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Medio Oriente :: 28/03/2020

Palestina: palabras y narrativas (II)

Maciek Wisniewski
Netanyahu tildaba a los llamados a retirar los asentamientos ilegales israelíes de las tierras palestinas... una limpieza étnica

Cuando, después de varios retrasos, Donald Trump y Benjamin Netanyahu anunciaron finalmente el “acuerdo del siglo (The deal of the century”), un supuesto plan de paz para Medio Oriente, yo me imaginé al viejo Uri Avnery (1923-2018), el decano del periodismo israelí, saltando en la silla, agarrándose la cabeza y gritando: “¡ Chutzpa, chutzpa...!” (descaro/insolencia, del hebreo/yiddish, un vocablo que se pasó al polaco, inglés y como una de las pocas palabras judías también al alemán). Avnery –que hasta el final de sus días, contrario p.ej. a E. W. Said o I. Pappe, creía en la solución de dos estados, que el Acuerdo desnudó demostrando que la imparable colonización israelí lo volvió imposible− se deleitaba en describir y/o caricaturizar los múltiples descaros del eterno líder de Israel.

El Acuerdo parece el último clavo al ataúd de su visión. Pero lo que más lo desesperaría sería su descaro. La chutzpa de Netanyahu, desde luego, no es la misma chutzpa –esta vieja cualidad judía− de tintes emancipatorias que Michael Löwy identificaba en las palabras de Ernst Bloch, el gran filósofo de la esperanza y uno de los más eminentes representantes de la simbiosis judeo-alemana −otra vez de vuelta a Avnery, al cual siempre le gustaba recordar que nació como Helmut Ostermann− cuando con una característica mezcla de mística cristiana, mesianismo judío y política revolucionaria aseguraba que “este mundo no es ‘verdadero’, en el sentido que va más allá de la facticidad...

Y si algo no corresponde a los hechos −y para nosotros, los marxistas, los hechos son sólo momentos reificados de un proceso y nada más−, pues tanto peor para los hechos (umso schlimmer für die Tatsachen), como decía el viejo Hegel” (Judíos heterodoxos. Romanticismo, mesianismo, utopía, Siglo XXI/UAM, 2015, p. 165-166).

La chutzpa de Israel −el truco que este tradicionalmente empleó no sólo hacia los palestinos, sino también a sus aliados estadounidenses, en un intento de sincronizar (¿Gleichschaltung?) las políticas de Washington con las de Tel Aviv hasta el punto desesperar una vez al pobre Bill Clinton: ¡¿Quién carajos es la superpotencia aquí...?!– es la chutzpa desde el punto de vista del poder y de la fuerza nuda.

Bien encarnada en el propio Acuerdo que con su unilateralismo (Oslo al menos creaba una ilusión de negociaciones y diálogo) está basado en la realidad ya existente forjada por la ocupación –una palabra que desapareció por completo del documento (¡sic!)− buscando codificar únicamente la realidad cruel de los hechos (facts on the ground) y transformando en efecto todo el lenguaje, términos y reglas de la solución de conflictos: aquí sólo la parte dominante moldea a la otra a su antojo y de acuerdo con sus intereses.

Es una “ chutzpa de hierro” –tratar con los árabes solamente desde la posición de la fuerza, como insistía Jabotinsky− en la que los israelíes, bien apunta J. Ofir, acostumbran gritar ¡me pegan, me pegan! mientras pegan y castigan a los palestinos.

Una vez Netanyahu –estableciendo una suerte de “récord Guinness de la chutzpa”−, después de batallar por años contra el término limpieza étnica, evocado a menudo por los críticos de Israel (véase: I. Pappe, The ethnic cleansing of Palestine, Oxford 2006), de repente lo abrazó tildando a los llamados a retirar los asentamientos ilegales israelíes de las tierras palestinas... una limpieza étnica (¡sic!). Acusando a los palestinos –¡el mundo patas arriba!− de perseguir este tipo de políticas y querer su futuro Estado limpio de judíos, siendo más bien Israel fundado en ella y determinado siempre a quedarse con la mayor cantidad de tierra palestina con la menor cantidad de los palestinos posible (e idealmente libre de los árabes (Arabrein). El ladrón denunciando el robo.

Así no era una casualidad que N. Finkelstein titulase: Más allá de la chutzpa uno de sus libros iconoclastas que apuntaba a aquellas infames raíces de Israel y criticaba la “corrupta manera en que se habla del ‘conflicto israelí-palestino’” junto con el abuso de la acusación de (nuevo) antisemitismo hacia los críticos de Israel (Beyond chutzpah, California 2005). Respecto al Acuerdo, en otro lugar, Finkelstein subrayaba: “hay que poner atención a su lenguaje. Ellos lo llaman The Deal of the Century. Trump, Jared e Ivanka son empresarios y la política no les importa, excepto cuando es vía al enriquecimiento personal. Bueno, Netanyahu está interesado en los dos."

Sea como fuere, frente a esta chutzpa −“Este Acuerdo no es ‘verdadero’...”, diría uno siguiendo a Bloch: aquí sólo una parte, desde una posición de fuerza, demanda la incondicional rendición de la otra– lo único que les queda a los palestinos es “sumud” (firmeza/resistencia, del árabe).

Y si bien ya hace un par de décadas E. W. Said apuntaba que la esperanza ha sido eliminada del vocabulario palestino, en un buen estilo mesiánico, blochiano o benjaminiano, y en un espíritu de esta ya extinta cepa del pensamiento mitteleuropeo, dejaba una puerta abierta para que esta pudiera regresar en forma de visión de un sólo Estado binacional basado en derechos iguales y sufragio universal. ¿Utopía? Bloch estaría encantado.

@MaciekWizz

 

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