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Medio Oriente, EE.UU. :: 15/07/2025

Sobre la situación en Oriente Medio

Enrico Tomaselli
La larga ola del 7 de octubre sigue manifestándose, y tanto en Washington como en Tel Aviv tienen muy poco de qué alegrarse ante su incapacidad para sostener un enfrentamiento militar

Como confirmación una vez más de que se trata de una de las situaciones más complejas de resolver, porque lleva en sí todos los daños causados por el colonialismo europeo del siglo XIX, a lo que se suma la existencia de Israel, estamos asistiendo una vez más a una serie de conmociones que, sumándose, tejen una trama muy intrincada.

Tras la pausa en la guerra con Irán, ahora el objetivo de EEUU es poner fin a la de Gaza. El plan estratégico estadounidense sigue siendo el mismo, los Acuerdos de Abraham, pero con algunas variaciones significativas en el panorama general.

Según informa Axios, una publicación estadounidense muy cercana a los servicios secretos, durante el largo viaje de Netanyahu a Washington (esta vez, como se ha visto, sin grandes honores públicos), se habrían establecido las condiciones para llegar a un alto el fuego.

En particular, se informa de intensas reuniones entre Ron Dermer, estrecho asesor de Netanyahu, Steve Witkoff y un funcionario de Qatar, país que está mediando entre las partes y que ha transmitido las demandas de la resistencia palestina.

El punto crucial pendiente de resolver parece ser la magnitud del retiro israelí; Tel Aviv insiste en mantener el control del corredor de Morag, que sirve para aislar una vasta zona en el sur de la Franja [de Gaza], destinada —según el plan Smotrich israelí— a convertirse en un gigantesco campo de concentración.

Mientras, tanto la Resistencia [palestina] como la administración estadounidense se oponen, aunque por razones obviamente distintas.

Naturalmente, tratándose de Israel (y en esto EEUU no es diferente), la fiabilidad de cualquier eventual acuerdo firmado es extremadamente frágil, y podría romperse en cuanto lo consideraran útil o posible.

La estrategia estadounidense apunta a doblegar a Israel – valiéndose de la intervención que la rescató in extremis de la humillante derrota frente a Irán – dado que este paso (el fin del conflicto cinético en Gaza) es condición sine qua non para impulsar los Acuerdos de Abraham, que siguen siendo el eje de toda la política estadounidense en Oriente Medio. Como contrapartida, Trump probablemente ofrecerá el reconocimiento de una nueva anexión de territorios ocupados en Cisjordania.

En pocas palabras, Arabia Saudí (y los demás países árabes del Golfo) quieren que se pacifique la región para poder llevar a cabo sus proyectos de desarrollo; y, al mismo tiempo, EEUU necesita vitalmente a estos países, tanto como inversores como garantes de la supervivencia del petrodólar (es decir, uno de los principales ganchos que sostienen la moneda estadounidense), mientras que el régimen de Netanyahu es solo un pozo sin fondo que se traga recursos preciosos (económicos y militares).

Por otra parte, Riad es muy consciente de que Teherán es una realidad (política, económica y militar) imprescindible en la región, y ahora está firmemente vinculada tanto a Rusia como a China, en las que Arabia está a su vez interesada en términos de intercambio comercial.

Y si los acuerdos, mediados precisamente por Pekín, que habían llevado a la reapertura de las relaciones entre los dos países, representaron un paso significativo, aún más importante fue la guerra de doce días (que aclaró las relaciones reales de fuerza militar entre Irán e Israel/EEUU tras la derrota sionista), y en particular el ataque a la base estadounidense de Al-Udeid en Qatar.

Aunque los países del Golfo ven con molestia la influencia que Irán ejerce sobre muchos países árabes, son muy conscientes de que es mejor encontrar un modus vivendi pacífico con su vecino.

Pero si la política estadounidense en Oriente Medio necesita una pacificación regional, eso no significa solo mantener a raya al “perro loco” israelí, sino también desmantelar (o al menos neutralizar en la medida de lo posible) el Eje de la Resistencia.

Esta es la razón por la que existe todo este apoyo al nuevo régimen terrorista sirio, a pesar de ser conscientes, por un lado, de su escasa solidez y, por otro, de su extrema proximidad a Turquía (algo que no gusta ni a Washington ni a Tel Aviv).

Es también la razón de las crecientes presiones sobre el Líbano para que desarme a Hezbolá, y las ejercidas sobre el Gobierno iraquí para que desmantele las milicias populares chiítas.

En el marco de este gran juego, se inscribe, evidentemente, el acuerdo que se está perfilando entre Siria e Israel, según el cual este último se retiraría de los territorios ocupados en el sur de Siria a cambio de una cesión de los Altos del Golán a Tel Aviv.

Hay rumores insistentes que hablan incluso de una cláusula secreta de estos acuerdos, según la cual el régimen sirio se comprometería a atacar el Líbano si Israel lo hiciera.

Pero, al mismo tiempo, es evidente que estos esfuerzos, al menos a corto plazo, alimentan las tensiones en lugar de apaciguarlas.

Aunque por el momento Hezbolá se ve obligada a hacer frente a la ofensiva llevada a cabo por el enviado estadounidense Tom Barrak, tratando de evitar desencadenar un enfrentamiento interno en el país y teniendo que soportar la persistencia de la ocupación israelí de partes del territorio (que debería haber liberado tras el acuerdo de alto el fuego…), así como los continuos bombardeos de la aviación de Tel Aviv, justamente por eso es evidente que nunca aceptará ser desarmada, incluso a costa de una nueva guerra civil.

Lo cual, no es difícil de entender, abriría una ventana de oportunidad para Israel, que seguramente comenzaría con la cuarta invasión del país de los cedros. Aunque, no lo olvidemos, las dos últimas, en 2000 y 2006, terminaron en derrota sionista.

Similar, pero menos tensa, es la situación en Irak, donde las Fuerzas de Movilización Popular ya están en gran parte integradas en las fuerzas armadas, por lo que sería mucho más complicado exigir su desmovilización.

Por último, pero no por ello menos importante, la cuestión kurda sigue pesando en el panorama regional.

Tras el anuncio televisivo de la disolución del PKK, realizado por Öcalan y otros líderes kurdos, en el Kurdistán sirio se celebró una ceremonia simbólica de entrega de armas por parte de algunos guerrilleros. Pero, precisamente, se trató de un acto simbólico.

Las fuerzas kurdas sirias no están muy dispuestas a desarmarse y, de hecho, las conversaciones en Damasco entre el Gobierno y las FDS (Fuerzas Democráticas Sirias, de mayoría kurda) se han estancado precisamente en la cuestión de la autonomía regional y en la de mantener, tras su integración en el ejército, las unidades kurdas en el territorio de Rojava.

Entre otras cosas, existe una discordia aún más profunda entre Öcalan y los líderes kurdos sirios, que desde hace tiempo se han refugiado bajo el ala protectora de EEUU (sin desdeñar tampoco los contactos con Israel), mientras que el líder del PKK mantiene su posición fuertemente antiimperialista y antiestadounidense.

Por último, y como consecuencia de la misma situación, en el Kurdistán iraquí (región autónoma creada tras la invasión de EEUU a Irak en 2003, y también bajo control estadounidense-israelí) se han producido enfrentamientos entre los peshmergas gubernamentales y algunos jefes tribales.

En definitiva, el mundo kurdo se encuentra a su vez en una fase de reajuste de los equilibrios internos, lo que se inscribe en el cambio más amplio de los equilibrios geopolíticos de todo Oriente Medio.

Una partida aún abierta, en la que no tiene ventaja el eje israelo-estadounidense, que, por el contrario, se ve obligado a buscar mediaciones diplomáticas precisamente porque ha puesto de manifiesto su incapacidad para sostener un enfrentamiento militar de desgaste.

La larga ola del 7 de octubre sigue manifestándose, y tanto en Washington como en Tel Aviv tienen muy poco de qué alegrarse.

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