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Pensamiento, Asia, Europa :: 15/08/2019

Rusia en la larga duración

Samir Amin
Se cumple un año de que nos dejara Samir Amin. Uno de los intelectuales marxistas más brillantes de la izquierda contemporánea

Amigo de La Haine, hoy le echamos de menos. Lo recordamos con este texto suyo.

Balance y perspectivas

La historia global es una sola. Esta, vista a a lo largo del tiempo, es la de una región del Planeta (en este caso, para este libro, Rusia) y solo adquiere su sentido cuando se la reubica en el enfoque de la historia global del autor de que se trata. Porque hay, como es obvio, diferentes enfoques de la historia global. Yo explico el mío en mi obra titulada L’Histoire globale, une perspective afro-asiatique (Les Indes Savantes, 2013): (I) un enfoque inspirado en el materialismo histórico de Marx, pero que toma su distancia con respecto a los marxismos históricos de las Internacionales, y (II) un enfoque inseparable de mi toma de posición como militante de la liberación de los pueblos de las periferias del sistema capitalista mundializado, internacionalista y universalista, que sitúa, pues, esta liberación en la perspectiva de la superación socialista del capitalismo.

La historia global tiende trampas peligrosas a sus defensores

La primera de ellas es la de caer en una filosofía de la historia que, lejos de deducirse de la historia propuesta, de hecho constituye su punto de partida, concebido a priori. Ya he dado un ejemplo de ello, el de Pirenne, que, en toda la historia de la humanidad, desde los tiempos más antiguos, opone los mundos marítimos, abiertos, democráticos, calificados de capitalistas, a los mundos continentales, cerrados, despóticos, calificados de feudales. Este a priori sin valor científico, a pesar de la erudición más que respetable del autor, se ha convertido en el de la ideología que circula en estos momentos. El mundo del Atlántico y del Pacífico –prácticamente la tríada EEUU, Europa, Japón– sería actualmente el de la economía eficaz (llamada del mercado), de la democracia y de la paz, que choca con las ambiciones desmesuradas de los mundos continentales –Rusia, China, el mundo árabe y musulmán– indudablemente despóticos y agresivos.

La segunda trampa, siempre asociada a la primera, es la de sucumbir ante las tentativas de un enfoque ahistórico, que insiste en la repetición de ciclos análogos que no toman en cuenta la diferencia cualitativa que separa las grandes etapas de la historia.Yo, por mi parte, me he negado a confundir la historia global precapitalista, que es la de las sociedades basadas en lo que yo he calificado de familia de los modos de producción tributaria, con la de los tiempos modernos, basada desde 1800 en el modo de producción del capitalismo histórico. En este libro yo he recordado mi crítica de la teoría ahistórica de la expansión y de la decadencia de los Imperios propuesta por Paul Kennedy.

La tercera trampa es la del diletantismo. La historia global exige el conocimiento de los sabios, cuya erudición no es un ornato académico, sino la traducción de las exigencias de la profesión. Pero yo no soy un historiador profesional, sino solo un lector –atento, creo yo– de las obras de los historiadores profesionales. Corresponde al lector la responsabilidad de juzgar la calidad de lo que yo les ofrezco: ¿un estudio cuyo sentido no destruyen los historiadores de Rusia, o el ensayo rápido de un aficionado?

Ahora llego a las conclusiones extraídas de mi lectura de la historia de Rusia a lo largo del tiempo. Por un lado, estas se refieren, al pasado y, por otro, al presente y al futuro posible.

En lo referente al pasado menos cercano, ya lo dije, la formación del estado ruso no me parece distinta a las de los reinos de Francia o de Gran Bretaña, por ejemplo. Estamos, pues, en una época anterior a la modernidad capitalista. Desde luego, las historias nacionales populares sienten preferencia por la pintura en rosa de la formación de sus naciones modernas, sin que, empero, pinten necesariamente de negro la de los otros. También se puede, situándonos en la actualidad, juzgar ese pasado con más rigor. El francés honesto no ignora los horrores de la Cruzada de los Albigenses sin la cual la fusión ulterior –y lenta– de Francia y de Occitania hubiese sido imposible; el británico honesto no ignora los horrores de la colonización de Irlanda; el ruso honesto, los del despotismo de los Zares (y los bolcheviques, por buenas razones de clase, han dado de ello la imagen más negra que se pueda imaginar).

Por mi parte, yo he puesto énfasis en el parecido y en la analogía de esas tres construcciones, que se pueden pintar de color rosa o de negro, según sea la conveniencia. Y si la construcción de Francia y la de Gran Bretaña se atribuyen a la acción de sus Reyes, y la de Rusia a su Emperador (Zar), la distinción de los títulos no tiene un alcance importante. Reyes son los monarcas de espacios geográficos limitados, en Emperador se convierte el Rey del espacio ruso, gigantesco.

Acerca del pasado menos lejano, por el contrario, hice hincapié en la diferencia que separa la construcción de los Imperios coloniales de la del Imperio de los Zares; las primeras siendo indisociables del despliegue del capitalismo; la segunda, siendo en gran medida extranjera (excepto quizás de modo gradual desde finales del siglo XIX). En ese sentido, la construcción rusa merecería compararse con la del Imperio Otomano o la del Imperio chino.

Mis conclusiones acerca del presente y el futuro visible se sitúan en el marco de otra problemática distinta, nueva

Mi lectura de la historia global de la era capitalista es la de la construcción sistématica de la polarización centros-periferias, seguida de la terminación de la conquista del planeta por los centros de los imperialismos históricos (europeos, estadounidenses y japonés) en el siglo XIX, y por último, en el siglo XX, de la primera oleada de luchas victoriosas de las periferias al liberarse –parcialmente– de la dominación imperialista (o más exactamente obligándola a adaptarse a los avances de las periferias en el camino de su liberación). La historia de la Unión Soviética se ubica en ese marco. Una vez vuelta la página de este primer «Despertar del Sur» (título de una de mis obras) entre 1980 y 1990, se inaugura entonces el momento actual, caracterizado, por una parte, por la ofensiva del nuevo imperialismo colectivo de la tríada con miras a restablecer su dominación del mundo y, por otra, por el desarrollo de resistencias que dan inicio a una segunda oleada de «Despertar de las periferias».

El momento es trágico. El despliegue del nuevo imperialismo sigue estando a la ofensiva, a pesar de que pierda el aliento y se hunda en conflictos que no logra controlar, como lo demuestra Michel Raimbaud (Tempête sur le Grand Moyen Orient; 2015). La ofensiva contra Rusia, llevada a cabo a partir del intento de colonizar a Ucrania, está en plena actividad. No es la única. El conflicto con el principal país emergente, China, está latente. La ofensiva de los EEUU y de sus aliados subalternos europeos pasa por la destrucción sistemática del mundo árabe, de Irán y, más allá, del mundo musulmán de Asia y del África subsahariana. El instrumento utilizado para ese fin es el Islam político arcaico y reaccionario inspirado por los países del Golfo (¡los aliados privilegiados de Occidente!). El caos asociado a la regresión de las sociedades involucradas garantiza en efecto su incapacidad para convertirse en actores positivos en la transformación del mundo.

Lo que está en juego en esta batalla son cuestiones gigantescas: ¿quién ganará? ¿El imperialismo colectivo, sumiendo al Planeta entero en la autodestrucción (ecológica, entre otras) mediante la creación de un sistema de apartheid a escala mundial (que incluya el genocidio cuando se considere necesario)? ¿O bien el segundo «despertar del Sur» obligará al Norte imperialista a retroceder, abriendo así la puerta a un acercamiento entre las luchas de los pueblos de las periferias involucradas y en las cuales los trabajadores del Norte podrían a su vez integrarse (el comienzo de esas luchas ya está en marcha en Grecia y en España)?

¿En cuál de estos dos campos se integrará Rusia? En los años 1990, Rusia vivió con la ilusión de ser aceptada por la tríada, en particular por la acción de su socio europeo. El ingenuo proyecto de Gorbachov referente a «la casa común europea» se basaba en esta ilusión. Europa (es decir, Alemania, Gran Bretaña y Francia) no han querido eso y no lo quieren. Europa se ha buscado su «Amé rica Latina» en la Europa oriental reconquistada. Ambiciona, con los EEUU detrás de ellos, colonizar a Rusia, comenzando por Ucrania.

La Rusia de Putin parece haber tomado conciencia de los objetivos reales de Washington y de Bruselas. Sin embargo, Putin no (¿o todavía no?) ha salido de la confusión propia de la era pos soviética.

Sigue siendo un partidario de «la economía de mercado», entendida como sinónimo de la gestión del sistema productivo local por los monopolios financiarizados, cuya oligarquía local (en Rusia como en Europa y en los EEUU) constituye el vector político dirigente. Sigue siendo un conservador imbuido por un pensamiento de derecha confusa como lo demuestra Michel Eltchaninoff (Dans la tête de Vladimir Poutine, 2015). Ya he expresado mi punto de vista sobre esta contradicción; sin soltar las amarras con ese modo de gestión de la economía y de la sociedad no es posible hacer avanzar el proyecto de un desarrollo soberano, al amparo de la agresión occidental. Ese punto de vista se refiere, además de Rusia, a todos los países emergentes, excepto quizás y hasta cierto punto, China.

El balance de la historia de Rusia a lo largo del tiempo es, por todo ello, difícil de realizar en nuestros días. Porque su larga historia no es la del flujo apacible de un largo río tranquilo; esa historia está constituida por momentos diferentes, separados por rápidos tumultuosos. La coyuntura actual, abierta sobre todos los futuros posibles, de lo mejor a lo peor, encandila la vista y la encierra en el corto plazo que está a la vista.

Capítulo final del libro de Samir Amin Rusia en la larga duración'. Topoexpress

 

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