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Venezuela :: 11/02/2009

Mediocridad

Roberto Hernández Montoya
Piensa en eso el 15 [de febrero, referéndum en Venezuela], cuando te toque escoger sí o no. O abstenerte, asentando en tu diario: ?Nada?

Cuentan que el día de la Toma de la Bastilla, Luis XVI asentó en su diario: “Nada”. O algo así. No sé bien porque no me atrae leer diarios ajenos.

Como que el día de la Batalla de Ayacucho [Perú, fue el último gran enfrentamiento dentro de las campañas terrestres de las Guerras de Independencia americana (1809-1826)] uno se pusiera a jugar dominó, cual si nada.

La historia otorgó generosa el privilegio de vivir un acontecimiento cardinal, definitorio, definitivo, del que se hablará por siglos y milenios, y el mediocre se pone a cambiarle el agua al canario o a jugar chapitas en una esquina mientras una multitud canta La Marsellesa por primera vez o se inventa la escritura o el Calendario Maya.

Es más, tengo mayor respeto por los contrarrevolucionarios, pues participan en la revolución, así sea contrariándola.

Hay personas de una mediocridad macabra, que siendo queridas por todos, cambalachearon ese amor unánime por el mohín despectivo de consentimiento de algún burgués que siempre las ha despreciado.

Tolero casi todo vicio, pero confieso paciencia corta para la mediocridad. No la de los que no nacimos con talento suficiente para ser un gran escritor, un gran músico, un gran científico. Eso es mala suerte, simplemente. Me refiero a los que pudiendo lo más prefieren lo menos. Juan Parao, el inolvidable personaje de Rómulo Gallegos, decía que “hay que cambiar el menudo por la morocota” (morocota es moneda de oro, hoy en desuso). El mediocre cambia la morocota por el menudo. Es el que pudiendo ser un gran músico mundial prefiere ser acompañante de un cantante de cuarta. Como si Gustavo Dudamel escogiera tocar reguetón.

Tengo que ir al médico. Me salió una roncha en la lengua de tanto repetir que no hace falta envilecerse para oponerse a un gobierno. Una cosa es oponerse a la dictadura de Juan Vicente Gómez, por ejemplo, y otra prostituirse.

Es más, uno puede ganar mucha dignidad oponiéndose a un mal gobierno, como ganó Gallegos declinando un cargo con que lo tentó Gómez, precisamente para envilecerlo. O los que terminaron en La Rotunda por luchar contra Gómez. O los que cumplieron una labor periodística intachable, como Leoncio Martínez, escritor, artista y humorista fiel a su pueblo hasta que murió. No todos traicionan.

Piensa en eso el 15, cuando te toque escoger sí o no. O abstenerte, asentando en tu diario: “Nada”.

roberto@analitica.com

 

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