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Europa :: 27/07/2025

Recortes para la guerra

Eduardo Luque
Financiar la guerra es caro, y el dinero, a falta de impuestos a los ricos, solo puede salir de disminuir el gasto social. Macron lo sabe, ya lo hace y otros lo seguirán. Ha llegado el invierno

EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empezó a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados "valores europeos" no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los DDHH. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder --desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial-- atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la II Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de EEUU, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la "autonomía estratégica" tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones --el llamado "año blanco"--, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica... Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país --como buena parte del continente-- se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados "veranos sin sol": crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: "multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies". Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada "economía de guerra". No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de "keynesianismo militar". Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en el saco roto de políticos y medios. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión "drástica" del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de falsas amenazas externas --Rusia, China, terrorismo, inmigración-- que sirven para justificar lo injustificable.

Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

 

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