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Mundo :: 24/01/2014

Mandela y la revolución

Antonio Torres
Madiba no renunció nunca a la lucha armada, ni se arrepintió de haberla ejercido, ni la descartó absolutamente en ningún momento

El pasado 5 de diciembre fallecía Nelson Rolihlahla Mandela, Tata Madiba. Nadie duda de que fue un acontecimiento a escala planetaria, el mundo prácticamente se paralizó. Dirigentes mundiales tan dispares como Barack Obama o el Presidente de Venezuela Nicolás Maduro expresaban su pesar. Madiba concilió en su figura la admiración de propios y extraños, de personajes radicalmente encontrados, o al menos aparentemente así fue, ya que hasta 2008, continuaba estando en la lista de “terroristas” vigilados por los EEUU, por tanto, habría que pensar que tan admirado y venerado no era por algunos, y si, además, como han señalado determinadas fuentes, la propia CIA suministró información a los servicios secretos del apartheid para que Mandela fuera detenido (Salim Lamrani, “50 verdades sobre Nelson Mandela”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=177898), no cabe otra cosa que pensar que determinados gestos de admiración hacia Mandela han sido más una pose que un verdadero sentimiento de respeto.

Para la izquierda revolucionaria, Mandela ha sido el ejemplo de la resistencia y la dignidad frente a la más terrible de las represiones, frente al más inhumano y degradante de los tratos, pero hay que reconocer que el reformismo y el propio imperialismo también tomaron la figura de Mandela para sus propios intereses. En un primer momento, de alguna manera, Mandela simbolizaba el fin de la Guerra Fría, hasta cierto punto una imagen amable del Nuevo Orden Mundial proclamado por George Bush padre: por fin Sudáfrica tenía un presidente negro, las cosas en ese Nuevo Orden iban a cambiar, a mejor se suponía; más tarde, su figura ha sido utilizada en no pocas ocasiones para apoyar la siempre vacía y hueca retórica imperialista de los “derechos humanos”. Pero lo cierto es que el imperialismo se atribuyó en Sudáfrica un mérito que en absoluto le pertenecía, el fin del régimen del apartheid no fue obra de la “presión internacional”, sino fundamentalmente del propio pueblo sudafricano con su lucha ejemplar y, en general, de los pueblos que apoyaron codo con codo esa lucha, como el cubano, por eso, la embajadora sudafricana en Cuba, Thenjiwe Mtintso, tras la muerte de Mandela afirmó: “Hoy Sudáfrica tiene muchos amigos nuevos. Ayer estos amigos se referían a nuestros líderes y a nuestros combatientes como terroristas y nos acosaban desde sus países a la vez que apoyaban a la Sudáfrica del apartheid. Esos mismos amigos hoy quieren que nosotros denunciemos y aislemos a Cuba. Nuestra respuesta es muy simple, es la sangre de los mártires cubanos y no de estos amigos la que corre profundamente por la tierra africana y nutre el árbol de la libertad en nuestra Patria”. Cabe recordar como Reagan y Thatcher se negaron de plano a imponer sanciones al régimen del apartheid, como hoy se niegan igualmente a imponer sanciones a Israel, o como las juventudes del Partido Conservador británico (los Tories) portaban pancartas con el lema “Cuelguen a Mandela”.

Sin embargo, durante este tiempo que ha transcurrido desde el fallecimiento de Mandela se han multiplicado los artículos en los cuales se echaba en cara al dirigente sudafricano no haber acabado con el llamado “apartheid social”, o que no hubiera encabezado una revolución que hubiera terminado con el poder de la gran oligarquía blanca en Sudáfrica. Todos esos artículos se han venido destacando, en general, por una falta de rigor analítico. Pero de entre todos esos artículos, cabría mencionar los dos publicados por el escritor Rafael Narbona, justamente porque sus artículos han sido de los mejores y más serios que se han redactado críticos con Mandela. Dichos artículos glosaban la vida de Mandela de manera detallada, sin embargo, caían en lo mismo de otros artículos hipercríticos con la figura de Mandela, es decir, en no analizar la situación concreta que se vivió en los años 90 en Sudáfrica, concretamente desde la liberación de Mandela en 1990 hasta el fin de su mandato en 1999, pasando por las elecciones de 1994. Narbona denuncia justamente en uno de esos artículos que “el fin del apartheid no alteró el reparto de la riqueza ni mejoró las condiciones de vida de la población negra”, aportando una serie de datos al respecto y continua diciendo: “Las promesas de igualdad, paz y prosperidad de Mandela sólo afectaron a una pequeña minoría de la población negra, que se alió con la gran burguesía blanca en la defensa de sus intereses. A la vista de estos datos, no es sorprendente que Mandela se haya convertido en el ídolo mundial de las oligarquías financieras”.

Respecto al periodo de los 90, Narbona dice: “¿Qué le sucedió a Nelson Mandela? Se ha especulado mucho con los acuerdos secretos que pudo firmar poco antes de su liberación, pero no hay ningún dato objetivo sobre esta cuestión. Mandela sólo ocupó la Presidencia de Sudáfrica durante una legislatura. Después, se retiró de la vida política. Nada indica que se implicara en casos de corrupción o que obtuviera prebendas a cambio de renunciar a sus convicciones revolucionarias. Tal vez se limitó a ser pragmático y posibilista, pero la historia ha demostrado que sus concesiones han desembocado en un cuadro de terribles injusticias” (“Nelson Mandela y las miserias del pragmatismo”, http://rafaelnarbona.es/?p=3329). Mientras, en otro de esos artículos, Narbona da la callada por respuesta: “Es cierto que Mandela dignificó la lucha de los pueblos africanos y prefirió la prisión a la rendición, pero cuando se hizo con el poder renunció a cualquier pretensión revolucionaria. ¿No pudo hacer otra cosa? Si es así, ¿no dilapidó sus 27 años de confinamiento y su enorme prestigio entre sus partidarios? No puedo evitar sentir más aprecio por Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso (“el país de los hombres íntegros”) entre 1983 y 1987 y auténtico revolucionario” (“¿Qué pasó con Nelson Mandela?” http://rafaelnarbona.es/?p=6094 ). Es curioso como Narbona no responde a la pregunta de si Mandela pudo haber hecho otra cosa, o no, desviándose la cosa hacia la admiración del escritor por Thomas Sankara, sin más explicaciones.

Antes de entrar propiamente en materia es necesario hacer una breve disquisición sobre algunos errores en el pensamiento analítico de la izquierda revolucionaria. El más común de ellos es el no tener presente esa máxima leninista que no por mucho repetirse es interiorizada y que apela al “análisis concreto de la situación concreta”. Lenin siempre alertó contra el llamado formalismo burgués en el pensamiento revolucionario, en el Prólogo al Desarrollo del capitalismo Rusia, Lenin decía: “El análisis concreto de la situación y de los intereses de las diversas clases debe servir para determinar el significado exacto de esta tesis al ser aplicada a tal o cual cuestión. Mientras que el método inverso de razonar, que observamos no pocas veces entre los socialdemócratas del ala derecha encabezados por Plejánov, es decir, la aspiración de hallar respuestas a las cuestiones concretas en el simple desarrollo lógico de la máxima general sobre el carácter fundamental de nuestra revolución, es un envilecimiento del marxismo y una mera burla del materialismo dialéctico”. Resulta de interés al caso un breve texto del guerrillero revolucionario argentino Mario Roberto Santucho en el que critica duramente el esquematismo y el formalismo burgués en el trabajo político de las organizaciones revolucionarias: “El formalismo de la metodología burguesa presiona al militante a tomar superficialmente los problemas, a aplicar la línea del Partido como receta ante situaciones aparentemente similares. (…) Porque el formalismo consiste en dejarse llevar por lo aparente, sin profundizar en el conocimiento concreto de la situación y responder a los problemas con fórmulas preestablecidas” (“Método y política”, 1975). No podemos asimilar situaciones y momentos arbitrariamente y pensar que lo que es válido en un lugar y momento dado lo es en todo momento y lugar; no podemos confundir nuestros deseos con la realidad si de verdad queremos la transformación social revolucionaria; en definitiva, y yendo al caso que nos ocupa, no podemos insinuar que Mandela fue un traidor porque no hizo lo mismo que, por ejemplo, Lumumba o Sankara sin analizar la situación concreta que le tocó vivir, muy diferente a la de Lumumba o Sankara por otro lado. Para juzgar si Mandela actuó o no correctamente hay que analizar lo que estaba pasando en aquellos momentos, cosa que no solamente Narbona, sino muchos otros, no hacen.

Mandela y lo que podía o no podía haber hecho

El régimen del apartheid sudafricano encaraba la década de los 90 con un acusado desgaste: por un lado, presionado a realizar cambios por sus aliados imperialistas, especialmente Estados Unidos y Gran Bretaña, dentro de un proceso de reordenación imperialista global teniendo como escenario principal la caída de la URSS; por otro, el régimen acusaba la derrota asestada a las tropas sudafricanas desplazadas a Angola en la batalla de Cuito Cuavanale de 1988, como señala el historiador italiano Piero Gleijeses: “(…) la proeza de los cubanos en el campo de batalla y su virtuosismo en la mesa de negociaciones fueron decisivos para obligar a Sudáfrica a aceptar la independencia de Namibia. Su exitosa defensa de Cuito fue el preludio de una campaña que obligó a la SADF (ejército sudafricano) a salir de Angola. Esta victoria repercutió más allá de Namibia” (“Cuito Cuanavale: la batalla que terminó con el apartheid”, http://www.diario-octubre.com/2013/03/28/cuito-cuanavale-la-batalla-que-termino-con-el-apartheid/). El régimen del apartheid tuvo que encarar su propia transformación, lo que implicaba de alguna manera el reconocimiento de los derechos de la población negra, sin embargo, desde el comienzo el Gobierno de Frederik De Klerk tuvo meridianamente claro que esas concesiones iban a ser mínimas y que jamás podían atentar contra el poder económico de la minoría blanca.

Para dar apariencia democrática a esa transformación, De Klerk no tuvo más remedio que liberar, muy a su pesar, a los presos políticos, entre ellos a Nelson Mandela, al igual que legalizar a las organizaciones prohibidas durante el régimen como el Congreso Nacional Africano (ANC), el Partido Comunista (SACP), el sindicato COSATU, el Congreso Panafricanista (PAC) o la organización AZAPO (Organización del Pueblo de Azania, inspirada en el pensamiento de Steve Biko, el teórico de la “conciencia negra”).

El hecho de que el régimen fuese conminado de alguna forma desde el exterior a su transformación no significaba en absoluto que las organizaciones anti apartheid se encontrasen en una posición de fuerza. Aquellos años, es decir, de 1990 a 1994, se caracterizaron por una terrible inestabilidad, frecuentemente se dice que Mandela evitó una guerra civil, cuando lo cierto fue que Mandela más bien paró una guerra civil que ya se había iniciado a instancias del régimen racista. Por un lado, el régimen utilizó la baza de la rivalidad inter étnica, para ello usó para sus fines a la organización reaccionaria zulú IFP (el Partido de la Libertad Inkata), por otro, el régimen animó y promovió, desde la sombra, acciones armadas de grupos paramilitares afrikaners. Durante esos años fueron más que frecuentes las matanzas entre miembros de Inkata y el ANC, así como atentados contra militantes del ANC, sedes del partido, etc. En 1993, sería asesinado el Secretario General del Partido Comunista y máximo dirigente de la organización armada La Lanza de la Nación (Unkhomto we Sizwe, MK), Chris Hani, un atentado que conmocionó a todo el país. El régimen de De Klerk creó deliberadamente una situación de caos, violencia e inestabilidad con el fin de impedir la llegada de Mandela al poder. También, organizaciones anti apartheid como el Congreso Panafricanista o AZAPO se enfrentarían al ANC. Cabe recordar igualmente las disensiones que surgieron dentro del propio ANC, escenificada en la ruptura no solamente sentimental sino también política entre Madiba y su compañera Winnie Madikizela. Determinados choques entre organizaciones anti apartheid, así como entre miembros del propio ANC fueron especialmente violentos y crueles, utilizándose el método de rodear al contrario con neumáticos ardiendo, método frecuentemente usado durante la lucha anti apartheid como castigo ejemplarizante contra traidores y delatores en los ghettos negros.

La táctica de De Klerk estaba clara, sin embargo, el liderazgo de Madiba estaba desbaratando los planes del régimen, de nuevo Inkata y su líder Buthelezi sirvió a los intereses de De Klerk en 1994 endureciendo su postura, concretamente negándose en rotundo a participar en las elecciones, llamando al boicot y a continuar con la violencia sectaria. La situación se salvó con un acuerdo in extremis que permitió la celebración finalmente de las elecciones. Ese acuerdo tuvo carácter secreto, es más, a día de hoy se desconocen los términos del mismo, pero todo parece indicar que De Klerk estaba dispuesto a permitir las elecciones y la más que previsible victoria del ANC y Mandela, si este partido renunciaba a nacionalizar los sectores estratégicos de la economía, tal y como se establecía en la Carta de la Libertad (programa político histórico del ANC) y a respetar el poder económico de la gran oligarquía blanca. Mandela cedió, pero, ¿podía haber hecho otra cosa? El escenario presentaba las siguientes posibilidades: una de ellas era que el régimen siguiera provocando el caos y la violencia y que esa guerra civil se hubiese hecho total. Al respecto, hay que señalar que la capacidad militar del MK era mínima, en realidad, el MK no pasó nunca de acciones armadas puntuales, siendo su capacidad militar de muy corto alcance. Tampoco, dado el escenario internacional, el MK tenía posibilidades de mejorar su capacidad militar gracias a la ayuda exterior. Así pues, el enfrentamiento armado era un camino directo a la derrota y al desastre.

El otro escenario que se planteaba era el del colapso económico provocado por el boicot de la gran oligarquía blanca. En no pocas ocasiones, durante aquellos años fue agitado el fantasma de la desinversión y la fuga de capitales por parte de la oligarquía blanca, ¿tenía mecanismos Mandela para evitar los efectos de una “guerra económica”? La respuesta de nuevo es negativa, fundamentalmente por dos motivos: uno, de nuevo, el contexto internacional desfavorable; y el otro, la falta de cuadros técnicos que se hicieran cargo de la situación, tras la fuga de capitales y evitara el colapso económico. De hecho, no pocos oligarcas blancos abandonaron Sudáfrica tras la victoria de Mandela temerosos de que éste acabara con sus privilegios y nacionalizara sus propiedades.

Hemos hecho referencia al contexto internacional de forma breve como un elemento desfavorable. Resulta curioso que en esos artículos tan críticos con la figura de Mandela el contexto internacional no es mencionado en ninguna parte, cuando la implosión de la URSS y del bloque de las democracias populares del Este europeo afectó de manera directa a los acontecimientos que se estaban dando en Sudáfrica. Por poner un solo ejemplo, militantes del MK recibieron instrucción militar de la URSS en Zimbabwe además de ayuda financiera. La posibilidad de un aliado internacional a un posible régimen democrático-popular antiimperialista en Sudáfrica que hubiese posibilitado no solo el fin del apartheid sino una transformación social no existía. Pero no solo eso, aquellos fueron los años dorados de las política neoliberales y de una fuerte ofensiva ideológica del imperialismo. Fueron los años en los que regímenes antiimperialistas como el libio o el sirio trataban de mejorar su relaciones con el imperialismo, los años de los gobiernos neoliberales duros en Latinoamérica y del cese de las acciones armadas de las guerrillas centroamericanas, los años en que la Cuba revolucionaria de Fidel Castro se debatía entre la vida y la muerte, en definitiva, los años en los que el capitalismo se ofrecía como la única alternativa posible por los siglos de los siglos.

Otro escenario que no se suele tener en cuenta era el de la balkanización de Sudáfrica, es decir, la separación por comunidades étnicas y raciales. La ultraderecha afrikáner y los zulúes de Inkata jugaron la baza del separatismo étnico y racial para torpedear las aspiraciones nacionales del ANC. De hecho forzaron la estructura federal del Estado.

Con todo esto no queremos decir que a Mandela se le tenga que disculpar todo. Madiba desoyó los consejos de su compañera Winnie que le alertaban sobre el rumbo que estaba tomando el proceso. Hay que decir que Winnie se destacó por sus convicciones izquierdistas y africanistas y por su inquebrantable lucha contra el régimen y por la libertad de su compañero. Como recordaba recientemente el preso político afroamericano Mumia Abu Jamal: “El menosprecio al destacado papel de Winnie en la historia de Sudáfrica por parte de la prensa corporativa es un abuso, porque si no fuera por su larga y acérrima lucha para mantener el nombre de Nelson en la conciencia colectiva ante la despiadada represión del estado apartheid que la proscribió y la desterró, no nos habríamos enterado del nombre Mandela; tampoco habría crecido el movimiento anti-apartheid como lo hizo” (“Por el amor de Winnie”, http://amigosdemumiamx.wordpress.com/2014/01/10/por-el-amor-de-winnie/). Winnie se vio envuelta en determinados hechos oscuros, concretamente en un caso de asesinato de un joven negro de 14 años, y posteriormente, en casos de corrupción ya formando parte del Gobierno de Mandela.

Igualmente, Mandela ante la situación que le tocó sortear desarrolló un plan económico conocido como GEAR (Growth Employment And Redistribution, Crecimiento Empleo Y Redistribución) que, en pocas palabras, intentaba lo imposible, es decir, aunar neoliberalismo y justicia social. Al respecto, Mandela y el ANC recibió fuertes críticas de sus tradicionales aliados, el Partido Comunista y el sindicato COSATU, que se opusieron frontalmente al GEAR, haciendo que Mandela rectificara en algunos aspectos. Como hemos dicho antes, tampoco se trata de presentar la figura de Mandela como limpio de toda culpa y responsabilidad. El FMI presionó al Gobierno de Mandela a desarrollar el plan GEAR y a acometer políticas de austeridad.

Mandela, una vez convertido en el primer Presidente negro de Sudáfrica se fijó como prioridad la reconstrucción nacional, es decir, la reconstrucción de una nueva nación sudafricana, la llamada “nación arco iris”, síntesis de todas las razas, lenguas y etnias sudafricanas, con una nueva bandera, un nuevo himno, el reconocimiento social y político no solo de la mayoría negra sino de las minorías mestiza, judía, árabe e hindú, etc., sin por ello marginar culturalmente a las minorías blancas afrikaner o británica. Esta es una cuestión que no se puede subestimar, el régimen racista tenía un concepto de nación que excluía a la inmensa mayoría de la población, exaltando los valores culturales de una minoría, y condenaba a millones de negros sudafricanos a ser extranjeros en su propia tierra.

Se constituyó una Comisión de la Verdad que ofreció al mundo entero la verdadera cara criminal del régimen del apartheid. Hoy, en el Estado español, numerosas asociaciones de defensa de la memoria histórica han hecho pública la necesidad de tomar como ejemplo la Comisión de la Verdad sudafricana para esclarecer los crímenes del régimen franquista.

A pesar de ese intento imposible por parte de Mandela de conciliar el neoliberalismo en boga con la justicia social, durante su mandato hubo importantes avances; como señalaba el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Mbuyi Kabunda: “El primer Gobierno de Mandela se enfrentó a los graves problemas heredados del pasado: las crecientes demandas de cambio de la mayoría negra frente a la resistencia de la minoría blanca (13% de la población) a renunciar a los privilegios adquiridos; el aparato del Estado racista; las violaciones y crímenes cometidos por ambos bandos, en particular los abusos cometidos a manos de los órganos oficiales del apartheid y las desigualdades sociales (de riqueza, salud, vivienda y educación) entre la minoría blanca y la mayoría negra. (…) Mandela obtuvo importantes avances en el suministro de agua potable (el 80% de los hogares frente al 70% en 1994) y de electricidad (el 63% frente al 40%), en la construcción de 700.000 viviendas del millón previsto, en el acceso a la sanidad, etc.” (“Sudáfrica en blanco y negro”, http://esiweb1a.esi.tsai.es/observatorio/dossierCompleto_e.htm?num_dossier=266).

Frecuentemente, se olvida algo bastante obvio, pero que sin embargo tuvo bastante importancia: Madiba llegó a la presidencia con 76 años, envejecido, y muy tocado tanto física como síquicamente tras más de 27 años de un durísimo confinamiento en Roben Island. No podemos dejar de pensar que su situación personal le afectó a la hora de tomar determinadas decisiones.

Mandela dejó la presidencia en 1999. A diferencia de los presidentes que le siguieron (Thabo Mbeki y Jacob Zuma), jamás se vio envuelto en ningún escándalo de corrupción. Pero sobre todo, Mandela dejó la presidencia consciente de que aún quedaba mucho por hacer, consciente de que la reconciliación nacional no significaba renunciar a la lucha contra las terribles desigualdades sociales que azotaban a la inmensa mayoría de la población. Así se lo hizo saber a su sucesor, Thabo Mbeki, hijo de un prominente dirigente del ANC y del Partido Comunista. Pero aunque Mbeki acometió reformas a favor de la mayoría negra (“Black Empowerment”), lo cierto es que implementó las políticas neoliberales del plan GEAR y del FMI haciendo poco o ningún caso a las recomendaciones de Mandela de luchar contra la pobreza y la marginación y acabar con los vestigios del apartheid.

Madiba no renunció nunca a la lucha armada, ni se arrepintió de haberla ejercido, ni la descartó absolutamente en ningún momento, como tampoco dejó de apoyar la lucha antiimperialista del pueblo palestino ni de denunciar públicamente las agresiones imperialistas.

¿Hasta qué punto Mandela fue responsable de lo ocurrido en gobiernos posteriores? Esta pregunta es difícil de responder y podría ser materia casi de un libro, pero lo que sí está claro es que relacionar, como se ha hecho, la matanza de mineros que tuvo lugar este verano pasado de 2013 por parte de la policía con la Sudáfrica que creó Mandela es injusto a todas luces. Por otro lado, ¿podemos culpar a Madiba de los casos de corrupción y de las políticas neoliberales de Mbeki y Zuma? Está claro que no.

Mandela, ¿comunista?

En sus artículos, Narbona saca a relucir el alegato de Mandela frente al Tribunal Supremo de Pretoria, en 1964, en el que, a pesar de sentirse cercano a los comunistas y al marxismo, se distanciaba del Partido Comunista, y todo ello habiendo escrito un libro titulado nada más y nada menos “Cómo ser un buen comunista” en el que se ensalzaban las figuras de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Sin embargo, en el comunicado emitido por el SACP (http://www.sacp.org.za/main.php?ID=4154) se decía textualmente que en el momento de su detención (1962) Nelson Mandela no solo era militante del Partido Comunista, sino que era miembro de su Comité Central. Para el historiador Stephen Ellis era la confirmación de lo que muchos sospechaban desde hace tiempo pero no podían demostrar. Pero este historiador va más allá y afirma lo siguiente: “Por eso los sudafricanos que piensan "¿y qué más da?" cuando se enteran de que Nelson Mandela fue un miembro del SACP se equivocan. Tienen que entender que la lucha armada fue inicialmente una decisión del SACP, que adoptó en una conferencia en Emmarentia en diciembre de 1960 a la que asistieron sólo 25 personas. Mandela fue uno de los pocos militantes de raza negra que asistieron. De hecho, el ANC como organización nunca votó a favor de la lucha armada. El SACP encomendó a Mandela la tarea de persuadir al escéptico presidente del ANC, Albert Luthuli, para que aceptase la nueva orientación política de forma retrospectiva. Luthuli se negó, pero admitió que podía tolerar la existencia de la organización militar Umkhonto we Sizwe (MK) si era totalmente independiente del ANC” (“Sudáfrica: ¿tiene el ANC un problema de memoria histórica” http://www.lahaine.org/index.php?p=74491). En realidad, la dirección del MK siempre estuvo en manos de militantes comunistas, como fue el caso ya mencionado de Chris Hani o del histórico dirigente comunista sudafricano de origen judío lituano Joe Slovo.

Debemos también tener en cuenta la clara e inequívoca participación de la militancia del Partido Comunista tanto en el Congreso del Pueblo convocado por el ANC, como en la redacción de la Carta de la Libertad en los años 50. Estas revelaciones recientes han suscitado multitud de preguntas, por ejemplo, si Mandela continuó militando en el SACP, o si lo abandonó, y en caso de abandonarlo, cuándo y por qué. También estas revelaciones invitan a pensar en una posible “militancia en la sombra” de Mandela en el SACP. Hay que destacar que desde su salida de prisión, Mandela recibió toda clase de presiones para que el ANC rompiera su alianza con el Partido Comunista, presiones que Mandela siempre rechazó, más bien lo contrario, a pesar de las diferencias que surgieron por la adopción del plan GEAR, Madiba se esforzó en todo momento en reforzar la alianza del ANC con el SACP, consciente de que esa alianza podía ser la garantía para acabar definitivamente con el apartheid y sus vestigios, para, en palabras del propio Madiba “liberar al pueblo sudafricano de la servidumbre, la pobreza, las privaciones, los sufrimientos, el sexismo y de otras formas de discriminación”.

Como epílogo, antes de juzgar a Mandela, debemos tener presente si en la Sudáfrica que le tocó gobernar existían las condiciones propicias para una revolución, no ya socialista, sino democrática y popular. Mientras ese análisis no se lleve a cabo y se sustituya por aplicar fórmulas supuestamente universales, válidas aquí y allá de lo que debe ser una revolución, o por concepciones idealistas, alejadas de las realidades concretas, poco o nada avanzaremos.

 

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