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Europa, EE.UU. :: 15/06/2022

Si no ponemos fin a la guerra, la guerra acabará con nosotros

Alastair Crooke
Europa occidental acordó como "algo natural dejar que Biden decida en nuestro nombre: el destino de Europa dependerá del destino de Biden"

Emmanuel Macron irritó a mucha gente (tal como lo hizo Kissinger en el WEF de Davos), cuando dijo: ‘no debemos humillar a Vladimir Putin’, porque debe haber un acuerdo negociado. Esta ha sido la política francesa desde el principio de esta saga. Más importante aún, es la política franco-alemana y, por lo tanto, puede terminar como la política de la UE.

La palabra ”puede” es importante porque la política de la UE está más dividida que durante la Guerra de Irak. Y en un sistema (el sistema de la UE) que insiste estructuralmente en el consenso, cuando las heridas son profundas, la consecuencia es que un problema puede paralizar todo el sistema (como ocurrió en el período previo a la guerra de Irak). En todo caso, las fracturas en Europa hoy en día son más amplias y enconadas (es decir, exacerbadas por la aplicación del “estado de derecho europeo”).

Si bien la etiqueta ‘realista’ ha adquirido (en las circunstancias actuales) la connotación de ‘apaciguamiento’, lo que Macron simplemente está diciendo es que Occidente no puede, y no mantendrá, su nivel actual de apoyo a Ucrania indefinidamente. Esta política se está entrometiendo en todos los estados europeos. En Alemania, en Francia y también en Italia, hay un cuerpo de opinión contra la participación continua en el conflicto. Simplemente, el choque de trenes económico que se avecina se está volviendo demasiado evidente y amenazante.

Es posible que el duro viaje de Boris Johnson en el reciente voto de confianza en el Comité de 1922 no haya estado relacionado explícitamente con Ucrania, pero las acusaciones subyacentes a las políticas de Johnson ciertamente estuvieron en el centro: la inmigración y el aumento del costo de vida.

Por supuesto, ‘una golondrina no hace verano’. Pero, el dramático colapso de Johnson en la posición popular, como resultado de su beligerancia económica hacia Rusia, está haciendo que el liderazgo europeo dé un vuelco. “Estamos viendo pánico en Europa debido a Ucrania”, comentó el presidente Erdogan.

Lo que es notable es que, a pesar de la adopción de Macron de la "autonomía estratégica europea" al pedir un acuerdo, puede estar más cerca de Washington que los halcones de Londres. Sí, al principio la palabra ‘acuerdo’ estaba vagamente presente en el discurso estadounidense, pero luego siguió un largo paréntesis en el que, durante unos dos meses y medio, la narrativa se convirtió únicamente en la necesidad de hacerle sangrar la nariz a Putin.

En EEUU también están divididos

El estado de ánimo de los EEUU, y la narrativa, está cambiando, aparentemente reconciliado con más malas noticias militares que emanan de Ucrania (incluso con el casi neoconservador Edward Luttwak tirando la toalla, diciendo que Rusia ganará y que el Donbass debería decidir su propio destino).

Así como la adopción de Ucrania por parte de Johnson se ve como un intento desesperado por recuperar el legado de la Guerra de las Malvinas de Margaret Thatcher (Thatcher enfrentó una inflación creciente y la ira interna con un conflicto victorioso contra Argentina que la ayudó a ganar la reelección) “Sin embargo, hablar que la crisis de Ucrania proporciona un ‘momento Malvinas’ para Johnson es simplemente una tontería para conservadores desesperados”, escribió Steven Fielding, profesor de historia política en la Universidad de Nottingham. También puede resultar ‘oro para los tontos’ para Bruselas.

Si hay algo que decir sobre el llamado de Macron a un acuerdo, es que incluso un acuerdo de alto el fuego limitado, que probablemente es lo que Macron tiene en mente, no sería factible en esta atmósfera occidental tóxica y polarizada. En resumen, Macron está en hielo resbaloso. Los patos (para mezclar metáforas) primero necesitan alinearse:

EEUU tendría que retroceder con su vicioso meme del ‘odio a Putin’. Tendrían que cambiar el mensaje con un giro sobre las ‘pérdidas y ganancias', de lo contrario, el acto mismo de hablar con el ‘malvado Putin’ resultará contraproducente y con una avalancha de acritud pública. Macron acaba de probar esto.

Ya ha comenzado un cierto reinicio (ya sea por diseño o por aburrimiento del televidente). Las noticias de Ucrania difícilmente califican el trato que le dan los medios de EEUU, hoy en día. Las búsquedas y enlaces de “la guerra en Ucrania” de Google han caído por un precipicio. En cualquier caso, el Partido Demócrata claramente necesita concentrarse en los temas internos. La inflación, las armas de fuego y el aborto son los temas que dominarán las elecciones intermedias.

Así está la cosa. La UE claramente está fracturada, pero también lo están las élites de seguridad estadounidenses. Tal vez, un sector prefiera una guerra de desgaste, manteniendo tanto a Rusia como a Europa occidental comprometidos (sobre todo por un Biden emocionalmente comprometido). Pero con una guerra larga ya es posible que se derrumbe el andamiaje si, como sugiere Luttwak, Rusia pronto ganará.

Y si Biden optara por intentar un acuerdo, ¿podría mantenerse, políticamente, una ‘victoria’ de los EEUU.? ¿Es esa una opción ahora? Casi seguro que no. Moscú no está de humor. ¿Una oferta de conversaciones de Biden contendría incluso una cuestión a valorar desde una perspectiva rusa? Casi seguro que no. Si es no, ¿para qué hablar?

Moscú dice que está abierto a conversaciones con Kiev. El Kremlin, sin embargo, no está buscando una ‘salida’ (la opinión pública rusa está totalmente en contra). Llamémoslo conversaciones’, si queremos, pero una mejor traducción podría ser que Moscú está listo para aceptar el ‘documento de rendición’ de Zelensky, bajo la rúbrica de ‘conversaciones’. Es decir, no es un trabajo fácil para un equipo Biden convencer al electorado estadounidense

Por lo tanto, en cierto sentido, la fórmula de ‘guerra de desgaste’ tiene un cierto fracaso incorporado, ya que no ha sido el desgaste militar, sino la guerra financiera lo que configuró el primer ataque de Occidente. El “rublo se convertirá en escombros” casi de inmediato afirmó taxativo Biden, la guerra económica de espectro completo debería colapsar estructuralmente a Rusia (debilitando su voluntad de luchar en Ucrania). Se esperaba que la advertencia a China (y otros países como la India) funcionaran.

Al menos ese era el plan antes de la guerra. La acción militar nunca tuvo la intención de ser el "trabajo pesado" para aplastar a Rusia, sino más bien actuar como un amplificador de un descontento interno en Rusia mientras su economía se derrumbaría bajo unas sanciones sin precedentes. No se suponía que la guerra en el Donbass, planeada y preparada durante ocho años, tendría un "papel estelar", precisamente porque EEUU siempre imaginó que era probable que las fuerzas rusas finalmente ganaran. No obstante, se convirtió en "el único juego".

Pero la guerra financiera, en la que se construyeron las esperanzas de un rápido colapso ruso, no solo fracasó, sino que, paradójicamente, se transformó en un bumerán que está dañando seriamente a Europa. Eso, y el colapso del espíritu de cuerpo en Ucrania, se han convertido en un lastre que cuelga del cuello de la Unión Europea. No hay forma de alejarse de las sanciones, ni de la inminencia de una implosión militar ucraniana, sin que Rusia emerja como el claro ganador.

Es una debacle (por mucho que los “spin doctors” [persuasores] le den vueltas y vueltas). Entonces, como era de esperar, los líderes europeos están buscando una vía de escape de los efectos nocivos esta política bélica que la UE adoptó sin siquiera molestarse en hacer los cálculos estratégicos debidos.

Pero el punto aquí es mucho más grave: incluso si hubiera conversaciones (digamos) la próxima semana, ¿puede Occidente ponerse de acuerdo sobre lo que podría decirle a Rusia? ¿Ha realizado, al menos, el necesario análisis sobre qué piensa Rusia para el futuro de Eurasia? Y si es así, ¿tendrían los negociadores europeos el mandato político para responder, o las conversaciones colapsarían porque Europa no puede responder ni si ni no en una negociación (sin la autorización de Biden), más allá de lo estrictamente limitado a la futura composición territorial de Ucrania?

Rusia, de hecho, ha establecido claramente sus objetivo. En diciembre de 2021, Rusia emitió dos borradores de tratados para EEUU y la OTAN que incluían demandas de una arquitectura de seguridad en Europa que garantizaría una seguridad indivisible para todos, y una retirada de la OTAN a sus antiguos límites orientales de 1997. Estos documentos subrayan que Ucrania es solo una pequeña parte de los objetivos estratégicos de Rusia. Los dos borradores fueron ignorados por Washington.

La guerra de Ucrania, en principio, podría terminar con un acuerdo negociado que aborde las preocupaciones de seguridad de Rusia en toda la extensión europea, manteniendo al mismo tiempo la independencia de Ucrania, aunque con el noreste, este y sur de Ucrania vinculados en alguna manera a Rusia.

Pero luego, está la realidad. La UE ha deslocalizado su mandato político con respecto a Ucrania, entregando el poder a una OTAN global. Y el objetivo de la OTAN/EEUU es excluir a Rusia del ‘tablero de ajedrez’ político mundial y hacer implosionar su economía; en otras palabras, devolver a Rusia a la era de Yeltsin.

Como tal, los objetivos de la OTAN no implican espacio para el diálogo. La ‘larga guerra’ de Moscú también debe entenderse correctamente: no se trata solo de amenazas a su seguridad, que emanaron desde Ucrania, sino de la amenaza a la seguridad que emana de una cultura, autodefinida como una ‘civilización’ occidental dominante.

Christopher Dawson en 'Religion and the Rise of Western Culture', publicado hace casi un siglo, escribe: “¿Por qué Europa es la única entre las civilizaciones del mundo que ha sido continuamente sacudida y transformada por una inquietud espiritual que se niega a contentarse con la leyes inmutables de la tradición social que rigen las culturas orientales? ¿Es porque el ideal religioso no ha sido el culto perfecto eterno e inmutable”?

Ahora en la segunda década del siglo XXI ¿Entienden los líderes europeos que ganar en Ucrania puede ser el desencadenante catártico necesario para relanzar la civilizaciones rusa y otras civilizaciones no occidentales? La pregunta entonces es: ¿Tiene la Unión Europea una carta para jugar en este escenario, aparte de las cartas que tiene Washington? En realidad no; no tiene ninguna .

La UE no tiene espacio político, ya que, como señaló Wolfgang Streeck en su artículo: “La UE después de Ucrania”, los estados de Europa occidental aparentemente acordaron como “algo natural dejar que Biden decida en nuestro nombre: el destino de Europa dependerá del destino de Biden: es decir, de las decisiones, o no decisiones, del gobierno de los EEUU”. La UE se sitúa así efectivamente como una provincia atípica, dentro de la política interna estadounidense.

Un sector de las élites de la UE triunfaron: Ucrania les ha permitido definir a la UE como una fuerza “atlantista”sin ambigüedades. Pero ¿por qué el entusiasmo?

Es cierto que la guerra de Ucrania puede haber neutralizado (temporalmente) las diversas fallas por las que se estaba desmoronando la UE. Durante algún tiempo, la Comisión de la UE se ha esforzado por abordar el vacío democrático que surge de la centralización y la despolitización de la economía política de la Unión, llenando el vacío con una "política de valores" neoliberales que los paises miembros debe aplicar rigurosamente bajo amenazas de sanciones económicas.

La identidad, según esta interpretación, servirían como un sustituto a las disidencias sobre la política económica. Ucrania podría haber servido para el objetivo de Ursula von der Leyen: hacer cumplir los valores neoliberales de la UE, no solo a mandatarios como Orbán, sino como una herramienta para desarraigar los sentimientos prorrusos persistentes en una UE dividida, y plantar firmemente el atlantismo norte como valor supremo de la UE. Sancionar a Rusia y sus nociones tradicionalistas estaba en perfecta armonía con sancionar también a los estados de Europa del Este por su tradicionalismo social.

Sin embargo, esto ha tenido un costo: el de catapultar a EEUU a una posición de renovada hegemonía sobre Europa occidental. Ha obligado a Europa a continuar con sanciones económicas, de hecho paralizantes, contra Rusia, lo que, como efecto colateral, refuerza la posición de dominio de EEUU, como proveedor de energía y materias primas para los europeos.

La posición de la UE descarta por completo la idea de Macron que Europa “necesita soberanía estratégica”. Europa ahora está atrapada "hasta las agallas" con sanciones económicas de gran alcance contra Rusia, y es incapaz de enfrentar las consecuencias. Literalmente, ‘no hay manera’ de que la inflación estructural resultante o la contracción económica puedan, o vayan a ser contenidas. La UE ha abdicado de los medios para llevar la guerra a su fin. Solo queda compartir la mesa de Zelensky, mientras este firma el documento de rendición.

La inflación y la guerra.

No habrá ningún intento serio en EEUU, antes de noviembre, para tratar de frenar la inflación. La consecuencia de la rendición de la UE (que entregó el mando a EEUU) es también que con respecto a la inflación, la UE dependerá de los cambios de la política electoral de EEUU.

Es posible que Biden ordene una nueva emisión de ‘cheques estimulantes’ para mitigar los efectos de la inflación en los bolsillos estadounidenses (acelerando así aún más la inflación), como es probable que permita un ajuste cuantitativo (dirigido a reducir la inflación) en el período previo a las elecciones.

A medida que se sientan los efectos de la guerra sobre la población europea, este malestar debería producir una seria reacción contra Bruselas.

observatoriocrisis.com

 

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