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Mundo :: 12/03/2019

Las 12 tribus -o más- de Israel: el racismo, el sionismo y el fascismo van de la mano

Juan Manuel Olarieta
Israel tiene muchas más de 12 tribus. No hay un pueblo judío como no hay un pueblo cristiano ni un pueblo musulmán sino poblaciones distintas unidas sólo por los mismos ritos

Goldberg: el prototipo nazi era judíoJuan Manuel Olarieta
Israel tiene muchas más de 12 tribus. No hay un pueblo judío como no hay un pueblo cristiano ni un pueblo musulmán sino poblaciones distintas unidas sólo por los mismos ritos religiosos, como argumentó convincentemente Shlomo Sand hace unos años (1).

Los judíos no son un pueblo, ni una nación, ni una etnia, ni una raza, ni lo han sido nunca. Son pueblos diferentes que practican una misma religión que, además, fue la primera de tipo expansionista. El judaísmo surgió en el mismo lugar donde surgieron las demás religiones monoteístas, en Oriente Medio, desde donde se extendió hacia otros lugares poblados por habitantes diferentes.

Los judíos no marcharon a la diáspora expulsados de sus tierras ni por el Imperio Romano ni por nadie. El mito de un exilio que ha durado 2.000 años es un relato bíblico puramente fantástico. Como las demás religiones monoteístas lo que los judíos expanden son sus propias creencias, que pasan de unos pueblos a otros, lo que demuestra que no se trataba -en absoluto- de una religión “cerrada” sobre sí misma, ua especie de secta, como se ha hecho creer.

La historia no conoce ningún caso parecido de una población que haya sobrevivido tanto tiempo a tantas vicisitudes históricas, por más que se trate del “pueblo elegido por dios”. Como los seres humanos, los pueblos nacen, se desarrollan, se entremezclan y fenecen o son absorbidos por otros. Por eso son historia, pasado y presente.

Lo mismo ocurre con las ideologías y las creencias, que se desplazan tanto o más que las poblaciones. Unos pueblos asimilan las costumbres y ritos de otros, pierden las suyas o las entremezclan.

Como en otros casos, la ideología se superpone a la historia engendrando leyendas más o menos irreales. En unos casos esas ideologías sirven para mantener la identidad colectiva del propio pueblo. En otras las fabrican sus enemigos que, en muchas ocasiones, son sus propios vecinos y alcanzan también a la religión vecina.

El mito del “judío errante”, por ejemplo, es un invento cristiano del siglo XIII que dio lugar a una abundante colección de relatos literarios antisemitas. Los judíos mataron a Cristo y fueron condenados a la inmortalidad. Debían expiar una culpa eterna vagando por el mundo.

El reino de Jazaria

Entre el siglo VIII y el IX se judaizó el reino de Jazaria, que comprendía el norte del Cáucaso y la orilla oriental del Mar Negro, alcanzado buena parte de lo que hoy es Ucrania. Posiblemente la mayor parte de los jázaros eran pueblos turcos y eslavos entre los que se impuso el idioma yiddish. En el siglo XII el reino desapareció como tal a causa de las invasiones mongolas, que empujaron a sus habitantes hacia el oeste. De ahí que las fuentes historiográficas más antiguas sobre la presencia de los judíos en Europa daten del siglo siguiente.

Hacia 1900 la inmensa mayoría de los judíos, un 80 por ciento, no vivían en Palestina sino en Europa del este. Pero no eran emigrantes, no se habían desplazado procedentes de otro lugar, aunque las ideologías racistas que empezaron a surgir entonces, entre ellas el sionismo, dijeran lo contrario. Si la especie humana se podía subdividir en razas diferentes, los judíos eran una de ellas.

En 1940 el régimen fascista de Vichy fabricó una “raza judía” diferente de la francesa, aunque en realidad se remitía a los ancestros: son judíos los hijos de padres judíos. Entonces, ¿cuándo eran judíos los padres? La respuesta remitía a la religión: cuando practicaban los ritos judíos. En caso de duda, el sospechoso debía demostrar que no lo era, por ejemplo, aportando un certificado de bautismo, aunque no siempre eso le libraba de la deportación.

A una intrincada legislación racista le sucedió en Francia un diluvio de litigios judiciales, con todo tipo de casos contradictorios, por ejemplo sobre los judíos no practicantes, los conversos, los híbridos...

En la medida en que la expresión “raza” adquirió un tono peyorativo en 1945, se utilizaron otras alternativas para llegar a la misma conclusión: había un pueblo judío, los judios forman una nación, tienen derecho a regresar a “su tierra”, etc.

Pero el mito de la nación judía es tanto un invento del sionismo como del fascismo y conduce a las mismas conclusiones: a la limpieza étnica y a la creación de un Estado confesional. Cada cual debe ubicarse en su propio país porque todos los pueblos tienen un territorio adscrito y si no lo tienen, hay que crearlo, como en el caso de Israel.

Cuando los libros de historia dicen que hace 500 años los españoles expulsaron a los judíos o a los moriscos, parece que hablan en tercera persona. Nadie extrae la conclusión de que unos españoles expulsaron a otros de sus casas, de sus tierras y de su país.

Toda la verborrea sobre el holocausto no ha explicado lo más simple: ¿cómo lograron los nazis diferenciar a un alemán de otro alemán para enviarle a un campo de concentración?, ¿cómo lo hicieron los vichystas franceses?, ¿y los franquistas?

No lo lograron porque era imposible. Por eso en 2002 Bryan Mark Rigg calculó que unos 150.000 judíos, que los nazis denominaban “mischling” (híbridos), sirvieron en la Wehrmacht. No eran mestizos; eran tan alemanes como los demás y, desde luego, se sentían ajenos a los que enviaban a los campos de concentración (2). Entre los “mischling” hubo un mariscal de campo, 21 generales y 7 almirantes. Lo mismo cabe decir de otras instituciones públicas del III Reich de las que los judíos formaron parte.

La foto que ilustra la portada del libro de Rigg es tópica desde los tiempos del III Reich: un apuesto soldado alemán en quien se podía adivinar un cabello rubio y ojos azules bajo su casco nazi. Se trataba de Werner Goldberg, un inequívoco apellido judío.

La madre del coronel Walter Hollander era judía, pero Hitler le entregó personalmente un certificado de “arianidad” que, por si cabían dudas, le convirtió en alemán “de pura cepa” por arte de magia.

Hay ideologías en las que casi todo cumple unas funciones mágicas. En 1940 el III Reich publicó un decreto ordenando que todos los soldados que tuvieran dos abuelos judíos debían abandonar el ejército. No se cumplió nunca por el mismo motivo: no se podía cumplir.

Como no hay desafío mayor que cumplir lo imposible, en 1943 los nazis repitieron el intento y volvieron a ordenar que los “mestizos” salieran de filas. Al año siguiente volvieron a la carga y elaboraron un listado de 77 generales “judíos”, o medio judíos, o con antepasados judíos...

Las concepciones racistas de los nazis eran absurdas, lo mismo que las de los sionistas. En todos los países del mundo la condición judía no estaba en la sangre ni en los cromosomas. No era más que una etiqueta que ponía quien tenía el poder para hacerlo. Los primeros sorprendidos fueron aquellos obligados a padecerla. Bajo el III Reich dejaron de ser alemanes para ser otra cosa. Pero los nazis no pusieron la etiqueta sólo a los judíos; tampoco se la pusieron a todos los judíos.

Ocho apellidos judíos


A los franquistas les ocurrió lo mismo. En mayo de 1941 José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, Director General de Seguridad, envió a los gobernadores civiles la orden de elaborar un listado de los “israelitas” que había en cada provincia. “Las personas objeto de la medida que le encomiendo han de ser principalmente aquellas de origen español designadas con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidas sin posibilidad alguna de coartar el alcance de fáciles manejos perturbadores”, decía la orden.

Los fraquistas tampoco eran capaces de diferenciar a un judío de un español genuino. La Gestapo estaba tras la pista de uno de ellos, Samuel Ros, un falangista que escribía en el diario “Arriba”. Estaba tan integrado que no había manera de diferenciarlo de cualquier otro fascista.

Claro que, como diría un jurista, había un fuerte indicio: el apellido. En Francia si alguien tenía un patronímico como “Cohen” no se libraba de la deportación ni aunque le hubiera bautizado el obispo más consagrado. La cuestión es que la ley judía es matrilineal y son judíos los hijos de madre judía; el primer apellido no significaba nada. Ahora bien, ¿qué fascista tenía en cuenta la ley judía?

Son los absurdos del racismo. Hasta el siglo XIX los apellidos no sólo no se imponían a nadie sino que se podían cambiar, por lo que no denotan un origen de manera necesaria, de manera que los hijos adoptivos no tomaban el apellido de sus padres biológicos.

A la inversa, los apellidos de los judíos sefardíes españoles no tienen nada que ver con los askenazíes alemanes.

No obstante, el rastro del racismo llega hasta hoy. Por ejemplo, España no permite recuperar la nacionalidad a los moriscos que fueron expulsados hace 500 años, pero sí a los sefardíes. Sin embargo, ¿cómo pueden demostrar su origen español? Uno de los recursos más fáciles es el mismo de siempre: el apellido. En internet hay sitios -sionistas algunos de ellos- que hacen listados de estos apellidos, que superan los 5.200, aunque los propios amantes de esos listados advierten: “En España, salvo excepciones, no puede haber apellidos hebreos. Debido a las conversiones forzadas y los estatutos de limpieza de sange, los judíos tuvieron que cambiar de apellidos y de nombres”(4).

Así que llegamos al siglo XXI y seguimos como al principio. Tanto los fascistas como los sionistas siguen haciendo listados de judíos, que primero sirvieron para espulsarles de su país, luego para enviarles a los campos de concentración y ahora para darles (¿devolverles?) la nacionalidad.

Los mismos que los elaboran no ocultan su origen: “Estos apellidos están sacados de las listas de penitenciados por el Santo Oficio”. La maldita Inquisición nos sigue torturando 500 años después y seguimos haciendo listados, aunque la lista de Schindler es como la de “los 10 más buscados por el FBI”: no están todos los que son ni son todos los que están. Ocurrió en el III Reich como en la España actual: no hay ningún listado de judíos sino de quienes fueron expulsados hace 500 años acusados de ello por la Inquisición.

(1) When And How The Jewish People Was Invented?, Resling 2008.
(2) Bryan Mark Rigg, Hitler’s Jewish Soldiers, traducido al castellano: La tragedia de los soldados judíos de Hitler, Inédita Editores, 2009.
(3) https://elpais.com/diario/2010/06/20/domingo/1277005953_850215.html
(4) https://www.tarbutsefarad.com/apellidos-judios/lista-apellidos-judios.html

 

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