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Medio Oriente :: 09/03/2020

Palestina: palabras y narrativas (I)

Maciek Wisniewski
Hablando de la peculiar crueldad del régimen de Israel, un "país" poseído por la manía de castigar a los débiles

Edward W. Said, el gran intelectual palestino –y quintaesencia intelectual pública− que por sí solo y de manera pionera abrió las ciencias sociales a los modos en que mundos enteros quedan encasillados en palabras y narrativas ajenas − Orientalismo (1978), Cultura e imperialismo (1993)−, en un texto triste, escalofriante y bello −por si esta palabra aplica a una reflexión sobre el sufrimiento de todo un pueblo escrita en medio de una enfermedad terminal− hablando de la peculiar crueldad de Israel −un "país" poseído por la manía de castigar a los débiles− reflejada en periódicas masacres de Gaza y la interminable ocupación de Cisjordania, apuntaba que todo el lenguaje del sufrimiento y de la vida cotidiana palestina fue secuestrado o pervertido al punto de ser inútil e incluso servir como pantalla para ir infligiendo más muerte y tortura.

Me acordé de esto pensando en el Acuerdo del Siglo (The deal of the century),  preparado −sin ninguna participación palestina, pero sí con harta autoría israelí− por los mediadores estadounidenses cuya creatividad radicó básicamente en secuestrar las palabras y alterar su sentido: cambiar los nombres o estatus de los lugares contrariando al derecho internacional (Jerusalén, asentamientos ilegales, etcétera.) para sancionar su ocupación y la próxima anexión, o llamar ejército a un conjunto de enclaves sin continuidad, control del espacio aéreo/seguridad/política exterior. Nació con excusa y pantalla de mejorar la vida cotidiana de los palestinos para seguir castigándolos e irles infligiendo más muerte y tortura. “Matar, reducir, mutilar y ahuyentar hasta que se quiebren”, escribía Said.

Por más que este supuesto plan de paz se presente como un cambio de enfoque y narrativa frente a lo que no servía antes, en realidad es sólo la consumación de lo que ya hubo: los Acuerdos de Oslo a los que en su momento Said se opuso categóricamente prediciendo que esto iba a acabar así: todo para Israel, nada para Palestina (The end of the peace process, 2000), y por más que el dúo Trump-Netanyahu que lo parió se vislumbre como el milagro para Israel −en efecto se le concedieron todos sus deseos− ya hemos tenido algo así.

¿Alguien se acuerda de la dupla Sharon-Bush Jr.?

Cuando en 2004 Israel se retiró unilateralmente de Gaza –una medida calculada para boicotear el proceso de paz y ponerlo en formaldehído−, G. W. Bush llamó a Ariel El Carnicero Sharon el hombre de la paz (sic) y abrazó su agenda nacionalista y anexionista dándole garantías por escrito (sic) −retención de partes de Cisjordania a su criterio y negación al retorno de los refugiados palestinos− que revertían, o desnudaban, la tradicional –neutral− postura de EEUU (A. Shlaim, Israel and Palestine, p. 293).

Said llamó −en otro lugar− las jugadas israelí-estadunidenses de aquel entonces (road map) gracias a las cuales Sharon, a pesar de tres acusaciones de corrupción en su contra, logró aferrarse al poder −¿a qué nos recuerda esto? (¡le hablan, Mr. Netanyahu!)− y Bush Jr. consolidó el voto de los sionistas cristianos ante las elecciones que se avecinaban −¿a qué nos recuerda esto? (¡le hablan, Mr. Trump!)− no planes de paz, sino de pacificación: “de poner el fin al problema ‘Palestina’”.

El unilaterialismo sharoniano tenía un propósito: el politicidio de los palestinos: la disolución de Palestina como una legítima entidad que comprendía también una −total o parcial− limpieza étnica en Eretz Israel (B. Kimmerling, Politicide, p. 17).

El Acuerdo del Siglo que no por casualidad contiene un apartado sobre “transfers poblacionales” −un eufemismo para la limpieza étnica−, o sea, un marco legal para ejecutarlos en el futuro ante los ojos del mundo indiferente, con su unilateralismo es sólo el siguiente ejercicio en politicidio y afán de desaparecer a los palestinos envuelto ahora en un novedoso lenguaje de visiones y oportunidades económicas.

Si bien –como de costumbre− tiene razón Robert Fisk que basta echar un ojo a la palabrería de este documento −absurdos, parodia y banalidad en casi igual proporción− para ver que todo esto es sólo una siguiente locura (mumbo-jumbo) y vacilada (ballyhoo) trumpiana −¿Hasta cuándo los periodistas, los escritores, estaremos tomando en serio estas palabras...? (bit.ly/2GOYMmZ)–, balbuceo o no, allí está e incluso está siendo implementado (bit.ly/2PPZMMz).

Ya hace 18 años en aquel triste y –vuelvo a decir− bello texto, Said lamentaba la época pasada de Israel Shahak, Yeshayahu Leibowitz o Jakob Talman, los intelectuales que no temían decir verdades incómodas –como que la ocupación está pervirtiendo al propio Israel− subrayando que eran pocos (Uri Avnery, Ilán Pappe, Zeev Sternhell, Gideon Levy, Amira Hass, Jeff Halper) quienes tenían el valor de luchar por las palabras en Israel.

La paz por ejemplo –un término que desapareció del vocabulario político israelí y está siendo usado para el público exterior− ya es una palabra muerta. Sólo queda la pacificación.

Y las voces palestinas (y pro-palestinas) –múltiples, ricas, heterogéneas− quedan secuestradas, pervertidas, silenciadas y desaparecidas, como la Palestina misma.

Sólo queda el balbuceo del dúo Trump-Netanyahu.

@MaciekWizz

 

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