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Mundo :: 03/11/2011

R. Dominicana: Sujeto y retórica del progresismo de izquierda (I)

Leandro Morales
El mercado es el problema y tanto la derecha como la izquierda proponen más mercado. El Estado es el problema y, a vertientes iguales izquierda y derecha, recetan más Estado

I. De entre las innumerables declaraciones de mala conciencia de los partidos y las organizaciones de izquierda con candidatos para las elecciones del 2012 en La República Dominicana, hay una bastante curiosa, que merita ser resumida y analizada, antes de espigarla en sus referentes y conceptos esenciales.

El documento de dicha declaración dice lisa y llanamente: el programa del candidato, del partido y la unidad que favorecemos, no importa. Como sostén de tan paradójico enunciado se adelantan dos explicaciones: 1) Porque los programas son “aleatorios y gelatinosos”, “se prestan a cualquier uso demagógico”; “cualquier politiquero dice y pone cualquier cosa sobre el papel”; 2) El programa de nuestro candidato no importa porque también cae bajo la misma caracterización: es demagógico, es aleatorio, es gelatinoso, “asume, promete, afirma, lo que sea”, con tal de ganar electores.

Por más absurda que resulte la segunda explicación, es la única posible, ya que en ningún momento en el documento de la declaración, sus amanuenses se detienen, como dictaría el sentido común, a defender y exponer las diferencias conceptuales del programa de gobierno de su candidato con respecto a la demagogia propia de los otros candidatos y partidos del sistema.

Según la letra del documento lo que sí importa es la entereza moral del candidato de la unidad (su comportamiento), sus convicciones (el progresismo), su liderazgo (su partido); valoraciones que deben aceptarse porque los recursos universales del “método” con que esa izquierda va a estas elecciones así lo ha determinado.

Sin embargo, las razones que se esgrimen para descartar la importancia del programa son antinómicas. Así lo demuestra el hecho de que en otros pasajes del texto de la declaración se supedita la alianza entre el progresismo y el agregado de sujetos sociales a quienes convoca, a acuerdos en base a un programa: “Todos los componentes se comprometen con un programa mínimo orientado al combate a la corrupción, el rescate de la soberanía nacional, la satisfacción de la necesidad alimentaria del pueblo, el desempleo, mejoramiento del sistema de educación y la salud, la seguridad ciudadana, entre otras reivindicaciones impostergables”.

Ahora sí empezamos a entender por qué el programa no importa: es la noche en la que todos los gatos son pardos. Por si acaso, a salto de páginas, me tomé la molestia de hojear las propuestas electorales de los dos grandes partidos del sistema y todos empiezan con el mismo “había una vez”, que a juicio de los niños lo más maravilloso de los cuentos infantiles. También pensé en Pascal: los parecidos que distan no hacen reír, “hacen reír juntos por su semejanza”.

Los contrastes entre las propuestas de los partidos de derecha y la izquierda progresista, por el mismo sesgo demagógico al que se refiere el documento, son tan secundarios como las semejanzas. Sin embargo, no está demás poner de relieve el detalle de que las propuestas electorales de los partidos del sistema son más izquierdistas que las del progresismo de esa izquierda. Claro, objetaría el progresismo, la derecha no tiene por qué temer que la acusen de socialismo o comunismo; en consecuencia puede darse el lujo de asumir una identidad que no es la suya, más aún cuando esa identidad es precisamente lo que la izquierda, en estas elecciones, intercambia con la derecha.

II. Para que nada nos una, que nada nos separe. Fórmula de una escena ideológicamente corrompida, no por éste o aquel partido de oposición o de gobierno, de derecha o de izquierda, sino por ese intercambio casuístico de identidades que reduce la política a una contienda mediática entre apariencias.

Si pasamos de las apariencias a la realidad, nos damos cuenta de que el programa del progresismo de esa izquierda es “aleatorio y gelatinoso” porque las demandas que le confieren realidad a los sujetos sociales de su convocatoria son aleatorias y gelatinosas.

En primer lugar, no es suficiente la verdad y la realidad de las demandas de por empleo, mayores ingresos, más consumo, mejores condiciones de trabajo, más oportunidades. Desde los sectores más necesitados del país, a los estratos de una clase media, venida circunstancialmente de más a menos o de menos a más, esas demandas se manifiestan por todas partes y de múltiples maneras. Todos los partidos, sin distinciones ideológicas, todos las organizaciones e instituciones, privadas y públicas, en definitiva, todos reconocen el problema en lo que éste tiene de telúrico y cotidiano. Nadie sin embargo, parece sacar el corolario empírico y lógico de correspondiente. Basta con leer las propuestas de los partidos, progresistas o conservadores, de derecha o de izquierda, para comprobar que los problemas se ofrecen como soluciones. El mercado es el problema y tanto la derecha como la izquierda proponen más mercado. El Estado es el problema y, a vertientes iguales izquierda y derecha, recetan más Estado.

En segundo lugar, como no se micropolitiza el imaginario contextual de esas demandas, entonces no existe ninguna diferencia entre esos marginales, esas desempleadas, esos trabajadores precarios y mal pagados, esas informales, esas profesionales y empleados públicos de clase media, con el rebaño electoral que en tiempo de elecciones los partidos del sistema, con la misma retórica aleatoria y gelatinosa del progresismo, movilizan. Es el mismo sujeto porque son las mismas demandas y las mismas carencias funcionales a las instituciones y los valores del sistema. No se trata de un nuevo sujeto (irreductible a la dicotomía Estado/Mercado) que cuestione el sistema porque siente e intuye, porque entiende y padece que, con equidad o sin equidad, con sostenibilidad o sin ella, con regulación o sin regulación, con privatizaciones o estatizaciones, con apertura o monopolios, la riqueza de ese crecimiento de la producción y el consumo (guiado, a receta de todos los partidos, por el gasto público y las exportaciones) es al mismo tiempo miseria (económica, ambiental, social, personal, convivencial, cultural).

Son las demandas consumistas sin satisfacer de los nuevos pobres y la nueva clase media del neoliberalismo lo que el programa electoral de ese progresismo de izquierda promete gratificar. Esas demandas, vengan del estrato social que vengan, son reaccionarias y tan sumisas al Estado-Mercado como al Estado-Nación.

Por último, si el programa de gobierno del progresismo es “aleatorio y gelatinoso” es porque en su propuesta de más producción, más consumo, más inversiones , más exportaciones, mete en un mismo saco los resentimientos de los nuevos pobres, los resentimientos de la clase media y los resentimientos de las élites que aspiran a ocupar los puestos de mando y ventajas macroeconómicas (monetarias y fiscales) que ahora ocupan los empresarios, banqueros, militares y burócratas del actual gobierno.

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