington.

Alabó al general Douglas MacArthur, procónsul militar de la posguerra en Japón, por haber establecido las instituciones parlamentarias y concedido el voto a las mujeres. En realidad, las medidas adoptadas por Estados Unidos en el Japón de la posguerra fueron en gran medida motivadas por el miedo a una revolución social en el devastado país.

A continuación Bush se centró en la guerra de Corea de 1950-53. “Estados Unidos intervino para salvar a Corea del Sur de la invasión comunista”. Se trató de otra cruzada por la democracia contra el totalitarismo.

Pero los hechos, como dice el refrán, son testarudos, Bush, de nuevo adecuadamente, omitió cualquier mención al dictador Syngman Rhee, a quien Estados Unidos instaló en el sur en 1948 y para cuya salvación intervino militarmente. Antes del estallido de la guerra, la policía de Rhee detuvo y torturó a obreros y estudiantes comunistas y gentes de izquierdas. Llevó a cabo masacres, entre ellas la represión de la insurrección de la izquierda en la isla de Jeju.

Rhee fue obligado a exiliarse en 1960, pero la policía de la dictadura se mantuvo intacta con la ayuda política, económica y militar de EEUU durante las tres décadas posteriores a la guerra.

La invasión estadounidense para impedir la unificación de Corea con un sistema no capitalista produjo la muerte de unos 2 millones de coreanos y de cerca de 34.000 soldados estadounidenses. Los errores militares de MacArthur y demás mandos militares estadounidenses fueron directamente responsables de la muerte de miles de sus soldados.

En esa época, la República Popular de China se opuso, con toda legitimidad, a los intentos de Washington de establecer un gobierno títere en sus fronteras e intervino con millones de soldados del ejército rojo. En su historia en conserva, Bush no hizo mención alguna a la decisión del presidente Harry S. Truman de cesar a MacArthur por criticar públicamente su política y por pedir que se atacara con armas nucleares a China.

En lugar de ello, acusó a los críticos de la la guerra de Corea pertenecientes a la clase dirigente de la política estadounidense de hace medio siglo, con el fin de establecer un paralelismo con quienes critican hoy su política de guerra en Iraq. Los críticos derrotistas estaban equivocados entonces, adujo Bush, y lo están hoy.

De hecho, la guerra de Corea fue un serio revés para Estados Unidos, que terminó mediante negociaciones y acuerdos que dejaron al gobierno del partido comunista el control del norte.

Seguidamente, Bush continuó con Vietnam, presentando el políticamente obsceno argumento de que la tragedia que sufrió el pueblo vietnamita fue consecuencia de la retirada de Estados Unidos, y no de su más de una década de ataques militares contra el país. Una argumentación presentada para justificar la continuada devastación de Iraq.

Bush afirmó que “... un legado incuestionable de Vietnam fue que el precio de la retirada de Estados Unidos lo pagaron millones de ciudadanos inocentes, cuya agonía habría de enriquecer nuestro vocabulario con nuevas expresiones como ‘refugiados que huyen en barco’, ‘campos de reeducación’ y ‘campos de exterminio’”.

Para millones de gentes de todo el mundo, la guerra estadounidense en Vietnam se asocia a otras palabras, que han servido para representar las atrocidades y crímenes de guerra estadounidenses: téminos como “My Lai”, “agente naranja”, “napalm”, “bombardeos en Navidad” y “destruir la aldea para salvarla”.

Durante el conflicto, aproximadamente entre 3 y 4 millones de vietnamitas fueron asesinados, además de otro millón y medio o dos millones de camboyanos y laosianos. De la misma manera que en Corea, Estados Unidos intervino para establecer un gobierno títere brutal y despótico en el sur. Ambas guerras ejemplifican el papel del imperialismo estadounidense de intentar frustrar el legítimo impulso de las masas asiáticas en pos de la independencia nacional y de la libertad frente a la dominación imperialista extranjera.

Bush no hizo mención al significativo sector de la elite gobernante en Estados Unidos, de la que él mismo desciende, que presionó para que se utilizaran armas nucleares contra China y Vietnam.

Así respondió el historiador Robert Dallek a la torticera referencia de Bush sobre Vietnam: “Estuvimos en Vietnam diez años. Lanzamos allí más bombas que todas las que tiramos en la segunda guerra mundial en la totalidad de las zonas en guerra. Perdimos 58.700 vidas estadounidenses, que suponen la segunda mayor pérdida de vidas en un conflicto en el exterior... ¿Qué es lo que Bush está sugiriendo? ¿Que no hemos combatido con suficiente dureza? ¿Quedarse mucho más tiempo?”

Un hecho molesto que Bush omite es la negativa de Estados Unidos y de su gobierno títere de Saigón a cumplir con las previsiones de los Acuerdos de Ginebra de 1954, en los que se preveían elecciones nacionales en 1956 para elegir un gobierno de un Vietnam unificado. En aquellos momentos, el presidente Dwight Eisenhower reconoció que si se hubieran celebrado las elecciones, Ho Chi Minh hubiera obtenido el 80 por ciento de los votos.

La referencia de Bush (aludiendo a los “campos de exterminio” de Camboya) a las matanzas masivas llevadas a cabo por los Jemeres Rojos tras la derrota de Estados Unidos en Vietnam, es otro grotesco encubrimiento del papel desempeñado por EEUU. Los terribles acontecimientos que se produjeron en Camboya fueron provocados por la invasión estadounidense de aquel país en 1970. La ilegal invasión de Camboya fue uno de los motivos para pedir el procesamiento de Richard Nixon en 1974.

Tras la invasión estadounidense, Washington organizó el derrocamiento del gobierno de Norodom Sihanouk y la instauración de Lon Nol, marioneta de Estados Unidos, que posteriormente caería ante los Jemeres Rojos. En plenos disturbios sangrientos provocados por éstos, Estados Unidos los apoyó contra los vietnamitas. El terror en Camboya llegó a su fin sólo cuando los vietnamitas entraron en el país y derribaron al gobierno de los Jemeres.

Bush dejó fuera de su relato otras operaciones estadounidenses en Asia, como el derrocamiento de Suharto en Indonesia en 1965, con el apoyo militar de Estados Unidos, que tuvo como consecuencia el asesinato de un millón de obreros, estudiantes e intelectuales.

En su tentativa de desacreditar a los críticos de la guerra de Vietnam, se aventuró a hacer una cita literaria, de la novela de Graham Greene, The Quiet American [El americano impasible], publicado en 1955. Bush describió al personaje principal, Alden Pyle, como un “joven agente del Gobierno, símbolo del patriotismo y de los ideales estadounidenses, y de una ingenuidad peligrosa”.

Olvidó mencionar que Pyle es un agente secreto del espionaje estadounidense que apoya a un militar matón ultraderechista como contrapeso a las fuerzas nacionalistas comunistas, y que se implica en atentados terroristas con bombas en Saigón. Se podría afirmar con seguridad que Bush no ha visto la película, y menos aún leído el libro.

La afirmación de Bush de que la retirada de Vietnam fue la responsable de matanzas masivas y otras atrocidades es un intento de dar credibilidad histórica a las constantes invocaciones a la amenaza de un baño de sangre en Iraq si EEUU da por terminada su ocupación militar.

Se trata de un argumento digno de un criminal de guerra. Estados Unidos, al invadir y ocupar un país que no tenía nada que ver con el 11-S y no suponía amenaza alguna para el pueblo estadounidense, ha reducido a ruinas a toda una sociedad y asesinado a centenares de miles de sus gentes. Ha ocasionado las atrocidades de Abu Graib, ha echado leña al fuego de los enfrentamientos sectarios y de limpieza étnica, y ha convertido Iraq en un infierno viviente.

La supuesta preocupación por el bienestar del pueblo iraquí viene de un Gobierno que hasta la fecha se niega a dar cuentas del número de iraquíes muertos a consecuencia de sus actuaciones. Si se sumara el total de muertos, víctimas de las intervenciones militares estadounidenses en Asia, la cifra superaría los diez millones o tal vez más.

La guerra de Iraq, desencadenada sobre mentiras, no es sino el último episodio de bandolerismo imperialista llevado a cabo por Estados Unidos en Asia. Y algunos más están en preparación.

Merece la pena tomar nota de la respuesta del New York Times, órgano semi-oficial del liberalismo estadounidenses, al discurso de Bush. En un “nuevo análisis” publicado el jueves [23 de agosto], Tom Shanker escribe: “El presidente Bush según los historiadores, tiene razón sobre lo ocurrido”.

Este intento de dar crédito al cúmulo de terribles mentiras de Bush, como si se tratara de una contribución legítima al debate histórico, es revelador del ambiente general de falta de escrúpulos, de ignorancia y falsedad que caracterizan a la totalidad de la clase dirigente estadounidense, y pone de manifiesto la complicidad de todos los partidos e instituciones oficiales con los crímenes del imperialismo estadounidense.

World Socialist Web Site, 24 de agosto de 2007

 

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