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EE.UU. :: 03/04/2006

Las anteojeras de Estados Unidos

Howard Zinn
Traducido para La Haine por Felisa Sastre :: 150 años de mentiras de la política exterior de Estados Unidos. Con motivo del tercer aniversario de la debacle del presidente Bush en Iraq, es importante analizar por qué el Gobierno ha podido tan fácilmente engañar a tanta gente para llevarlos a aprobar la guerra.

Ahora que la mayoría de los estadounidenses han dejado de creer en la guerra; ahora que ya no confían en Bush y en su Administración; ahora que la evidencia de la decepción se ha vuelto abrumadora (tanto, que incluso los principales medios de información, siempre con retraso, empiezan a mostrar indignación) deberíamos preguntar: ¿Cómo es posible que tanta gente haya sido engañada tan fácilmente?

La pregunta es importante porque podría ayudarnos a comprender porqué los estadounidenses- tanto los medios de comunicación como la gente normal- se han apresurado a expresar su apoyo cuando el presidente estaba enviando tropas a Iraq a través de medio mundo.

Una pequeña muestra de la inocencia (o de la obsequiosidad, para ser más exactos) de la prensa es la forma en que reaccionó a la presentación que hizo Colin Powell en febrero de 2003 ante el Consejo de Seguridad, un mes antes de la invasión, con un discurso que podría haber establecido el récord por el número de falsedades formuladas. En ese discurso, Powell recitó a toda prisa y con rotundidad sus "pruebas": fotografías tomadas desde satélites, grabaciones de audio, informes con estadísticas precisas sobre la cantidad de galones de unas y otras armas químicas existentes. El New York Times jadeó de admiración. El editorial del Washington Post fue "Irrefutable", en el que se afirmaba que tras la intervención de Powell "resulta difícil imaginar que nadie pueda dudar de que Iraq posee armas de destrucción masiva".

Creo que hay dos razones que hunden sus raíces en nuestra cultura nacional y que ayudan explicar la vulnerabilidad de la prensa y de la ciudadanía ante vergonzosas mentiras cuyas consecuencias ocasionan la muerte a decenas de miles de personas. Si somos capaces de entender esas razones, podremos estar en guardia en lugar de sentirnos engañados.

Una es la dimensión temporal, es decir la falta de perspectiva histórica. La otra, la dimensión espacial, es decir la incapacidad de razonamiento más allá del marco del nacionalismo, en el que estamos encerrados por la arrogante idea de que este país es el centro del universo, es excepcionalmente ejemplar, admirable y superior.

Si ignoramos la historia, entonces somos presas fáciles, carne preparada para los políticos, los intelectuales y los periodistas que manejan los cuchillos de trinchar. No estoy hablando de la historia que aprendemos en las escuelas, una historia sometida a nuestros líderes políticos, desde los muy admirados Padres Fundadores a los presidentes de los últimos años. Yo me refiero a una historia honesta con el pasado. Si no conocemos esa historia entonces cualquier presidente puede presentarse ante una batería de micrófonos para declarar que vamos a la guerra y no tendremos argumentos para oponernos a él. Nos dirá que el país está en peligro, que la democracia y la libertad están en cuestión y que debido a ello tenemos que mandar barcos y aviones para destruir a nuestro enemigo, y entonces no tendremos razones para desconfiar de él. Pero si conocemos algo de historia y somos conscientes de las innumerables ocasiones en que los presidentes nos han mentido, no nos dejaremos engañar otra vez. Aunque alguno de nosotros pueda jactarse de que nunca le han engañado, todavía deberíamos aceptar como una obligación ciudadana el prevenir a nuestros compatriotas contra la mendacidad de nuestros altos funcionarios.

Podríamos recordar con quiera que sea que el presidente Polk mintió a la nación sobre las razones de la guerra con México en 1846. Aquella guerra no se llevó a cabo porque México "estuviera derramando sangre estadounidense en territorio de Estados Unidos"sino porque el Presidente y la aristocracia esclavista querían apoderarse de la mitad de México.

Podríamos señalar que el presidente Mac Kinley mintió en 1898 sobre los motivos de la invasión de Cuba al decir que quería liberar a los cubanos de la tutela española, ya que la verdad era echar a los españoles de Cuba para que la isla se pudiera abrir a United Fruti y otras compañías estadounidenses. Mintió, asimismo, sobre las razones de nuestra guerra en Filipinas al proclamar que sólo quería civilizar a sus habitantes mientras que la verdadera razón era apoderarse de un rico territorio en el Pacífico aunque debiéramos matar a millares de filipinos para conseguirlo.

El presidente Wilson- tan frecuentemente presentado en nuestros libros de historia como un "idealista"- nos mintió sobre los motivos de nuestra participación en la primera guerra mundial al decir que era una guerra para "hacer que el mundo fuera más propicio a la democracia" cuando en realidad de lo que se trataba era de una guerra para que el mundo resultara asequible a las potencias imperiales occidentales

Harry Truman mintió cuando afirmó que la bomba atómica se había lanzado sobre Hiroshima porque era un objetivo militar.

Y todos mintieron sobre Vietnam: Kennedy sobre la amplitud de nuestro compromiso; Johnson sobre lo ocurrido en el golfo de Tonkín *; Nixon sobre el bombardeo secreto de Camboya; todos ellos afirmaron que la guerra se hacía para preservar a Vietnam del Sur del comunismo pero en realidad querían conservarlo como avanzadilla estadounidense en el flanco del continente asiático.

Reagan mintió sobre la invasión de Granada al afirmar falsamente que constituía una amenaza para Estados Unidos.

Bush padre mintió sobre la invasión de Panamá que llevó a la muerte a millares de ciudadanos normales del país. Y asimismo mintió sobre los motivos del ataque a Iraq en 1991. En ningún caso se trató de la integridad de Kuwait (¿puede alguien imaginarse a Bush con un ataque al corazón por la entrada de Iraq en Kuwait?) sino, por encima de todo, de afirmar el poderío de Estados Unidos en Oriente Próximo tan rico en petróleo.

Habida cuenta del abrumador récord de mentiras expresadas para justificar las guerras, ¿cómo pudo alguien escuchar al joven Bush y creerle mientras exponía las razones para invadir Iraq?¿ No deberíamos rebelarnos instintivamente contra el sacrificio de vidas por petróleo?

Una cuidadosa lectura de la historia podría proporcionarnos protección contra nuevos engaños. Dejaría al descubierto que siempre ha habido un profundo conflicto de intereses entre el Gobierno y el pueblo de Estados Unidos. Pero esta idea asusta a la mayoría de la gente porque va en contra de lo que se nos ha enseñado.

Se nos ha hecho creer, desde el principio, tal como nuestros padres fundadores establecieron en el preámbulo de la Constitución que fuimos "nosotros, el pueblo" quienes establecimos el nuevo gobierno tras la revolución. Cuando el eminente historiador, Charles Beard sugirió hace cien años que la Constitución no representaba a los trabajadores, ni a los esclavos sino a los dueños de esclavos, a los comerciantes, a los accionistas, se convirtió en objetivo de un injurioso editorial del New York Times.

Nuestra cultura exige, en su verdadero lenguaje, que aceptemos una comunidad de intereses que nos une unos a otros. No debemos hablar de clases sociales: sólo los marxistas lo hacen, aunque James Madison, "Padre de la Constitución", dijo, treinta años antes de que naciera Marx, que en la sociedad existía un conflicto inevitable entre quienes tenían propiedades y quienes no las tenían.

Nuestros líderes actuales no son tan cándidos. Nos bombardean con expresiones como "intereses nacionales", "seguridad nacional" y "defensa nacional" como si todos esos conceptos se aplicaran por igual a todos nosotros, gentes de color o blancos, ricos y pobres; como si la General Motors y Halliburton tuvieran los mismos intereses que el resto de nosotros, como si los intereses de George Bush fueran los mismos de los jóvenes, hombres y mujeres, que envía a la guerra.

Seguramente, en la historia de mentiras contadas a la población, ésta es la más grave. En la historia de los secretos, mantenidos al margen del pueblo estadounidense, este es secreto mejor guardado: que existen clases sociales con diferentes intereses en este país. Ignorarlo- desconocer que la historia de nuestro país es una historia de propietarios de esclavos contra los siervos, de propietarios de tierras contra los arrendatarios, de corporaciones contra obreros, de ricos contra pobres- es dejarnos indefensos ante todas las mentiras que nos cuentas las gentes en el poder.

Si nosotros como ciudadanos comenzásemos a comprender que esa gente que está en las alturas- el presidente, el Congreso, el Senado, el Tribunal Supremo; todas esas instituciones que fingen "controlar y equilibrar"- no se preocupan por nuestros intereses, estaríamos en camino hacia la verdad. Desconocerlo es dejarnos indefensos antes mentirosos decididos.

La creencia profundamente inculcada- no desde el nacimiento sino desde el sistema educativo y desde nuestra cultura en general- de que Estados Unidos es un país especialmente ejemplar nos hace muy vulnerables a los engaños del Gobierno. El adoctrinamiento comienza pronto, en el primer grado de la escuela, cuando se nos obliga a "jurar lealtad’ (antes de que sepamos lo que ello significa), y se nos fuerza a proclamar que somos una nación en la que existe "libertad y justicia para todos".

Después vienen las ceremonias innumerables, bien sea en los estadios de béisbol o en cualquier otro lugar, donde se espera que nos pongamos en pie e inclinemos nuestras cabezas mientras suena el "Barras y estrellas", que proclama que somos "la tierra de la libertad y el hogar de los valientes". Existe también el himno no oficial "Dios bendiga a Estados Unidos" y a uno se le mira de forma sospechosa si pregunta por qué deberíamos esperar que Dios distinga a esta única nación- sólo el 5 por ciento de la población del mundo-con su bendición. Si tu punto de vista para juzgar el mundo que te rodea es la firme creencia de que esta nación, de alguna manera, ha sido dotada por la Providencia con cualidades únicas que la convierten moralmente en superior a cualquier otra de las naciones de la tierra, entonces es probable que no cuestiones al Presidente cuando dice que estamos enviando a nuestras tropas aquí o allá, o a bombardear esto o aquello, para extender nuestros valores- la democracia, la libertad , sin olvidar la libre empresa- a ciertos lugares del mundo dejados (literalmente) de la mano de Dios. Así que resulta necesario, si queremos protegernos y proteger a nuestros conciudadanos de las políticas que no sólo van a ser desastrosas para otros pueblos del mundo sino también para los estadounidenses, que plantemos cara a unas realidades que afectan a esa idea de una nación única y ejemplar.

Esas realidades son embarazosas pero deben afrontarse si queremos ser honestos. Debemos afrontar nuestra larga historia de limpieza étnica, durante la cual millones de indios fueron expulsados de sus tierras, bien sea masacrándolos bien sea deportándolos. Tenemos que asumir nuestra larga historia todavía no superada de esclavitud, segregación y racismo. Tenemos que enfrentarnos a nuestro historial de conquistas imperiales, en el Caribe y en el Pacífico; a nuestras vergonzosas guerras contra pequeños países de una décima parte de nuestro tamaño: Vietnam, Granada, Panamá, Afganistán, Iraq. Y tenemos que afrontar el recuerdo siempre vivo de Hiroshima y Nagasaki.

No es una historia de la que podamos enorgullecernos.

Nuestros dirigentes han dado por hecho e inculcado en la mente de muchas gentes que tenemos derecho, debido a nuestra superioridad moral, a dominar el mundo. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Henry Luce, con la arrogancia acorde al propietario de Time, Life, y Fortune proclamaba el siglo XX como el "siglo estadounidense", afirmando que la victoria en la guerra daba a Estados Unidos el derecho " a ejercer sobre el mundo el impacto total de nuestra influencia, con los fines y medios que tengamos a bien".

Y tanto los demócratas como los republicanos comparten esta idea. George Bush, en su discurso de toma de posesión el 20 de enero de 2005, afirmó que la difusión de la libertad en el mundo era la "exigencia de nuestra época". Años antes, en 1993, el presidente Bill Clinton, en un discurso en la inauguración de curso en West Point, declaraba: "los valores que aprendéis aquí... se podrán extender a todo este país y a todo el mundo y dar la oportunidad a otras gentes de vivir como vosotros habéis vivido, de desarrollar todas las capacidades que Dios os ha dado".

Pero, ¿en qué se basa esta idea de superioridad moral? Seguramente no en nuestro comportamiento hacia la gente en otras partes del mundo. ¿Acaso en lo bien que vive la gente en Estados Unidos? La organización Mundial de la Salud estableció en 2000 la lista de países de acuerdo con el funcionamiento de sus sistemas da salud y Estados Unidos ocupó el puesto trigésimo séptimo de la relación, aunque gasta más dinero per capita en servicios sanitarios que cualquier otro país del mundo. Uno de cada cinco niños en el país más rico del mundo nace en la pobreza. Hay más de 40 países que disfrutan de mejores índices de mortalidad infantil. Cuba los tiene mejores. Y existe un dato revelador de que vivimos en una sociedad enferma cuando estamos a la cabeza del mundo en personas encarceladas: más de dos millones.

Una apreciación más justa de nosotros mismos como nación nos prepararía mejor para el próximo torrente de mentiras que va a acompañar el inmediato proyecto de imponer nuestra potencia en cualquier otro lugar del mundo.

Ello debería animarnos a escribir otra historia sobre nosotros mismos, y a liberar a nuestro país de los mentirosos y asesinos que lo gobiernan, rechazando la arrogancia nacionalista de manera que nos pudiéramos unir al resto de la humanidad en la causa común de la paz y de la justicia.

* N.T. En agosto de 1964, los Estados Unidos anunciaron que dos de sus destructores que se habían introducido en aguas territoriales de Vietnam del Norte habían sido atacados por los vietnamitas. Dos días después, Johnson obtuvo la autorización del Senado para lanzar su gran campaña de bombardeos sobre Vietnam del Norte. Interrogados a su regreso, los marines que se encontraban a bordo de los dos buques declararon que no había habido ataque alguno. ¡Demasiado tarde!


Howard Zinn es coautor, con Anthony Arnove, de "Voices of a People"s History of the United States".
ZNet/US. 26 de marzo de 2006.
http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=72&ItemID=9987

 

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