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Europa :: 07/06/2023

Sobre la represa de Kajovka

Nahia Sanzo
Ya en diciembre de 2022, The Washington Post publicaba que el comandante de las fuerzas ucranianas confirmaba que se planteaba hacer explotar la represa de Kajovka

Ayer por la mañana, apenas unas horas después de que comenzaran los primeros ataques ucranianos serios contra las posiciones rusas en varias zonas de los frentes de Donbass y Zaporozhie, preludio de la (supuesta) gran ofensiva que Ucrania lleva meses anunciado, el estallido de la presa de Kajovka desvió inmediatamente el foco de atención de los supuestos avances ucranianos hacia la parte de los territorios del sur más alejada de la batalla.

Novaya Kajovka y la presa soviética construida en tiempos de Stalin y Jrushchov son ya conocidas para quienes han seguido de cerca el transcurso de la guerra. En la fase inicial de la intervención rusa a finales de febrero de 2022, el comando ucraniano (mordiendo el anzuelo que le lanzó Moscú al avanzar espectacularmente sobre Kiev y a los tres días retirarse sin bajas) priorizó la defensa de Kiev y sacrificó a los batallones territoriales en áreas de importancia secundaria como el frente sur, donde el avance ruso se produjo prácticamente sin resistencia. Desde Crimea, las tropas rusas llegaron al Dniéper en apenas unos días y poco después capturaron la ciudad de Jersón, en la margen occidental del río, que abandonarían tras hacerse muy costosa su defensa en otoño de ese año.

A lo largo del verano, Ucrania había comenzado a preparar el terreno para una contraofensiva con la que recuperar el control de los territorios rusos más vulnerables: aquellos al norte del Dniéper, cuya defensa hizo imposible a base de destruir las infraestructuras que unían ambas orillas del río. Blanco de los recién llegados HIMARS estadounidenses, el puente Antonovsky fue en ese tiempo uno de los grandes objetivos, pero no el único.

Los bombardeos de Novaya Kajovka no fueron espontáneos o esporádicos, sino una estrategia planificada de destrucción para hacer insostenible la situación de las tropas rusas en puntos estratégicos clave. Lo mismo puede decirse de la central nuclear de Zaporozhie, situada en la localidad de Energodar, también al sur del Dniéper, y aún bajo control ruso.

El colapso parcial de la presa ayer ha supuesto la inundación de toda una serie de pueblos y ciudades de la zona. Por la mañana, el alcalde de Novaya Kajovka informaba de que el aumento del nivel del agua superaba los 12 centímetros la hora. El agua afectaba la ciudad de Jersón, localidad más poblada de la zona, aunque de una forma claramente menos grave que a otras ciudades. En Novaya Kajovka, unas horas después de que se consumara la fractura de la presa, el agua ascendía por el pedestal de la estatua de Lenin y cisnes se deslizaban por el vacío centro de la ciudad inundada en una escena postapocalíptica sobre los efectos de la guerra en el mundo postunilateral.

Las acusaciones cruzadas no se hicieron esperar y tanto Rusia como Ucrania alegaron sabotaje del bando contrario. Ucrania puso en marcha los mecanismos para lograr el máximo beneficio político e informativo posible. Sin necesidad de esperar a un mínimo estudio sobre si la presa había colapsado por un derribo deliberado o por los efectos de bombardeos anteriores, la prensa y clase política occidental en bloque dieron por hecha la culpabilidad de Rusia.

De la misma forma que con lo ocurrido tras las explosiones del Nord Stream (causada por submarinistas de EEUU, como confirmó Seymour Hersh), medios y políticos de todos los países e ideologías comenzaron a buscar por qué beneficiaba a Rusia hacer explotar la presa. Se recuperaba así la argumentación del pasado otoño, cuando se planteó públicamente por primera vez la posibilidad de que se produjera la catástrofe humanitaria y medioambiental que se produjo ayer. En aquel momento, Rusia acusó a Ucrania de planear su destrucción, un argumento que fue denunciado por Ucrania y sus socios como una teoría de la conspiración sin sentido.

El objetivo, según Rusia, habría sido inundar los terrenos de la margen oriental del Dniéper bajo control ruso y obligar a las tropas rusas a retroceder o ahogarse en sus posiciones. Ucrania, por su parte, acusó a Rusia de planear hacer estallar la presa para evitar que sus tropas pudieran avanzar sobre ese territorio. A diferencia de la acusación rusa, la ucraniana, aunque sin sentido, ya que las tropas rusas habían fortificado esa zona del Dniéper, fue difundida por la prensa dándole credibilidad.

Algo similar ocurrió ayer y los matices o aclaraciones como “la BBC no ha podido verificar ni las alegaciones rusas ni ucranianas” fueron la excepción y no la norma. Y es que, por el momento, ni siquiera ha podido confirmarse si el colapso se debió a un intento de sabotaje, a las consecuencias de los habituales bombardeos ucranianos o simplemente a la acumulación de los daños de los últimos meses.

Desde la retirada rusa de los territorios de la margen occidental del Dniéper, que suponían una protección para los territorios de la margen oriental ya que mantenían a mayor distancia a las tropas ucranianas, la seguridad de la presa y de sus trabajadores ha estado comprometida, por lo que es ingenuo pensar que pudiera realizarse un trabajo de reconstrucción y reparación de los daños de los bombardeos ucranianos.

Culpar a Rusia del colapso a causa de la mala conservación -sin tener en cuenta las circunstancias y los bombardeos ucranianos- ha sido una de las cuatro posturas principales mostradas a lo largo del día de ayer. Esta postura puede personalizarse, por ejemplo, en David Puente, verificador italiano y colaborador de Facebook en esa tarea de verificación, que alegó ese argumento al igual que lo hiciera el pasado septiembre sobre la explosión del Nord Stream. También entonces Rusia era culpable a causa de la falta de mantenimiento del gasoducto.

La segunda postura, mantenida por Ucrania y la clase política occidental se han limitado a dar por hecha la culpabilidad rusa y argumentar que se trata de una política de tierra quemada ante los supuestos avances ucranianos en el frente, aunque, en esta zona, no haya tales avances. “Son los niños, mujeres y hombres de Ucrania los que sufrirán las consecuencias de la terrible destrucción de la planta hidroeléctrica de Nova Kajovka”, escribió la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, que añadió que “es una acto contra la humanidad. Un crimen de guerra que no puede quedar sin respuesta.
Hoy, más que nunca, Ucrania necesita nuestra ayuda”. Aún más clara en su mensaje, Ursula von der Leyen afirmaba que “Rusia tendrá que pagar por los crímenes cometidos en Ucrania. La destrucción de la presa, un intolerable ataque contra la infraestructura civil, pone en riesgo a miles de personas en la región de Jersón”, escribió para después prometer ayuda por medio de los mecanismos de protección civil disponibles.

“Aún no está claro qué causó el colapso de la presa”, admitía ayer la BBC.
Sin embargo, políticos y periodistas de todo el continente europeo han dictado ya sentencia. Olvidando la neutralidad que se le supone, Cruz Roja de Ucrania acusaba por la mañana a Rusia de un crimen de guerra en mensajes que posteriormente se vio obligada a eliminar. Sin acusar a ninguno de los bandos, el Comité Internacional de Cruz Roja recordaba que “la presas disfrutan de protección internacional especial según el derecho internacional humanitario, ya que contienen fuerzas peligrosas que, si son liberadas, pueden llevar a un sufrimiento severo a la población civil”. Miles de personas a uno y otro lado del Dniéper se están viendo afectadas en estos momentos.

Según recordaba Dmitry Steshin, los territorios bajo control ruso se encuentran a menor altura, por lo que es esa zona de la orilla sur del Dniéper la que se verá más afectada. Rusia ha movilizado sus recursos para evacuar también a miles de personas afectadas en las localidades de la zona, algunas de las cuales, como Aleshka, de difícil acceso y con una situación muy complicada. Las explosiones que mostraron varios vídeos tomados por la población de la zona, estallidos espontáneos de las minas desplazadas por la crecida del río, muestran otro de los peligros de lo ocurrido.

Sin necesidad de ninguna investigación o valoración de los daños y con la certeza absoluta de que Rusia siempre es culpable, periodistas como Paul Mason mostraron rápidamente su ira, tercera de las cuatro posturas que se repitieron a lo largo del día de ayer. “Rusia ha hecho explotar la enorme presa sobre Jersón, arriesgando una catástrofe en la central nuclear de Zaporozhie”, escribió el periodista, que parece haber creído la afirmación de Zelensky de que la central nuclear corre un peligro inminente y no la del director del Organismo Internacional de la Energía Atómica, cuyos representantes tienen acceso a la zona, que afirmó que ese peligro no existe por el momento. La planta precisa del agua del embalse de Kajovka, aunque el riesgo no existe a corto plazo. Yendo más allá de la asignación de culpa y de los efectos futuros, el periodista británico quiso calificar los hechos como “un crimen de guerra y ecocidio con intenciones genocidas”, una afirmación casi tan procedente como el titular que pudo leerse en lasexta.com: “Stalin ya usó el agua como arma de guerra en Zaporiyia en 1941: la URSS destruyó la presa de Dneprostoi y causó más de 20.000 muertes”.

Finalmente, hubo también quienes ayer quisieron ver el lado bueno de las cosas. Carl Bildt, halcón profesional sueco, se lamentaba de que la destrucción de la presa “causará grandes inundaciones fundamentalmente en la margen izquierda del Dniéper”, escribió describiendo la parte del río bajo control ruso, “lo que complicará cualquier operación militar”, es decir, el avance ucraniano, “pero, supongo que también priva al canal de Crimea de su agua”.

Que el canal de Crimea vuelva a secarse después de un año del derribo del muro construido por Ucrania para privar a la península de agua corriente parece ser la parte positiva de lo ocurrido para ciertos sectores del establishment europeo. En Crimea, Sergey Aksyonov confirmó que, ante esa posibilidad, la península había procedido a llenar el canal hasta sus límites. Es posible que en los próximos meses Crimea deba volver a vivir sin ese suministro, de la misma forma que lo hiciera durante los años en los que Kiev utilizó su control del flujo del Dniéper como castigo colectivo contra la población.

Ninguna de las cuatro posturas mencionadas -la falta de mantenimiento, la acusación por defecto, la ira o la búsqueda de beneficios para Ucrania- tiene en cuenta los precedentes de los últimos meses, en los que Ucrania no ha dudado en atacar y poner en peligro infraestructuras civiles críticas. También se ha preferido olvidar algo que, pese a haber pasado desapercibido en el momento de su publicación, tomó relevancia ayer.

En diciembre de 2022, The Washington Post publicaba un reportaje en el que el comandante de las fuerzas ucranianas en la región de Jersón confirmaba que Ucrania se planteaba hacer explotar la presa de Kajovka. “Kovalchuk consideró la posibilidad de inundar el río. Los ucranianos, afirmó, incluso realizaron un golpe de prueba con un lanzador de HIMARS contra las compuertas de la presa de Nova Kajovka, haciendo tres agujeros en el metal para ver si el agua del Dniéper podía aumentar lo suficiente para destruir los cruces rusos sin inundar los pueblos cercanos”.

El medio no solo confirmaba que las acusaciones rusas no eran teoría de la conspiración sino que los ataques ucranianos han continuado desde entonces y podrían haber causado los daños necesarios para que se produjera el colapso sin necesidad de un sabotaje.

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