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Pensamiento, Argentina, Cuba :: 27/09/2020

Sigamos leyendo al Che Guevara

Daniel Campione
Percibió lo que quedaba del viejo capitalismo en las construcciones sociales que se pretendían socialistas

Pensamos que a la hora de preguntarnos por lo más valioso del Che, por lo más valioso que puede extraerse de su trayectoria como hombre de pensamiento y acción, no basta con dirigirse a su biografía, a su camino de 'guerrillero heroico', sino examinar su forma de ver el mundo, la particular praxis que desarrolló, en una conjunción de pensamiento y acción de una solidez como pocas veces se ha visto. En ese sentido, cabe destacar a Guevara como un estudioso de los problemas de la transición al comunismo, entendido por él en el sentido radical de construcción de una humanidad nueva.

Si un mérito tuvo el pensamiento social y político de Ernesto Che Guevara, fue su identificación del comunismo con una búsqueda totalmente antagónica frente al capitalismo, que abarcaba no sólo la forma de apropiación del producto social y el control del poder político por los mismos que se apropiaban del excedente, sino que apostaba a refundar el mundo sobre nuevas bases.

En efecto, Guevara se enfrentaba al capitalismo como una forma de organización que conllevaba toda una cultura, una forma de ver el mundo, unos valores éticos, contra los cuáles había que confrontar, a partir de la construcción y expansión en las masas de una visión alternativa. Por eso el Che sienta una vez y otra posición contra el individualismo y la desigualdad en las sociedades capitalistas, y también pone proa contra la pervivencia de esos modos de pensamiento y acción en las sociedades que él consideraba socialistas, incluida Cuba.

En ese sentido, comprendía la construcción del socialismo como una renovación del ser humano, donde el desarrollo de las fuerzas productivas, el incremento de la riqueza social y la mejora del nivel de vida ocupaban un lugar, pero no el decisivo: las contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción no operan para él al margen de la conciencia y la voluntad de los hombres.

La necesidad de superar el capitalismo aparece identificada con el impulso a superar toda forma de relaciones mercantiles, incluyendo en primer lugar la reducción a la condición de mercancía del trabajo humano. Por eso su pasión por expandir el trabajo voluntario, su predilección por los estímulos morales frente a los materiales, y entre estos últimos la preferencia por los colectivos y no expresados monetariamente sobre los individuales y atados a un 'precio'. La compraventa, la idea de rentabilidad, el uso mismo del dinero, debían ser desacralizados y progresivamente extinguidos en una sociedad que, en su concepción, debía apuntar cada día y en cada acto al ideal comunista. De allí también su propuesta de sistema centralizado de financiamiento y planificación de las empresas, no por puro amor a la centralización, sino en la búsqueda de terminar con la idea de competencia, de rentabilidad, para orientar todas las fuerzas hacia el bien colectivo.

Las mismas ideas las desplegaba en el plano internacional, y no ya en relación con la explotación por los países imperialistas de los países pobres y dependientes, sino, en veta altamente polémica, al interior de las relaciones entre los países socialistas, o entre éstos y los países del Tercer Mundo, a las que consideró signadas por el 'intercambio desigual'. Por eso rechaza el intercambio entre países socialistas basado en la aplicación de la ley del valor, por encubrir una explotación de los subdesarrollados. Y de nuevo la idea radical del anticapitalismo: Desmercantilizar, excluir la lógica de la ganancia, de la apropiación del trabajo ajeno, de todos los planos de la vida social.

Es que, como ha afirmado Fernando Martínez Heredia, refiriéndose a sus ideas económicas: "...ellas forman parte de una concepción unitaria de la lucha por el socialismo antes y después de la toma del poder mediante una estrategia internacionalista de alcance mundial, es algo central en su posición teórica y en su práctica revolucionaria." (F. Martínez Heredia, 'El Che y el Socialismo', p. 107)

Los ideales del Che no son por tanto meramente económicos, sino de sustancia ético-política, en términos de Gramsci se podría decir que Guevara busca la construcción de una hegemonía nueva, basada en una 'reforma intelectual y moral', aunque quizás el Che hubiera preferido anteponer 'revolución' como sustantivo. Y con esa orientación no vaciló en criticar el 'socialismo real' de su época. En el mismo tiempo en que la URSS de Kruschev proclamaba la 'competencia económica entre sistemas' como el camino del triunfo del socialismo, el Comandante insistía con la idea de 'hacer la revolución' como deber primordial de los revolucionarios. Y no acató la práctica de no criticar públicamente a la Unión Soviética, y así lo hizo, por ejemplo, en la Conferencia de Argel.

De allí la obsesión del Che por la igualdad, por la acción colectiva, por la abolición de toda mentalidad de competencia, de jerarquía. Como ha escrito Paco Ignacio Taibo II:

Hoy el Che más vivo y más presente es aquel que construye (tanto en la etapa guerrillera como en la del triunfo de la revolución) un pensamiento hiperigualitario, anti-burocrático, anti-jerárquico. En realidad, más que un pensamiento, construye una serie de actos; hay que leerlo a partir de sus actos e intercalar éstos en el discurso [...]

Para él, cada iniciativa, cada modalidad organizativa, cada práctica, debía apuntar directamente a la construcción de una sociedad sin clases, sin explotación ni enajenación. Y en ese cuadro la formación de la 'conciencia comunista' era una tarea fundamental, sin la cual el socialismo se reducía a un método de distribución, y no llegaba a ser la base de una moral revolucionaria. Y Guevara era claro partidario del concepto del hombre como sujeto de la historia, como actor consciente sin cuyo aporte no puede haber socialismo. Y ese 'hombre nuevo' sería tal en la medida que superara completamente el individualismo, la idea de competir contra sus iguales, la de obtener ventajas en términos de poder, dinero o prestigio frente a los demás. Su felicidad era la del colectivo, su moral la de la liberación de toda la sociedad, su libertad, la realizada en el trabajo por la construcción de una organización social radicalmente más justa

Ese pensamiento lo plasmó en todo momento en sus acciones, en decisiones relevantes como la de abandonar su puesto de ministro de Industrias para constituirse en combatiente internacionalista, en la mejor tradición del comunismo del siglo XX. Y ya en el combate guerrillero, siguió escribiendo, produciendo pensamiento crítico, como su escrito dirigido a la Intercontinental, o aquel donde predicaba la creación de muchos Vietnam.

El pensamiento y la figura de Guevara hoy, cuando muchos lo reverencian sin identificarse sinceramente con sus ideales, es en sí mismo un campo de la lucha cultural. Su reducción a ícono de una época afiebrada y heroica, pero definitivamente extinta, es una operación a rechazar. Su valoración como un profesante apasionado y sincero de ideales ya superados, equivale al homenaje a su figura...como contrapeso del entierro gozoso de su obra. Como Gramsci, como Rosa Luxemburgo, el Che resiste el paso del tiempo a partir de su actitud moral frente a la revolución, y de aportes críticos que adelantaron debates y anunciaron futuros problemas.

El percibió lo que quedaba del viejo capitalismo en las construcciones sociales que se pretendían socialistas, criticó las tendencias a reducir el advenimiento de una sociedad nueva a una tarea científica implementada principalmente por tecnócratas. La moral y los sentimientos ocupaban para él su lugar allí, y no había un 'curso de la historia' predeterminado e impermeable a la voluntad y la conciencia. Vale la pena seguir leyendo los escritos y estudiando la trayectoria del Che. Están entre lo mejor de la herencia que el comunismo del siglo XX le puede legar al siglo XXI.

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