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Argentina :: 28/08/2021

Más que memoria, hay que practicar la rememoración

Mario Hernandez
Entrevista con el poeta y revolucionario Vicente Zito Lema sobre dos grandes de las luchas argentinas: Roberto Santucho, del ERP, y Rodolfo Ortega Peña, del PB

M.H.: Hoy quiero hablar de dos entrañables compañeros de militancia, Roberto Mario Santucho y el "pelado" Ortega Peña, asesinados, uno por la Triple A, el "pelado", el 31 de julio de 1974; y por los esbirros de la dictadura militar, Roberto Mario Santucho, a mediados de julio de 1976. Los dos fueron compañeros de militancia, amigos del poeta Vicente Zito Lema ¿qué nos podés comentar de esas dos personalidades?

V.Z.L.: Siempre que traemos estos recuerdos, que me parece bien, porque hay que mantener viva la memoria, o mejor todavía, como decía un amigo en común al que solés nombrar, León Rozitchner, más que memoria, hay que practicar la rememoración, que sería una memoria en actos, no una memoria arqueológica, sino plantearnos, preguntarnos por qué hablar hoy en este caso concreto, de dos personas que murieron hace más de 40 años, cuál es el sentido vivo de ese recuerdo.

Esa yo creo que es una gran pregunta que podemos hacernos en estos tiempos, de personas que han tenido una gigantesca ética en sus vidas, una profunda y comprometida manera de entender la realidad como vía para un cambio profundo de esa realidad, que fueron en su juventud militantes abnegados, soñando construir un mundo que hoy vemos en crisis, y ya no crisis económica o política, sino que nos atrevemos a decir que es una crisis civilizatoria que desnuda como pocas veces en los últimos años, en los últimos tiempos, que esta manera de la reproducción material de la existencia, como enseñaba Marx, está llegando a su fin tal como es.

Que no tenemos claro cómo será, pero sí sabemos que así no da para más. Porque también esta pandemia desnuda de una forma más que injusta, directamente sin sentido. Porque en la injusticia hay sentido, que son la riqueza para los que producen la injusticia, pero la crisis civilizatoria nos está mostrando que es la propia vida en su conjunto lo que está en disputa.

Y me podrían preguntar: ¿Y a Santucho y a Rodolfo Ortega Peña cómo los ponemos en este contexto dramático que planteás? Mi convencimiento absoluto, a pesar de las grandes dificultades, es que de las encerronas trágicas como decía otro amigo, ese gran psicoanalista, Fernando Ulloa, de los laberintos cerrados, solo se puede salir por arriba, generando algo nuevo que no tenga las mismas bases insostenibles, directamente inhumanas que estamos viviendo hoy por hoy.

Y yo creo que esos móviles profundísimos que superan una década, que se inscriben como mojones potentes en la construcción de una humanidad verdaderamente humana, movieron las conductas de Roberto Santucho y Rodolfo Ortega Peña. Porque estas grandes disputas sobre si es posible lo humano en un mundo inhumano, estaban ya planteadas en las controversias gigantes de nuestra época.

Y, paradójicamente, habría que preguntarse hoy, que en las crisis de aquellas décadas que estaban anunciadas, pero que hoy, insisto, a partir de esta peste, se desnudan de forma obscena, plantean las mismas disputas y nos demandan los mismos ejemplos de disputa. Esos ejemplos que tuvieron el cuerpo y el alma de los dos amigos, de los dos compañeros a los que estamos trayendo esta noche en un acto de rememoración. Ortega, Santucho, cada uno a su manera, pero finalmente de la misma manera, profundamente ética y revolucionaria, dieron sentido a la vida de muchos.

Aun de aquellos que los vieron con indiferencia o con recelo por disputas menores. No hablo de los que fueron sus enemigos y sus asesinos, porque con ellos las cartas ya estaban plenamente jugadas, pero sí hablo de mucha gente que los criticó, que no vio sus gestos ejemplares. El riesgo con el que vivieron tratando de construir una vida social que superase el momento histórico. Ellos perduran en nuestra memoria, en nuestra rememoración porque las disputas de la época, insisto, en una dimensión más universal, están hoy desnudas bajo esta luz monstruosa de la pandemia.

Qué puedo decir, que los conocí a los dos, que los quise a los dos, que trabajamos juntos. Que para dar un ejemplo Rodolfo Ortega Peña y yo, junto con Matarollo, y Duhalde, fuimos los abogados defensores de Santucho. En mi caso particular fui y soy amigo de su familia, sigo teniendo vínculos cariñosos con sus hijos y sobrinos. Es una familia con la que tuve trato personal y lo mantengo. En estos días me voy a encontrar justamente con uno de sus hijos. Y hace poquito estuve con uno de sus hermanos. Yo siento un afecto profundo hacia la familia Santucho.

Y, por supuesto, considero que Robi Santucho es un ejemplo para Latinoamérica, para todos los que se alzan contra las injusticias del mundo, como decía el Che Guevara, que son capaces de sentir como propio el dolor de otros. Y en el caso de Ortega igual, un compañero del alma, un amigo con el que jugábamos al fútbol, enfrentábamos atentados juntos, porque nos han puesto bombas en dos sitios en los que estábamos juntos. Hemos compartido el periodismo, la defensa de los DDHH, también soy amigo de su familia y sus hijos.

Hablo de lo político en general, de lo filosófico, pero también de lo personal porque todo va de la mano. Los quise mucho, los quiero y los recuerdo de la mejor manera que un hombre grande ya, como yo, puede recordar, tratando de unir en un mismo recuerdo lo que hicieron a nivel de militancia pero también recordarlos como amigos, con los que he compartido sueños, alegrías, un vaso de vino o comernos una empanada fría porque el peligro no daba para más.

Y fuiste parte, con Mario Hernández, Roberto Sinigaglia y el "pelado" de la Gremial de abogados en aquellos años.

Así es Mario, muy buena memoria la tuya.

Siempre recuerdo que Robi te encomendó a su hermana.

Sí, se había recibido la hermana de Robi de abogada y vino a Buenos Aires, y él como buen hermano y conocedor de este espíritu tan de farándula que a veces uno ve en nuestra ciudad, me pidió con mucho cuidado, hasta quizás un poco avergonzado, que por favor yo fuera una de las personas que la guiara a Manuela, que era muy jovencita, recién llegada.

Luego desaparecida en Tucumán.

Sí. Así fue como la conocí y le pedí a mi madre que la cuidara en nuestra casa. Es un recuerdo hermoso el que traés. Me hace bien traerlo a mi memoria.

Hace poco me enteré que estando secuestrada Manuela en Tucumán, le hacen leer la noticia de la muerte de uno de sus hermanos. Y las propias autoridades militares que la tenían secuestrada, dicen que lo hizo con una dignidad que los conmovió.

Ella también era una militante revolucionaria, una muchacha dulce, respetuosa, con ansias de estudiar y formarse humanísticamente, de aportar desde la profesión, pero también desde los actos de compromiso porque había que comprometerse en esa época. Y ella pagó duro su coraje civil y por qué no decirlo, el amor y el respeto que tenía por su hermano.

Como dijiste, mi vida está ligada a la poesía, no puedo ni quiero negarlo, y así es como recuerdo que hablé en el entierro del "pelado" Ortega.

Yo no llegué porque me detuvo la policía.

Sí, lo sabía, a mí también me costó llegar porque haber hablado ahí, por haber enfrentado al grupo de sus asesinos, a los pocos días me pusieron una bomba en mi domicilio. Voló todo por los aires.

Pero volviendo a Ortega, yo escribí a partir de esos hechos, un largo texto que se publicó durante el exilio en Barcelona, en España, que recuerdo que Eduardo Luis Duhalde le escribió un prólogo y Ricardo Carpani hizo los dibujos del "pelado" Ortega, que se llamó "Homenaje" y que luego recogí en un libro con otros trabajos de recordación de compañeros. Y de ese poema de homenaje me permito leer el momento final:

A Rodolfo Ortega Peña

Un hombre moral.
Embistiendo de frente contra un orden inmoral.
No hallará respuestas.
Pero si viajará en un taxi negro y amarillo.
Chapa C3710002.
Y al llegar a la esquina de Arenales y Pellegrini.
En la puerta de un local donde se lee Drugstore.
Recibirá tantos tiros en la cabeza.
Como para arrancársela.
Como para que nada quede en ella.
Ni los pensamientos.
Ni los recuerdos.
Ni la idea victoriosa de la clase obrera.
Ni la imagen de esa pampa por la que había
soñado cabalgar.
Con cada una de esas voces que le hablaban
al llegar la noche.
Con cada una de las muertes que tanto le dolieron
hasta volverlas vivas.

Hemos debido dejar la patria / aquel paisaje que
era nuestro espíritu.
Nos queda la memoria / los hijos / lo amado...
El sol que se aparece por la ventana
ilumina esta pieza donde escribo.
Palabras.
Palabras sin respuesta.
Palabras como un abrazo. No tiene final un poema para el amigo asesinado.
Tampoco tiene final esta lucha que nos envuelve
y desgarra.
La derrota es hoy la gran señora impía que todo
lo corrompe. Pero ella no es eterna.
Volveremos del exilio. Sin pactos
con el exterminador. Sin comercio
de nuestros muertos.
O volverán nuestros hijos.
Sé que tus hijos Rodolfo.
Y mis hijos y los hijos de cada compañero
verán hacerse luz la pesadilla.
Verán hacerse alegría la sangre que dejaste. La
verán crecer y convertirse
en un manzano bello.
Ese manzano.
Erguido y libre. Fuerte y puro como vos.
Recibiendo los dones del cielo y de la tierra.
Ese manzano de naide es más que naide.
Florecerá.
Lo agitará el viento.
Nos dirá que la vida puede más que la muerte.
¡Vamos caballo!
Aléjate tristeza.
Es hora de andar.

1974-1978

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