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Cuba :: 02/03/2008

La transición hacia el socialismo y el nuevo ciclo político en Cuba

Roberto Cobas Avivar
Es difícil no coincidir con el Líder de la Revolución cuando expresa que Cuba ha de seguir su ?rumbo dialéctico?. Pero es imposible no asociar la dialéctica de ese rumbo con la necesidad de cambios determinantes en la naturaleza del proyecto socialista de la Revolución

Por la dimensión de su población, la irrelevancia de recursos naturales y el tamaño de su producto interno bruto (PIB), Cuba debería pasar inadvertida a los gobiernos y centros hegemónicos de poder capitalista. El fantasma de la Revolución cubana y el “complejo de Castro” se lo impiden.

En las elucubraciones de toda la maquinaria mediática transnacional capitalista no hay espacios para la claridad mental y la honestidad de la exégesis cuando de Cuba se trata.

Políticos, analistas económicos, politólogos, tertulianos de radio y televisión, presentadores de telediarios, guionistas de cabaret, conocidos intelectuales - ponga el lector inteligente el etcétera que tenga a mano y no se equivocará – no temen hacer el ridículo poniendo al desnudo sus síndromes y depresiones pos traumáticas. Y es que la cubanología sigue rindiendo todo tipo de réditos políticos y económicos. Nunca una revolución ha sido tan útil. La impunidad les viene por la complacencia con la propia mediocridad a la que saben han acostumbrado a sus públicos receptores. Una vez condicionados los reflejos sobre la percepción de la realidad virtualizada, en lo adelante sólo basta con presentar los estímulos. Al perro de Pavlov le venía iso facto la saliva. N.Chomsky lo identifica como el factor clave de poder totalitario de la democracia capitalista sobre sus sociedades. El “complejo de Castro” primero y el fantasma de la Revolución cubana acto seguido, se apoderan sin remedio de los emporios de poder mediático en EEUU, Europa y América Latina.

El establishment político estadounidense, mancillado hasta hoy en su prepotencia neo-imperialista por tan irreverente rebeldía de la hasta ayer neo-colonia norteamericana, se desgasta sin encontrar la manera de salir con la frente en alto de tanta auto humillación. Desde la Casa Blanca le imponen sus fobias anticubanas a todos sus aliados en el mundo, los coyunturales y los consanguíneos. Gobiernos, círculos políticos y oligarquías latinoamericanas y europeas a la cabeza pasan a ser corifeos de una sórdida ópera de malandro.

Si el pretexto de la guerra unilateral (bloqueo) económico-financiera de los EEUU contra Cuba ya desde 1961 ha sido la nacionalización de los bienes de las transnacionales norteamericanas establecidas en el país, éstas no lo fueron para los países europeos (España, Reino Unido, Suiza, entre otros), cuyos bienes resultaron igualmente expropiados.Todos esos países fueron indemnizados según acuerdos de mutua conveniencia, basados en el respeto al derecho soberano de Cuba a las expropiaciones.

Pero la UE, con la mansedumbre interesada del perro que lame la mano que lo azota, se pliega a los EEUU en su política de hostilidad anticubana. No han faltado ni faltan en la actualidad regimenes vergonzantes en América Latina, de cuyos órdenes políticos y realidades socio-humanas Cuba se ha despegado hacia adelante en varios años luz, con los cuales la EU mantiene las relaciones que desde la nostalgia euro-centrista de la llamada “posición común aznarista” le veta a Cuba. Atrapada en el juego sucio del atlantismo a ultranza la UE se ha tenido que refugiar tras el pretexto selectivo de “los derechos humanos” para justificar la inmoralidad de sus acciones contra Cuba. Sus ciudadanos, las mayorías, cogidos del narigón por la impronta de la vida al compás de la economía y la política de mercado, no están capacitados para impugnar actitudes inmorales y no éticas cuando ello implica ver un poco más allá de lo que le venden sus medios de incomunicación masiva.

Los EEUU desde la altura de su miopía política ignoran hasta hoy la propuesta de indemnización de los bienes expropiados en su momento por el gobierno revolucionario cubano. Las nacionalizaciones, no debe olvidar la memoria suspicaz, se habían precipitado como reacción al embargo sobre la refinación del petróleo soviético por las transnacionales Texaco, Esso y Shell. El intento de paralizar económicamente al gobierno revolucionario tenía su detonante en un otro acontecimiento político. La ira imperial se producía por la temprana Ley de Reforma Agraria del Gobierno cubano que confiscaba los inmensos latifundios norteamericanos y criollos donde se afincaba la jugosa y extorsiva industria azucarera y ganadera privada.

La soberbia del Goliat ante la propuesta de indemnización, impecable a la luz del derecho internacional, que sí aceptaron entonces los otros países afectados con las nacionalizaciones revolucionarias, permanece enquistada. Con el 25% de los fondos provenientes de la venta de azúcar al mercado norteamericano, según la cuota asignada por los EEUU a Cuba, se resarcirían con bonos pagaderos a 30 años los “daños” de las nacionalizaciones. La respuesta desde la soberbia imperialista fue la anulación de la cuota azucarera a Cuba. El embargo y paulatino bloqueo sobrevino a la usanza de los juegos de baseball en el barrio (pelota, se dice en Cuba), donde el muchacho de los guantes y el bate los recoge al menor enfado y se marcha.

El complejo de una pregunta ronda hasta hoy en los salones del poder en Washington. ¿Cómo era posible que se atreviesen a tanto los cubanos? Un país para ése entonces de rumba y bolero, sin burguesía nacional pero con oligarquía criolla, atada por conveniencia propia y extranjera a la banca y a nuestras transnacionales.

Si el lector incauto piensa que la razón argüida para la guerra (bloqueo) económica y financiera contra Cuba posee total vigencia, tendrá que convencer al ex-presidente James Carter sobe sus malos cálculos así como de su complicidad comunista al evaluar y declarar desde la Habana que aquellos valores expropiados no son hoy más que pura chatarra en libros contables. Si esa aseveración no le fuera suficiente al lector persistente, tendría entonces que probar con base en alguna investigación verificable que los cerca de 90 mil millones de dólares en pérdidas inferidas a la economía cubana por causa del bloqueo no responden a estudios técnicos del Centro de Investigación de la Economía en Cuba sino a una ficción castrista. Lo que no podrá inadvertir ningún observador acucioso es que, llegado el momento de la Realpolitik en los EEUU con respecto a Cuba y sin valentía para un reconocimiento unilateral de la arbitrariedad del bloqueo, como unilateral fue su imposición, serían tribunales de arbitraje internacional los encargados de repartir las razones. No existe otro destino para ese capítulo de agresiones contra Cuba.

Poner al derecho la historia del diferendo político entre los EEUU y Cuba, significa entender por dónde pasa la neutralización del conflicto. No es necesario demasiado esfuerzo mental para convencerse de que cualquier cambio de la política anticubana de los EEUU será la señal para que el mundo que se le pliega libere también a Cuba de todos sus presuntos pecados. Entonces, donde se ha dicho “digo” todos correrán sin rubor a decir “diego”. Y comenzará la ruleta de los otros intereses agazapados con Cuba.

Pero apartar las piedras de ese escabroso camino implica aceptar la razón determinante de toda la rabia anticubana: el carácter anticapitalista del proyecto sociopolítico de la Revolución.

La mediocridad del pensamiento político hegemónico, el de los thinktank de todo tipo y el de los apologistas de todo oficio, está en la incapacidad intelectual para reconocerle a Cuba el reto de seguir siendo una alternativa política al modo de producción y relaciones socioeconómicas capitalistas. No importa que desde tantas organizaciones internacionales se demuestre y explique que el mejor de los sistemas haga agua por tantos lados. Las cifras abrumarían y la realidad de un mundo en proceso de autofagia no evita la lujuria de los que deciden, ordenan y mejor disfrutan. No hay alternativa que valga. El “socialismo real” quedó sepultado bajo los escombros del muro de Berlín. ¿A qué viene el juego al Ave Fénix en Cuba, anegada en sus propias cenizas?

Pero los hechos y su impronta en la realidad cubana perturban el pensamiento y el sentido común de los que aún lo conservan. La Revolución sociopolítica en Cuba se ha impuesto como objetividad por encima de todos los errores propios, los pronósticos adversos y todos los poderes del gran capital que la acosan. El costo social y humano que se le ha hecho pagar a la sociedad cubana y se intenta cada día multiplicar dice sobre la importancia que el pensamiento capitalista hegemónico le confiere al simbolismo de tal precedente histórico.

En consecuencia, el mercadeo con la idea de la transición cubana hacia el capitalismo no por mediocre intelectualmente deja de ser ideológica y mediáticamente efectiva. Cuando se da por hecho el socialismo en Cuba se trasmite la idea de que todo lo caduco de la actual realidad económica, social y política cubana responde justamente al definitivo fracaso del socialismo. No es el agotamiento de una forma de gobierno y organización socioeconómica; no es la fatiga de un modo de organización de la participación social, ni siquiera su fracaso, no. Es a todas luces el derrumbe del socialismo, su inviabilidad por definición. La maquinaria de propaganda capitalista declara como un hecho consumado el deseo afanosamente cultivado. Es así cómo con morboso deleite se le vende a sus propias sociedades que las utopías se dan a la carta y son realizables sólo por los mercados y sus tahúres. No es la mano de Dios por invisible que también sea. ¿O es que no lo ha demostrado allí o acullá la socialdemocracia y el “conservadurismo liberal” con los llamados estados de bienestar social? Ahí están incluso China y Vietnam convenciéndonos que la transición hacia el capitalismo es inevitable, una fuerza superior. A Cuba hay que salvarla de los propios cubanos, justo como con la intervención militar yanqui contra la derrotada España a mano de esos mismos cubanos en 1898. Justo como lo intentaron a partir de ahí hasta 1959 las sucesivas administraciones del nuevo pensamiento imperialista.

Sin embargo, por primera vez en 50 años de hostilidades irrefrenables de los gobiernos de los EEUU contra Cuba se dibuja un cambio de ciclo en la política anticubana. Como si el pragmatismo de la razón política amenazara con dar pasos hacia a un proceso de distensión y recomposición de los puentes rotos. Ese es el discurso que, ante un nuevo periodo presidencial, desde el fondo de sus propias contradicciones políticas toma cuerpo en el mensaje del representante del ala demócrata que apela al cambio interno en los EEUU. En todo caso, es el reflejo de la necesidad de un cambio de ciclo político en los propios EEUU. Talvez incluso un punto de inflexión del rumbo de unos EEUU, como he expresado en otra ocasión, a medio camino entre la resurrección de la república y el ocaso de su desafuero imperial. Toda interpretación de la política cubana estadounidense que desdeñe esas claves estará pecando de imberbe e insensata. La apelación a cambios políticos dentro de los EEUU es una necesidad socioeconómica objetiva. Reconocerlo públicamente hace creíble la voluntad política para llevarlos a cabo. Por supuesto, a nadie le pasa por la mente ni en fugaz delirio neuronal interpretar que se trata de cambios determinantes en el modo de producción capitalista y de las relaciones socioeconómicas que lo caracterizan. Aunque enrumbar hacia la república abra un largo recorrido en pos de la construcción de un estado de bienestar más cercano a las ideas socialistas que al liberalismo capitalista que lo aqueja. Serán cambios dialécticos.

Es difícil no coincidir con el Líder de la Revolución cuando expresa que Cuba ha de seguir su “rumbo dialéctico”[1]. Pero es imposible no asociar la dialéctica de ese rumbo con la necesidad de cambios determinantes en la naturaleza del proyecto socialista de la Revolución. No es dialéctico asumir el “fin de una etapa”[2] y al mismo tiempo poner en entredicho la necesidad de cambios conceptuales y estructurales en la modelación socialista cubana. O sea, cambios determinantes de su cualidad.

Si los cambios que para Cuba proclaman los amantes y beneficiarios de la política anticubana de los EEUU y sus aliados acólitos mal esconden el espíritu neo-anexionista del “gigante de las siete leguas”[3], no se le hace un favor al proyecto socialista cubano cuando sus defensores se distancian del reconocimiento público sobre la necesidad de los cambios internos. Los cambios conceptuales y estructurales en la construcción del socialismo en Cuba no significan anexión sino consolidación de su soberanía. Ése es el único discurso creíble que puede legitimar ante la sociedad cubana la institucionalidad del Partido Comunista gobernante.

¿No es acaso la maduración de la conciencia colectiva sobre el costo de los errores propios cometidos durante medio siglo de dura y sinuosa transformación poscapitalista lo que pone a prueba la opción por el socialismo en Cuba? ¿No es precisamente la maduración de esa conciencia la condición sine qua non para poder plantearse un cambio dialéctico en la modelación socialista? El cuestionamiento es tan complejo para el inmovilismo de los dirigentes de la Revolución como perturbador para sus detractores. Puesto que la disyuntiva sigue siendo binaria: la transición hacia el socialismo o la involución al capitalismo.

El debate en Cuba sobre los cambios conceptuales y estructurales necesarios es un debate en primera instancia político. No es un debate que puede, aunque desafortunadamente se logre, reducirse al orden administrativo. Esta razón limita ad extremis el papel que pueda jugar la nueva Asamblea Nacional y el nuevo Consejo de Estado que de ella surgen este 24 de febrero.

Es de suma importancia advertir sobre la agudización de las contradicciones de fondo si la ejecutoria de los cambios que demanda la sociedad cubana se reduce a un proceso de reformas administrativas. Un conjunto de reformas administrativas podrían constituir un paliativo ante las expectativas inmediatas de la sociedad. Ello sería en esencia la clásica escapatoria del pan para hoy con hambre para mañana. No le faltarán razones a aquellos que respondan que por algo hay que empezar. Pero ha de saberse que las reformas perentorias fuera de un proyecto de transformación sistémica estarán haciendo inviable la sostenibilidad del proceso de desarrollo. Ésa ha sido la esencia de la reciente e internacionalmente publicitada interpelación del estudiante de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) al Presidente reelegido (24.02.2008) de la Asamblea Nacional. La respuesta de la dirigencia política del Estado no se encuentra en la retórica del representante del poder legislativo.

Siguiendo el patrón de reacción y comportamiento asumido por la dirección política del Estado ante los anteriores cuestionamientos de la intelectualidad cubana, el reciente debate sostenido por los estudiantes de la UCI no ha sido presentado íntegramente a la sociedad cubana. Se recurre a mostrar sólo la reacción de los mismos ante la posterior manipulación internacional de que fueran objeto. A la sociedad no se le presentó el importante debate sostenido por los intelectuales en la llamada intranet cubana, era un debate “no autorizado” sobre el cual se hace pública solamente la respuesta oficialista que les diera la UNEAC[4]. El copioso debate popular sobre los problemas de la realidad cubana recientemente realizado a solicitud del propio Partido no ha sido presentado públicamente a toda la sociedad por los medios de comunicación. Y, una vez más, se anuncian respuestas sobre cuestionamientos populares que en su conjunto el pueblo no conoce. No son meras coincidencias formales.

El proceso de cambios conceptuales y estructurales que exige la modelación socialista cubana tiene sus principales opositores dentro de la propia Revolución y el Partido.

Es al partido gobernante, el Partido único de la Revolución, al que le toca sentar la pauta del debate político sobre la necesidad y la naturaleza de los cambios conceptuales y estructurales a los que desde su máxima dirección se alude. Desde la perspectiva de las contradicciones internas (sociales, económicas y políticas) ello significa en la práctica la refundación política del propio partido. De ahí la importancia de la convocatoria y la realización de su tan largamente postergado sexto congreso.

La naturaleza de los cambios conceptuales y estructurales del proyecto socialista está signada por la necesidad de concebir la auto determinación del ciudadano cubano como piedra filosofal de la participación social. Un concepto de auto determinación ciudadana que esté llamado a enraizar el sentido de cohesión e identidad social alrededor del proyecto socialista. Ese concepto de auto determinación no tiene otra opción que cuestionar el principio del centralismo democrático que rige el movimiento de la sociedad.

El principio del centralismo democrático establecido como forma de gobierno ha venido a desnaturalizar el carácter de la participación política.Puesto que su consideración fuera de los contextos de lucha de clases sociales antagónicas en la que encontró un espacio apropiado para la gobernabilidad, se desdobla como el aferramiento a un instrumento de poder a ultranza. El centralismo democrático convertido en dogma político ha venido a favorecer el acomodo a las formas de gobierno verticalista y, por ende, autoritario que reinan en la práctica hasta hoy. El burocratismo administrativo y político se alimenta de ello y obstruye toda la vida del país. Bajo la égida del centralismo democrático la entidad política que conduce el proyecto socialista se ha convertido en un partido de estado. Con ello la legitimidad de la institución de partido único queda irremediablemente cuestionada. El congreso del partido estará ante la necesidad de someter a una revisión dialéctica la esencia política del unipartidismo.

Si la democracia y la autonomía de pensamiento y criterio no llegan a ser instalados como un valor fundacional del partido comunista, el unipartidismo se verá ante la disyuntiva legítima de abrir paso al multipartidismo. Y en esa dirección aumentará la maduración de la propia sociedad por inverosímil que le parezca al pensamiento político ortodoxo en Cuba. No se trata, en última instancia, de consideraciones anodinas acerca de un modelo teórico de sistema partidista. Lo que está en juego es la eficiencia política de la participación social y, en consecuencia, la sustentabilidad del “rumbo dialéctico” del proyecto socialista. En ello estriba la razón de ser del partido único en tanto pretenda seguir legitimado como fuerza política rectora del proceso social.

El multipartidismo en el capitalismo funciona como el juego de intereses dado a mantener la viabilidad del sistema político. El multipartidismo no está concebido como un sistema de participación política dado al cuestionamiento del modo de producción y relaciones socioeconómicas capitalistas. La alternancia en el gobierno de las fuerzas políticas partidistas permite la administración del poder del capital, pero hace improbable su negación. Los blindajes legalistas del sistema político estadounidense hacen imposible desde la legalidad el cambio de régimen socioeconómico y político, era lo que le confirmaba a los estudiantes de la Universidad de la Habana el ex presidente J.Carter interpelado por los mismos.

El multipartidismo en un contexto de democracia socialista en Cuba puede significar el marco propicio para la interacción dialéctica de ideas fuerza en la construcción del socialismo. En concreto, para el logro de una organización altamente eficiente de la participación sociopolítica. Para la interacción de proyectos y programas de desarrollo socioeconómico con opciones de ser validados o rechazados directamente por la sociedad. La institucionalización del multipartidismo estaría llamada a responder a la necesidad de consolidación del carácter anti-capitalista que por voluntad popular y constitucional asume el socialismo en Cuba. Situados, no obstante, en la perspectiva del sistema de partido único que hereda la tradición política del Partido Revolucionario Cubano martiano, la deriva hacia el multipartidismo puede también significar una involución política. Ante todo, una involución en la concepción de organización política de la sociedad de frente a la idea de la eliminación de todo partido. Si la idea de la desaparición del estado con el advenimiento de una sociedad comunista se percibe como una premisa de la emancipación socio-humana, nada impide el cuestionamiento de todo partido en la superación evolutiva de estructuras remanentes del orden político y jurídico capitalista.

En consecuencia, hoy algo se torna especialmente necesario. La asimilación del concepto del pleno pluralismo del pensamiento político como principio fundacional (estatutario) del partido único de la Revolución. La construcción del socialismo necesita de un auténtico pluralismo de ideas revolucionarias dentro del propio partido. El concepto y la práctica del centralismo democrático lo impide. La democracia controlada por el estado y el partido constituye la antítesis de una democracia socialista. La democracia controlada es prerrogativa del capitalismo. En el socialismo el control democrático lo ejerce el pueblo sobre sí mismo. Lo ejerce sobre el estado y el propio partido. El poder del pueblo es la contraparte del poder de la superestructura política estatal.

Para ello el concepto de auto determinación ciudadana debe alzarse sobre bases objetivas. Desde la auto determinación del ciudadano se resuelven las ideas de la participación democrática. Hablo de una auto determinación que para ser verdadera debe erigirse sobre el concepto de democracia económica. Entendido como el derecho del individuo a decidir acerca de la utilización de su fuerza de trabajo y de los beneficios de su trabajo. El ciudadano decide sobre la utilización de los beneficios de su trabajo desde la autonomía de la participación social a nivel micro y macroeconómico. Puesto que lo hace desde la decisión individual colegiada en su empresa y desde las decisiones sociales comunitarias (locales y nacionales).

Detrás de la negación del derecho de auto determinación del individuo tomará cuerpo siempre la omnipotencia del Estado. El concepto de auto determinación ciudadana implica considerar la cohesión social en torno al proyecto de la Revolución como un producto de la libre voluntad del ciudadano a formar parte y ser factor de la construcción del socialismo. El socialismo no puede serle una abstracción política, independiente de su bienestar social y material y de su necesidad de soberanía ciudadana.

Las expectativas cifradas por la sociedad cubana en la instauración de la nueva Asamblea Nacional y la elección del nuevo Consejo de Estado se corresponden con la esperanza de que se rompa decididamente con el inmovilismo político. Sin embargo, las respuestas de ambos entes institucionales a los problemas acumulados están condenadas - tal como lo ha corroborado el discurso de investidura del nuevo Presidente del Consejo de Estado - a ser sólo paliativas y de restringido efecto sico-social. No caben dudas que ello, lejos de funcionar como válvula de escape, creará un clima de tensiones sociales epidérmicas acuciante. Puesto que las decisiones administrativas puntuales sin la transparencia de un proyecto coherente de cambios y discutido con la sociedad se asocian en Cuba al voluntarismo político y a la inconsistencia de las decisiones.

Solamente una nueva plataforma programática del Partido podrá dar las respuestas conceptuales que se necesitan y garantizar la veracidad del rumbo dialéctico que sea por todos compartido. Ésa es la misión del Partido. Con la evasión del planteamiento de los cambios estructurales de la modelación socialista no serán necesarios los esfuerzos de los enemigos externos para acabarla. La desconfianza social pronunciará el desgaste interno y el riesgo de implosiones díscolas se tornará real. Al tiempo que las actuales circunstancias coyunturales geopolíticas, favorables a los cambios tanto en Sur como en Norteamérica, estarán descontando las oportunidades determinantes. ¿Habrá cabal conciencia en la máxima dirección del Partido de que sólo los revolucionarios pueden devorar su propia Revolución? ¿O será necesaria una nueva crisis para lamentar el adagio?


Notas

[1] Fidel Castro R. en: “Lo que escribí el martes 19”, http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/ref-fidel/art001.html

[2] Ibídem

[3] Ibídem nota 1

[4] Ver: Roberto Cobas Avivar, “Cuba: la revolución no pude ser usurpada”, en : http://www.kaosenlared.net/noticia/cuba-revolucion-no-puede-ser-usurpada

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