Lo que no se hace por amor a la libertad


Un rápido recorrido por las páginas de los principales periódicos, noticieros y programas de entrevistas muestra cómo ha comenzado la calma para los caballos de tiro del periodismo europeo: "¡Es la hora del disidente iraní!". Así, desde hace unos días se ha convocado un concurso para entrevistar a exiliados y disidentes iraníes, para dar voz, con una mirada contrita y dolorosa, a su sufrimiento espiritual y material, en el sagrado nombre de la Libertad.
El patrón es siempre el mismo: desde la época de los disidentes rusos, pasando por los exiliados cubanos, hasta los refugiados libios, iraquíes y sirios, etc. Es como andar en bicicleta: una vez que aprendes a hacerlo, puedes hacerlo con los ojos cerrados. Alimenta y facilita económicamente, con permisos especiales de residencia, etc., la creación de redes de exiliados, que deben alimentar la narrativa según la cual el país X, que nos gustaría desmantelar, no es más que la enésima encarnación del Mal a exterminar.
Simultáneamente, se ejercen todas las presiones externas para hacer la vida en el país de origen lo más miserable posible, con el fin de aumentar el número de personas descontentas. Si todo funciona correctamente, tarde o temprano la opinión pública está lo suficientemente preparada como para justificar cualquier truco sucio, siempre que sea en detrimento de esa encarnación del Mal, desde Playa Girón (Bahía de Cochinos según los invasores gringos) hasta el bombardeo de Bagdad.
(Por cierto, a veces me pregunto qué pasaría si alguien jugara el mismo juego con los 100.000 jóvenes que abandonan Italia cada año, por poner un ejemplo. Dudo que fuera difícil encontrar unos cuantos cientos de ellos que aplaudieran en todas las cadenas la perspectiva de un “cambio de régimen” en Italia.)
Cabe decir que siempre es admirable ver nuestra profunda preocupación por las violaciones de DDHH (incuestionables a nuestro juicio clasemediero) en el país X, cuando X posee recursos que no está dispuesto a ceder a cambio de un soborno. Entonces, el corazón de la información europea late con fuerza, deseoso de salvar de la opresión y la falta de libertad a esta o aquella "categoría débil" en los países opresores.
¡Qué no se hace para liberar a las mujeres afganas! Doscientas mil muertes y veinte años de ocupación, y todo porque sentimos el imperioso deber moral de exportar nuestros valores. Con un éxito evidente.
Sin mencionar la liberación de la población iraquí de un tipo muy, muy malo, laico sí, pero malvado como Saddam Hussein: entre 600.000 y un millón de muertes para exportar nuestra civilización superior. Al final, perdieron la cuenta por culpa del Estado iraquí; no queda piedra sobre piedra para poder hacer un censo.
¿Y cuándo liberamos a Libia de la sangrienta opresión de Gaddafi? ¡Qué buenos tiempos, heroicos! Ahora por fin tenemos un país libre, próspero y emancipado. ¿No?
Ahora bien, este juego podría continuar por mucho tiempo. Las pocas historias que no han terminado en tragedias abismales son aquellas en las que los famosos "gobiernos opresores", como en Cuba o Venezuela, no han sufrido un cambio de régimen forzado y han encontrado su propio camino, arduo, como todos los caminos en el mundo real, aún más arduo por haber sido saboteado por los autoproclamados "liberadores", pero un camino al fin y al cabo.
Pero el punto álgido de esta discusión, al menos para mí, francamente, no es una cuestión de política internacional, sino una cuestión eminentemente cultural y enteramente interna a Occidente, a Europa.
Lo que siempre me asombra e inquieta es cómo este juego mental no solo se sigue intentando, sino que tiene éxito entre un amplio segmento de la población. Es decir, me pregunto cómo alguien puede pensar que si el país X viola los DDHH (suponiendo que lo haga, suponiendo que lo haga según nuestra interpretación de esos derechos, etc.), declararle la guerra sería correcto, derrocar su gobierno sería loable, reemplazarlo con títeres occidentales sería saludable, erradicar su cultura sería meritorio, etc.
Ahora bien, debería ser obvio incluso para un imbécil terminal que una agresión militar a sangre fría, con 200 cazabombarderos, que intentaron destruir una planta nuclear (Natanz) con toda la contaminación radiactiva, que afectaron aeropuertos, edificios de apartamentos y zonas civiles, matando a 12 militares y 66 civiles el primer día, no puede en ningún mundo posible caer bajo la rúbrica "Les estamos exportando civilización".
Pero, incluso si este argumento no se presenta abiertamente (porque así parecería en su locura), de hecho es precisamente la palanca argumentativa que se utiliza: “Verán, si expulsamos a esos brutos islámicos y exportamos McDonald's a Teherán, haremos felices a esos exiliados, a gente como nosotros, gente que no lleva tocados graciosos, gente que no sufre obsesiones identitarias, ciudadanos del mundo, como nosotros”.
De hecho, nos sentimos tan bien con nosotros mismos, estamos tan serenos y satisfechos que, curiosamente, no podemos quedarnos quietos y disfrutar de las maravillas de nuestro mundo, sino que saltamos por todo el globo explicando a los demás cómo vivir (y la mayoría de las explicaciones las damos con B-52, es más rápido).
Con una metáfora. Aquí hay un pequeño pueblo (siete octavos del mundo) donde aún hay una mayoría de familias anticuadas, un poco rígidas, a veces mojigatas, con su dosis fisiológica de adolescentes rebeldes. Y de repente llega una caravana de drogadictos disfuncionales, al borde de una crisis nerviosa, para explicarte que son muy felices, y lo son porque tienen cosas buenas, incluso excelentes, y que serías un miserable pequeño burgués si no permitieras que tu hija se emancipara y viera la luz, probando un poco de esas cosas excelentes que nos hacen tan felices.
A tus respetuosas respuestas de que jamás querrías privarlas de cosas magníficas: «Gracias, estamos bien como estamos, como nos han aceptado», la caravana empieza a tirar piedras a las ventanas de tu casa, explicándote que todos tus problemas provienen de no saber aceptar el regalo que te dan. Luego pasan a prender fuego al jardín y finalmente al tejado de la casa. (Esta es, literalmente, la Guerra del Opio -1839-1842-, la precursora histórica de todas las “exportaciones de derechos y libertades”; y esa historia nunca terminó.)
sinistrainrete.info. Traducción: Carlos X. Blanco.