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Medio Oriente :: 08/01/2023

Normalización árabe-israelí y lucha por la liberación de Palestina

Yara Hawari
Oponerse a los acuerdos de normalización no sólo tiene que ver con la lucha por la liberación de Palestina sino también con un futuro mejor para los pueblos de la región

 

 30 de diciembre, 2022 Publicado en Internacional

Introducción

El término normalización surgió a raíz de la firma en 1979 del Tratado de paz entre Egipto e Israel que declaraba que “los signatarios establecerán entre sí las relaciones normales propias de Estados en paz recíproca”. Hasta entonces las relaciones con el régimen israelí se calificaban popularmente de jiyanah (traición o deslealtad). En respuesta a la expresión normalización, palestinos y árabes comenzaron a utilizar el término antinormalización para describir el rechazo a tratar con el régimen israelí como entidad normal.

Aunque el vacuo discurso de la construcción de la paz que se desprendía de los Acuerdos de Oslo de 1993 desvió inicialmente la atención de las acciones antinormalización, en 2007 la sociedad civil palestina renovó su consenso sobre la cuestión poniendo en marcha la Campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). La Campaña establece un conjunto de directrices claras dirigidas a palestinos y árabes, que pone el énfasis en la importancia de negarse a reconocer al régimen israelí como entidad con derecho a mantener relaciones normales con aquellos a quienes oprime o con sus vecinos.

Incluye el rechazo a participar en proyectos o eventos que reúnan a palestinos y/o árabes con israelíes, en los que la parte israelí no reconozca los derechos fundamentales de las y los palestinos de acuerdo con el derecho internacional, y si no está en consonancia con el espíritu de la co-resistencia. Apelando a su historia común y a su lucha contra el proyecto sionista, los palestinos solicitaron a los pueblos árabes que respaldasen estas directrices a fin de dar respuesta a los incesantes esfuerzos del régimen israelí para normalizar su presencia de asentamiento colonial en toda la región.

A pesar de esta renovada reclamación de la sociedad civil palestina, las políticas de los regímenes árabes hacia la normalización de relaciones con el régimen israelí han avanzado a un ritmo inquietante. Así se puso de manifiesto con los Acuerdos de Abraham de 2020 que, en lugar de proporcionar paz y estabilidad a la región como aseguraban sus defensores, concitaron a gobiernos autoritarios para firmar acuerdos sobre armamento y seguir compartiendo inteligencia con Israel.

No obstante, ni la normalización del proyecto sionista por parte de regímenes árabes es un fenómeno nuevo ni lo es la oposición a ella. La normalización ha sido una constante de la geopolítica regional durante un siglo. Así pues, este artículo esboza las maniobras históricas y contemporáneas ejercidas para la normalización en toda la región; seguidamente aborda la diferenciación entre regímenes árabes y pueblos árabes, que continuamente se han opuesto a la normalización. Concluye explicando las implicaciones de las políticas de normalización para la liberación palestina y para el futuro de la región.

Una historia de normalización

En la década posterior a la limpieza étnica de Palestina de 1948 ya hubo dirigentes árabes que entablaron negociaciones secretas con el régimen israelí. El caso más destacado fue el de Marruecos, que en la década de 1960, bajo el reinado de Hassan II, fomentó secretamente relaciones con el Mossad, los servicios de seguridad del régimen israelí. Incluyó autorizar al Mossad a abrir una pequeña oficina en Rabat.

La cooperación alcanzó su punto álgido en la Cumbre de la Liga Árabe celebrada en Casablanca en 1965 en la que, según consta, el Mossad ayudó a los servicios secretos marroquíes a instalar micrófonos ocultos en las habitaciones del hotel y en las salas de conferencias de los dirigentes árabes asistentes. Los servicios secretos israelíes también entrenaron a sus homólogos marroquíes en tácticas anti-insurgentes para utilizarlas contra el Polisario, el movimiento de liberación del Sáhara Occidental. Posteriormente, el rey Hasan II acogería reuniones secretas entre el Mossad y funcionarios egipcios que acabarían dando lugar al primer acuerdo oficial de normalización entre un Estado árabe, Egipto, y el régimen israelí.

Después de tres décadas de hostilidad, Egipto firmó un tratado con el régimen israelí en 1979. A cambio, Israel se retiró de la península del Sinaí que había ocupado en 1967. Catorce años después, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el régimen israelí firmaron los Acuerdos de Oslo que abrieron la puerta a una mayor normalización regional. De hecho, el reconocimiento del régimen israelí por parte de los dirigentes palestinos como resultado de los acuerdos señaló que hacerlo ya no era tabú.

Poco después de Oslo Jordania normalizó sus relaciones con el régimen israelí mediante el Tratado de Wadi Araba de 1994. El acuerdo puso fin oficialmente al estado de guerra entre los dos países, estableció relaciones diplomáticas plenas y consolidó la posición de los pasos fronterizos que comparten. A cambio, Jordania recibió una importante ayuda militar y económica de Occidente y consolidó su posición como aliado clave de EEUU en la región.

En 1996 Qatar se convirtió en el primer Estado del Golfo en reconocer de facto al régimen israelí al establecer con él relaciones comerciales. En la Cumbre Económica de Oriente Próximo y Norte de África celebrada en Doha en 1997, los qataríes recibieron al ministro de Comercio israelí, lo que indignó al régimen saudí en aquel momento. Sin embargo, tras el ataque del régimen israelí a la Franja de Gaza en 2008, la relación se deterioró y Qatar suspendió formalmente todos sus vínculos. En 2010 el régimen israelí rechazó una iniciativa qatarí para restablecer las relaciones en el marco de un acuerdo que permitiera a Qatar enviar ayuda a Gaza. No obstante, las relaciones entre ambos regímenes así como un modesto intercambio comercial se han mantenido de manera informal.

Aunque otros regímenes tardarían más tiempo en normalizar relaciones formales con Israel, tras los Acuerdos de Oslo se intensificaron las relaciones encubiertas y la cooperación en materia de seguridad e inteligencia. La preocupación ante la posibilidad de que se produjeran disturbios internos fue un factor determinante, especialmente cuando en 2011 estallaron las revueltas populares en el norte de África y en el mundo árabe. El apoyo inicial y hueco del ex presidente estadounidense Barack Obama a las revueltas preocupaba a los Estados autocráticos del Golfo, sobre todo cuando EEUU empezó a presionarles para que pusieran en marcha reformas democráticas. El acuerdo nuclear de su administración con Irán en 2015 estrechó aún más los lazos entre Israel y EAU al sentirse ambos traicionados. De hecho, el sentimiento anti-iraní y el ascenso de una nueva generación de dirigentes –no electos– interesados en reforzar los lazos con Occidente y en romper con el legado del nacionalismo árabe ha acercado a muchos Estados del Golfo al régimen israelí.

Lo mismo ha ocurrido ante la perspectiva de compartir tecnologías de vigilancia. Una reciente investigación de The New York Times sobre el programa espía israelí Pegasus revela que funcionarios israelíes ofrecieron el programa a EAU en 2013 como oferta de tregua. La propuesta pretendía compensar un episodio ocurrido tres años antes cuando agentes del Mossad asesinaron a un funcionario de Hamás en Dubai sin informar de la operación al gobierno emiratí. El programa espía llegó en el momento oportuno: cuando EAU estaba en plena represión de la oposición política para detener una revuelta interna.

En septiembre de 2020, EAU y Bahréin se convirtieron en el tercer y cuarto Estado árabe que establecía formalmente relaciones diplomáticas con el régimen israelí a través de los Acuerdos de Abraham de la administración Trump. Los acuerdos fueron aclamados como tratados de paz históricos por buena parte de los principales medios de comunicación a pesar de que ambos países nunca habían estado en guerra con el régimen israelí. Sin embargo, los medios de comunicación acertaron al afirmar la importancia histórica de los acuerdos habida cuenta de su humillante naturaleza.

Poco después de que se rubricaran los acuerdos, EAU firmó un acuerdo de armas con EEUU por valor de 23.370 millones de dólares que incluía cazas F-35 y sistemas de aviones no tripulados Reaper. El ex secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo declaró que había autorizado la venta de acuerdo con el espíritu de los Acuerdos de Abraham. Netanyahu expresó inicialmente su oposición a esa venta de armamento temiendo que pudiera amenazar la superioridad militar cualitativa del régimen israelí en la región pero más tarde dio marcha atrás en su posición.

Aunque Arabia Saudí no formó parte oficialmente de los Acuerdos de Abraham respaldó el cambio de política. La verdades que, de haberse opuesto a los acuerdos, no se habrían materializado. La relación de Arabia Saudí con el régimen israelí también ha experimentado ciertos progresos importantes en 2022. Tras años de negociaciones y a través de la mediación de la administración Biden, el régimen israelí aceptó un acuerdo de 2017 entre Egipto y Arabia Saudí por el cual se transfería la autoridad sobre las islas Tirán y Sanafir (en el Mar Rojo) del primer país al segundo. Israel hizo valer la necesidad de su aprobación –como requería lo establecido en el tratado de paz egicio-israelí de 1979– para obligar a Arabia Saudí a permitir que aviones israelíes sobrevuelen su espacio aéreo. Por su parte, el régimen egipcio ha accedido a trasladar la fuerza de observación multilateral desde las islas a posiciones de la península del Sinaí.

En anuncio oficial, los saudíes no mencionaron al régimen israelí por su nombre sino que afirmaron que “abrirán el espacio aéreo del reino a todas las compañías aéreas que cumplan con los requisitos de la autoridad para sobrevolar”. Así deja constancia Arabia Saudí de su continua negativa a normalizar oficialmente relaciones con el régimen israelí. En julio de 2022, el Ministerio de Asuntos Exteriores saudí reiteró la línea oficial de que la normalización se producirá si se aplica la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, que exige el establecimiento de dos Estados a lo largo de las fronteras de 1967, la retirada del régimen israelí de las tierras que ocupó en 1967 y que se garantice que Jerusalén Oriental será la capital de un futuro Estado palestino. Pero aunque la Liga Árabe siga oficialmente comprometida con la Iniciativa de Paz Árabe, lo que se desprende sin ambages de todas las maniobras expuestas anteriormente es que a escala gubernamental se ha renunciado a que Palestina se convierta en un Estado y a seguir respaldando su lucha por la liberación nacional.

Separar los regímenes del pueblo

No obstante, estos acuerdos de normalización no reflejan el sentimiento popular. Desde los inicios del proyecto sionista en Palestina los pueblos de toda la región se han opuesto a él de forma constante e inquebrantable. Ya antes de 1948 quedó patente la solidaridad árabe con el pueblo palestino, y durante la propia guerra de 1948, miles de voluntarios de toda la región se unieron al Ejército Árabe de Liberación en defensa de Palestina. Las fuerzas de voluntarios llegaron a Palestina incluso desde Iraq; su sacrificio se honra hoy en día en un monumento conmemorativo a las afueras de la ciudad palestina de Yenín.

Años después, tras la firma del tratado de paz entre Egipto e Israel en 1979, la Liga Árabe votó suspender y sancionar a Egipto. Se retiró a sus diplomáticos y los responsables egipcios se quejaron de una campaña de aislamiento político. Aun así las sanciones no tuvieron costes y Egipto volvió a ser miembro de pleno derecho en 1989. Pero la traición que sintió la calle árabe fue mucho más duradera. Hubo manifestaciones en toda la región que calificaban de traidor al presidente egipcio Anwar Sadat por romper el consenso árabe. La propia ciudadanía egipcia ha seguido asimismo expresando su oposición a la normalización, especialmente tras la invasión israelí de Líbano en 1982.

La oposición árabe a la normalización sigue plenamente vigente a día de hoy. Una encuesta realizada por el Centro Árabe de Investigación y Política entre 2019 y 2020 revela que todos los pueblos árabes de la región siguen oponiéndose a la normalización diplomática con Israel. En Kuwait, Qatar y Marruecos, la oposición a la normalización alcanza el 88%, mientras que en Arabia Saudí, solo un 6% está a favor. Legisladores y organizaciones de la sociedad civil de Argelia, Túnez y Kuwait siguen ejerciendo presión para que se penalice toda forma de normalización con el régimen israelí; Iraq ha aprobado una ley de este tipo en mayo de 2022.

Hay que hacer notar que ni EAU ni Bahréin se incluyeron en la encuesta de 2019-2020 porque resultaba muy complicado formular preguntas de naturaleza política tan delicada. No en vano el gobierno de EAU se ha aplicado especialmente en silenciar y castigar a los opositores a la normalización llegando incluso a enviar mensajes de WhatsApp en los que advierte a la gente que está prohibido cuestionarla. A la reconocida poetisa emiratí Dhabiya Khamis Al Muhairi se le ha prohibió salir de EAU tras hacer pública su oposición a la normalización con el régimen israelí. En consecuencia, quien expresa públicamente la oposición popular a la normalización son los emiratíes en el exilio.

Del mismo modo, Bahréin aprobó una ley que prohibe a los funcionarios públicos oponerse a la política de normalización del gobierno. Sin embargo, justo antes de la ratificación de los Acuerdos de Abraham, decenas de colectivos populares y de la sociedad civil de Bahréin publicaron una declaración colectiva en la que rechazaban la medida y reiteraban su apoyo a la lucha palestina por la liberación. Entre ellos había varios grupos de la izquierda, sindicatos y asociaciones profesionales. Asimismo en 2019 se creó la Coalición del Golfo contra la Normalización que agrupa activistas de todos los países del Golfo comprometidos con la liberación palestina.

Asimismo son centenares las muestras de rechazo individual a la normalización: atletas y personalidades culturales de toda la región se niegan a formar parte de eventos en los que haya participantes o financiación israelíes. Por ejemplo, el judoka argelino Fethi Nourine se retiró de los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 en protesta por tener que jugar contra un oponente israelí. Nourine fue suspendido durante 10 años por la Federación Internacional de Judo.

La normalización y el futuro de la región

La normalización de los regímenes árabes con el proyecto sionista y el régimen israelí no es nueva. De hecho, los Acuerdos de Abraham de 2020 no sorprendieron a las y los palestinos. Aun así, han dado vía libre a un nuevo tipo de bochornosa normalización que no solo intensifica la coordinación diplomática, militar y de seguridad con el régimen israelí sino que alardea de ello públicamente. Los actos culturales, las estratagemas publicitarias y otras campañas normalizadoras en redes sociales entre emiratíes e israelíes dan cuenta de esta transformación, que marca una gran diferencia respecto de las formas de normalización establecidas tras los acuerdos de paz egipcio (1979) y jordano (1994).

Lo cierto es que ambos regímenes –Jordania y Egipto– siguen quitando importancia a la normalización y la presentan como una simple cuestión que sirve para poner fin al estado de guerra con una entidad fronteriza, un punto especialmente importante para Jordania, que acoge a una gran población palestina refugiada. La posibilidad de que la movilización popular en torno a la causa palestina tenga un efecto indirecto y pueda causar mayor escrutinio a los dirigentes egipcios y jordanos y reivindicaciones de cambio, obliga a los respectivos regímenes a mantener discreción en lo que a sus acuerdos de normalización se refiere, lo que refleja la fragilidad de su control del poder. Así que puede afirmarse que la capacidad de un Estado para normalizar relaciones de forma tan denigrante y pública con el régimen israelí corre pareja con la fuerza y solidez del despotismo al que somete a su pueblo.

En ello radica precisamente lo que hace que estas últimas maniobras de normalización sean tan preocupantes: la congregación de regímenes autocráticos regionales en una alianza basada en acuerdos de armas, intercambios de tecnología de vigilancia y coordinación de la seguridad augura un futuro aciago para los pueblos de la región. Por lo tanto, oponerse a los acuerdos de normalización no sólo tiene que ver con la lucha por la liberación de Palestina sino también con la lucha por un futuro mejor y más libre para los pueblos de la región.

La lucha por la liberación de Palestina debe ir de la mano de la lucha por la liberación de todos los pueblos árabes sometidos a regímenes despóticos. Enfrentarse y poner fin a estos regímenes opresivos debe traspasar las fronteras porque, en última instancia, el reconocimiento de nuestra lucha común contra enemigos comunes es la única manera en que podemos hacer realidad un futuro radicalmente diferente del que actualmente se está escribiendo para nosotros y nosotras.

Al Shabaka

 

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